sábado, 28 de julio de 2012

Cripto híbridos



La carretera comenzaba a descongelarse facilitando el rodaje de los vehículos, pero a pesar de ello los agentes Williams y Johnson querían asegurarse de que los pocos conductores que se aventuraran a transitar por ella no corrían más riesgos de los habituales. Era la noche del 3 de marzo de 1972. El coche patrulla circulaba con ceremoniosa precaución cuando de repente una extraña figura se dejó ver fugazmente ante los haces de luz del vehículo. "Aquello" parecía estar sentado o de cuclillas, por lo que en un principio los agentes de policía confundieron a la criatura con un perro de gran tamaño. Sin embargo, al poco del ser iluminado por los faros del coche, el animal se incorporó con aparente dificultad, mostrando con pavorosa claridad su verdadero aspecto a los atónitos policías.
La criatura medía entre 1 y 1,5 m de estatura, presentando una morfología casi humana y una piel grisácea de aspecto rugoso. Si su cuerpo no resultaba lo suficientemente anómalo para los testigos, cuando aquel ser descubrió su cara fue suficiente para que estos se mostraran evidentemente atemorizados. Su rostro era exactamente igual al de un lagarto o una rana, tenía los ojos grandes y rasgados, y en su boca no se apreciaban labios de ningún tipo. Fue el comienzo del que seria conocido como el incidente del "hombre rana" de Loveland, unos de los casos más insólitos de los archivos de hechos forteanos.


Hombres reptiles
El fugaz encuentro de los agentes, que apenas duró unos segundos ya que la criatura huyó sumergiéndose en las aguas del rio Little Miami, encontró una confirmación adicional al día siguiente, cuando localizaron las huellas que la extraña criatura había dejado cuando se arrastró ladera abajo, justo en el lugar por el que los agentes lo vieron huir. Los policías se limitaron a redactar su informe sin airear nada del asunto, lo que incrementó el valor del nuevo testimonio aportado por otro compañero del cuerpo, que unos días después se topó, cara a cara y a plena luz del día, con nuestro singular protagonista. Mientras realizaba su patrulla el testigo vio a un animal tumbado en la carretera, y detuvo el vehículo para retirar el cuerpo al pensar que se trataba de un perro u otro animal recientemente atropellado. Pronto salió de su error al contemplar de cerca y con indescriptible asombro aquella cosa con cuerpo de hombre... pero cuya cabeza y extremos de brazos y piernas se asemejaban a las de un reptil o una rana, completando el espeluznante cuadro unos ojos saltones y una minúscula boca sin labios.
Sin esperarlo, la criatura se revolvió sobresaltada, escapando de nuevo hacia las inmediaciones del rio. A pesar del susto, o quizá a consecuencia del mismo, el policía sacó su arma disparando sin éxito al misterioso ser, que no obstante daba la impresión de estar herido. En las semanas siguientes nuevos testimonios de lugareños se vendrian a sumar a este expediente, articulando un caso que cesó espontáneamente y al que jamás se encontró una explicación satisfactoria.
Sin duda corrió la misma suerte que el incidente ocurrido varias décadas antes, en mayo de 1955, al oeste de Cincinati. En esa ocasión un lugareño que conducía en su coche de regreso a casa tropezó en la carretera con lo que describió como tres extrañas criaturas parecidas a ranas o reptiles.Tenían aspecto reptiloide y caminaban de forma bípeda. Lo más absurdo es que sobre sus cabezas portaban una especie de tubos metálicos de los que salían chispas. Las estuvo observando por espacio de unos tres minutos, transcurridos los cuales se perdieron en la espesura de una gran extensión de matorrales.


El diablo de Jersey
"Medía unos dos metros y medio, con una figura muy delgada y una cabeza de forma extraña, provista de un hocico prominente. Lo que más me llamó la atención fueron sus alas plegadas hacia el suelo y terminadas en unas puntas que sobresalían por encima de sus hombros. Su color era gris parduz-co, aunque no pude observar el resto del cuerpo al quedar oculto por la maleza". Esta es parte de la descripción que realizó Sheila A. Fabi a los investigadores de la insólita observación que protagonizó el jueves 31 de agosto de 2000, cuando a las ocho de la mañana se disponía a arrancar su coche para acudir a su trabajo. Ocurría en las cercanías de Jersey, EEUU, y según pudo apreciar "daba la sensación de que aquella criatura me observaba con cierta curiosidad". Su relato, aunque es uno de los más recientes, se pierde entre los más de 2.000 testimonios recogidos desde que hace 270 años hiciera acto de presencia una criatura de grotesco aspecto que fue bautizada como el "Diablo de Jersey". Las leyendas locales atribuyen el origen de la historia al nacimiento de una criatura monstruosa en la región de
Leeds, que en unas versiones es el decimotercero hijo de una familia, que nacido deforme termina escapando al bosque tras ser repudiado y abandonado, y en otras un híbrido diabólico concebido por el propio demonio y la misma mujer, que la tradición apellida también como Leeds. Tal si de una gárgola viviente se tratara, reapareció tras los cien años de destierro a los que le sometió un exorcismo, contándose entre los testigos que lo avistaron en pleno siglo XIX al propio José Bonaparte o al héroe naval Stephen Decatur, quien a pesar de hacer diana cuando la criatura lo sobrevolaba, no logró abatirla. Sin embargo la gran eclosión de este caso, que por méritos propios lo haría pasar a la historia, tuvo lugar entre el 16 y el 23 de enero de 1909, cuando se reportaron más de un millar de observaciones -tanto en Jersey como en el sur de Filadelfia, Pennsylvania, y Nueva York-. Los testimonios llegaban por docenas con desconcertante similitud de zonas como Bristol, Burlington Columbus, Hedding, Kinhora o Rancocas. El 19 de ese mes, el matrimonio Nelson Evans de Gloucester tendría el privilegio de observar a la pintoresca criatura por espacio de diez minutos, con la serenidad que les proporcionaba el contemplarla a través de una ventana desde el interior de su casa, tras ser alertados de su presencia por unos ruidos. "Medía poco más de un metro, con la cabeza como la de un perro y la cara de un caballo. Su cuello era largo y tenía unas alas que casi le llegaban a los pies. Sus patas traseras eran como las de una grulla, con pezuñas de caballo. Caminaba erguido sobre esas patas traseras, con las extremidades delanteras más cortas levantadas, que tenían garras. No las utilizó en ningún momento mientras lo observamos". A la oleada de avistamientos de aquel tiempo, que motivó infructuosas cacerías colectivas, le siguieron años de absoluta sequía, con observaciones puntuales en 1927, principios de los cincuenta, y en los años 1981 y 1987, aglutinando casos que van desde descripciones visuales similares a las citadas, a la escucha de sus chirriantes gritos o al hallazgo de animales mutilados. ¿Cuáles fueron las explicaciones barajadas ante toda esta casuística? Junto a la de que se trataba de un ser diabólico o un niño deforme, las hipótesis incluyeron una supuesta invasión de patos y a colonias de pterodáctilos vivos, aunque la que contó con más adeptos fue la que desveló el misterio como fruto de la observación de grullas, cuyo tamaño y aspecto coincidía parcialmente con el retrato robot, aunque al no explicar los ataques, la cara de caballo ni la forma de su patas traseras, el misterio sobre su naturaleza se mantiene vivo.

El demonio de Dover
Como hemos comprobado, nuestras criaturas adoptan formas extrañas, difíciles de aceptar para una mente racional, pero las evidencias están ahí, desconcertantes y desafiantes. Nuestra última parada por esta casuística forteana nos lleva a Dover, en Massachussets, una zona que recibió en 21 de abril de 1977 la visita más extraña que sus habitantes recuerdan. El primero de los testigos fue el joven de 17 años Bill Bartlett, quien junto a dos amigos de su misma edad regresaban a su casa en Walpole. Eran aproximadamente las 22.30 horas cuando desde su volkswagen escarabajo, Bill percibió que algo se movía en un muro de piedra que se encontraba un poco más adelante, en el lado izquierdo del camino por el que conducía. Extrañado, redujo la marcha y sin parar maniobró hasta que los faros lograron iluminar la parte del camino donde había percibido el extraño movimiento. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió frente a los faros de su vehículo a la criatura más extraña que jamás hubiera visto. "Parecía tener el cuerpo de un bebé, con las extremidades exageradamente largas. Su cabeza era desproporcionada en relación con su tamaño; era grande y con una extraña forma como de sandía. Su color además era muy pálido, casi blanquecino, y su piel parecía papel de lija mojado. Los dedos de sus manos eran largos y finos, y al ser deslumbrada la criatura se quedó mirando con
unos penetrantes, grandes y vidriosos ojos de color anaranjado, que además era lo único que podía distinguirse en su rostro". Sus dos acompañantes no tuvieron la misma suerte y no pudieron contemplar al extraño ser. Sin embargo, dos horas después, otro joven, John Baxter, de 15 años, sí lo pudo ver claramente cuando se dirigía hacia la casa de su novia por Miller HUÍ Road. Tras ver su silueta sobre una colina y acercarse lo más que pudo, la contempló subida a una roca proporcionando una descripción similar, y destacando el color anaranjado de sus ojos. Un tercer testigo, Will Taintor, de 18 años, también la observó 24 horas después, con la única diferencia de que los ojos de la criatura fueron descritos como verdes. Sin fisuras notables, el incidente jamás pudo ser explicado ni se volvió a repetir. Al menos hasta este instante.




