sábado, 23 de febrero de 2013

Contactos extraterrestres en la Biblia

¿Y si los dioses y ángeles descritos en la Biblia fuesen las mismas entidades que hoy se presentan como seres extraterrestres? En apariencia parece una teoría descabellada, pera si interpretemos los Textos Sagrados a la luz de los conocimientos tecnológicos y aeronáuticos actuales, la cuestión cambia. Y es que el Antiguo Testamento está plagado de descripciones de objetes voladores, poderosas armas destructoras y enviados de los cielos, cuyas características son clavadas a las que refieren hoy en día aquellos que protagonizan encuentros cercanos con los tripulantes de los OVNIs...
por: MIGUEL PEDRERO - revista AÑO/CERO Nº 12-269


Entonces dijo Elohim: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza'", leemos en un pasaje del Génesis, el primer volumen de los que componen el Antiguo Testamento. Tal operación es descrita en dicho libro sagrado del siguiente modo: «Entonces formó Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente». Si hemos de hacer caso al Génesis, Elohim creó a los seres humanos a semejanza de ellos, pues, aunque no sea un dato muy divulgado, Elohim no quiere decir «Dios», como suele traducirse, sino que es un nombre plural que viene a significar -'fuertes» o "poderosos». De hecho, en la cita del Génesis a la que nos hemos referido anteriormente, queda claro que Elohim son varias entidades, pues utiliza el verbo de la tercera persona del plural «hagamos". Este hecho a traído de cabeza a teólogos y exégetas durante cientos de años, pues no deja de ser contradictorio que el plural Elohim aparezca citado 2.500 veces en el Antiguo Testamento, obra cuyo principal objetivo es mostrar que únicamente existe un sólo Dios. El término más conocido de Yahvé -que podría traducirse por «el que es»- es como se autodenominó Dios ante Moisés, cuando se apareció frente a éste en forma de llama de fuego en medio de una zarza, aunque sospechosamente la planta no se quemaba. ¿Acaso estamos ante la descripción de alguna clase de vehículo que desprendía luz? Luego volveremos sobre este enigmático asunto.




Por otro lado, si somos "a imagen y semejanza" de los Elohim, parece claro que éstos eran seres vivientes, muy alejados del concepto de Dios como algo abstracto, inimaginable y todopoderoso. Ejemplos encontrarnos de sobra en el Génesis. Veamos una muestra: «He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal...». De nuevo un verbo plural: «nosotros». Pero, ¿quiénes eran estos Elohim? Difícil respuesta, aunque como veremos más adelante, los emisarios de los Elohím -y los propios Elohim- solían presentarse en forma humana, ataviados con trajes resplandecientes. Pero no adelantemos acontecimientos. Centrémonos en la primera vez que la divinidad se presenta ante una persona. El afortunado fue Abraham, «padre» del pueblo hebreo. Para nuestra sorpresa, Dios se muestra ante Abraharn en forma de objetos voladores resplandecientes. Si interpretamos el siguiente versículo del Génesis de modo literal, sin apriorismos, es difícil ofrecer otra explicación. Veamos: «Y sucedió que puesto ya el sol, apareció en medio de densas nieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre los animales divididos (sacrificados por Abraham). En aquel día, hizo Yahvé alianza con Abraham diciendo: 'A tu descendencia he dado esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande del Eufrates'». Dios le ordena a Abraham que abandone su tierra y se dirija «a la que yo te buscaré», leemos en el Génesis, que también dice así: «Y yo haré de ti una gran nación y te bendeciré. {...) Porque yo te daré toda esta tierra que estás viendo a ti y a tu descendencia para siempre». El hijo de este profeta, Isaac, engendró a Esaú y Jacob. Este último tuvo doce vastagos, que darían lugar a las doce tribus de Israel.


¿HÍBRIDOS ALIENÍGENAS?
Sin duda, los pasajes más extraños del Génesis son los que narran el cruce entre «los hijos de Dios» y «las hijas de los hombres», lo que dio lugar al nacimiento de seres de gran estatura. En uno de los mismos leernos: «Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre ellas a voluntad...«.Según el libro sagrado, «los gigantes aparecieron en la tierra cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres para tener hijos con ellas. (...) El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre. (...) Dijo: 'Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos. (...) Yo voy a mandar un diluvio que inundará la tierra y destruirá todo'". Lot, primo de Abraham, es uno de los personajes bíblicos que se topó con unos emisarios divinos demasiado parecidos físicamente a nosotros. En el Génesis se cuenta lo siguiente: « Empezaba a anochecer cuando los dos ángeles llegaron a Sodoma. Lot estaba sentado a la entrada de la ciudad, que era el lugar donde se reunía la gente. Cuando los vio, se levantó a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente». Nuestro protagonista invitó a ambos seres celestiales a su casa, donde cenaron como cualquier ser humano. Sin embargo, la paz se vio truncada por la furia de «todos los hombres de la ciudad de Sodoma», que rodearon la casa con la intención de abusar sexualmente de los «bellos» invitados del primo de Abraham. Cuando la turba quiso echar la puerta abajo, los ángeles los dejaron a todos ciegos, y luego recomendaron a Lot y a su familia que abandonasen la ciudad cuanto antes, «porque vamos a destruir este lugar». Cuando los afortunados se hubieron refugiado en la ciudad de Sóar, «Yahvé hizo llover sobre Sodoma y sobre Go-monra azufre y fuego de parte de Yahvé desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades y el fruto de la tierra». Según el relato bíblico, a la mujer de Lot le pudo la curiosidad y, contraviniendo las recomendaciones de los enviados celestes, miró atrás, convirtiéndose de inmediato en estatua de sal. Al día siguiente, Lot se acercó al lugar en el que había contemplado por vez primera a los ángeles, viendo que por todo el valle «subía humo como si fuera un horno».



ARMAS NUCLEARES HACE MILES DE AÑOS
Según ciertos autores que han estudiado el asunto de la destrucción de ambas ciudades, en el emplazamiento en el que se supone que se erigían, se han hallado cristales verdosos -una fusión silícea- bajo tierra, propios de las zonas donde se han desarrollado pruebas con armas nucleares. De hecho, son legión los investigadores que han querido ver en este pasaje bíblico la utilización de armamento atómico hace miles de años por parte de alguna civilización extraterrestre. Por otro lado, ciertos estudios arqueológicos llevados a cabo en la zona, como el dirigido por W. F. Albright y R Harland, muestran que el área quedó despoblada bruscamente en el siglo XXI a. C., no volviendo a ser habitada hasta cientos de años después. Pero, ¿cómo eran estos dioses venidos de los cielos? En Daniel 10:4-6 se describe a uno de estos ángeles que pudo contemplar dicho profeta: «Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud». Que cada cual saque sus propias conclusiones...



YAHVÉ ERA UNA AERONAVE
Pero si existe un libro perteneciente al Antiguo Testamento en el cual la presencia de objetos voladores es constante, ése es el Éxodo, que narra la huida de Egipto del pueblo hebreo y su búsqueda de la Tierra Prometida. El mismísimo Dios (Yahvé) eligió a Moisés para llevar a cabo tal cometido. Éste mantenía permanente contacto con Dios, que avanzaba delante del pueblo elegido, abriendo el camino. Lo verdaderamente sorprendente es que si analizamos lo narrado en el Éxodo con ojos de un habitante del mundo en pleno siglo XXI, no tendremos más remedio que llegar a la conclusión de que Yahvé en realidad era... ¡un objeto volador! El primer encuentro de Moisés con Yahvé ya da que pensar. Según el Éxodo, el profeta se encontraba cuidando su rebaño, cuando ocurrió lo siguiente: «El ángel de Yahvé se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo pues Moisés: Voy para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza'. Cuando vio Yahvé que Moisés se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza, diciendo: 'Moisés, Moisés'. El respondió: 'Aquí me tienes'. Le dijo: 'No te acerques más; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en el que estás es tierra sagrada'. Y añadió: 'Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob'». Luego, Yahvé le encarga la misión de liberar a los hebreos de la esclavitud. Moisés intenta evitar tal cometido, argumentando todo tipo de excusas, pero Dios le asegura que mostrará su poder ante la tribu hebrea y el faraón egipcio, de modo que éste no tendrá más remedio que dejar marchar al pueblo elegido. Pero detengámonos brevemente en el pasaje anterior. Moisés se sorprende porque observa un fuego entre una zarza y ésta no se consume. Obviamente, el profeta nada podía saber sobre la luz artificial, porque parece que de eso se trataba. O al menos así podemos interpretarla, analizada la escena a varios milenios vista. Una vez que Moisés consigue sacar a su gente de Egipto, comienza un largo y penoso peregrinaje a través del desierto en pos de la Tierra Prometida, siempre bajo la protección de Yahvé, que es descrito en el Éxodo de un modo más que sorprendente: «E iba Yahvé al frente de ellos, de día en una columna de nube para guiarles en el camino y durante la noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que pudiesen marchar de día y de noche. La columna de nube no se retiraba del pueblo durante el día ni la columna de fuego de noche». ¿Acaso no es lícito concluir que Yahvé era una aeronave que se mantenía a cierta altura, guiando al pueblo elegido tanto de día como de noche, pues emitía luz para que los caminantes pudiesen ver por dónde pisaban?


