viernes, 20 de febrero de 2009

La necrópolis cubana de Colón

Forma parte del paisaje y de la cultura espiritual de la capital cubana. El Cementerio de Colón constituye un singular conjunto de historias de amor, odio, heroísmo y fidelidad, en el cual se han tejido, con el paso de las décadas, numerosas leyendas y tradiciones, que han dado lugar a mitos que circulan de boca en boca entre los habaneros.

LA NECRÓPOLIS CUBANA DE COLON

Un enigma en el corazón de La Habana

La gran metrópoli funeraria posee una extensión sorprendente, cincuenta y seis hectáreas, lo que la coloca en cuarto lugar del mundo, sólo por detrás de otras grandes necrópolis ubicadas en Italia, Francia y España. Hasta mediados del siglo XIX, la ciudad de La Habana estaba protegida por una muralla, que la salvaguardaba de las malas artes de corsarios y piratas. En el exterior de la misma se encontraba el primer camposanto de la villa, el Cementerio General de la Habana o Cementerio «Espada». Pero el crecimiento de la población hizo que fuera necesario derribar la muralla y, con ella, el camposanto, con el fin de construir uno de mayor capacidad. Para la nueva necrópolis se escogieron los terrenos de San Antonio Chiquito, la actual Avenida de Colón, y se encomendó al más famoso de los almirantes.

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MUSEO A CIELO ABIERTO

La primera piedra se puso el 30 de Octubre de 1871, comenzando de esa manera las obras de tan portentoso monumento. El autor del proyecto original fue el arquitecto español Calixto de Loira y Cardoso, quien a la vez diseñó la portada de estilo románico que corona el cementerio, la conocida como «Puerta de la Paz». En ella se aprecia la representación de las tres virtudes cristianas: fe, esperanza y caridad.

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Nada más atravesar el portón nos encontramos con una hermosa vista de la capilla central, de planta octogonal, donde supuestamente estuvieron albergados los restos mortales de Cristóbal Colón. Ésta se sitúa en el centro de la cruz griega del trazado, lo que divide a la necrópolis en cuatro zonas principales. Durante más de un siglo, han sido muchos los artistas y escultores, tanto cubanos como extranjeros, que han dejado su huella arquitectónica en los monumentos y panteones del camposanto. Se puede apreciar, por tanto, una curiosa variedad de materiales y técnicas, dependiendo de los diferentes estilos empleados en la construcción de obras de arte en mármol, bronce o hierro fundido; de los vitrales que adornan las capillas; o en la profusa simbología funeraria formada por figuras y atributos religiosos, heráldicos o decorativos, de los estilos romántico, gótico, bizantino, clásico y art decó, que afloran a través de ojivales, columnas, archivoltas, cúpulas, estructuras escalonadas, esculturas alegóricas, bajorrelieves e inscripciones.

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Junto a la tumba de Logadiahay un banco para que los visitantes se sienten a hablar con ella.

En definitiva, un auténtico museo a cielo abierto; una monumental obra consagrada a la muerte que fue declarada Monumento Nacional en 1987 y que, además, cuenta con la primera sala de arte funerario abierta en Cuba.

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AMELIA GOYRI, LA MILAGROSA

Amelia Goyri de Adot perteneció a la alta burguesía cubana. En plena adolescencia se enamoró de su primo Vicente, a pesar de la oposición de su familia. Sus padres estaban en desacuerdo con la unión no por el hecho de que los prometidos fuesen primos, ya que pertenecían a ramas lejanas, sino porque el muchacho no tenía la suficiente liquidez económica. A pesar de todo, el amor triunfó y contrajeron matrimonio. Poco después, Amelia se quedó encinta y, ocho meses más tarde, sufrió un parto prematuro. Durante el mismo, falleció tanto la joven como la criatura que llevaba en su vientre. El joven Vicente se quedó viudo un triste 3 de Mayo de 1901, con tan solo veinticuatro años. Durante más de cuatro décadas fue a visitar al único amor de su vida a diario, vestido completamente de luto. Entraba, tocaba las argollas y decía en voz alta: «Amelia, despierta, que aquí está tu amado». Después se retiraba, daba una vuelta completa a la tumba y se marchaba caminando de espaldas hacia la calle. Vicente justificaba su modo de actuar, aduciendo que a una dama no se le debe dar nunca la espalda.