La "enigmática" luz del Valle de los Reyes


El Valle de los Reyes cada vez se parece más a un parque temático, pero sigue siendo uno de esos lugares del antiguo Egipto que posee algo especial. Si uno consigue aislarse de los rebaños de turistas, es posible imaginar cómo era la necrópolis hace milenios; aislada y repleta de tumbas medio ocultas en las laderas. Con muchos secretos en su interior...
por  José Miguel Parra Ortiz



Los únicos adjetivos que no cabría aplicarle por entonces serían los de solitaria y silenciosa. Silenciosa no, porque desde el momento en que se excavó en ella el primer hipogeo real, no dejaron de escucharse los golpes, gritos y exclamaciones proferidos por los obreros encargados de esta tarea y de las sucesivas realizadas en el valle. Solitaria tampoco, pues además de la constante presencia diurna de estos mismos trabajadores y artesanos, la cima de los riscos estaba guardada por los medjay, quienes por la noche, además, recorrían los solitarios valles para prevenir el saqueo de las tumbas reales.
Los trabajadores encargados del diseño, excavación y decoración de las tumbas de los faraones eran unos privilegiados. Ideológicamente, el soberano de las "Dos Tierras" tenía necesidad imperiosa de una tumba donde alojar su cuerpo difunto. Siendo así, los artesanos destinados a la tarea eran una parte vital del bienestar ideológico de la monarquía. Por esta razón todos ellos fueron alojados en un mismo lugar, cercano pero no demasiado, a la necrópolis. Era el modo de fiscalizarlos, controlarlos, y crear en ellos el "espíritu de cuerpo" que los distinguiría de los demás artesanos de Tebas.
El poblado de los artesanos recibe el nombre moderno de Deir el-Medina. No es que estuviera escondido, pero digamos que no le gustaba demasiado la publicidad, pues su vista directa desde la lejana orilla del Nilo quedaba oculta por una colina. Fue en ese recoleto lugar donde, a principios de la Dinastía XVIII, Tutmosis I creó un poblado para sus artesanos. Al principio sólo contó con unas 21 viviendas, pero posteriormente su número aumentó hasta llegar a las 68. No es de extrañar, pues con el paso del tiempo los trabajadores no sólo tuvieron que excavar las tumbas del Valle de los Reyes, sino también las del Valle de las Reinas.Total, que a finales de la Dinastía XX, cuando su tamaño fue mayor que nunca, vivían en el poblado unos 120 artesanos con sus familias. No es un número excesivo, pero bastó para la tarea.


Arqueológicamente hablando, lo más interesante del yacimiento no son sólo sus restos arquitectónicos, sino la enorme cantidad de documentación escrita que se ha recogido en él. Al ser un grupo selecto y reducido de importantes funcionarios estatales, el número de personas alfabetizadas que vivían en Deirel-Medina superaba infinitamente la media de cualquier otro poblado y, de hecho, de todo el país. Lógicamente, en él se escribía muchísimo: cartas, contabilidad, listas de la compra, contratos, etc. Por fortuna, en su momento se encontró el basurero donde fueron a parar estos documentos -ostracas y algún papiro que otro- cuando ya no se consideraron necesarios. ¡El sueño de todo arqueólogo! Millares y millares de textos escritos por gente normal hablando de su vida y de su trabajo. Una fuente de información que nos va a ayudar a desentrañar uno de esos pequeños misterios que tanto fascinan del antiguo Egipto: cuál era el sistema que utilizaban para alumbrarse a cien metros bajo tierra sin dejar restos de hollín en los asombrosos dibujos y relieves que decoran las paredes de las tumbas reales.


A cien metros de profundidad...
Para comprender mejor el sistema de iluminación, primero hablemos de los propios hipogeos. Las tumbas del Valle de los Reyes no fueron construidas al azar, sino siguiendo con relativa exactitud los planos trazados por los arquitectos reales. No es que queden demasiados restos de estos planos, pero sí los suficientes como para demostrar que se utilizaron. Además, tenemos la fortuna de que dos de ellos son, precisamente, representaciones de tumbas del Valle de los Reyes. Al estudiarlos podremos ver que sin duda fueron los egipcios quienes pensaron y excavaron las sepulturas de sus reyes; nada hay de enigmático en ello, como tampoco en la iluminación empleada en la tarea.
El primer plano que conservamos pertenece a la tumba de Ramsés IV, de comienzos de la Dinastía XX. Se trata de un dibujo trazado con regla sobre un papiro, lo que nos indica que se trataba de una copia en limpio destinada a los archivos reales. El papiro era un soporte de escritura caro y para el trabajo diario se recurn'a a los ostraca, es decir, lascas de piedra y trozos de cerámica más o menos lisos utilizados como soporte de la escritura. Es interesante comprobar que no es un plano tan exacto como los actuales. Muestra todas las partes de la tumba, sí; pero no menciona las dimensiones de todos los elementos representados. Aunque la mayoría se especifican, da la impresión de que en realidad la intención era mostrar las proporciones relativas de cada una de las estancias con respecto a las otras. Por ejemplo, los comentarios que aparecen escritos junto a lo que hoy se conoce como "Habitación W" de la tumba dicen: "1) Esta puerta está atada; 2) El cuarto -corredor- de longitud 25 codos; ancho 6 codos; altura de 9 codos, 4 palmos; siendo trazado con líneas, trazado con el cincel, relleno con colores y completado; 3) La pendiente de 20 codos, anchura 5 codos, 1 palmo; d) Esta habitación es de 2 codos; ancho de 1 codo, 2 palmos, profundidad de 1 codo, 2 palmos".


Evidentemente, estos preciosos rollos de papiro no se llevaban a la tumba más que en raras ocasiones, como pudiera ser la presencia del visir en visita de inspección al lugar. Para el trabajo diario, los jefes de obra contaban con copias exactas realizadas en un ostracon, mucho más incómodas, aunque muy "longevas" para el duro trato del día a día. Un ejemplo de este tipo de documento, también de un monumento del Valle de los Reyes, lo tenemos en el plano de la tumba de Ramsés IX, de finales de la Dinastía XX. Fue encontrado por los arqueólogos prácticamente in situ, casi con seguridad allídon-de fue arrojado tras terminarse el hipogeo real. No es que fuera muy manejable -es un fragmento de piedra caliza de algo más de 80 cm de largo-, pero desde luego ha demostrado su durabilidad.
Con las indicaciones del plano en la mano, una vez seleccionado el lugar adecuado en la falda de la colina, los jefes de obra señalaban a los picapedreros dónde comenzar a excavar. Al principio todo resulta sencillo, pues la luz es suficiente -excesiva de hecho- y los obreros pueden avanzar a pie firme. El problema comienza cuando alcanzan más de una decena de metros de profundidad dentro de la montaña. En la primera fase de la excavación los trabajadores son prácticamente mineros, de modo que no hay que preocuparse por las señales de hollín; pero ¿cómo se las arreglaban en los momentos finales del trabajo, cuando llegaba el momento de rellenar las paredes con delicadas pinturas y relieves? Entonces sí precisaban de una luz constante y relativamente fuerte que no manchara, y a cien metros en el interior de la colina, no es tarea fácil de conseguir. A primera vista resulta extraño que en ninguna pared se haya encontrado resto alguno del hollín que ¿invariablemente? debieran haber dejado las lámparas. Este supuesto "enigma" ha dado mucho que hablar y ha llevado a ciertos "investigadores" a realizar algunas aparatosas sugerencias -y unas todavía más estrafalarias interpretaciones de ciertos relieves visibles en la pared de un templo-.


Deslumhrados por el problema, estos "investigadores" están convencidos de que la tecnología egipcia tal cual la considera la egiptología fue incapaz de proporcionar la luz necesaria. Según ellos, es imposible evitar que las lámparas de aceite produzcan humo y por ello están desea riadas totalmente (?).También afirman, con razón, que el uso de la luz reflejada del Sol en unos espejos es inviable. Los espejos egipcios no eran de cristal, sino de cobre o bronce pulido. Estos materiales, si bien permiten obtener una imagen reflejada lo suficientemente precisa como para realizar labores de maquillaje, no son adecuados para la tarea de iluminación, pues reflectan menos luz de la que reciben. Esto significa que, como señan necesarios varios de ellos para conducir la luz hasta lo más profundo de la tumba, en el mejor de los casos allí sólo alcanzaría un ínfimo y disperso rayo de luz sin apenas luminosidad. Siendo así, la única explicación que estos "investigadores" conciben son los "misteriosos" conocimientos que le suponen a la cultura faraónica. En concreto, el uso de la electricidad para alimentar bombillas incandescentes...

jueves, 19 de julio de 2012

Mathausen, el campo de la muerte




"Ni en mis peores pesadillas hubiera sido capaz de imaginar tanto horror. Yo tuve suerte. Para otros fue mucho peor". Si existen las experiencias de regresiones a otras vidas, esta que narramos a continuación, aunando subjetividad y literatura, es una de ellas. El autor de este trabajo la vivió intensamente; es su particular visión del campo de la muerte...

por Miguel Blanco

Siempre me había sentido muy interesado por el tema de los campos nazis. En cuanto tuve la oportunidad de realizar aquella visita, me puse en camino sin pensarlo dos veces. Me encontraba en el norte de Italia. Desde allí me encaminé a la frontera de Austria y durante días paseé por los lugares donde el recuerdo del Holocausto se mantenía aún vivo. Fue entonces cuando quise dirigir mis pasos al misterioso campo de Mathausen, el lugar donde más españoles habían sido recluidos. Algo me llamaba poderosamente la atención y guiaba mis pasos hacia ese lugar. Pero no iba a serían fácil; no daba con su ubicación. Así, me dirigí a algunos vecinos de la localidad, pero... ¡ninguno sabía dónde se encontraba el lugar!
Era extraño, pero más tarde supe la verdad. Alguien me contó que era un lugar maldito en la memoria de sus habitantes, y que ninguno me daría detalles de dónde se encontraba. Aún duraba el miedo y la vergüenza por el horror que se vivió allí. Pero la fortuna era, como muchas veces, mi aliada, y siguiendo un camino, sin volverá preguntar a nadie, llegué a las puertas del campo. Era un día soleado de invierno y casi no había nadie en el recinto; ni guardas, ni guías... nadie que impidiese visitar uno de los lugares más terroríficos de la historia. Sin prisas, me dediqué a visitar los pabellones, el cementerio, los hornos...
De pronto, algo sucedió que hizo que toda mi percepción cambiara...