EL TRANSMISOR DEL ARCA DE LA ALIANZA
Ahora bien, todavía más explícito al respecto es el Libro de los Números, la cuarta obra contenida en el Antiguo Testamento. En la misma se narra la presencia de Yahvé sobre el Tabernáculo o Tienda del Testimonio cada tarde, «tomando aspecto de fuego hasta la mañana». El Tabernáculo era el santuario móvil construido por los hebreos, siguiendo las precisas instrucciones ofrecidas por Yahvé a Moisés. Dicho espacio sagrado, de forma rectangular, tenía treinta codos de largo (unos 13 metros) y 10 de ancho y de altura (unos 4 metros), y estaba dividido en dos salas. La primera, de veinte codos de largo, era conocida por el nombre de Lugar Santo. Allí se guardaban el candelabro de oro de siete brazos (Menorá), la mesa de los panes de la proposición u ofrenda y el altar en que quemaban los perfumes o inciensos. En la otra estancia, el Sánela Sanctorurn o Lugar Santísimo, se encontraba el Arca de la Alianza, que contenía las reliquias del Éxodo: las Tablas de la Ley y la vara de Aarón. El Arca también constituía una especie de transmisor, mediante el cual Moisés se comunicaba con Yahvé, "que le hablaba desde encima del propiciatorio, puesto sobre el Arca del Testimonio, entre los querubines» (Números, 7:89). Tiempo habrá de volver sobre este «mágico» artilugio, pero regresemos a la presencia de Yahvé sobre la Tienda del Testimonio.


ATERRIZAJE OVNI EN EL SINAÍ 
En el Libro de los Números, capítulo IX y versículo 15, leemos: «El día en que se erigió el Tabernáculo, la Nube cubrió el Tabernáculo, la Tienda del Testimonio. Por la tarde se quedaba sobre elTabernáculo, tomando aspecto de fuego hasta la mañana. Así sucedía permanentemente: la Nube lo cubría y por la noche tenía aspecto de fuego. Cuando se levantaba la Nube de encima de la tienda, los hijos de Israel levantaban el campamento, y en el lugar en el que se paraba la Nube, acampaban los hijos de Israel. A la orden de Yahvé partían los hijos de Israel y a la orden de Yahvé acampaban. Quedaban acampados todos los días que la Nube estaba posada sobre el Tabernáculo. Si se detenía muchos días la Nube sobre el Tabernáculo, los hijos de Israel cumplían el ritual de culto a Yahvé y no partían...». En el Éxodo-capítulo 19, versículo 9 y siguientes- se narra lo que a todas luces semeja el descenso de una aeronave sobre el monte Si-naf: «Dijo Yahvé a Moisés: 'Mira, voy a presentarme a ti en densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo y asi te dé crédito para siempre. (...) Ve a donde el pueblo y haz que se purifiquen hoy y mañana; que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque el día tercero descenderá Yahvé a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Deslinda el contorno de la montaña y diles: Guardaos de subir al monte y aún de tacar sus laderas, porque todo aquel que toque el monte morirá; pero nadie tocará al culpable, sino que éste será lapidado o asaeteado; sea hombre o bestia no quedará con vida. Cuando resuene el cuerno, entonces subirán ellos al monte'. (...) Al tercer día al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. (...) Todo el monte Sinaí humeaba porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego; subía humo como de un horno y todo el monte temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés le hablaba y Yahvé le respondía con el trueno. Yahvé bajó al Sinaí, a la cumbre del Monte; llamó Yahvé a Moisés a la cumbre de la montaña y Moisés subió; dijo Yahvé a Moisés: 'Baja y conjura al pueblo, que no traspase los lindes para ver a Yahvé, porque morirán muchos de ellos.. .». Como dice el refrán: «A buen entendedor, pocas palabras bastan». La escena del descenso de Yahvé en forma de fuego, al tiempo que ascendía humo del Sinaí, recuerda demasiado al aterrizaje de un objeto volador, cuya fuerza de propulsión o toberas provocarían una nube de polvareda. En cuanto al «sonar de trompeta» que iba aumentando de potencia a medida que Yahvé se posaba sobre la montana, ¿de qué forma sino podrían describir los hombres de hace miles de años el ruido de motores? Mención aparte merece la prohibición por parte de Yahvé para que nadie-excepto Moisés, el elegido, y su ayudante Josué- ascendiera o se acercase al Sinaí, pues perdería la vida. ¿Acaso la nave emitía alguna clase de radiación mortal de necesidad? Esta hipótesis se ve reforzada por la advertencia de que ninguna persona o animal debía acercarse al desdichado que se «contaminara» por aproximarse demasiado al Sinaí, pues también moriría. Dice Yahvé: «Pero nadie tocará al culpable, sino que éste será lapidado o asaeteado (matado mediante el lanzamiento de saetas, un arma arrojadiza compuesta de un asta delgada con una punta afilada en uno de sus extremos)». En otras palabras: que no se debía tocar al «contagiado» bajo ningún concepto, tal y como ocurre con aquellos individuos expuestos a altos niveles de radiación, que deben permanecer aislados para no contaminar a las personas de su alrededor.


DENTRO DE UN NO IDENTIFICADO
Finalmente, Moisés y su fiel ayudante Josué ascendieron al monte, y el primero acabó penetrando dentro de la aeronave posada sobre la cima. El siguiente pasaje, perteneciente al capítulo 24 del Éxodo, no puede ser más descriptivo: «La Nube cubrió el monte. La Gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí y ia Nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día, llamó Yahvé a Moisés de en medio de la Nube. La Gloria de Yahvé aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró dentro de la Nube y subió al monte. Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches». ¿Qué le ocurrió a Moisés dentro de la Nube-Gloria de Yahvé durante esos cuarenta días? El Éxodo no es muy explícito, pero sí deja claro que Moisés y Josué recibieron las Tablas de la Ley, «escritas por el dedo de Dios»; que Yahvé les mostró unos planos de cómo debían erigir la Tienda del Testimonio o Tabernáculo, donde debía guardarse, entre otras reliquias, el Arca de la Alianza; y que también fueron depositarios de todo un conjunto de normas y leyes de obligatorio cumplimiento para el pueblo elegido. Es más, el Éxodo dedica nada menos que quince capítulos a los acontecimientos en torno a la edificación del Tabernáculo y el Arca de la Alianza, ofreciendo detalles tan concretos como la ornamentación de la Tienda, las vestimentas de los sacerdotes, etc. Cuando después de cuarenta días en el interior de la aeronave, Moisés bajó del Sinaí con las Tablas de la Ley en sus manos, su cara se había vuelto radiante «por haber hablado con Yahvé. (...) Los hijos de Israel veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba...». (Éxodo 34:29).



¿UN REACTOR ATÓMICO?
La historia de la ufología está plagada de casos en los que los testigos que se aproximan demasiado a un OVNI, acaban sufriendo quemaduras en su piel. ¿Acaso el líder del pueblo elegido, a pesar de la protección que obligatoriamente recibió para evitar las radiaciones, sufrió alguna clase de quemaduras, aunque no demasiado graves? Yahvé ofrece indicaciones más que precisas para la construcción de la reliquia más misteriosa de toda la cristiandad -cuyo paradero actual se desconoce-, incluidos sus materiales:
«Harás un Arca de madera de acacia que tenga de longitud dos codos y medio, codo y medio de anchura y codo y medio de altura. La revestirás de oro por dentro y por fuera, y encima labrarás una cornisa de oro alrededor. La pondréis cuatro anillos, uno en cada ángulo del Arca. (...) Harás también un propiciatorio de oro puro de dos codos y medio de largo y uno y medio de alto. (...) Tendrán los querubines sus dos alas extendidas hacia arriba, cubriendo con ellas el propiciatorio, estando sus rostros uno frente al otro...» (Éxodo, 25:10). El Antiguo Testamento describe al Arca como el único objeto sagrado dotado de energías sobrenaturales. De hecho, el capítulo 25 del Éxodo contiene no sólo las instrucciones concretas para construir el enigmático receptáculo, sino también para manipularlo. Nadab y Abiú, hijos del sumo sacerdote Aarón, penetraron en el Sancta Sanctorum del Tabernáculo, donde se guardaba el Arca, portando incensarios de metal, algo expresamente prohibido por Yahvé. De inmediato, partió de la reliquia una llamarada que «los devoró, dejándolos muertos».Tras este luctuoso episodio, Yahvé advierte a Moisés: «Di a tu hermano Aarón que no entre nunca en el santuario a la parte inferior del velo, delante del propiciatorio que está sobre el Arca, no sea que muera, pues yo me muestro en la nube del propiciatorio (Levítico, 16:1-2). El Arca desprendía luz en forma de chispazos, hasta el punto de que podía causar ceguera por la «ardiente energía celestial» que emitía. Aquellos que se aproximaban demasiado, la tocaban o la abrían, terminaban falleciendo a causa de una especie de «lepra» (¿por efecto de radiaciones?). Sólo podían permanecer junto a la reliquia los sacerdotes, siempre protegidos por unos ropajes especiales, cuya composición había sido indicada por el mismísimo Yahvé. Estas vestimentas eran una especie de protectores aislantes, pues estaban constituidas por determinados metales.
De hecho, ciertos autores creen que dicho artilugio era una especie de reactor atómico, cuyos escapes en forma de vapor, en realidad eran gases que podían provocar la muerte. Recordemos el pasaje en el que Yahvé advierte de la peligrosidad de acercarse al propiciatorio, pues allí se muestra en forma de nube. Precisamente desde la cima de este propiciatorio hablaba Dios a Moisés, según leemos en Números, 7:89, de modo que mucho se ha especulado respecto a que el Arca contendría, entre otros aparatos, un radiotransmisor. Por tanto, los dos querubines del Arca serían unos sofisticados micrófonos.


