En la comunidad científica no hay consenso sobre la existencia del trastorno de personalidad múltiple. Mientras muchos aceptan que la personalidad humana saludable -el «yo»- es una estructura monolítica y «consistente», la investigación moderna sobre el cerebro apunta a que tener sentimientos propios de una personalidad dividida es algo inherente al ser humano. ¿Hasta qué punto la «multiplicidad» forma parte de la función mental? ¿Constituye una ayuda para elaborar estrategias a la hora de vivir en un mundo cada vez más complejo?
EL ENIGMA DE LA PERSONALIDAD MÚLTIPLE
¿Es real este trastorno o se trata de un mito?
A finales del siglo XVIII, el médico alemán Eberhardt Gmelin investigó el que, según la historia de la medicina, suele considerarse como el primer caso conocido de personalidad dual. La paciente era una joven de veinte años de clase media, que vivía en Stuttgart el año en que empezó la Revolución Francesa. Algo muy significativo, ya que durante dicho levantamiento muchos aristócratas franceses abandonaron Francia y huyeron a esa ciudad alemana. El informe de Gmelin ofrecía datos como el siguiente: «De repente (ella) 'cambió' su propia personalidad para adoptar la de una mujer francesa, imitando su estilo y hablando francés perfectamente, cuando solía hacerlo en alemán como lo haría una francesa. Estos estados 'afrancesados' se repetían. En su personalidad francesa, ella recordaba todo lo que había dicho y hecho durante dichos estados. Su personalidad alemana, por el contrario, no sabía nada de la francesa».
Existe un informe de personalidad dual menos detallado pero mucho más antiguo: lo describió Paracelso en 1646 y se refería a una mujer con amnesia cuya cualidad disociativa hacía que se robara dinero a sí misma. A finales del siglo XIX, Eugene Azam, un cirujano interesado en la hipnosis, publicó una serie de casos similares al descrito porGmelin, entre ellos el de Felida X, una mujer que tenía tres personalidades distintas, cada una con su propia patología. Una de ellas, incluso, estaba embarazada, pero las otras personalidades lo ignoraban. Casos como los citados y otros mencionados también a finales del siglo XIX y principios del XX por Pierre Janet y Benjamín Ftush, cirujano jefe del Ejército Continental y considerado el padre de la psiquiatría americana, ayudaron a introducir el polémico término de «trastorno de personalidad múltiple». Durante dichos periodos, se recogieron tantos ejemplos similares que podrían llenar varios volúmenes y, sin embargo, la afección fue declarada «extinguida» en 1943 por Erwin Stengel. A pesar de ello, durante la década de 1985 a 1995 se diagnosticaron unos 40.000 casos, dos veces más que en el siglo anterior. Probablemente, la popularidad alcanzada en décadas anteriores por algunos casos famosos como el de Sybil (ver recuadro) llevara a muchos profesionales a estudiar la personalidad múltiple, pero otros se han negado a aceptar este trastorno que, en la actualidad, suele tratarse bajo la etiqueta de «trastorno de identidad disociada». La polémica viene de antiguo y aún no se ha zanjado: unos profesionales afirman que el «cambio de personalidad» es una mera forma de «hacer teatro», animada por terapeutas ingenuos y por la cultura del victimismo tan en boga hoy en día. En cambio, los creyentes alegan que los «otros yoes» que emergen del individuo son una manifestación de sucesos traumáticos, escindidos y enterrados. ¿Pueden ser ciertas ambas tendencias? Dado que el cerebro es capaz tanto de crear recuerdos falsos como de recobrar los que parecían haberse perdido, acaso el supuesto trastorno sea sólo cuestión de grado.
EXPERIENCIAS FUERA DEL CUERPO
En marzo de 2008, Rita Cárter, terapeuta y escritora científica especializada en el cerebro, publicó en Gran Bretaña una obra que este otoño aparecerá en España con el título Multiplicidad: La nueva ciencia de la personalidad (Editorial Kairós), donde la autora argumenta que «prácticamente todo el mundo posee una variedad de personalidades que trabajan al unísono la mayor parte del tiempo para dar la impresión de un yo unificado».