Mathausen, el campo de la muerte
Mi memoria no guarda recuerdos anteriores a ese momento. Sólo sé que estaba allí, desnudo, junto a otros miles de seres humanos que, como yo, habían perdido su condición de personas. Una voz potente me hizo tirarme al suelo al tiempo que descargaban sobre mis espaldas unos fuertes golpes que me hicieron retorcerme de dolor. Enseguida me volvieron a poner de pie regándome con un potente chorro de agua helada. Mi carne se estremecía.Todo a mi alrededor estaba nevado y el frío era insoportable.
Recuerdo que había viajado durante varias jornadas en un tren. Los de la Gestapo nos dieron mantequilla y manzanas y nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón. Llegamos a la una y media de la madrugada del 13 de diciembre de 1940. Estaba cayendo una nevada espectacular. Conforme descendíamos de los vagones nos molían a palos y los perros nos mordían. Luego, seguimos hasta la cima de un monte. "¡Os habéis librado de Franco, pero de esas no os salváis!", decían señalando a las chimeneas de los crematorios.
Fue muy duro ver a tantos paisanos entrar en las cámaras y no salir. Aunque más duro era verles morir en los campos de trabajo, helados por el frío y muertos de hambre y de dolor. Cuando por fin pude reaccionar supe que había llegado a uno de esos famosos campos de concentración que los nazis habían sembrado por toda Europa. Allí, junto a judíos, gitanos, homosexuales, prisioneros políticos, rojos y delincuentes perdería mi identidad convirtiéndome en un numero que aún llevo pegado a mi piel: el 2.909. Nadie hablaba en el barracón; ni siquiera nos mirábamos, todo era silencio, un silencio que nunca podré olvidar, roto de vez en cuando por una voz que nos gritaba en alemán y que sin entender nos obligaba a ponernos en marcha hacia un destino desconocido. Poco a poco pude saberque estaba en el ausmerzungslager de Mathausen, en Austria, cerca de la ciudad de Linz. Aquí se crió Adolf Hitler hasta los 18 años.
Mathausen era un campo de tercera clase, de exterminio. Los judíos que me acompañaron en el vagón del tren, junto a los gitanos, fueron conducidos enseguida a unas grandes naves con chimeneas enormes que, durante todo el día, vomitaban un extraño humo blanquecino, sembrándolo todo de un polvo ocre y gris. No los volvería a ver nunca más. Al llegar al campo eran gaseados y quemados en hornos... Los que pudimos sobrevivir a la "bienvenida", a los palos y al horroroso frío, fuimos conducidos a unos sucios y oscuros barracones. Allí nos acomodamos en unos catres de madera, marcados como reses y dispuestos como esclavos. Así comenzaría nuestro infierno...


Los peldaños malditos
Aún era de noche cuando volvió a sonar aquella vozterron'fica. Nos sacaron a todos al patio y, desnudos, nos rociaron con polvo blanco las piernas, el cuerpo, la cabeza, los ojos... Enseguida nos condujeron hacia un montón de ropas, las que nos habían quitado al salir del tren. Cada uno elegía pantalones, camisas, jerséis y, si tenías suerte, un abrigo, calcetines y calzado.
Una vez que conseguimos proteger la desnudez de aquel frío que mataba, nos pusieron en fila y nos llevaron al límite del campo. Volvíamos a ir en fila, con los ojos clavados en el suelo, sin hablar; nadie conocía a nadie, nadie se quejaba, no sabíamos nuestro destino, habíamos dejado de ser seres humanos y nuestra suerte estaba en manos de los guardias que, a la mínima, te golpeaban si no seguías el ritmo de la columna. Ese día vi caer a tres hombres. Algunos quisieron ayudarles pero les costó más de un golpe. El que caía no volvía a levantarse. El guardia que iba detrás disparaba sobre su cabeza. Cuántas veces deseé en los días siguientes caer y terminar...
Pero algo me empujaba y daba fuerzas. El Sol comenzaba a salir en medio de aquel paisaje nevado cuando llegamos a la base de una planicie con un enorme agujero en la tierra: nos esperaba la cantera de Wiener-Graben.
Un grupo de guardianes se encargó de repartir herramientas, unos capazos y, enseguida, nos empujaron escaleras abajo. Nunca olvidaré la sensación de pisar aquellos escalones. Alguien se había dedicado a esculpirlos en la fría roca de una manera irregular. Era un suplicio; uno era grande, el siguiente apenas tenía espacio para apoyar los pies, el siguiente estaba tan abajo que había que saltar para sortearlo, y así, hasta un total de 186 escalones malditos. Pero aún me esperaba lo peor... Como pude, y con las rodillas destrozadas por el esfuerzo, llegué a la parte más baja de la cantera. Allí tuve un segundo de pausa. Eso hizo que pudiese mirar a mi alrededor y tomar conciencia de dónde estaba. Miles de esclavos como yo estaban empezando el trabajo del día. Por encima de nosotros, decenas de guardianes escudriñaban el campo. Más cerca de nosotros otros nos vigilaban como perros furiosos. Había más de 5.000 personas trabajando y no se escuchaba más que el graznido de los cuervos que nos sobrevolaban. De pronto, todo se ponía en marcha: unos a picar los bloques de piedra y otros a transportarlos hasta una pequeña base. Allí se cargaban en los capazos que nos habían dado y ahí comenzaba el calvario. A mí me tocó cargar bloques. Me situaron en una cola enorme, que poco a poco avanzaba. Era una sensación extraña. Nadie sabía lo que había que hacer, nadie nos explicaba qué trabajo realizar, pero todos nos movíamos como piezas de un engranaje que funcionaba con la perfección y precisión alemana.
Por fin me llegó el turno y entre dos hombres me cargaron una enorme piedra recién extraída de la tierra. La pusieron a mi espalda y me empujaron. Ahora debía subirla por aquellos escalones malditos que había bajado un poco antes. Sólo tuve tiempo de echar un vistazo a la subida. No había tiempo para pensar ni para reaccionar. El peso de la piedra me hundía, pero debía avanzar. Y así, poco a poco, comencé a ascender. Mientras lo hacía me fijé en un guardián que apuntaba su rifle a la masa de trabajadores que había abajo. Sonó un disparo... y uno cayó al suelo. Vi como reían los soldados. Era su diversión: hacer blanco entre los trabajadores de la cantera. Lo hacían cada mañana. Muchos de nosotros acabañamos rezando para que el día siguiente nos tocara esa bala perdida para acabar con aquel infierno...
En aquellos días, mi vida se convirtió en una pesadilla. Pero de tanto sufrimiento, de tanto dolor acumulado se me anestesió el alma. Mis compañeros y yo nos llegamos a convertir en autómatas de carne, sin conciencia, sin voluntad, sin fuerzas para negarnos a las ordenes de los guardianes. Sabíamos que nuestra vida estaba en sus manos. Sólo durante las noches recuperábamos un poco de dignidad y la conciencia de lo que allí sucedía. Así pudimos reunimos los españoles y saber que tras la entrevista de Franco con Hitler en Hendaya, Serrano Suñer le dijo al alemán que hiciera lo que quisiera con los prisioneros españoles. Por eso fuimos enviados a campos como éste, destinado al exterminio. El gobierno español nos declaró apatridas y, oficialmente, en Mathausen no había españoles. Así que no existíamos, ni en nuestro país ni en el campo. No necesitábamos noticias como aquellas para saber que estábamos solos, perdidos en mitad de un infierno de sufrimiento y horror que pocos podrían comprender.
A pesar de ello, cuando se apagaban las luces del barracón me gustaba aferrarme a mis recuerdos. Recordar me acercaba a la vida. Pensaba en mis hermanos y en mis padres, que habían huido de la persecución que se iniciaba en España. No sabía la suerte que habrían corrido, pero en mi memoria seguían vivos y me encontraba con ellos cada noche, siempre que las pesadillas me lo permitían. Sólo los ruidos me traían de nuevo a la realidad. Ese ruido seco de la gota de agua que se filtraba por encima de mi cabeza, de la nieve derritiéndose en el tejado, o el sonido de las ratas paseando por entre las letrinas. Más de una vez, un millón de veces llegué a rezara Dios; estando allí dudamos que existiera tanta barbarie. Había pasado mil sufrimientos, tenía cicatrices de golpes y no sabía lo que aún me esperaba. Pero recuerdo cómo todos los días pedía que esa fuera la última noche. La sirena al amanecer afirmaba que mi petición no había sido atendida. Comenzaba un nuevo día en aquel infierno. Sabía que en breve mi dolor marcharía, pues me alejaba de la vida...


