domingo, 13 de enero de 2013

LA BIBLIA - V PARTE: Las huellas arqueológicas de la Biblia



  • LA BIBLIA - I PARTE: Mucho más que un libro sagrado
  • LA BIBLIA - II PARTE: Los escenarios bíblicos
  • LA BIBLIA - III PARTE: Tierras y hombres de Israel
  • LA BIBLIA - IV PARTE: Un libro de libros
  • LA BIBLIA - V PARTE: Las huellas arqueológicas de la Biblia
  • LA BIBLIA - VI PARTE: Los 7 mitos del libro sagrado 
  • LA BIBLIA - VII PARTE: Amor, sexo y pasión en la Biblia
  • LA BIBLIA - VIII PARTE: La vida cotidiana en Jerusalén 
  • LA BIBLIA - IX PARTE: Los adversarios bíblicos de Israel 
  • LA BIBLIA - X PARTE: Héroes y heroínas de la Biblia
  • LA BIBLIA - XI PARTE: La Biblia y los inicios del cristianismo

  • V PARTE:
    LAS HUELLAS ARQUEOLÓGICAS DE LA BIBLIA
    Cuando las piedras hablan


    El Antiguo Testamento recopila sucesos, relatos y leyendas. Averiguar qué parte de los hechos narrados en la Biblia transcurrió en lugares reales y cuál es pura ficción trae de cabeza a los investigadores y ha dado pie a grandes hallazgos arqueológicos.

    Por Fernando Cohnen, periodista



    Benjamín de lúdela, un judío español que viajó a Oriente Próximo en la segunda mitad del siglo XII, creyó haber localizado en Samarra (Meso-potamia) la legendaria Torre de Babel que describe la Biblia. En realidad, lo que descubrió el viajero navarro fue el minarete de la gran Mezquita de al-Mutawakkil, una torre de varias plantas rodeada de una rampa en espiral. A fines del siglo XIX, el arquitecto y arqueólogo alemán Robert Koldewey sacó a la luz los restos de la ciudad de Babilonia y del promontorio del zigu-rat que el Antiguo Testamento denomina Torre de Babel.
    "Los relatos bíblicos de Mesopotamia son un claro reflejo de los recuerdos de un pueblo oprimido por el imperialismo asirio o babilónico. La Babel bíblica es, por tanto, sinónimo de decadencia, de crueldad política y de los excesos de la vida urbana", afirma Gwendolyn Leick, asirióloga y autora de Mesopotamia, que narra el desarrollo de los pueblos que vivieron entre los ríos Tigris y Eufrates.
    En sus años de cautividad en la capital babilónica, los judíos contemplaron con asombro las gigantescas dimensiones de aquella torre, que fue concluida durante el reinado de Na-bopolasar (625-650 a. C.). Los redactores de la Biblia la recordaron como el símbolo de la locura y la arrogancia humanas. Con sus siete plantas y 90 metros de altura, los babilonios creían que el zigurat era un nexo de unión entre la Tierra y el dios Marduk. Su ñnal llegaría años después, cuando el rey persa Jerjes se enfrentó a un levantamiento de los babilonios. Para castigarlos, ordenó destruir la ciudad y su legendaria torre, que fue reducida a un amasijo de escombros.
    Desde finales del siglo XIX, cuando comenzaron las exploraciones modernas de los territorios bíblicos, los descubrimientos arqueológicos en Egipto y Mesopotamia hicieron pensar a muchos estudiosos que los relatos de la Biblia eran básicamente verídicos y que coincidían con la historia del antiguo Israel. Gracias al desciframiento
    de los jeroglíficos egipcios de la Piedra Rosetta, llevado a cabo por Jean-Fran9ois Champollion, los especialistas descubrieron que una estela erigida por el faraón Merneptah (1207 a. C.) hacía referencia a una victoria egipcia sobre un pueblo llamado Israel. Tiempo después, el faraón Sisac (945-924 a. C.) dejó un informe de su ataque a Jerusalén en un muro del templo de Amón en Karnak, en el alto Egipto.


    Los hititas existieron. 