ENCUENTRO EN LA TERCERA FASE
Son varios los profetas que no sólo fueron testigos del paso de objetos volantes -descritos habitualmente en el Antiguo Testamento como carros de fuego que se desplazan por los aires-, sino que acabaron siendo «abducidos» por los mismos, penetrando en el interior de estas misteriosas aeronaves. Uno de los casos que más ha dado que hablar es el protagonizado por Ezequiel. En el Libro de Ezequiel leemos una detallada descripción del aparato volador que se presentó ante el profeta: «Y sucedió que en año treinta, en el mes cuarto, a cinco del mes, estando yo en medio de los cautivos, junto al río Kebar, se abrieron los cielos y contemplé visiones de parte de Dios. (...) Miré, y he aquí que venía del septentrión un viento impetuoso, una nube densa, y en torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición». ¿No parece evidente que está describiendo el cuerpo central de un objeto metálico que emite luz? Y continúa el Libro de Ezequiel: «En el centro de la nube había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían semejanza de hombre, pero cada uno tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas. Sus pies eran rectos. (...) Por debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre; todos los cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas...». No hace falta darle demasiadas vueltas para concluir que Ezequiel se está refiriendo a las cuatro patas idénticas de un tren de aterrizaje, que se mueven al unísono, pues forman parte de la nave: «Cuando avanzaban, marchaban hacia los cuatro lados, y no se volvían al caminar». Entonces truenan los motores de la nave, que el profeta explica del siguiente modo: «Oía el ruido de las alas como ruido de río caudaloso, como voz del Omnipotente, cuando marchaban, como estruendo de campamento; cuando se detenían, plegaban las alas». No hay lugar para la imaginación: la aeronave plegaba las alas cuando se detenía. Así de claro y rotundo. «Y una voz hendió el firmamento que estaba sobre sus cabezas -continuamos leyendo en el Libro de Ezequiel-. (...) En el firmamento que estaba sobre sus cabezas había una piedra de apariencia de zafiro a modo de trono, y sobre la semejanza del trono, en lo alto, una figura semejante a un hombre que se erguía sobre él. Y de lo que él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía. Ésta era la apariencia de la imagen de la gloría de Yahvé. A tal vista caí rostro a tierra, pero oí la voz de uno que me hablaba».


CONSTRUYEN EL OVNI DE EZEQUIEL
Parece evidente que Ezequiel describe la escotilla superior de la aeronave, donde asoma la figura del piloto o un pasajero, ataviado con una especie de traje refulgente, curiosamente tal como suelen ser descritos los tripulantes de los OVNIs por miles y miles de testigos que se han topado con ellos.


Joseph F. Blumrich, antiguo ingeniero jefe de la Oficina Técnica de Proyectos de la NASA, quedó tan impactado tras leer el Libro de Ezequiel, que se impuso el reto de construir un diseño de la aeronave avistada por el profeta, basándose en las descripciones ofrecidas en dicha obra sagrada. Blumrich tuvo un papel destacado en la construcción del cohete espacial Saturno V y en la creación de numerosos artilugios empleados en diferentes naves de la agencia espacial estadounidense. De hecho, en 1972 fue condecorado por la NASA, en agradecimiento a los servicios prestados. Su obra, Las naves del espacio de Ezequiel, se convirtió en un éxito de ventas, pues en la misma muestra las características y forma del objeto volador observado por el profeta bíblico. Otro texto que no necesita de interpretaciones es el ascenso del profeta Elias a una aeronave. En el Antiguo Testamento (2 Reyes, 2:11) leemos: «Y aconteció que, cuando quiso Jehová alzar a Elias en un torbellino al cielo, Elias venía con Elíseo de Gilgal. (...) Y aconteció que iban caminando y conversando cuando, de pronto, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elias subió al cielo en medio de un torbellino». Mucho más sorprendente es lo que semeja el viaje de Enoc -padre de Matusalén y bisabuelo de Noé- al espacio. En el Génesis 5:24 se dice: «Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó».


EL VIAJE ESPACIAL DE UN PROFETA
Sin embargo, es en el Libro de Enoc, que no es aceptado como canónico -inspirado por Dios-por la Iglesia Católica, pero que nada tiene que envidiar a otros sí admitidos, donde se ofrece una descripción bastante precisa de la referida «excursión espacial». En el mismo se puede leer: «Condujéronme a los cielos. Entré, hasta detenerme, frente a un muro, que parecía hecho de sillares de cristal y estaba rodeado por lenguas de fuego -¿la nave espacial?- (...) Atravesé las lenguas de fuego y me vi ante un gran palacio hecho de cristal labrado. (...) Un océano de fuego rodeaba las paredes y las puertas también ardían de resplandor. El suelo era de fuego (...) y el techo de vivas llamaradas -¿está describiendo la luz que desprendían paredes, techos y suelos de la nave espacial? -. Allí divisé un trono muy alto. Parecía como constelado de rocío y relucía todo alrededor como el sol del mediodía. (...) En el trono estaba sentada la gran Majestad; sus ropas relucían más que el Sol y eran más blancas que la nieve pura -¿se está refiriendo a uno de los tripulantes del artilugio volador, sentado en su cabina de mando?-». Luego, la nave asciende y Enoc observa lo que sigue: «Vi el nacimiento de todas las aguas de la Tierra y el nacimiento de los abismos. (...) Vi los vientos que arrastran las nubes sobre la Tierra. (...) Vi un lugar donde no existía la fortaleza del firmamento, ni la tierra firme abajo, ni el océano; era un lugar desierto y temeroso -¿no es ésta una gráfica descripción del espacio?-. Allí vi siete estrellas como siete montañas terribles -¿los planetas?-. Cuando pregunté qué era aquel lugar, el ángel me dijo: 'Éste es el confín donde terminan el cielo y la tierra'. Y pasé adelante hasta llegar a un lugar donde no había nada. Y había en él un fuego que llameaba, inextinguible -¿el Sol?-, y aparecía cortado por abismos sin fondo, en donde se precipitaban grandes columnas de llamas». 



Si en el Antiguo Testamento la presencia de objetos voladores es más que evidente, la vida de Jesús de Nazaret, sin duda el personaje más influyente de todos los tiempos, tampoco está exenta de ésta y otras enigmáticas circunstancias. Son legión los autores que en los últimos tiempos, a tenor de las evidencias aportadas por los Evangelios canónicos y apócrifos, defienden que el Mesías era en realidad el «enviado» de una civilización extraterrestre, cuyo cometido era cambiar el destino de una humanidad sumida en la violencia y la maldad...


Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel, le dijo: '¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo'». (Lucas 1:26-28). El ángel informa a María de que concebirá al «elegido» por obra del Espíritu Santo, hecho que turba a su esposo, quien se plantea la posibilidad de repudiar a su prometida en secreto, para no ponerla en evidencia delante de sus vecinos. Pero Dios le hace conocer sus designios mediante un sueño: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mateo 1:20-21).



LA AERONAVE DE CRISTO
Mucho se ha escrito sobre la milagrosa concepción de Jesús, sobre todo a partir de los años 70 del pasado siglo, cuando un buen puñado de autores, como J. J. Benítez, Salvador Freixedo o el desaparecido Andreas Faber-Kaiser-todos ellos estudiosos del fenómeno OVNI-, plantearon la «fantástica» posibilidad de que los genes del Mesías fueran implantados en el seno de María mediante un proceso de inseminación artificial. De hecho, según informan ciertos Evangelios apócrifos -que la Iglesia Católica considera no inspirados por Dios, en base a razones más relacionadas con la fe que con la razón-, María también había sido concebida de un modo milagroso (ver recuadro). Ahora bien, no caben dudas de que las «nubes» y objetos voladores resplandecientes, tan recurrentes en el Antiguo Testamento, también hicieron acto de presencia en torno a la vida de Jesús de Nazaret. Es conocido que, cuando nace, una estrella guía a una serie de magos -se cree que eran unos sabios procedentes de Babilonia- hasta el lugar de su venida al mundo. Si interpretamos los Evangelios textualmente, no hay lugar para demasiadas especulaciones.


En el Evangelio de san Mateo leemos: «En tiempos del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: '¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle'. (...) Entonces, Herodes llamó aparte a los magos y, por sus datos, precisó el tiempo de la aparición de la estrella. (...) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría».


EL OVNI DE LA TRANSFIGURACIÓN
Muchas hipótesis se han planteado a lo largo de la historia para ofrecer una respuesta al enigma de la «estrella de Belén»: desde un meteorito a una supernova, pasando por una conjunción planetaria. Pero los Evangelios son tozudos: la citada «estrella» guiaba el camino de los magos, «hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño». Otro pasaje del Nuevo Testamento, incluso más enigmático, es el de la Transfiguración de Jesús. El citado J. J. Benítez llega a relacionar dicha escena con un encuentro cercano con OVNIs. En el Evangelio de san Lucas leemos que tomó Jesús a Pedro, Juan y Santiago, y ascendieron a un monte a rezar. Entonces, sucedió lo que sigue: «Mientras oraba (Jesús), el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elias. (...) Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: 'Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias', sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas, cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube que decía: 'Éste es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle'». De nuevo, un ingenio volador que «los cubrió con su sombra» y «emitió» un mensaje. Lo que no queda claro es si escucharon a la «nube» desde tierra o bien accedieron al interior de la misma, aunque parece más acertada la segunda opción, pues Lucas apunta que «al entrar en la nube, se llenaron de temor». Mención aparte merecen la radiante blancura de las vestimentas y el rostro del Mesías -¿quizá a causa de la luz que emitía la aeronave?- y la aparición de los profetas Moisés y Elias. Este último, según el Antiguo Testamento, desapareció de la Tierra cuando fue llevado a los cielos por un «carro de fuego»...