El monumento a los caídos españoles
Estaba frente a un monumento en memoria de los muertos españoles en el campo de Mathausen. De pronto, y sin saber por qué, sentí un intenso mareo que hizo que me derrumbase allí mismo. Estaba solo. Nadie podía auxiliarme. No sé cuánto tiempo pase allí. Al incorporarme y recobrar la conciencia traía conmigo una dramática experiencia que había sentido en primera persona. Como si mi otro yo me hablase desde el más allá. Como si yo mismo ya hubiera estado en ese campo de la muerte. Nunca sabré explicar qué me ocurrió, pero pude ver claramente los cuerpos de miles de seres humanos, sentí sus gritos; llegaba, incluso, a reconocer sus rostros y sus cuerpos mutilados. Y no pude hacer otra cosa que llorar... llorar desconsoladamente. No sé si eran los fantasmas que aún pueblan ese lugar o si, en otra vida estuve allí y morí junto a los miles de españoles que sufrieron un martirio desconocido para la mayoría. Se calcula que más de 10.000 españoles fueron a parar allí. De ellos,sólo 2.184 sobrevivieron. El resto murió por los trabajos forzados, fusilados, quemados en hornos crematorios, despeñados en la cantera, por un tiro en la sien en el momento de ser fotografiados o asfixiados en las cámaras de gas. El día 5 de mayo de 1945, Mathausen fue liberado por la 11a división blindada de Estados Unidos. Antes de salir del campo y con los ojos llenos de lagrimas caminé por el campo recogiendo algunas flores silvestres que habían soportado el invierno. Preparé un pequeño ramillete y con una devoción infinita lo deposité en el monumento a los caídos. Atrás dejaba uno de los capítulos más horrorosos de la historia humana. Rezo cada noche para que no se repita...

lunes, 16 de julio de 2012

Antropología forense



Durante siglos, la única forma de solventar enigmas del pasado era acudiendo a libros y documentos no siempre exactos. Hoy esto ha cambiado. Gracias a la ciencia, los misterios largamente enquistados están siendo descifrados y la Historia vuelve a reinterpretarse.

por Janire Rámila

Siempre que se reúne la Sociedad Antropológica Americana organiza una actividad multitudinaria que nadie desea perderse. Se trata de la sociedad de la última palabra y en ella los presentes rescatan un crimen o misterio histórico del pasado e intentan solucionarlo aplicando las modernas técnicas forenses. Por supuesto, cuanto más antiguo sea el caso, más interesante será su resolución. La razón es sencilla. Ciencias hoy tan cotidianas como la lexicología, la balística, la antropología forense o la dactiloscopia apenas poseen un siglo de vida. cuando no unas pocas décadas, como es el caso del estudio del ADN por lo que cuando son aplicadas a casos pretéritos que no disfrutaron de estas técnicas por ser entonces desconocidas, los resultados son del todo asombrosos. Los ejemplos son innumerables: la muerte del explorador Francisco Pizarro, el posible envenenamiento de Zachary Taylor o la leyenda sobre Anastasia Romanov. Con estas ciencias, el célebre dicho forense, "el tiempo que pasa es la verdad que huye", ha comenzado a dejar de cumplirse.


UN HOMBRE LLAMADO FRANCISCO PIZARRO
De siempre se ha sabido que Francisco Pizarro vivió como murió, espada en mano. Lo que nunca se había logrado descifrar es cómo acontecieron sus últimas horas de vida. o. más exactamente, a cuántos atacantes tuvo que hacer frente en la noche del 26 de junio de 1541, cuando un grupo de líeles soldados lo asaltaron en su residencia de Lima (Perú) para vengar antiguas rencillas. Según la crónica a la que se acuda, se hablará de entre siete y veinticinco, unas cifras que separan la simple reyerta de la batalla pura y dura, ya que es de suponer que si 25 fueron los asaltantes, seria porque Pizarro contaba con buenos amigos que lo protegían aquella noche.
Tal dilema se mantuvo hasta el año 1984, cuando un equipo de antropólogos, liderados por el doctor norteamericano William R. Maples, acudió a la catedral de Lima para estudiar unos huesos hallados durante una reforma tras uno de los muros e insertos en un sarcófago, cuyo epitafio comenzaba así: "Aqví está la cabeca del señor marqvés don Francisco Pizarra". El estupor fue tremendo, al guardar la catedral desde hacía siglos un relicario donde se custodiaba un cráneo que, se suponía, pertenecía al conquistador. Ahora, el hallazgo ponía esa atribución en entredicho. El único modo de solventar la duda pasaba por el análisis de ambos cráneos y de los huesos descubiertos.
Un dicho muy común entre los antropólogos forenses asegura que "la carne olvida y perdona las antiguas heridas, el hueso se suelda, pero siempre recuerda". Y es cierto. Como estructuras duras, pero a la vez flexibles, que son, los huesos guardan para siempre todo el daño que hayan sufrido en vida, ya sea un esguince, una rotura, un corte y, por supuesto, un apuñalamiento. No solo eso, también ciertas enfermedades quedan reflejadas en ellos, por lo que se han convertido en un arma imprescindible para resolver delitos que, de otro modo, quizá no hubieran sido esclarecidos. En el caso de Pizarro, los antropólogos forenses constataron la existencia de numerosos cortes en varias costillas, en el cubito, en el húmero, en la mandíbula, en el cráneo, en la columna vertebral, en la cuenca del ojo izquierdo... Estaba claro, los restos hallados tras el muro pertenecían al extremeño y no el cráneo venerado tanto tiempo en el relicario. Primer misterio resuelto. Y en cuanto al segundo, el del número de atacantes, los análisis revelaron que Pizarro se defendió heroicamente, pero que al final tuvo una muerte terrible y muy dolorosa. No en vano, tras ser desarmado y pedir clemencia de rodillas, sus verdugos hundieron los cuchillos una y otra vez sobre su cuerpo en un número aproximado de 14. Cifra que, sumada a la de los caídos en la refriega, se acerca a la de los 25 citados en algunas crónicas.


EL VIEJO CAMPECHANO
Por supuesto, el de Pizarro no es el único misterio histórico en el que la antropología forense se ha mostrado crucial. Como ciencia que estudia el hueso humano, sus cambios y la evolución que ha llevado a cabo a lo largo de diversas generaciones y en cada parte del mundo, su presencia es casi imprescindible en este ámbito. Basta pensar que en condiciones idóneas un cuerpo humano puede descomponerse totalmente en apenas un mes, por lo que poco quedará de él para ser estudiado en el futuro a excepción de los huesos. "La carne se descompone; los huesos perduran", es una de las máximas preferidas por el citado doctor Maples y autor de un libro de culto sobre antropología forense Los muertos también hablan (Alba, 2004).
Otros ejemplos del empleo de la antropología forense son la identificación de los esqueletos de soldados norteamericanos que aún siguen apareciendo en las selvas de Vietnam, y la de los fusilados y enterrados durante la Guerra Civil Española en campos y cunetas de nuestra geografía, donde la participación del director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada, José Antonio Lorente, es más que importante. En su libro Un detective llamado ADN (Temas de Hoy, 2004), Lorente afirma que las investigaciones de enigmas históricos necesitan de una visión conjunta en la que todo es importante para esclarecer la verdad, ya sean textos escritos, declaraciones de testigos o restos orgánicos. Cuanta más información se tenga, con más claridad actuarán estos modernos investigadores del pasado. A este respecto, un caso paradigmático fue el de la muerte por posible envenenamiento del ex presidente norteamericano Zachary Taylor.
Héroe en la guerra de Texas contra México, Taylor había sido elegido presidente de los Estados Unidos ganándose el afecto de todos, hasta el punto de que sus contemporáneos lo llamaban El viejo campechano. El 4 de julio de 1850, tras regresar de colocar la primera piedra del monumento a Washington, Zachary Taylor tomó un almuerzo a base de verduras crudas, cerezas y suero de leche helado. Enseguida llegó la diarrea aguda y cinco días después, el 9 de julio, la muerte.
Pese a que su óbito precipitó la marcha hacia la Guerra Civil, nadie sospechó de un posible envenenamiento, hasta que en 1928 un libro lanzó la teoría de que tras aquel inocente almuerzo quizá se escondieran manos proesclavistas. Como prueba, su autor adujo acertadamente que los vómitos y espasmos abdominales, la diarrea y el debilitamiento progresivo coincidían con los síntomas de una ingesta no fulminante de arsénico, pero sí mortal a los pocos días. El debate se mantuvo hasta 1991, cuando el asunto retomó actualidad, hasta el punto de organizarse un equipo multidisciplinar encargado de solventar la duda. Y es que la cuestión no era baladí, ya que de haber sido envenenado, Taylor se convertiría en el tercer presidente de los Estados Unidos asesinado durante su cargo, tras Abraham Lincoln y John F. Kennedy, y el primero en orden cronológico.
Al abrir su ataúd de plomo se descubrió un esqueleto con numerosos pelos aún adheridos al cráneo, toda una suerte, ya que, a diferencia de otros venenos, en las muertes por arsénico la toxina queda depositada en el pelo y en las uñas durante largo tiempo, incluso después de la defunción. Esos fueron los elementos recogidos por los expertos junto a tejidos situados bajo el cadáver, muy importantes estos últimos porque son los que absorben los líquidos procedentes de la descomposición. El análisis fue revelador: Zachary Taylor no presentaba ninguna cantidad de arsénico y su muerte se debió a causas naturales, probablemente a una infección intestinal. Para disipar cualquier duda, los doctores John Nichols y William Hamilton, encargados del estudio, argumentaron que, de haber sido envenenado, los síntomas que Taylor presentó solo podían explicarse a través del arsénico, por lo que al no hallarse rastro de este, quedaban eximidos el resto de venenos. Si ningún testigo hubiese descrito esos síntomas, los toxicólogos que participaron en este caso hubieran tardado mucho más tiempo en averiguar qué es lo que se buscaba. Por eso, es importante disponer de la mayor información posible.