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En el año 1914 se murió su padre y decidió enterrarlo junto a su querida esposa. Cuando abrieron el ataúd, el cuerpo de Amelia Goyri estaba incorrupto, pero lo más sorprendente es que la niña, que había sido enterrada a los pies de la madre, se encontraba entre sus brazos. Al contemplar la escena, los sepultureros exclamaron absortos: «¡Milagro, milagro!». Pronto se corrió la voz, de manera que el pueblo bautizó cariñosamente a Amelia como la «Milagrosa». Por supuesto, cuando dejó este mundo, Vicente fue enterrado junto a la muchacha. Sorprendentemente, al siguiente día desapareció la argolla izquierda de la tumba, la correspondiente al lado del corazón. Todos recordaron entonces que el hombre siempre solía decir: «El corazón de Amelia solamente me corresponde a mí. Todos pueden tener fe en ella, pero el amor de Amelia solamente es mío». Con el paso del tiempo, el mito trascendió las fronteras cubanas y llegó a otros países, hasta el punto de que la tumba de la joven Goyri es la más visitada de todo el camposanto. En la misma nunca faltan flores frescas. Son incontables los peregrinos que, día tras día, realizan el mismo ritual: entran de frente, tocan las argollas, piden un deseo, se reafirman en su esperanza acariciando la estatua que custodia el monumento funerario, dan una vuelta completa a la tumba y se retiran sin darle la espalda en ningún momento. Dicen que si miras a los ojos a la estatua de Amelia, éstos, de algún modo, te indican la salida sin necesidad de volver la vista atrás.

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EL PODER DE TAITA JOSÉ

En una humilde tumba reposan los restos de una de las más afamadas videntes y espiritistas de La Habana: la señora Logadia. Poseía, según comentaban sus convecinos, unos poderes extrasensoriales inigualables. A través de su cuerpo actuaba el espíritu errante del gran Taita José.
Su «lugar de descanso» es el segundo más concurrido de la necrópolis, después del la de la «Milagrosa». Antes de morir dejó claro que todo aquel que quisiera seguir contactando con el espíritu de Taita para pedirle consejos o favores debía visitarla. En honor a la buena señora y a su guía espiritual, cada 17 de Mayo, fecha de su muerte, se celebra una fiesta junto a su tumba, en la cual no falta de nada. El sistema para contactar con el espíritu de Taita consiste en acercarse a la tumba de Logadia, tocar las argollas y pedir el consabido favor favor. Se debe hablar con ella como si se estuviera manteniendo una conversación normal. A tal efecto hay un banco de piedra junto a la lápida, justo a la altura de la cabeza de la mujer. Así los visitantes se pueden sentar para charlar tranquilamente con ella. También es costumbre fumar puros y echar el humo sobre la tumba. Las ofrendas son muy variadas, desde peticiones normales escritas en papeles doblados, hasta sistemas de santería, para lo cual se usa un coco al que se le añade miel, aguardiente, tabaco y algunas hierbas. Resulta llamativo ver la tumba de Taita José rodeada de placas por los favores cumplidos, mientras que en las colindantes no es extraño contemplar la presencia de los más variados elementos relacionados con la brujería.

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Una de las leyendas que circulan entre los habaneros sobre este camposanto es que si se introduce en una tumba vacía un coco con el nombre de una persona escrito en su interior, ésta persona muere. En una situada junto a la de Logadia se llevan a cabo rituales de este tipo, lo que contrasta con las buenas intenciones que se concentran en la «última morada» de la famosa espiritista.

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EL PRECIO DEL ETERNO DESCANSO

En la época de la apertura de la Necrópolis de Colón, en el ultimo cuarto del siglo XIX, las parcelas para la construcción de panteones comenzaron a venderse a treinta monedas de oro en la zona uno, a veinticinco monedas de oro en la zona dos, y así consecutivamente, bajando el precio según la franja se fuera alejando de la Puerta de la Paz y de la capilla principal. Nunca se ha enterrado a nadie en el cementerio de Colón sin pagar. En aquel entonces, los negros, que eran los menos pudientes de la sociedad, abonaban una sola moneda de oro, pero eran sepultados en una zona marginada, al fondo de la necrópolis, bastante apartada del resto de enterramientos. Sus cuerpos ni siquiera pasaban por la capilla central, lo que demuestra el palpable racismo que existía en aquellos tiempos.

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FIDELIDAD ANIMAL

«Fiel hasta después de muerta, Rinti». Así reza una placa junto a la tumba de Jeannette Rvder, fundadora del Banco de Piedad de Cuba. Esta mujer tenía una perra de nombre Rinti, que, tras su óbito, se desplazó voluntariamente a la tumba de su ama y se sentó a esperar su regreso. Fue imposible hacer nada por disuadir al animal, que solo quería estar al lado de Jeannette. No comía ni bebía, a pesar de que los encargados del cementerio le llevaban alimentos de vez en cuando. Finalmente, murió en aquel mismo sitio, por lo que la sepultaron junto a su ama. Es el primer y único perro enterrado en la necrópolis. En la tumba destaca la estatua de una mujer tumbada en una cama, con la manta hasta el cuello, y un can descansando a sus pies.


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EXISTEN CASOS VERDADERAMENTE ATÍPICOS

EXISTEN CASOS VERDADERAMENTE ATÍPICOS de enterramientos en el Cementerio de Colón. Son, por ejemplo, el de Julián del Casall, conocido como «el poeta triste», que murió por aneurisma durante un ataque de risa; el de la familia Loredo, cuya viuda visitaba tanto el panteón de su difunto marido, que instaló allí una línea telefónica; el de Alfredo Osmedo, mulato que se enterró junto a su mayor enemigo, el racista conde de Montera, para continuar en el más allá el enfrentamientola; o el de un presidente que construyó su panteón de tal modo que para entrar haya que agacharse.


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