«ASTRONAUTAS» JUNTO AL SEPULCRO
En el Evangelio de san Mateo nos topamos con otro desconcertante pasaje, relacionado con uno de los dogmas más importantes del cristianismo: la Resurrección de Jesús. «Pasado el sábado, al alborear del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto, se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era como un rayo y su vestido blanco como la nieve. (...) El emisario dijo a las mujeres: 'No tengáis miedo vosotras; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado'» (Mateo 28:2-6). San Lucas directamente se refiere a hombres, no a ángeles: «Entraron (las dos Marías), pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban perplejas por esto, cuando se les presentaron
dos hombres con vestiduras resplandecientes» (Lucas 24:1-6). En las anteriores citas, extraídas de dos Evangelios aceptados por la Iglesia, se narra la intervención de «hombres» ataviados con ropajes resplandecientes. Seguro que muchos ufólogos de nuestros días no dudarían en identificar a estos seres con los humanoides que suelen presentarse junto a los OVNIs, y que han sido contemplados por miles de testigos en todos los rincones del planeta. En el apócrifo Evangelio de Pedro leemos una interesante versión de la Resurrección de Jesús, que «humaniza» todavía más a los dos ángeles que aparecieron junto al sepulcro del Mesías.Todo indica que no eran seres evanescentes, sino tan materiales como cualquiera de nosotros. Veamos lo que nos dice el Evangelio de Pedro: «Empero, en la noche tras la cual se abre el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas. Y vieron los cielos abiertos, y dos hombres resplandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enorme piedra que se había colocado en la puerta, se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieran visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían guardia. Y apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la
tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno...». Extraña resurrección ésta. Más bien semeja que los «enviados» se llevaron a cuestas el cuerpo sin vida de Jesús.

ASCENSIÓN A UN «SOL VOLADOR»
Uno de los hechos más trascendentes del dogma cristiano -junto al de la Resurrección- es el de la Ascensión a los cielos de Jesús, al igual que les había sucedido miles de años atrás a los profetas Elias y Enoc, según narra el Antiguo Testamento. Los Evangelios reconocidos por la Iglesia no son muy explícitos al respecto: «Mientras los bendecía (a los Apóstoles), se separó de ellos, y fue llevado al cielo» (Lucas); o «así pues, el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue llevado al cielo» (Marcos). Son, como de costumbre, los Evangelios apócrifos los que aportan mayor exactitud: «Y mientras hablaban así, Jesús estaba sentado un poco aparte. (...) El Sol, alzándose en su carrera ordinaria, emitió una luz incomparable. (...) Y vino sobre Jesús y lo rodeó completamente. Y estaba algo alejado de sus discípulos y brillaban de un modo sin igual. Y los discípulos no veían a Jesús, porque los cegaba la luz que los envolvía. Y no sólo veían los haces de luz. Y éstos no eran iguales entre sí, y la luz no era igual, y se dirigía en varios sentidos de abajo hacia arriba, y el resplandor de esta luz alcanzaba de la tierra a los cielos. Y los discípulos, viendo aquella luz, sintieron gran turbación y gran espanto. Y ocurrió que un gran resplandor luminoso llegó sobre Jesús y lo envolvió lentamente. Y Jesús se elevó en el espacio, y los discípulos miraron hasta que subió al cielo, y todos quedaron silenciosos». (Evangelio de Valentino 1:14-28). Un «sol» que lanzaba luces hacía Jesús y sus discípulos, «alzándose en su carrera ordinaria» -es decir, deslizándose sobre los cielos-, y que finalmente envolvió con un resplandor al Maestro, «que se elevó al espacio» -hacia el «sol volador»-, y desapareció en lo alto... Da qué pensar. Quizá, como apunta mi admirado J. J. Benítez en su libro El Enviado (Planeta, 1979), «Jesús de Nazaret fue 'ayudado', o 'acompañado' o 'asistido' de alguna manera por todo un 'equipo' de seres que hoy podríamos etiquetar como 'astronautas'. (...) Seres en un avanzadísimo estado evolutivo -tanto espiritual como tecnológico- y que pueden poblar muchos de los miles de millones de galaxias que forman los distintos universos, pudieron 'colaborar' en ese formidable 'plan' de la redención de la humanidad».  


domingo, 17 de febrero de 2013

El diluvio, mito universal



Fuente: Revista ENIGMAS Nº 196, marzo de 2012.



Hechos y mitos acerca del Diluvio
A partir de que los cristianos pasaron de "perseguidos" a "perseguidores", legitimados por una doctrina elaborada para servir a sus dirigentes, muchos pensadores han hecho innumerables acrobacias mentales -habitualmente repletas de sofismas más o menos voluntarios-para conciliar la letra del Génesis con unas evidencias geológico-arqueológicas desfavorables. Con cada nuevo descubrimiento han ido creciendo las dificultades para defender una lectura meramente literal del texto sagrado, sobre todo en magnitudes y períodos de tiempo. Un ejemplo son los famosos seis días de la Creación que contradicen la teoría evolucionista. Resulta sorprendente que se llegara a afirmar que los innumerables montones de fósiles repartidos por el mundo habían sido colocados por el mismo Dios en sitios estratégicos para probar la firmeza de la fe de los hombres.
El primer libro del Pentateuco comienza de un modo sorprendentemente contradictorio, como demuestra el citado James Frazer comparando sus dos capítulos iniciales. Más tarde estudia pormenorizadamente el relato del Diluvio, en el que percibe la "presencia de dos relatos originalmente distintos y parcialmente incongruentes", combinados toscamente para crear una unidad homogénea -uno procedería del llamado Códice o Documento Sacerdotal, y el otro del Documento Jahvista o Jehovista-.
Puesto esto de manifiesto, algunas descripciones como: "Quince codos más alto subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes -Gen. 7.20-", no pueden entenderse sino como alegorías, parábolas o mitos. Si tal cosa hubiera sucedido y el agua cubrió la tierra hasta quedar ¡quince codos por encima del Everest! -8.848 m-, resulta difícil explicar de dónde salió y a dónde fue después un volumen hídrico extraordinariamente superior al que existe en la Tierra -a no ser que acudamos a la hipótesis exoterrestre o a un milagro decidido directamente por Dios, como defienden varios autores cristianos-. ¿Pudo Dios transgredir sus propias leyes para satisfacer una venganza contra sus viles criaturas?
Considero una falta de respeto teológica concebir a un Ser Supremo "dotado de todas las perfecciones" como si fuera un humano cualquiera, capaz de dejarse llevar por una rebatiña. Ahora bien, no lo olvidemos, según el Concilio de Trente (1545-1563), estamos ante uno de los libros inspirados directamente por él, y debe interpretarse literalmente -cada uno que decida según sus creencias-.

El mito del Diluvio y el Arca de Noé tiene numerosas similitudes entre religiones del pasado. Un fuerte cambio climático en la antigüedad pudo ser la causa de aquella gran inundación.



Arca de Noé, de Athanasius Kircher
El cisma protagonizado por Lutero dio lugar a la Contrarreforma, durante la que se afinó mucho doctrinalmente. Por entonces, el jesuíta Athanasius Kircher (1601-1680), decidió intervenir en la cuestión, apostando por tratar de conciliar letra y razón mediante un tratado que es todo un prodigio de encaje de bolillos. En Arca de Atoé, dedicado al rey Carlos II de España, pretendió aclarar mediante explicaciones pormenorizadas acompañadas de dibujos descriptivos impecables, cómo el patriarca consiguió realizar su proeza. Pero, cada vez que encuentra dificultades en explicar algún hecho, recurre al milagro divino. Reunir una pareja de animales de cada especie, por ejemplo, no fue difícil, ya que fueron inspirados directamente para que se dirigieran mansamente al Arca desde cualquier lugar de la Tierra.
Kircher había escrito ya un tratado de geología, Mundo subterráneo, al que recurre constantemente para explicar cosas como cuál ha de ser la interpretación correcta de ciertas expresiones bíblicas como "cataratas del cielo" o "fuentes del abismo": "Dios, queriendo castigar al mundo con el Diluvio, relajó las bridas de los abismos y, mediante el flujo y reflujo del mar, ayudado por la presión violentísima del viento sobre el océano, las aguas retenidas en los abismos, que se comunican a través de las venas ocultas en la sustancia terrestre, solicitadas por los canales ocultos de los montes y renunciando a las puertas que las retenían, se   desbordaron como ríos a través de las hendiduras de toda la Tierra, las fuentes abrieron impetuosamente sus bocas y, en un breve espacio de tiempo, se inundó toda la superficie de la Tierra... De lo que se deduce con claridad que este Diluvio no se debió exclusivamente a fuerzas naturales, sino a una decisión de Dios que quiso el exterminio del mundo impío y criminal".

Athanasius Kircher estaba convencido de que el Diluvio fue un acto divino...


Nada se habla en el libro de la suerte que corrieron los habitantes del agua -incluyendo las aves palmípedas-, ni los microorganismos, ni de la difícil flotabilidad entre las tormentas de un armatoste tan tosco y poco hidrodinámico.
Kircher fue un erudito que trató de explicar todo el mundo de su época desde una vasta formación donde se mezclan influencias de Raimundo Lulio y Roger Bacon, doctrinas oficiales, alquimia y cabala. Estuvo frecuentemente a caballo entre la fe y la ciencia de su época, rozando a veces la heterodoxia. Sin embargo, su influencia sirvió paradójicamente de freno en algunas ramas del saber que le consideraron como fuente absolutamente legitimada. Sus traducciones, por ejemplo de los jeroglíficos egipcios, se basaban en un método incorrecto entendiendo los signos como textos y no como letras. El cartucho del faraón Psamtik, que solo contiene su nombre, lo tradujo como: "...debe despertarse la protección de Osiris contra la violencia de Typho con los ritos adecuados y apelando a la tutela de los Genios del triple mundo, para asegurar el goce de la prosperidad dada habitualmente por el Nilo contra la violencia del enemigoTypho". Aunque es de sospechar que se llevó muchos secretos a la tumba, como por ejemplo, el verdadero contenido del célebre y misterioso Manuscrito Voynich.