LA REVOLUCIÓN DEL ADN
La lexicología y la antropología forense son herramientas poderosas para la resolución del pasado, pero lo que sin duda ha dado las mayores alegrías ha sido el estudio del ADN o la ciencia que lo engloba, la biología forense.
Su inicio se remonta al 28 de febrero de 1953, cuando los científicos James Watson y Fran-cis Crick descubrieron la estructura en doble hélice de la molécula de ADN, constatando que esta es única en cada individuo, pero formada a partir del 50% del ADN de cada uno de sus progenitores. Ambas cuestiones, tan sencillas en apariencia, son la clave para demostrar la identidad de un individuo o su relación de parentesco con otros, aunque todos lleven siglos ya muertos. Los inconvenientes son que no se encuentren restos de los que extraer ADN o que este se halle tan degradado o contaminado que su estudio resulte imposible. Uno de los primeros casos históricos en los que se utilizó esta técnica en España fue para descubrir si los restos hallados en el transcurso de unas obras realizadas en 1994 en el monasterio de Poblet (Tarragona), correspondían con los de la reina Blanca I de Navarra. Caso complejo, ya que si realmente eran los de esta mujer, también podrían servir para identificar los de su hijo, el Príncipe de Viana, que también descansaban en ese mismo monasterio desde hacía siglos. Y es que en su supuesta tumba se hallaban hasta tres cráneos, otras tantas tibias y dos grupos de vértebras dorsales.
Para complicar aún más el asunto, otros huesos aparecidos en la iglesia de Santa María de Nieva (Segovia) también se atribuían a doña Blanca, con lo que los antropólogos se encontraron con decenas de huesos y al menos cinco calaveras que identificar. Era el turno del ADN. Un equipo formado por los genetistas Miguel Lorente, Juan Carlos Ál-varez y José Antonio Lorente estudiaron el ADN mitrocondrial de las células óseas, que es el que se transmite inalterado de la madre al hijo, llegando a una inquietante conclusión: los huesos de Poblet pertenecían realmente a tres personas diferentes y no mantenían ninguna relación materno-filial entre sí.
Lo que el dictamen aseguraba es que los restos analizados no eran en ningún caso los del Príncipe de Viana o que si lo eran, no se correspondían con los de su madre, doña Blanca. Es decir, la pertenencia a uno de estos personajes excluía al otro. Aunque hubo una tercera posibilidad, que ninguno de los restos fuesen de las personas que se supone que eran. Como hasta la fecha no se han hallado otros huesos familiares con los que demostrar la identidad de uno u otro personaje, el misterio continúa vivo.


El MISTERIO DE LUIS XVII
Un caso semejante, aunque con un final muy distinto, tuvo en vilo a Francia hasta el año 2000. La historia se remonta a enero de 1794, cuando el hijo varón del rey Luis XVI y María Antonieta fue encerrado tras la ejecución de sus padres por orden de Ro-bespierre. En una celda de la fortaleza del Temple, el que hubiera sido Luis XVII, entonces con nueve años de edad, sufrió todo tipo de privaciones hasta su muerte el 8 de junio de 1795 por tuberculosis. La crueldad de la medida y el secretismo que rodeó al entierro del infante hicieron correr el rumor de que Luis XVII no había muerto realmente, de que había logrado escapar, y de que era otro niño el que ocupaba su lugar en aquella fosa oculta.
Durante décadas, muchos fueron los que aseguraron ser el auténtico Delfín, por lo que en 1846 las autoridades se vieron obligadas a exhumar el cadáver. Aquel rudimentario análisis no extrajo nada en claro y el misterio continuó hasta el citado año 2000, cuando el profesor Cassiman, de la Universidad de Lovaina (Bélgica), y el profesor Bernard Brinkmann, de la Universidad de Münster (Alemania), examinaron, respectivamente, cabellos guardados de María Antonieta y un corazón custodiado en la cripta real de Saint Denis de París (Francia) que la tradición atribuía a Luis XVII. El enigma quedó despejado. El ADN mitocondrial de ambos restos coincidía, eran los de madre e hijo, demostrándose que el pequeño Luis
había fallecido realmente en aquella oscura e insalubre celda, seguramente solo, asustado y sin comprender lo que sucedía a su alrededor.

LA MALDICIÓN DE LOS ROMANOV
Pero ¿qué hubiese ocurrido de no haber contado con ese corazón y con los pelos de María Antonieta? Sencillo, que el misterio continuaría vigente. Y es que estos modernos investigadores actúan" muchas veces como auténticos detectives, buscando concienzudamente las pruebas necesarias para realizar sus análisis, que hospitales, coleccionistas privados y museos guardan como tesoros en sus estantes y vitrinas. Así fue como se solventó otro gran misterio que comenzó en la noche del 16 de julio de 1918, cuando la familia del zar Nicolás II fue asesinada al completo por los bolcheviques rusos en la localidad de Ekaterimbur-go. Al igual que en el caso de Luis XVII, los rumores surgieron casi de inmediato y estos hablaban de que Anastasia, la más joven de las hijas de los Romanov, había logrado huir gracias a un criado bondadoso. Pero nadie conocía su paradero. La masacre supuso tal conmoción, que en los años venideros muchas fueron las •» mujeres que aseguraron ser la princesa imperial Anastasia. De ellas, la más célebre se llamaba Anna Anderson. Su asombroso parecido físico con la princesa y sus conocimientos sobre la vida de los Romanov hicieron que muchos pensaran que estaban ante la auténtica Anastasia. Y, aunque su historia inspiró guiones de películas y libros, sus pretensiones de recuperar el trono nunca se vieron satisfechas, falleciendo como cualquier otra persona en 1984. 
En aquel entonces todavía se desconocía el potencial del ADN para lograr la identificación de las personas, pero no en 1990, cuando el director cinematográfico Geli Ryabov y el geólogo Alexander Avdonin exhumaron nueve cuerpos de una cuneta de Ekaterimburgo. El ADN presente en ellos se cotejó con el de familiares directos de los Romanov, incluyendo al esposo de la reina Isabel II de Inglaterra, el duque Felipe de Edimburgo. Efectivamente, los restos pertenecían al zar y a sus hijos, pero faltaban dos esqueletos, uno sin duda el del zarevich Alexei, el único hijo varón. ¿Y el otro, el de Anastasia? ¿Podía ser cierto que Anna Anderson no hubiese mentido?
Para averiguarlo había que recurrir nuevamente al ADN, pero ahora cotejando una muestra de la propia Anderson con cualquiera de los huesos atribuidos a la familia imperial. El problema fue que Anna había sido incinerada. Comenzó entonces una búsqueda desenfrenada por parte de investigadores del Forensic Science Service, capitaneados por el doctor Peter Gilí, para hallar algún resto de la mujer, por nimio que fuera. Y lo encontraron. En 1970, Anna Anderson había sido operada en el Hospital de Charlottesville (EE.UU.), donde se guardaban restos de sus tejidos inmersos en parafina, sin duda, por la singularidad del personaje. Cuando estos se cotejaron con los rescatados de la cuneta de Ekaterimburgo se descubrió que, efectivamente, Anderson era una impostora.
Poco después se hallarían en una cuneta muy cercana a la ya mencionada las cenizas de dos cuerpos: pertenecían a los dos hijos que faltaban por localizar de Nicolás II. El misterio quedaba totalmente resuelto.

UN FUTURO PLAGADO DE INCÓGNITAS
¿Qué conclusiones podemos extraer de todos estos casos? Principalmente una, que con los datos necesarios y las técnicas adecuadas, ningún misterio histórico se resiste al avance científico. Pero también la idea contraria, que la falta de esos datos o la ausencia aún de una ciencia bien desarrollada perpetuará el enigma.
Por ello, dilemas como averiguar la procedencia de las voces escuchadas por Juana de Arco, saber si los restos guardados en Compos-tela son realmente los del apóstol Santiago o si aquel esqueleto carbonizado encontrado en Berlín pertenecía a Adolf Hitler, continuarán durante muchas décadas aún en pie.

Resucita el enigma de la Sábana Santa


 

Un nuevo estudio científico confirma la autenticidad de la Sábana Santa deTurín. De acuerdo a la investigación efectuada por un químico norteamericano, las muestras que se analizaron mediante carbono 14 en 1988 no eran más que un remiendo medieval. Se reaviva así la polémica sobre la más famosa reliquia de la cristiandad.

por Bruno Cardeñosa

Un nuevo estudio ha devuelto la Sábana Santa a la más rabiosa actualidad. Quince años después de que un equipo de científicos de tres universidades de prestigio concluyeran -tras someter el lino a una datación mediante el carbono 14- que el sagrado lienzo es una "falsificación medieval", un químico vinculado a la NASA ha descubierto que aquel estudio fue erróneo. ¿La razón? Los laboratorios implicados analizaron un fragmento de la reliquia que fue añadido tras un incendio sufrido en 1532.
El responsable de la nueva investigación es un químico llamado Raymond N. Rogers. A propósito de su prestigio y credibilidad no hay discusión. No obstante forma parte del equipo de científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos (Nuevo México, EEUU), una institución que habi-tualmente trabaja para las misiones espaciales de la NASA y que está en la vanguardia de todos los avances tecnológicos de la actualidad.
Gracias al raspado de impurezas y remiendos efectuados en Turín hace dos años, el científico efectuó un complejo análisis químico de las sustancias que están adheridas al lienzo. Tras elaborar su investigación, envió el paper a la publicación científica de referencia, Thermochimica Acta, en cuyo consejo de redacción se determinó crear un comité de arbitraje que enjuició el hallazgo para certificar su credibilidad. Al fin y al cabo, así es como trabajan las publicaciones científicas. Después de las pesquisas, se decidió dar luz verde al informe, que se publicó en el número correspondiente al mes de enero de 2005.