Las últimas investigaciones en neurología permiten afirmar a Cárter que los seres humanos, en vez de tener una sola identidad, tenemos al menos tres o cuatro: «Es cierto que estamos acostumbrados a pensar en nosotros mismos como personas introvertidas o extrovertidas, ambiciosas o conformistas, por ejemplo, pero raramente eso es así», explica la dos veces ganadora del premio de la Asociación de Periodistas Médicos de Gran Bretaña.
La anterior teoría podría explicar algunas de las contradicciones de la naturaleza humana. ¿Acaso no nos sentimos como si fuéramos diferentes en función de nuestro estado de ánimo, compañía o entorno? ¿No sufrimos innumerables lapsos de memoria, o compramos cosas que desde un principio habíamos rechazado? Todo el mundo responderá afirmativamente a lo anterior, aunque exista una notable variación en el número de «personalidades» que tengan y el grado de división entre ellas (ver recuadro). Con arreglo a esto, encontraremos a un lado del espectro algunas personas que son una y la misma en todas las situaciones; mientras que en el otro se situarán aquellas cuyas personalidades estén tan disociadas que ni siquiera comparten recuerdos comunes. «Mientras que la gente con supuesto trastorno de personalidad múltiple tiene huecos amnésicos durante los periodos en que incorporan otra personalidad, el resto sólo recuerda parches nebulosos. Y no olvidemos que existen ligeros estados de trance, el soñar despierto o rarezas como las experiencias fuera del cuerpo y los sueños lúcidos. Aunque no seamos conscientes de experiencias disociadas en esos momentos, el cerebro las registra y forma recuerdos que pueden aflorar después», argumenta Cárter. Sucede asimismo que, a medida que la vida moderna se torna más compleja, nuestras personalidades se «distancian» entre sí. Un niño que es llevado a otro país, por ejemplo, donde aprenderá otros idiomas, comportamientos y hábitos distintos a los de su familia, tendrá que integrar al menos dos personalidades: sentirá y actuará de forma diferente según en qué caso. Para tranquilizar a aquellos que relacionan la disociación con la patología y encuentran alarmante el aumento de personas que sufren de desapego crónico, Carter subraya que «la disociación normal puede proteger a las personas del dolor y la depresión. Las personas que se describen como 'múltiples' sufren menos estrés y esto nos hace pensar que la multiplicidad normal podría ser útil para ayudar a la gente a funcionar en un mundo cada vez más complejo».
EL MITO DEL YO MONOLÍTICO
En 1991, los psiquiatras americanos Martin T. Orne y Nancy K. Bauer-Manley expusieron una tesis similar a la de Carter en un artículo publicado en The self: Interdisciplinary approaches, donde analizaban críticamente tanto el mito del yo monolítico como el desafortunado empleo del supuesto trastorno de la personalidad múltiple que defienden muchos psiquiatras actuales, y que resulta sumamente negativo para la curación de los pacientes con tendencias disociativas. Orne y Bauer-Manley no sólo han insistido en que la noción del «yo» estable y consistente es un mito, sino que nuestra riqueza como seres humanos se debe a la «multiplicidad» de los estilos, roles, sentimientos y conductas personales que manifestamos, lo cual puede ser de gran ayuda en un contexto terapéutico: «La noción metafórica de que una variedad de acciones y sentimientos inconsistentes y conflictivos de una persona son 'partes' de un yo que el paciente se siente incapaz de asumir, puede ser útil, con o sin hipnosis, ya que permitirá acercarlos a su conciencia y facilitar la auto-responsabilidad y la curación». Sin embargo, parece que con frecuencia son los propios psiquiatras los que aceptan la metáfora de la multiplicidad y, en vez de ayudar al paciente a tomar conciencia y aceptar esos sentimientos y conductas que les resultan intolerables, refuerzan la idea de que «está dividido». Orne y Bauer-Manley son muy críticos en este sentido: «Se anima al paciente a culpar de su trastorno a una 'persona' diferente, es decir, se suprime su auto-responsabilidad invitándole a que valide su culpa transfiriéndola a un 'yo' incontrolable. El mal 'era obra del demonio', como se decía en épocas pasadas».