Diluvio y geología
La geología es una ciencia que se ha desarrollado superando innumerables dificultades, tantas como las diferentes descripciones de las formas en que se han modelado las estructuras terrestres. Hasta el siglo XVIII, las únicas fuentes autorizadas para explicar el devenir de nuestro planeta fueron los libros sagrados. Para la civilización judeo-cristiana la Biblia, y para otras, sus particulares tradiciones recogidas en leyendas orales u otros libros como el Ramayana, o el citado Poema de Gilgamesh. Esta ciencia ha ido poco a poco nutriéndose con aportaciones de otras disciplinas, como la física, la química, la geomorfología, la tectónica, la mineralogía, la biología y la astronomía, por citar unas pocas.
Ya hemos citado que la Iglesia ha sido un escollo importante a la hora de conocer la realidad del Diluvio, sobre todo algunos "expertos", como el mentado Athanasius Kircher, que enseñó incluso que los fósiles no eran más que imitaciones minerales caprichosas de índole aleatoria -lapides figurati-. No es de extrañar. En su tiempo trilobites, nummulites y otras improntas de seres que vivieron en épocas remotas fueron consideradas como "montones de conchas arrojadas por los peregrinos que iban a Compostela sobre las que habían caído rayos galvanizantes".


Todo parece indicar que estamos viviendo un nuevo cambio climático, a pesar de las voces disidentes, pero hay que tener cuidado también con las opiniones catastrofistas y los profetas agoreros.

Durante el Siglo de las Luces la geología avanzó con lentitud, debido a que su conocimiento era transmitido dentro de círculos cerrados próximos a la alta burguesía y la aristocracia rebelde. Las sociedades secretas atendían tanto al conocimiento como a las conspiraciones para derrocar a los monarcas absolutistas. Su gran salto, junto al de la biología, llegó con la aparición en 1859 de las leonas evolucionistas de Charles Darwin. Hubo entonces de reinterpretarse todo con nuevos conceptos que chocaban frontalmente con las doctrinas oficiales. Así, se elaboraron nuevas hipótesis, como la que admite una inundación especialmente violenta y devastadora en torno al año 3100 a.C. originada quizá por la caída de algún meteoro en el Golfo Pérsico -aunque esto explicaría el Diluvio del Gilgamesh, pero no las múltiples leyendas recogidas por las tribus americanas-. Otra achacaría a un ligero desvío en el eje de giro de la Tierra un cambio climático más o menos rápido y violento. Son muchas, y de entre todas ellas propongo que nos fijemos en el denostado mito de la Atlántida.
Según puede deducirse de dos textos platónicos -Critias y Tí/neo-, existió una gran civilización que habitaba una "isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas...". Su desaparición sin dejar rastro apunta a que fue tragada por las aguas.
El último período glacial especialmente duro fue el Dryas Reciente -12000 a.C.-. El hielo se acumuló en glaciares y polos y el mar experimentó un retroceso con respecto a los niveles actuales de unos cincuenta metros -anteriormente había descendido unos 120-. Durante unos cuatro mil años, entre ese momento y el 8000 a.C. fueron habitadas muchas tierras actualmente sumergidas, donde se construyeron ciudades cuyas ruinas duermen actualmente en las plataformas continentales.
Muy posiblemente todo terminó de un modo brusco con un calentamiento repentino debido a múltiples causas. En un tiempo muy corto se produjeron transgresiones marinas generalizadas al deshelarse glaciares y polos. Muy pronto el agua subió incluso varios metros por encima de
los niveles actuales, inundando grandes extensiones de terreno. Cuando volvió la calma, empezó la era postglacial en la que se han desarrollado las civilizaciones que conocemos -con altibajos puntuales de temperatura, como la llamada Pequeña Edad de Hielo, entre los siglos XIV y XIX, aunque esta, débil y sin efectos devastadores generalizados-.
Podríamos presumir entonces que la tradición recogida por Platón sería el recuerdo impreciso de aquel acontecimiento, que ha dado lugar a la mayoría de las leyendas sobre un Diluvio. Los Noés existieron, debieron de ser muchos, y actuaron de muy diversos modos y en muy diversos puntos de la Tierra...

Una leyenda universal
Muchas culturas tienen sus historias particulares. En Grecia habría sido el "Diluvio de Deucalión"; en México se han conservado leyendas como esta: "Cuando la humanidad se estaba ahogando en el Diluvio, nadie pudo salvarse con excepción de Coxcox y una mujer llamada Xochiquetzal. Se salvaron en una pequeña barca que arribó a la montaña llamada Colhuacan. Allí tuvieron muchos hijos. Todos nacieron mudos, hasta que una paloma les enseñó varios lenguajes, pero como eran diferentes, no se entendían entre ellos. En ella hay indicios sospechosos que nos remiten a dos constantes del ocultismo universal: la Torre de Babel y sus circunstancias, y el llamado "Lenguaje de los Pájaros", la forma de comunicación que Dios enseñó a Adán para transmitir la sabiduría según la Tradición esotérica. Una leyenda inca relata cómo "el agua subió sobre las montañas más altas del mundo, pereciendo toda persona y cosa creada. Solo escaparon un hombre y una mujer flotando en una caja sobre el agua". Los ancianos de la tribu norteamericana de los Choctaw cuentan que un profeta habría sido inducido a construir una balsa de troncos de sasafrás. Un pájaro le conduciría a tierra firme tras el  cataclismo, y  el Gran Espíritu le transformaría en la mujer con la que repoblaría a partir de entonces el mundo.
En China, el antiguo Libro de todo conocimiento, relata cómo "La Tierra fue deshecha desde sus fundamentos. Los cielos se hundieron hacia el norte. El Sol, la Luna, y las estrellas, cambiaron de movimiento. Todo se cayó en pedazos y las aguas brotaron de sus fuentes violentamente inundando la Tierra". Un castigo por la rebeldía ante los dioses. Sin irnos, los Bahnars, tribu de la región de Cochín. mantienen que:"...los ríos crecieron hasta que sus aguas llegaron a las moradas celestes, y todos los seres vivientes murieron menos un hermano y una hermana que se salvaron navegando en un baúl. Allí metieron una pareja de todos los animales... En Egipto, el dios Tem habría sido quien mandó el "diluvio primigenio", que cubrió la tierra y destruyó la humanidad a causa de su iniquidad, exceptuados los que le acompañaban en una barca.
Son más de 500 leyendas, todas en términos muy parecidos, y quizá la más dramática sea la escandinava: ".. .el poderoso lobo Fenrir se sacudió, haciendo temblar al mundo. El árbol antiguo de fresno Yggdrasil se cimbreó desde sus raíces hasta sus ramas superiores. Las montañas cayeron... Los hombres fueron forzados a alejarse de sus casas y la raza humana fue erradicada de la superficie de la Tierra... Y todos los ríos y mares crecieron y se desbordaron. Hervían cubriendo todas las cosas. La tierra se hundió en el mar. Después, empezó a salir de las olas. Las montañas se levantaron... el hombre también reapareció, porque escondidos en el tronco del fresno Yggdrasil, los ancestros de una raza humana futura habían escapado de la muerte".



De futuros cataclismos
Actualmente hay muchas personas que no recordaban períodos tan calurosos como algunos recientes. Las noticias empiezan a avisamos sobre la desaparición paulatina de los glaciares y la disminución del volumen de hielo almacenado en los polos. Témpanos del tamaño de un pequeño país se desprenden y navegan a la deriva. Cientos de expertos tratan el tema y nos introducen en enconadas polémicas sobre su certeza.
A pesar de algunos detractores, todo parece apuntar a que se está produciendo un cambio climático singular, pero si alguien sugiere algo sensato sobre la necesidad de reflexionar sobre sus causas, se le convierte en la caricatura de un filocomunista trasnochado y se le desprestigia. El argumento utilizado es coherente pero engañoso: una política conservacionista radical tendría como consecuencia la regresión de la civilización occidental tal y como la conocemos -o sea, que para seguir viviendo lujosa y cómodamente, no hay otro camino que seguir malgastando recursos y provocando efectos negativos irreversibles-.

Es necesario que ignoremos a los indolentes, a los escépticos y a los profesionales de la profecía apocalíptica


Para que nadie invoque oportunismos más o menos cercanos, en el libro Cómo salvar el mundo, de Robert Alien, publicado en 1980, se dibujaba un panorama futuro parecido al que estamos contemplando. Y el que entonces ocupaba el cargo de Sénior Policy Advisor de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales, no es de la escuela de Nostradamus u otros profetas catastróficos. Decía entonces: "Cuando el carbono se quema -como ocurre cuando se consumen combustibles fósiles o se destruye el bosque- se acumula en la atmósfera... La consecuencia más probable de la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera en un calentamiento global del clima, mayor en los polos que en las regiones intermedias...". Sin embargo, y a pesar de las advertencias, nadie parece excesivamente preocupado y aparentemente vamos acercándonos peligrosamente hacia un momento complicado para nuestra supervivencia como especie.

¿Se producirá un nuevo Diluvio? Muchos son los agoreros que vaticinan que una gran catástrofe climatológica acabará con la humanidad. De momento, las grandes inundaciones comienzan a ser más habituales que hace decadas.