La clave tiene nombre: vanilina
La principal aportación efectuada por Rogers consiste en el descubrimiento de una sustancia química, denominada vanilina, que cubre algunos fragmentos de la reliquia. Sin embargo, Rogers averiguó que la vanilina sólo aparece en los remiendos que unas monjas colocaron en la Sábana Santa tras el incendio que sufrió en el año 1532. El hecho es que la también llamada Síndone se encontraba doblada en un arcón de plata que, al fundirse, consumió los vértices de cada doblez. Las monjas utilizaron otra tela para cubrir los "huecos". Son esos trozos de tela los que incorporaron esa sustancia. En cambio, la parte central de la misma, en donde aparece la imagen, no presenta resto alguno de dicha sustancia. Lógicamente, Rogers estableció que este componente era un rasgo distintivo de aquellas partes de la tela que pertenecían al siglo XIV y que, por tanto, no eran originales.
Lo más llamativo vino cuando el equipo de trabajo del Laboratorio Nacional de Los Álamos detectó trazas de vanilina en uno de los vértices inferiores de la Sábana. Casualmente, esa parte de la reliquia es la que fue cortada en Turín el 21 de abril de 1988 para que los laboratorios de las universidades de Oxford (Reino Unido), Zurich (Suiza) y Arizona (EEUU) aplicaran el método del carbono 14 a fin de conocer la antigüedad del objeto. Dicho método, muy utilizado en arqueología para desvelar la datación de piezas desenterradas, fue considerado como el definitivo para aclarar el enigma.
Finalmente, el 13 de octubre de 1988, los científicos dieron a conocer que la Síndone no databa de la época de Jesús. De acuerdo a la técnica usa da, el lienzo había sido fabricado entre los años 1260 y 1390. Nos encontrábamos ante un fraude...
La repercusión mundial de la noticia hirió de muerte a todas las informaciones posteriores sobre la Sábana de lino. La desilusión provocada hizo que este fascinante asunto abandonara para siempre el Olimpo informativo. El tema dejó de interesar, pese a que entre los sindo-nólogos de todo el mundo se abrió un acalorado debate sobre la idioneidad o no del empleo de ese método para aplicarlo a una muestra tan singular. Dos congresos internacionales celebrados en 1989 y 1990 sirvieron para que científicos de diversos países presentaran ponencias que cuestionaban el estudio.Todas aquellas "quejas" cayeron en saco roto, pese a que MichaelTite. del Museo Británico, pidió disculpas públicas por los errores metodológicos y protocolarios que se cometieron durante el análisis, del que él mismo fue nombrado garante por el Vaticano. En cierto modo, reconocía la nulidad de la prueba, pero su confesión fue ignorada por los grandes medios de comunicación.
Sólo ahora, pasados quince años, el enigma ha vuelto a asomar entre las noticias de la prensa internacional. Según afirmó el citado Raymond R. Rogers, "el hecho de que la vanilina no se haya encontrado en el tejido de la parte central de la Sábana, de la misma manera que no se halla en otras telas igual de antiguas, indica que la datación anterior tiene que estar equivocada. El trozo que analizaron los laboratorios, efectivamente, es aproximadamente del año 1290, pero es imposible que el resto de la reliquia sea de la misma fecha.Tiene que ser mucho más antigua". Como nueva datación, en función de la vanilina, Rogers propone que Sábana Santa tiene un mínimo de 1.300 años y un máximo de 3.000. Es decir: podn'a datar de la época de Jesucristo y, por tanto, ser lo que es según la tradición, es decir, una suerte de impregnación del lienzo, por medios inexplicables de alguien que falleció tras ser crucificado...


Dudas desde 1988
La nueva datación ha suscitado polémica, incluso en el propio seno del Vaticano. De forma sorprendente, en círculos eclesiásticos, el trabajo de Rogers no ha sido acogido con ilusión. A la palestra ha saltado monseñor Guiseppe Ghiberti, presidente de la Comisión para la Síndone creada por el arzobispado deTun'n, en cuya catedral se conserva la reliquia. Este comité fue el que hace dos años aprobó un proceso de limpieza de la misma, que consistía en extraer del objeto original -independientemente de la fecha de datación- aquellos trozos de tela añadidos por diversos asuntos. Entre ellos se recortaron los remiendos y la llamada "tela de Holanda", colocada en siglos pasados en la parte anversa del lienzo con objeto de protegerlo. Además, se encargó a la doctora suiza Mechild Flury-Lemberg que extrajera todas las impurezas del lienzo, razón por la cual, tras la depuración, quedó de un color mucho más claro del que habitualmente posee.
Sin embargo, Ghiberti asegura que en ese examen no se descubrieron remiendos de ningún tipo en la parte que fue analizada mediante el carbono 14. Para Rogers, sin embargo, no hay espacio para la polémica: "Mi estudio ha sido objeto de un seguimiento independiente para ser aprobado y publicado en una revista científica", declaró a la agencia de noticias Zenit. Tal cosa indican'a que no existe error posible. De hecho, para clarificar el asunto, Rogers ha especificado que su estudio no indica que todo el trozo analizado fuera "moderno", puesto que bastaría con unos hilos añadidos -de hecho se sabe que en aquellos sectores de la Sábana que queda ron empobrecidos, se reforzó con nuevas tramas la textura- para que la vanilina aparezca e invalide cualquier estudio. Como prueba adicional presenta unas imágenes tomadas con rayos ultravioleta en el año 1978, en las que se percibin'an esa suerte de hilos postizos que fueron erróneamente utilizados por los laboratorios de Oxford, Zurich yArizona.


La conjura del carbono 14
Sin embargo, ésta no ha sido la primera vez que la prueba del carbono 14 sufre un jaque. Ya en 1988, Gabriel Vial, director del Museo de Tejidos de Lyon (Francia), advirtió a los científicos encargados de la prueba que "el punto seleccionado podn'a ser una reparación". La advertencia cayó en saco roto. También lo recordó en septiembre 1989 Franco Testore, durante el Simposio de Pan's: "La muestra puede tener síntomas de contaminación, ya que se encuentra a muy escasos centímetros de una de las zonas que sabemos fue dañada por el incendio de 1532. Además, sobre este punto se han acumulado siglos de suciedad y se ha producido lo que se conoce como electroforesis, es decir, suciedad en la cavidad de las fibras de lino". Con anterioridad, el sindo-nólogo italiano Giovanni Riggi publicó un trabajo titulado Rapporo Sindone, en el cual advertía que la zona señalada "presenta hilos de otra naturaleza que, aunque en cantidad mínima, pueden conducirá variaciones en la datación, puesto que son de incorporación tardía". En cierto modo, lo que estaba haciendo era anticipar el resultado del estudio publicado en el año 2005 por el norteamericano Rogers.


Uno de los investigadores disidentes -a los que nadie tomó en consideración en su momento- fue el británico Peter H. South, director del Laboratorio de Análisis Textil úe Ambergate (Gran Bretaña). Denunció que en las muestras utilizadas para el análisis mediante carbono 14 había elementos impuros: "Se detectó algodón, un algodón fino, amarillo oscuro. Desafortunadamente, es imposible explicar cómo esas fibras acabaron en la Sindone que,fundamentalmente, está hecha de lino. Es posible que se utilizaran en el pasado para restauraciones". Los periodistas a quienes reveló esas informaciones no lo tomaron en cuenta. Ni siquiera cuando South publicó en la revista especializada Textile Horízonts aquellos datos. Quince años después, la inutilidad de aquellos reporteros ha quedado demostrada del mismo modo que quedó patente cómo, entre científicos y medios de comunicación, hubo una sintonía no pactada que, sin embargo, condujo al mundo entero a sufrir un engaño masivo.
En su libro El escándalo de una medida -Ed. Marcombo, 1991-, los periodistas Enmanuella Marinelli y Orazzio Petrosillo muestran cómo tras el análisis efectuado por los tres laboratorios que condenaron a la Sábana Santa a convertirse en una falsificación medieval existieron enormes incorrecciones. Por un lado, no se siguieron los protocolos pactados previamente por los científicos, mientras que, además, los trozos examinados incluso pudieron ser alterados durante el proceso de traslado entre Turín y los diversos laboratorios. Además -y en contra de lo que establece cualquier pauta de comportamiento científico- los laboratorios mantuvieron contacto entre sí durante todo el proceso de investigación -aproximadamente seis meses-, "sin que nadie se enterara pero asegurándose entre ellos que los resultados de unos y otros coincidían", denunció el reportero francés Bruno Bonnet-Eymard. El hecho de que pudieran llegar a existir comportamientos guiados por la mala fe es una posibilidad que la Iglesia y los propios científicos siempre quisieron evitar. Ahora, a la luz de los nuevos hallazgos -que elevan a dogma las sospechas publicitadas por los sindonólogos hace 15 años-todas esas informaciones han de ser rescatadas. Hay que citar, por ejemplo, otro de los asuntos bien extraños que se dieron durante las pruebas del radiocarbono. Por ejemplo, uno de los científicos implicados en el análisis de aquellas muestras, el británico Harry Gove, logró que los tres laboratorios citados llevaran a cabo el mismo proceso de descontaminación de trozo empleado. Tal cosa va en contra de cualquier independencia científica, ya que como denuncian Marinnelli y Petrosillo "de este modo se aseguraban los laboratorios que el resultado entre ellos no iba a ser dispar". Ahora, a tenor del tiempo transcurrido sólo queda espacio para la sorpresa y el escándalo: "Las muestras analizadas sólo estaban contaminadas al uno por ciento", declaró Edward Hall, director del laboratorio de Oxford (Reino Unido), uno de los tres que participaron en el análisis.
A sabiendas de que ya se conoce que esa contaminación era enorme, las dudas sobre la actitud de los responsables de los laboratorios que participaron en la prueba del carbono 14 deben reactivarse. Hall fue quien, en la rueda de prensa ante los medios en la que se comunicó el resultado, afirmó que la Sábana Santa "contiene sangre de cerdo", en relación a Jesús de Nazaret. ¡Ah! Como Hall reveló el resultado del carbono 14 a un diario británico con antelación -quebrando todos los protocolos-, cobró por la exclusiva varias decenas de miles de libras esterlinas. Afortunadamente, no hay mentira que dure mil años. La del estudio científico que concluyó que la Síndone es una falsificación medieval se ha quedado en sólo quince. La farsa comienza a salir a la luz.