CONTAGIO SOCIAL
Probablemente, el mal empleo del mito ha contribuido al reciente aumento en la incidencia del diagnóstico del trastorno que venimos discutiendo, pero existe además un problema añadido: hay escuelas de psiquiatras que postulan que los abusos sufridos en la infancia, sobre todo de carácter sexual, se encuentran en la raíz del trastorno y que al menos algunos de los «yoes» afloran para proteger la personalidad primaria del abuso. Tales escuelas olvidan que no es posible distinguir los recuerdos exactos de las tabulaciones obtenidas mediante hipnosis; es decir, determinar con certeza si los recuerdos que libera el paciente durante la regresión son reales o si se los está inventando. Volviendo al trastorno de personalidad múltiple, parece que se ha producido una especie de «contagio social», pero se trata de una «manía ilusoria». Orne y Bauer-Manley señalan que se debe fundamentalmente a un problema de la memoria, y que si se trata como tal el paciente se fortalecerá aprendiendo a recordar sucesos incluso siendo dolorosos para él. Por el contrario, si se le trata como si no pudiera controlar su destino porque una parte o partes de sí mismo le controlan, se confirmará su indefensión y se sentirá víctima del destino. En este sentido, la labor del terapeuta es esencial, ya que nadie como él contribuye a crear la realidad para el paciente: «Los modelos que el terapeuta elige y las formas en que emplea las metáforas generadas por dichos modelos determinarán en gran medida el éxito en el tratamiento», concluye Orne.
UN EJEMPLO EXTRAORDINARIO
El caso clínico más conocido de personalidad múltiple en el siglo XX fue el de Shirley Ardell Masón. Esta mujer poseía supuestamente «dieciséis personalidades diferentes» y su historia fue narrada por Flora Rheta Schreiber y publicada en 1973 bajo el título Sybil. En 1976 se llevó a la pantalla y nuevamente en 2007 se estrenó otra película sobre su vida. Al parecer, Sybil había sido víctima de abusos sexuales por parte de su madre psicótica, y su padre no había sabido protegerla. A consecuencia de ello, desarrolló una serie de personalidades alteradas que encarnaban emociones y sentimientos a los que la Sybil «real» no podía enfrentarse. No tenía conciencia de sus otras personalidades, pero éstas tenían control sobre su cuerpo: sufría «desmayos» y luego no recordaba lo sucedido. Tras dieciséis años de terapia (¡uno por cada personalidad!), la psiquiatra Cornelia Wilbur ayudó a Sybil a integrar todas sus personalidades y curarse. La terapia de Wilbur mediante hipnosis y otros tratamientos resultó eficaz y sirvió de ejemplo para otros muchos psiquiatras con casos médicos similares. Sin embargo, en 1998, Robert Rieber, del John Jay Co-llege of Criminal Justice, declaró que Sybil no padecía el citado trastorno,sino que su caso era el de una «histérica extremadamente sugestionable», a la que Wilbur había manipulado con fines comerciales. El doctor Herbert Spiegel trató a la paciente cuando Wilbur estaba de vacaciones y apoyó dicha tesis. El caso terminó sin resolverse porque los archivos de Wilbur están sellados y tanto ella como si paciente ya han fallecido.
PELICULAS RECOMENDADAS:
- Una mente brillante.
- El club de la pelea.
- La ventana secreta.
A manera de que entiendan de que trata este trastorno, se adjunta un excelente cortometraje de un par de minutos:
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