Un vistazo al futuro
Desde luego, no podemos afirmar categóricamente que vamos a vivir una hecatombe climatológica. Dicen los antiecologistas y escépticos que aún no hay pruebas concluyentes para afirmar que el aumento de temperaturas es debido a la actividad humana. Y según este criterio deciden muchos centros de poder, negándose a racionalizar las actividades contaminantes.
Según ellos, se frenaría el crecimiento económico de los países ricos o condenaría a los más pobres. Como es bien sabido, Estados Unidos y China, los que más contaminan, no están dispuestos a reducir sus emisiones de CÜ2 a la atmósfera, rechazando el Protocolo de Kyoto, tampoco Rusia o La India. A descalificadores furibundos como Patrick J. Michaels les parece que "Acusar a Estados Unidos de irresponsabilidad ambiental es absurdo. Es cierto que este país es el principal emisor de dióxido de carbono, pero, ¿qué significa eso?" -Mayo del 2001, dos años antes de que una fuerte ola de calor acabara con muchos de sus paisanos-.
Pues eso significaba: ¡calor!, y huracanes como el Isabel, que amenazó la costa este de Estados Unidos y fue considerado como muy violento -categoría 5-.
Bien, es posible que no haya certezas, pero lo que no podemos hacer es, como los conejos del cuento, discutir a ver si los ladridos son de galgos o podencos, cruzarnos de brazos y esperar a ver qué sucede en los próximos años confiando en la suerte. ¿Qué puede hacer el hombre de a pie? Pues observar el cielo y el mar, tal y como lo hacían los antiguos, y sensatamente ponerse en lo peor, porque la cantidad de agua que se evapora con el aumento de calor, terminará más tarde o más temprano, o convirtiéndose en hielo, o precipitándose en forma de lluvia. Y no lo hará como el chirimiri costero, sino tempestuosamente, ya sean gotas frías o tormentas arrasadoras.
Es posible que las lluvias torrenciales no afecten global mente, pero estoy seguro de que localmente serán terribles. De hecho ya sucede. Las inundaciones que se están viviendo en el mundo en los últimos años así lo confirman.
Por eso es necesario ignorar a los indolentes, a los escépticos y a los profesionales de la profecía apocalíptica, y tratar desde el propio entorno, adquiriendo buenas prácticas, paliar en lo posible lo que está sucediendo.
Ante la pregunta: ¿yo qué puedo hacer? Poco a poco habrá que irlo explicando pero, para empezar, evitar que la contaminación informativa impida elaborar criterios propios y sensatos frente a opiniones tan descabelladas.


domingo, 10 de febrero de 2013

Codex Gigas, los secretos de la Biblia del Diablo

El Codex Gigas o Biblia del Diablo es famoso básicamente por dos aspectos: es considerado el manuscrito latino de Europa más grande conservado, y contiene una de las imágenes más impactantes de todo el arte medieval cristiano: un aparentemente inexplicable retrato del diablo. Sin embargo, ambos rasgos forman parte de un códice que, analizado en su conjunto puede aportamos datos fascinantes para adentramos en uno de los enigmas literarios más interesantes de la Baja Edad Media.
por Jerónimo Méndez


EI manuscrito, por su inusual tamaño y sus características, ha avivado siempre la imaginación de las gentes y se ha visto envuelto en diversas leyendas. La más famosa de estas leyendas -y que supone tal vez una variante de la popular historia de Teófilo el Penitente, base del mito de Fausto-, hace referencia al escriba que lo confeccionó como autor material: un monje del monasterio bohemio de Podlazice, cerca de Chrudim, que fue condenado a ser emparedado vivo por haber cometido un gravísimo crimen, una terrible ofensa contra su condición monacal y contra el orden divino. Así se interpreta el término inclusas que, en el calendario necrológico y santoral que constituye una de las últimas partes del códice, aparece junto al que podría ser el nombre del misterioso amanuense.
Para expiar su pecado y merecer el perdón de su comunidad y de Dios, este monje anónimo propuso al abad la labor penitencial de escribir el libro más grande del mundo en una sola noche, como medio para redimirse. Así que reunió los materiales y los enseres necesarios para tal tarea y se aisló en su celda para acometer el trabajo. Sin embargo, a las pocas horas, ante el entumecimiento persistente de sus manos y la vista cansada, se dio cuenta de que aquella era una tarea poco menos que imposible para un solo escriba y que no tendría fuerzas suficientes para acabar el libro antes del alba. Fue en aquel momento, aterrorizado y desesperado ante la imagen de la muerte esperándolo tras el canto del gallo, cuando tuvo la ocurrente idea de invocar al mismísimo diablo para que lo ayudara, con sus poderes maléficos, a acabar el manuscrito. A lo que el maligno aceptó de buena gana, a cambio, eso sí, de su alma y de un pequeño capricho: el manuscrito debía contener, en una de sus páginas, un fidedigno retrato suyo.
Ante el asombro y la sospecha de sus congéneres, el monje presento el manuscrito terminado al día siguiente y fue perdonado. Pero, en pocas semanas, el recuerdo de su pacto con el diablo, y la terrible traición religiosa y la muerte espiritual que ello conllevaba, con su alma eternamente condenada a los suplicios del infierno como consecuencia inevitable, llevó al religioso a un estado de nerviosismo y ansiedad cercano a la locura. No tuvo más remedio que encomendarse, rezo tras rezo, a la Virgen Mana, para que intercediera por él y pudiera ser perdonado de su vileza. La Virgen, finalmente, accedió a salvarlo pero, justo en el momento de recibir el perdón divino y ser absuelto de su pacto con el diablo, súbitamente, el arrepentido penitente murió.Y la risa de Satanás, claro está, retumbó desde lo más profundo del averno. Sea o no inclusas el vocablo en latín que pudiera justificar de algún modo la leyenda, lo más sorprendente es que la caligrafía del manuscrito se mantiene constante y prácticamente inalterada a lo largo de todo el texto. Y, más allá de toda lógica, un sentimiento de curiosidad y fascinación invade al investigador que se enfrenta por vez primera a la realidad del códice. Por eso, si pasamos a analizar, aunque sea brevemente, el manuscrito, tal vez podamos vislumbrar qué parte de verdad y qué parte de misterio contienen las formidables páginas de este gigas librorum.

El "A 148" y su historia
El Codex Gigas es un códice de inicios del siglo XIII -se cree que fue escrito entre 1204-1230- de origen desconocido, conformado por un total de 310 hojas de pergamino -probablemente, confeccionado con piel de becerro- cuyas páginas manuscritas en dos columnas de 106 líneas cada una, redactadas por un mismo y anónimo amanuense, presentan en la actualidad un tamaño de 89 cm de alto por 49 cm de ancho, dimensiones que, según los expertos, no son las originales, pues el códice, antes de haberse visto algo reducido en épocas posteriores, podría haber presentado un extraordinario tamaño real de 90 por 50 cm. Y un dato más: nos encontramos ante un ejemplar irrepetible de casi 75 kilos de peso.
Si bien la identidad del escriba que confeccionó el desmesurado manuscrito, y el lugar -fuera un scriptoríum concreto o una celda de reclusión- así como la manera exacta en que lo hizo, se desconocen aún hoy, una nota escrita en el primer folio de este nos anuncia que los primeros propietarios del códice fueron los monjes benedictinos de Podlazice, que se vieron obligados, por ciertas estrecheces económicas, a vender el manuscrito a los cistercienses de Sedlec. Considerado como una de las maravillas del mundo, fue adquirido por Bavo de Netin, abad de Brevnov, el monasterio más grande de Bohemia, cercano a Praga, en 1295 o un año después -ya que, si la compra fue a instancias del obispo Gregorio de Praga, como indica el manuscrito, este no fue elegido obispo hasta 1296-. Estos tres monasterios eran centros monacales de la antigua Bohemia -actual territorio histórico de la República Checa- y, aunque es cierto que el Coctex Gigas fue confeccionado en algún lugar de la dicha región de Bohemia, probablemente no fue en Podlazice, un monasterio pequeño y pobre, del que no surgieron otros manuscritos admirables. Sus verdaderos orígenes, pues, se pierden entre las nieblas del medievo centroeuropeo.
Posteriormente, el manuscrito se vio envuelto en ciertos avatares históricos. Con el estallido de las Guerras Musitas en 1420, los monjes de Brevnov se vieron obligados a evacuar el monasterio y trasladarse a la comunidad filial de Broumov, donde el "Códice Gigantesco" fue visto por M. Johannes Frauenberg de Górlitz, quien escribiría una carta desde Broumov en 1477 describiendo el manuscrito,según apuntó Joseph Dobrovskyen 1796, miembro de la Real Sociedad de Ciencias de Praga, quien realizó la primera descripción moderna del códice.
Curiosamente, durante el siglo XVI, el Coctex sirvió como álbum amicorum, una especie de libro de visitas. Varios eclesiásticos de Praga y de la vecina Silesia, así como diversas personalidades seculares, escribieron sus nombres en el manuscrito cuando visitaron el monasterio de Broumov, entre los cuales se cuenta ChristopherSchlichtig, médico del príncipe Guillermo V de Bavaria y adepto del místico y médico suizoTheophrastus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso (1493-1541).
En 1594, Rodolfo II de Hadsburgo (1552-1612), rey de Hungría y de Bohemia -y tras la muerte de su padre, archiduque de Austria y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico-, reconocido bibliófilo y amante de lo oculto, tomó el códice prestado -para no devolverlo jamás- y lo trasladó a su castillo en Praga, donde permaneció hasta que, durante la Guerra de los Treinta Años, fue apropiado y llevado a Estocolmo por el ejército sueco en 1649. Pasó entonces a formar parte de la colección de la reina Cristina de Suecia, dentro del catálogo de la biblioteca real. Se salvó de milagro de un terrible incendio en 1697 al ser lanzado por una ventana y, a pesar de los daños sufridos en la caída -amortiguada, según se cuenta, por un malogrado sueco que en aquel momento se encontraba debajo-, allí permaneció hasta 1877, cuando entró a engrosar el fondo de la nueva Biblioteca Nacional de Suecia. En 1970 viajó hasta el Metropolitan Museum de Nueva York y el 24 de septiembre de 2004 regresó a Praga para ser exhibido temporalmente en la Biblioteca Nacional Checa hasta 2008, cuando volvió a Estocolmo, donde se ha conservado hasta hoy bajo las siglas de "MS A 148".