Visiones y profecías de la madre Ràfols




La figura de la insigne religiosa María Ráfols i Bruna (1781-1853), nacida en el municipio catalán de Vilalranca del Penedès, brilló no solo por su desinteresada entrega a los pobres y enfermos, sino por la cantidad de cansinas que vivió a lo largo de su admirable existencia. Hechos prodigiosos y profecías que salieron a la luz tras descubrirse sus cartas y escritos por parte de una monja de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, institución fundada en Zaragoza por la propia María Ráfols, su primera superiora general. Aunque procuró mantener bajo el más estricto secreto sus visiones, revelaciones y su don profetice, además de sus ha/añas heroicas, finalmente se vio obligada a redactar todo por una supuesta orden divina. "El Sagrado Corazón me manda escribir detalles de mi vida íntima, y cuánto sacrificio me cuesta este mandato, porque yo quisiera borrarme de la memoria de las criaturas presentes y venideras; pero me lo manda el Sagrado Corazón de Jesús y tengo que escribir, a pesar de todas mis resistencias", confesó en uno de sus escritos. Aun así, ocultó esos documentos autobiográficos, considerando que "no sé cuándo saldrán a la luz todos mis escritos, pero si tengo la seguridad que serán encontrados cuando se necesiten".
Curiosamente, por las mismas fechas en que se descubrieron sus manuscritos también se halló un texto de su confesor, Agustín Oliver, titulado Datos de la muerte de la madre María Ráfols, donde revelaba detalles de los últimos instantes de la vida de la beata, incluyendo un mensaje que presuntamente recibió de Cristo antes de morir y que se convirtió en profetice: "Yo liaré que lo que lias escrito por mandato mío lo encuentre a su tiempo una hija tuya, muy amada de mi corazón". Esos documentos íntimos permanecieron ocultos durante más de setenta años, mezclados con otros de la congregación. Fue en marzo de 1926 cuando una de las hermanas de la Caridad de Santa Ana encontró un escrito de la beata titulado Cuadeniito espiritual, así como una carta fechada el 14 de mayo de 1835. Hasta 1932, la misma religiosa descubrió otros escritos como Para mis hermanas en religión, Reglas para dar cuenta de conciencia, Para después de mi muerte, Avisos espirituales para el bien de la hermandad, Inspiraciones del corazón de Jesús, etc. Escritos que datan entre el 19 de abril de 1815 y el 2 de enero de 1849.


UNA VIDA ENTREGADA A JESÚS
La infancia y adolescencia de la madre Ráfols transcurrió en un ambiente familiar muy religioso. Precisamente, sus padres, Cristóbal y Margarita, eran conocidos por sus virtudes cristianas. Practicaban una caridad ejemplar hacia los más pobres y necesitados. Es obvio que esa circunstancia influyó en el destino de la beata. Ella misma, en un cuaderno autobiográfico, escribió: "Os doy gracias, Dios mío, cuantas puedo por haber tenido unos padres tan cristianos, por haberme criado alejada del mundo junto a dos conventos de religiosos, donde pude formar mi espíritu tan sólidamente". Una vocación religiosa que comen/ó a la temprana edad de tres años, si nos atenemos a lo que ella misma confesó: "Mi principal director ha sido el corazón de Jesús. Puedo asegurarles que desde la edad de tres años, en que yo creo que tuve perfecto uso de razón, ya me consagré a Él en cuerpo y alma, y desde esa edad tomó posesión de mi voluntad, que me obligaba a obedecerle en todo, sin que yo pudiera ponerle ninguna resistencia". También aseguró que desde ese momento surgió su fervor hacia la Virgen, a la que creía ver siempre a su lado, recibiendo de ella instmcción y protección.
A los catorce años, cuando estaba haciendo la primera comunión, sintió que Jesús le decía: "Hija mía, dame tu corazón. Si eres fiel a mis gracias, vivirás siempre en mi corazón. Tengo grandes designios sobre ti. Mi Madre y yo te guiaremos en el espinoso camino que tienes que recorrer para mi gloria y salvación de muchas almas". A los pocos días de recibir ese sacramento, que para ella fue crucial, ingresó en la Orden de Religiosos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, gracias a las gestiones realizadas por fray Manuel de Montoliu, comendador de Vilafranca. "Aquí en este santo retiro encontré el medio de satisfacer mis deseos de vivir solo para Dios y para sus pobres", declaró. Sin duda, su camino ya estaba trazado.


LA HERMANDAD DE LA CARIDAD
En junio de 1803 recibió un presunto mensaje de Jesús instándola a fundar una Hermandad de la Caridad para "ver remediadas todas las necesidades de la humanidad, enferma de alma y cuerpo". Ella aceptó muy gustosamente la misión encomendada, por muy sacrificada que fuera. Por esas mismas fechas, se cruzó en su vida el sacerdote Juan Bonal, que llevaba una incansable labor con los más necesitados, y ambos se unieron en tan nobles aspiraciones. "Después que conocí a este sacerdote, no me quedó ninguna duda que era el instrumento que Dios me daba para realizar todos mis proyectos", escribió la madre Ráfols. Cuando en 1804 abandonó su tierra natal para dirigirse a Zarago/a y cumplir lo que ella consideraba un mandato divino, es decir, la futura fundación de la hermandad, recibió un nuevo mensaje de Cristo: "Hija mía, vo sé que por mi amor has dejado el tranquilo retiro de las sanjiianistas. Yo te concedo desde este día el espíritu de oración y contemplación más perfecto que puedo doren la Tierra a mis criaturas". Entre la multitud de mensajes que recibió, algunos tenían carácter premonitorio. Respecto a la casa donde vivió con sus padres, Jesús le dijo: "Esta casa será un lugar muy venerado; las muchedumbres aquí vendrán a implorar protección en sus necesidades. También quiero que tus hijas, ayudadas de otras personas caritativas inspiradas por mí, levanten en las cercanías de este santo recinto un hospital donde se puedan alojar los pobres y toda clase de enfennos en memoria de la caridad tan grande con que tú y tus piadosos padres acogíais a mis hijos necesitados". El 1 de mayo de 1931, el obispo de Barcelona, Manuel Irurita, inició esos proyectos, bendiciendo la primera piedra del templo que erigieron en aquel lugar en honor a la Virgen del Pilar. Así pues, la casa de la familia Ráfols se convirtió en centro de peregrinación para numerosos devotos de la beata.


Otro mensaje profético, relacionado con el sitio donde construirían el templo, fue dado a María Ráfols antes de que comen/aran las obras: "Muy cerca de este lugar -afirma que le comunicó Jesús- hay un tesoro escondido y cuando lo encuentren, Yo haré que a tus hijas lo entreguen. Este tesoro que te anuncio es mi imagen que en estas últimas guerras fue robada de la iglesia del Convento de los Dominicos, y al pasar por aquí rompieron la cruz con unas piedras para desclavar mi imagen. Al ver que no era de lo que ellos creían hicieron las más horrendas profanaciones y me maldecían como si fuera yo la mala suerte de ellos (...) Quiero que todo esto lo consignes para que cuando esta imagen mía, que tan idtrajada fue, esté ya en poder de tus hijas, le hagan un acto de desagravios y que desde ese día le llamen el Cristo Desamparado que pide reparación". Pues bien, en 1928 la casa donde nació la beata fue adquirida por la Congregación de Santa Ana. Tiempo después, se hicieron unas obras para cercar la finca y plantar un jardín. El 15 de noviembre de 1929, el peón Juan Aman, que trabajaba en el lugar con otros cuatro obreros, estaba abriendo una xanja cuando de improviso descubrió un caicifijo. Al cogerlo, observó que su mano estaba manchada de sangre. Pensó que sin darse cuenta se había hecho una herida, pero al limpiarse se dio cuenta de que no tenía el menor rasguño, así que no se trataba de su propia sangre. Llamó a sus compañeros y asombrados comprobaron que esta procedía del Cristo. Se lo comunicaron inmediatamente a doña Teresa Puig Ráfols, que constató el prodigio. Al parecer, el Cristo sangraba por la pierna izquierda. Cuando los obreros difundieron la noticia, la casa natal de María Ráfols recibió la visita de numerosas personas que deseaban ver con sus propios ojos el evento milagroso. Finalmente, el crucifijo de bronce fue llevado a la Casa Noviciado de Zarago/a. En lebrero de 1931, la reverenda madre general, Felisa Guerra, viajó hasta Roma y mostró el crucifijo al papa Pío XI, quien lo tomó en sus manos y lo examinó durante un buen rato con sumo interés y gran devoción.