Una Biblia inusual
El Coctex Gigas está conformado principalmente por cinco textos de gran extensión y una Biblia completa, siguiendo esta, excepto en el Libro de los Apóstoles y el Apocalipsis, la traducción latina de la Vulgata de san Jerónimo, pero en una secuencia que corresponde a la versión reorganizada que prescribió posteriormente el teólogo anglosajón Alcuino de York (735-804), mano derecha de Carlomagno -con algunas y raras modificaciones en el orden de los libros en el caso del Coctex, y el añadido del libro profético de Baruc, que sí contenía la Vulgata-. Sin embargo, los dos Testamentos que la conforman, en contra de lo habitual, aparecen separados en diferentes sitios del manuscrito, dando como resultado una lectura bíblica fraccionada y complementada al mismo tiempo por otras obras.
Así, el códice se abre con el Antiguo Testamento -folios Iv-118r-, seguido por dos trabajos de carácter historiográfico: las Antiquitates ludaicae -Antigüedades de los judíos, ff. 118r-l 78v-y De bello ludaico -La guerra de los judíos, 178v-200v-, ambos del historiador judío Flavio Josefo -del siglo I-. Después de Josefo, los folios siguientes contienen las enciclopédicas Etymologiae de Isidoro de Sevilla -siglo VI- en los folios 201r-239r, seguidas de ocho tratados médicos -los cinco primeros bajo el título de >4rs medicinae, utilizados desde el siglo XII por los alumnos de la afamada escuela de Salerno y en todo el Occidente cristiano, y los tres últimos sobre medicina práctica, escritos por el monje benedictino Constantino el Africano en la segunda mitad del siglo XI-. A continuación es cuando encontramos el Nuevo Testamento -253r-286r- y, después de ciertos textos de menor extensión y las dos imágenes que caracterizan como único el manuscrito -y que detallaremos más adelante-, el último de los textos extensos es la Chronica Boemorum de Cosmas de Prag$ (1045-1125), la primera historia conocida del reino de Bohemia -294r-304r-.
El códice constituye así un fascinante recorrido por la cultura medieval que parte de la Creación Universal como origen de la Humanidad y nos traslada, a través de distintos textos, a los hechos históricos que tuvieron que ver con la conformación del antiguo reino de Bohemia. Hay, sin embargo, en este recorrido algunas paradas obligatorias que son claves para entender-o, al menos, intentarlo- el porqué de semejante compilación.


Biblias gigantes
Aunque como caso único por su mayor tamaño, su excepcional mixtura de contenidos y sus destaca-bles ilustraciones, el Codex Gigas se enmarca dentro de la tradición de las Biblias gigantes que fueron producidas, primero desde Roma y luego en el norte de Europa, entre la segunda mitad del siglo XI y finales del XII. Se conoce la existencia de Biblias de considerables dimensiones, en un solo volumen, desde la Alta Edad Media, pero no fue hasta el siglo XI cuando el tamaño de estos manuscritos adquirió un valor simbólico. Como objetos de gran valor material, suponían la afirmación del poder y la independencia de la Iglesia ante las autoridades seculares y los papas y obispos reformistas pretendían, mediante su creación y regalo, protagonizar actos de reafirmación de la fe en tiempos históricamente revueltos.
El papel concreto que tuvieron estos manuscritos en la práctica religiosa, aún en la actualidad, no está del todo claro. Su extraordinario tamaño quizá los hizo adecuados para ser colocados en un atril para las lecturas bíblicas en el refectorio monástico durante las comidas, o en el presbiterio de la iglesia para las misas diarias. Quizá fueron usados como adjuntos a otros libros litúrgicos o, en el caso que nos ocupa, atendiendo a los diversos tratados que incluye el códice, también pudiera haber servido como volumen de consulta sobre temas históricos o medicinales. En cualquier caso, y debido a su rica y cuidada elaboración, seguramente servían como legítimos textos originales a partir de los cuales realizar otras copias manuscritas. Curiosamente, el Codex Gigas culminó esta tradición de biblias desmesuradas.



Una enigmática confesión
Además de las obras anteriormente citadas, de carácter religioso, erudito, médico e historiográfico, el códice contiene algunos textos más breves, el primero de los cuales, ubicado en el manuscrito antes de una imagen que ilustra la Jerusalén Celeste, entre los folios 286v-288v, constituye una obra sobre la penitencia y la confesión de los pecados a partir del hipotético caso de un clérigo anónimo que confiesa sus debilidades y viles deslices, tanto de pensamiento, palabra como de acción. En esta confesión podemos encontrar, en primer lugar, unas frases invocatorias iniciales, dirigidas a Dios, Cristo, los ángeles, los patriarcas de la Iglesia, los profetas, apóstoles y numerosos santos, seguidas de una larga enumeración de todas las ofensas cometidas por el pecador contra su condición clerical, así como, especialmente, contra la abstención sexual y los placeres de la carne. Seguidamente, podemos leer una detallada exposición sobre los siete pecados capitales y sus numerosas ramificaciones, según la tradición cristiana desde Gregorio el Grande.
La confesión concluye con una típica plegaria de arrepentimiento, y supone, a todas luces, el texto más significativo del códice, si pensamos en la leyenda que concierne a los orígenes del manuscrito. ¿Es esta confesión un simple manual en primera persona para religiosos potencialmente pecaminosos o supone, asimismo, la retractación de aquel monje que escribió el Codex Gigas como acto de penitencia? ¿Fue el pecado que cometió, y que le valió la condena de ser emparedado vivo, de naturaleza sexual, como parece indicar el manuscrito? Seguramente, nunca lo sabremos, pero si atendemos a los numerosos casos de incontinencia y concubinato clerical que distintas regulaciones eclesiásticas y concilios denunciaban desde los inicios del siglo XIII, quizás no sea tan descabellado especular que la indusión de esta peculiar confesión en el manuscrito obedezca también a razones relacionadas con ello.


...Y un tratado de exorcismos
El segundo de los textos menos extensos del códice se sitúa justo después del famoso retrato del diablo, posiblemente como protección o contrapunto a este, y constituye una serie de instrucciones para la expulsión de espíritus malignos y demonios causantes de enfermedades. Supone, de este modo, un breve tratado de exorcismos basado en un total de tres conjuros y dos encantamientos o fórmulas mágicas para reconstituir la salud y ahuyentar el mal -290v-291r-. El primero de estos conjuros -Contra morbum repentinum- está destinado a combatir la enfermedad súbita y el demonio que la provoca, al que dirige unas herméticas palabras iniciales, cargadas de poder divino para la mente medieval, entre las que se intercala el símbolo de la Cruz: "+ PUTON PURPURON +DIRANX + CELMAGIS + METTON + AR-DON + LARDÓN + ASSON CATULON + HEC NOMINA DABITIBIIN NOMINE PATRIS ET FIUI ET SPIRfTUS SANCTI UT DEUS OMNIPO-TENS LIBERE!" te ab isto repentino morbo, sanctus sanctus sanc-tus. agyoz agyoz K X K Pater omnipotens de celo liberet te ab isto morbo". Un conjuro que podríamos traducir como:"+ puton purpuran (...) catulon + Estos nombres yo te entrego en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para que Dios Todopoderoso te libere de esta enfermedad repentina. Santo, santo, santo (...) Que desde el cielo el Padre Todopoderoso te libere de esta enfermedad".
Los dos conjuras siguientes son contra féferes, es decir, fueron redactados para ser declamados a enfermos que padecieran algún tipo de estado febril. El primero de ellos invoca, como causantes de las calenturas y para expulsarlas del cuerpo de un fámulo Del o siervo de Dios, a las siete hermanas de Satán: llia, Restilia, Fogalia, Suffog^lia, Affrica, lonea e ígnea. En el segundo, un demonio sediento de sangre, de nombre Odino, con un total de 150 garras, es convocado e impelido a no dañar a su víctima y a "dormir como un cordero lechal".
Por otra parte, las dos fórmulas mágicas, en las que creían tanto judíos como cristianos de la época, tienen que ver con algp más material pero igualmente pernicioso, pues es el resultado de ultrajar el séptimo mandamiento: el hurto; y prescriben, así, cómo atrapar a un ladrón con la ayuda de un médium virgen o qué hacer para ver en sueños el robo tal y como sucedió en realidad. El primero de estos medievales métodos criminológicos -Experimentum in ungue puerí per quod videtur furtum- consistía, según el Coctex Gigas, en ungir las uñas del joven médium con un número determinado de gotas de aceite -una cifra de difícil intelección en el manuscrito, que pudiera interpretarse tal vez como "L D", es decir, 450- para que luego, mediante una serie de invocaciones devotas, él mismo pudiera ver la imagen del ladrón, que aparecería reflejada en el brillo aceitoso de sus uñas.

Un calendario necrológico y una regula perdida
En las últimas catorce páginas del manuscrito se encuentra el último texto breve importante que contiene el Códice Gigantesco: se trata de un calendario -305v-311r- que presenta un listado de santos y esquelas de personalidades bohemias en los días fijados para su conmemoración, precedido por una lista de nombres que probablemente pertenezcan a los miembros o benefactores de una de las comunidades monásticas donde residió el Cocfex -seguramente, Podlazice-. Estas listas de benefactores monásticos solían ser redactadas por diferentes escribas a lo largo de los años, pero en el caso del Cootex Gigas parece ser una transcripción que presenta una única y misma caligrafía.
Es en el folio 310v del Calendario, perteneciente al día 10 de noviembre, donde se halla la referencia, mediante diversas abreviaturas de uso común en los manuscritos medievales, al misterioso "Hermannus monachus inclusus", un tal Germán el monje, que ha dado tanto juego en la difusión de la leyenda que concierne al escriba condenado del manuscrito, pues el epíteto latino inclusus puede leerse como "recluido" o "enclaustrado", haciendo referencia a una celda monástica como lugar de aislamiento espiritual o penitencial, pero también como "encerrado" o "prisionero", un significado mucho más sugerente.
Pero además, según la nota sobre la cesión del códice al monasterio de Sedlec, existió otra obra que incluía el Codex en sus primeros tiempos pero cuyas páginas fueron arrancadas del manuscrito por causas desconocidas hasta la fecha: la Regula monachorum de San Benito de Nursia, que habría seguido en el códice a la crónica de Cosmas. Esta guía para la vida monástica redactada por el fundador de la Orden benedictina en el siglo VI supuso la mayor influencia en los preceptos y modus vivendi de los monjes durante todo el medievo hasta la aparición de las órdenes mendicantes. Un texto que instauraba el castigo del propio cuerpo como medida plausible ante las tentaciones de la carne; un pecado, el de la lujuria, junto al de la risa y las palabras deshonestas, que había de permanecer, según San Benito, lo más alejado posible de la paz enclaustrada de los monasterios. Y no olvidemos que el monasterio checo del cual surge el manuscrito, el de Podlazice, era un monasterio benedictino.