ANUNCIOS PROFÉTICOS
Otras profecías hacían alusión a la persecución religiosa que se viviría en España al co-men/ar la tercera década del siglo XX, con el típico tono despectivo que esos mensajes presuntamente revelados suelen dedicar a los ateos y anticlericales: "No teínas; por más medios y maquinaciones que mis hijos desgraciados inventen para quitar la fe de España, no lo conseguirán, y Yo te aseguro, para tu consuelo y tranquilidad, que, por amor a las almas justas, puras y castas que en España siempre habrá. Yo reinaré hasta el fin de los tiempos en ella de una manera singular, y mi imagen será venerada hasta por las calles y plazas". Otro mensaje proféuco, de similar contenido, daba incluso el año concreto del inicio de esas persecuciones contra lo sagrado: "Cuando llegue esa época, que empezará abiertamente en el año 1931, quiero que mis hijos levanten su espíritu y pongan en Mi y en mi Madre Santísima toda su confianza". Y un tercer supuesto mensaje de Jesús decía: "Estoy dispuesto a derramar grandes gracias sobre mi querida España, que tanto la ha de perseguir la masonería. Pero quiero que no sucumban mis fieles hijos. Yo les ayudaré en todas las luchas, y conmigo la victoria la tendrán segura (...) Este escrito será encontrado cuando se acerque la hora de mi reinado en España; pero antes haré que se purifique de todas sus inmundicias". Recordemos que la II República quedó proclamada en España el 14 de abril de 1931 y que el 11 de mayo del mismo año empe/.ó la persecución religiosa con la quema de iglesias y conventos, así como el asesinato de católicos por parte de hordas fanáticas, acción injustificada y alejada del auténtico laicismo que muchos defendemos.
También hubo mensajes proféticos amenazantes y referidos al comportamiento libertino de la mujer, temas reincidentes en los comunicados celestes con cierto sabor ultraconservador: "Son muchas las ofensas que he recibido y las que he de recibir, sobre todo de la mujer, con sus vestidos impúdicos, sus desnudeces, su frivolidad y sus peiversas intenciones, con lo que conseguirán la desmoralización de las familias y de los hombres. Y esta será en gran parte la causa de que se irrite la justicia de mi Eterno Padre y se vea obligado a castigar a los hombres por lo mucho que se alejarán de Él y de mi Iglesia católica, v de los mandatos de mi vicario en la Tierra, y de los divinos preceptos. Tanta corrupción de costumbres habrá en todas clases sociales y tantas deshonestidades se cometerán, que mi Eterno Padre se verá obligado, si no se en miendan después de este llamamiento misericordioso, a destruir poblaciones enteras, pues a tal extremo llegará la corrupción". Pero una de las profecías más sorprendentes fue la que aparece en un escrito suyo fechado el 1 de julio de 1836: "La fiesta de Cristo-Rey sería instituida, por voluntad mía y a su debido tiempo, por mi vicario en la Tierra, mi amado hijo Pío XI", le comunicó Jesús. Y acertó, pues noventa años después, exactamente el 11 de diciembre de 1925, hubo un pontífice con este nombre que instituyó la fiesta de Cristo-Rey. Considérese que tras hallarse los escritos de la beata fueron examinados por el eminente perito calígrafo Angelo Mercati, quien emitió un informe asegurando que eran auténticos, no apócrifos. Además, recibieron el "imprima-tur" de la autoridad eclesiástica. En otro de los mensajes, supuestamente Jesús le dijo: "Esto que ahora escribes, lo encontrará en el mes de enero de 1932 una de tus hijas, que es la designada por Mí para encontrar todo lo que tú escribas por mandato mío". Y así fue. Ese escrito en concreto fue hallado el 29 de enero de 1932 por la hermana María Naya en el Archivo del Hospital de Zaragoza. Esta religiosa fue la que encontró todos los manuscritos de la beata. ¿Hablamos de facultades extrasensoriales o de avisos celestiales?


MILAGROS Y VISIONES DIVINAS
Pero María Rafols no solo recibía comunicados supuestamente celestiales, también tenía visiones, como la que protagonizó mientras oraba una noche. "Se me apareció el corazón de Jesús, tan lier-moso y resplandeciente como jamás lo había visto, y de los rayos de luz que despedía se iluminaron las paredes del ausento con una variedad de colores que parecían de cristal. Eran unos colores tan brillantes y lindos, que yo no sé explicarlo, solo sé dedique aquella morada pobre y humilíle ¡mecía un cielo", escribió. En esos momentos, ella se sentía como transportada a otro mundo y únicamente acertaba a exclamar. "¡Oh, qué grandes son, Señor, vuestras moradas!".
¿Qué fuerza extraordinaria imprime la fe en ciertas personas como la madre Rafols? ¿Acaso esa fe pone en marcha ciertos mecanismos psíquicos capaces de producir hechos paranormales y visiones transpei'sonales que son inteipretados erróneamente como sobrenaturales? En MÁS ALLÁ hemos analizado en profundidad la vida de muchos santos y místicos (monográfico n" 62, Santos paranormales). La beata María Rafols entraría en esa categoría con sus visiones, recepción de mensajes, profecías y éxtasis. Es más, cuando repartía comida entre los pobres y enfermos, en ocasiones sucedía el fenómeno de la multiplicación de alimentos, a semejanza de lo que relatan los Evangelios. Cestas que contenían escasas piezas de pan servían para saciar a decenas de personas. Así lo contó la beata: "Un día que no teníamos nada en el hospital y los heridos me pedían pan y yo no tenía para darles, me fui a hacer oración ante el Sagrario y después de estar allí un rato, se me ocurrió salir por la ciudad con otras dos hermanas a recoger alguna limosna, aunque era difícil, porque escaseaba todo en Zaragoza. Pronto llenamos unos cestos y volvimos al hospital. Se repartió eljxm entre los enfermos y los heridos hasta que se saciaron, remediamos algunas necesidades particulares y a las religiosas del Convento de la Encamación. Y aún quedó pan en abundancia. Este milagro pasó desapercibido para todas, pero para mí no, pues el Señor me hizo ver que multiplicaba el jxm en los cestos. Yo estaba confundida y humillada al ver tan grande misericordia". Lo mismo acontecía con el agua: "De pronto me acordé de que en el oratorio había una cántara llena de agua bendita -escribió la madre Rafols-, fui a buscarla y empecé a repartir portas enfermerías. Todos bebieron mientras tuvieron sed y la cántara siempre estaba llena. Cuando se saciaron, la dejé en el oratorio con la misma cantidad de agua que tenía antes y nadie se enteró de lo que había ¡xisado, ni aun mis hermanas". Otro singular fenómeno fue que la campana solía tocar sola cuando algún peligro amenazaba a la comunidad, como algún ataque de los sitiadores franceses o complots para matar a las religiosas oiiquestados por enemigos infiltrados entre los propios empleados y dependientes del hospital. La madre Rafols describió así uno de esos episodios: "Un día, estando en la oración, se tocó por si sóla la campana, como ocurría siempre que iba a pasar algo grave, y al poco rato vinieron unos cuantos hombres con cuchillo en mano dispuestos a matamos. Yo alenté a las hermanas con palabras de consuelo, y salí la primera a su encuentro y les dije con una gran foilaleza que el Señor me dio: 'matadme a mí y dejad en paz a mis hermanas'. En esta ocasión el Señor los desannó también. No sé qué verían en nosotras; el caso fue que se fueron avergonzados, y desde aquel día no nos han molestado más, ni de palabra ni de obra".


LA FUERZA DE LA FE
"La sierva de Dios Mana Ráfols tuvo la virtud de la fe en grado heroico", explicó el canónigo Santiago Guallar en una biografía sobre la beata. "La fe lúe como la raíz de donde brotaron sus virtudes extraordinarias, su piedad, sus sanias prácticas y heroicas resoluciones (...) La fe fue para ella el faro que alumbró su camino y dio a su espíritu el acierto en la solución de los más difíciles problemas y en la dirección y gobierno de sus empresas, y comunicó n su inteligencia luz para ver todas las cosas con un criterio sobrenatural". Su ardiente amor a Jesús, que convirtió en el epicentro de su vida encaminada hasta el día de su muerte a la santidad, pudo hacerle creer inconscientemente que le guiaba a cada momento, que go/aba de su presencia visible y que recibía constantes mensajes suyos. No es cuestión de entrar ahora a buscar posibles explicaciones neurocientíficas a las experiencias místicas, que a buen seguro las hay (consultar la entrevista al neurólogo Francisco J. Rubia, publicada en MÁS ALLÁ, 248). Pero bien es verdad que tengan el origen que tengan tales experiencias, el sujeto que centra su atención en cuestiones trascendentes, que medita profundamente sobre Dios, que se desapega del mundo cotidiano para tomar un sendero espiritual, termina desaiTollando en lo más interno de su ser ciertas capacidades extraordinarias que le hacen distinto de los demás mortales. El carisma que irradian personas como la madre Ráfols, capaces de lograr objetivos heroicos impensables a pesar de las dificultades que conllevan, es una prueba de peso para reconocer -incluso por quienes no somos creyentes- el inmenso poder de la fe. Las palabras de la propia beata pronunciadas tiempo antes de morir lo expresan perfectamente: "Confío por la infinita misericordia de mi dulce Jesús vivir hasta el último instante de mi vida, sirviéndole cada día con amor creciente, hasta tener la dicha de exhalar mi último suspiro". Momentos antes de su óbito, que tuvo lugar el 30 de agosto de 1853, todos los que la acompañaban se quedaron estupefactos al observar cómo la habitación se iluminaba de repente, mientras que el cuerpo de la beata adquiría una extraña claridad, especialmente sus manos. Le dio tiempo a describir que estaba viendo a Jesús en medio de rayos de luz resplandecientes. "Esa claridad que ustedes ven no es mía, sino de mi dulce Señor, que tan misericordioso se muestra conmigo", añadió. Supuestamente, Cristo la consoló diciéndole: "En recompensa por haber seguido todas mis inspiraciones y mandatos, gozarás hoy mismo y sin pasar por el Purgatorio de mi gloria". El 1 de octubre de 1994 sería beatificada por el papa Juan Pablo II, extendiéndose su fama por todo el mundo. Como bien apuntó el sacerdote y periodista José L. Martín Descalzo, "su sepulcro se convierte en centro de peregrinaciones y todos cuantos visitan Zaragoza saben que, después de la visita al Pilar, es obligada esa otra oración ante un sepulcro que parece irradiar los favores de Dios".