El autor material del manuscrito
Fuera socorrido o no por Lucifer, la identidad del escriba del Codex Gigas resulta todavía hoy un auténtico misterio. Se ha conjeturado sobre la posibilidad de que fuera un tal "Germán el monje" que aparece citado en el calendario necrológico que se encuentra al final del manuscrito junto al adjetivo latino inclusas, relacionado con la leyenda del escriba: un monje condenado a ser emparedado vivo y que, como penitencia y única posibilidad de salvación, se compromete a acabar el libro sagrado más grande del mundo en una sola noche; tarea en la que se ve asistido, finalmente, por el mismísimo diablo, que acabará cobrando su alma como pago. Pero el término inclusas o reclusus también hace referencia a un "recluso" o "enclaustrado", un monje o asceta que se aislaba en una celda por devoción religiosa y, más raramente, como forma de penitencia. Después de un período de al menos un año, este solitario religioso podía ser encerrado en su celda por un obispo, quien precintaba la puerta del aposento con su sello. En ocasiones, la puerta era tapiada y se dedicaba una misa de réquiem al recluso, simbolizando así un funeral, que sería previo a un renacer espiritual. Este ritual no era inusual entre benedictinos y cistercienses y la designación de"reciusus" es habitual en las necrologías medievales como sinónimo de ermitaño o anacoreta.
El nombre de Sobisslaus también ha sido sugerido como el nombre real del amanuense del Codex. Este nombre aparece apuntado en una plegaría a la Virgen María escrita en el margen del folio 273r. Pero dicha plegaria está redactada en una caligrafía diferente al resto y, a pesar de que está datada en el siglo XIII, fue añadida posteriormente.



El retrato del diablo
En el folio 290 del Codex Gigas aparece una imagen que debió de estremecer a aquellos que pudieron observarla en épocas pretéritas y que todavía hoy día resulta impactante para el lector actual. Centrada y ocupando casi la totalidad de la página, sobre un fondo vacío, entre dos altas columnas, una figura diabólica, con cuernos encamados y con garras de cuatro dedos levantadas hacia arriba, presenta un rostro verdoso y escamado que lanza una mirada directa desde unos ojos desorbitados y exhibe los ápices de lo que asemeja ser una lengua bermeja y viperina, únicamente ataviado con una piel de armiño -de connotaciones monárquicas- que le sirve de saya, como símbolo de su condición de Princeps Tenebrarum. Se trata, en efecto, de un inusual retrato del Rey del Mal, del mismísimo diablo. Una representación iconográfica inusual por el tipo de composición que se puede observar: una única y gran figura central, sin acompañamiento pictórico de ningún tipo, a excepción de las dos torres ya citadas, simples y que nos recuerdan que Satanás, al fin y al cabo, se encuentra confinado en el fondo del averno.


Según los especialistas, este retrato demoníaco tenía el objetivo de hacer recordar a aquél que lo contemplara la condenación del mal y del pecado. Al mismo tiempo, infundía el temor como método persuasivo contra la tentación y alejaba así a las almas virtuosas de cualquier vicio, mostrando de manera contundente cuál era el destino de los culpables: las garras y fauces de Satanás. No se incurre, de esta manera, en una descripción gráfica del infierno, con sus llamas, sus demonios y sus terribles y variopintos castigos, como sí nos encontraremos en otras obras pictóricas de los siglos bajomedievales, sino que, en este caso, en un icono como el representado se encuentra personificado todo lo que significaban la maldad y la infamia para la mente del cristiano medieval. Máxime si se trataba de un monje del siglo XIII. De hecho, en el manuscrito, este peculiar retrato confronta con otro folio donde encontramos representada la Ciudad de Dios o Jerusalén Celeste. La ubicación de ambas páginas, con sendas representaciones, por un lado, del bien más anhelado por el creyente medieval -por su eternidad- y, por el otro, de la ruindad y la angustia más aborrecidas -por lo mismo: su perpetuidad-, no es casual. Y es que las dos páginas parecen estar deliberadamente concebidas para mostrar a un mismo tiempo la recompensa de la buena vida en términos de virtud cristiana, que era obtener la entrada en la morada de Dios y, por otra parte, el resultado abominable de una dañina elección vital -el pecado, que solo puede llevar, según la religión católica, a las penas sempiternas del infierno, donde reina el Señor del Mal-. Significativo es también el orden en el que aparecen en el Codex Gigas, pues el folio representando la Jerusalén de Dios va después de la confesión anónima explicada más arriba, como si se tratara, efectivamente, de la representación pictórica del premio ejemplar que conlleva tal acto de sinceridad y contrición. Y el retrato del diablo, justo al lado de la CMtas De/, precede al breve tratado de exorcismos que presenta el códice en los folios subsiguientes como si, de alguna forma, se quisiera poner remedio o protección a la presencia demoníaca en el manuscrito.
La conocida como Ciudad de Dios aparece en el verso del folio 289 del manuscrito, a la izquierda de la efigie del maligno, representada verticalmente en diez pisos o hileras superpuestas, cada una de las cuales presenta diversos edificios, abundantes torres, y algún que otro árbol, tras sendos muros de color rojizo. Esta representación de la Jerusalén divina, que San Agustín describió en el siglo V en su extensa obra De civitate De/ contra paganos como alegoría del cristianismo, aparece construida o contenida también entre dos altos muros.


Contraria a la Civitas terrena o la Civitas Diaboli, la idea de que el Cielo pudiera ser conceptuado como ciudad hizo de esta Jerusalén símbolo de esperanza y salvación, pues la Ciudad Celestial era el lugar al que eran destinadas las almas de los buenos cristianos.
Sin embargo, pocos conocen la existencia de otro retrato en un folio anterior del manuscrito, el único de una persona en el Cocfex Gigas: en el folio 118r, junto al inicio del texto de las Antiquitates, aparece un anciano barbudo de tosca figura, vestido con una túnica y capa, cuya blanca melena aparece coronada por un sombrero acabado en punta -convención pictórica medieval para representar a los judíos-, y que ocupa aproximadamente el tercio superior del margen derecho de la página.
Aunque la imagen no presenta ninguna inscripción, el personaje en cuestión debe ser Flavio Josefo, autor del texto que aparece a la izquierda, obra que compendiaba la historia judía desde la Creación hasta la revuelta antirromana que se inició en el año 66 d.C., un texto ampliamente difundido y leído a lo largo de toda la Edad Media y que dota al Cocfex de un fuerte carácter historiográfico.




A modo de conclusión
Cuando uno acaba de repasare! códice medieval latino más grande de todos los tiempos, y contextualiza los textos y las imágenes que lo conforman, no puede evitar experimentar cierta sensación de viaje. Quizás la función real del Codex Gigas, que tanto se ha debatido los últimos años, tenga que ver con ello.Tal vez, el vínculo que une tan diferentes textos en un mismo códice y la razón que explica que la Biblia que contiene el manuscrito esté dividida en dos, tiene relación, precisamente, con esta idea de periplo. Un periplo diseñado por un monje anónimo de la primera mitad del siglo XIII, bajo circunstancias realmente desconocidas, que nos transporta a través de la historia, el conocimiento y los terrores del medievo.
Un recorrido que comienza en el Génesis, pasa portoda la historia judía, atraviesa así el AntiguoTestamento como premonición del Nuevo, recoge todo el saber y la ciencia cristianos de la época y, después del Juicio Final, acaba teniendo dos posibles metas para el hombre del medievo, residentes ambas en la inmortalidad: una excelsa y otra horriblemente pésima, como nos enseñan las dos muestras iconográficas más importantes del manuscrito. Es, pues, el Cocfex Gigas más que una simple Biblia e incluso más que una "Biblia del Diablo": es una obra sin duda pretenciosa, ya que no se puede negar en ella cierta voluntad enciclopédica. Este manuscrito gigante hace las veces de compendio que reúne el relato del pueblo judío -con navio Josefo y el Antiguo Testamento-, la historia y el saber del cristianismo -con el Nuevo Testamento y una obra como las Etimologías de san Isidoro de Sevilla-, la filosofía moral de la época -con el ejemplo de confesión y los exorcismos para la salud del alma- así como parte de la filosofía natural -reuniendo los tratados médicos citados para la salud del cuerpo-. Y no solo pretende una perspectiva universal sino también local -con la Crónica de Bohemia, el Calendario y la lista de nombres que lo precede-.
Sea como fuere, lo que este manuscrito único nos permite es adentrarnos en múltiples facetas de la Europa del siglo XIII: teología, historia, arte, medicina, magia... componen sus folios, que nos ofrecen así un testimonio irrepetible de la sabiduría y las creencias del medievo. Además, el Cocfex Giganteas es uno de esos casos que, como objeto insólito, presentan también ciertas incógnitas indescifrables, como ese secreto sin desvelar relacionado con la autoría real del manuscrito y que acaba haciéndonos, queramos o no, partícipes del misterio.