    A partir de la década de 1840, académicos y arqueólogos europeos y estadounidenses descubrieron los archivos de escritura cuneiforme de los imperios mesopo-támicos de Asiría y Babilonia y desenterraron los restos de Nínive y de la propia capital babilónica, dos ciudades que aparecían en la Biblia pero que hasta entonces eran consideradas legendarias. Poco a poco, se establecieron relaciones y se ordenaron las dataciones del reinado de los monarcas judíos y de los soberanos egipcios, asirios y babilonios. Una de las inscripciones más importantes para la validación histórica fue descubierta en 1993 en el yacimiento de Tel Dan, en el norte de Israel. En ella se menciona la victoria del rey arameo Jezael sobre los monarcas de Israel y de la "Casa de David" en el siglo IX a. C.
    Los estudiosos de la Biblia, como Lutero, sabían que los hititas habían jugado un papel destacado en la historia del antiguo Israel. Pero ¿aquel pueblo era real o sólo una ficción ideada por los redactores bíblicos? En 1879, el estudioso británico Henry Sayce encontró en Esmirna (Turquía) unas misteriosas inscripciones en unas rocas. Unos años después, Sayce afirmó en una conferencia ante la Society for Biblical Archaeology que todos esos restos pertenecían a los hititas que mencionaba la Biblia. Su intuición dio en la diana. En 1889 aparecieron centenares de tablas de arcilla en la localidad de Boghazkoy (Turquía), que fueron investigadas por Hugo Winc-kler. Este experto alemán en escritura cuneiforme organizó una expedición al yacimiento en 1906.


    Las excavaciones de Winckler desvelaron los restos de cinco templos, una ciudad fortificada y un almacén en el que se hallaron unas 10.000 tablillas de arcilla. Una de ellas era el registro de un tratado entre el soberano hitita y el faraón egipcio Ramsés II. Otras tablillas desvelaron que la actual Boghazkoy era la capital de aquel pueblo, cuyo nombre original era Hattusha. La Biblia había proporcionado la pista para rescatar del olvido a los hititas.
    El Antiguo Testamento es un relato épico entretejido a partir de un cúmulo de cuentos populares, anécdotas, profecías, leyendas, memoria oral y hechos históricos. Averiguar qué relatos son históricos y cuáles son ficticios es una tarea compleja que ha generado grandes polémicas entre los arqueólogos. Una de las controversias más encendidas la ha protagonizado el británico David Rohl, cuya hipótesis de que la Biblia proporciona las claves para localizar geográficamente el lugar exacto donde estuvo ubicado el Paraíso ha levantado ampollas en la comunidad científica.

    En busca del Edén. 

    Tras cotejar fuentes bíblicas con textos antiguos, Rohl señaló que el Jardín del Edén se encontraba a orillas del lago Urmía, cerca de la ciudad de Tabriz, en la confluencia de las fronteras de Turquía e Irán y a dos pasos de los míticos yacimientos sumerios de Irak. No lejos del lago Urmía se halla el yacimiento de Góbekli Tepe (Monte Ombligo), un conjunto megalítico descubierto en 1995 que se ubica en el curso superior de los ríos Eufrates y Tigris, en un solitario desierto de piedra caliza en el sudeste de Turquía, la región donde la Biblia situaba el Paraíso.
    Hace unos 11.500 años, en ese punto estratégico del planeta, varios escultores del Paleolítico tallaron signos y dibujos en las columnas que adornaban el recinto sagrado donde el clan rendía culto a los muertos. Aquel grupo de cazadores-recolectores fue capaz de dar los primeros pasos para domesticar el trigo salvaje que crecía de forma espontánea en las laderas de la cordillera de Tauro y en las fértiles tierras que rodean los lagos Van y Urmía.
    Los estudios genéticos llevados a cabo por investigadores alemanes e italianos asociados al prestigioso Instituto Max Planck para la Investigación de Cultivos de Colonia (Alemania) parecen corroborar que ese lugar que señala Rohl en el mapa pudo haber sido el primero que utilizó el ser humano para iniciar la agricultura. Según los datos que aporta la genética botánica, el trigo silvestre que fue domesticado en la revolución Neolítica crece todavía en las laderas del volcán Karacadag, muy cerca del lago Urmía
    y de Góbekli Tepe, donde se ubica el metafórico Edén de Rohl.
    Los investigadores han comparado el material genético del trigo silvestre con muestras que se conservan de trigo diploide domesticado (escaña menor), cuyo cultivo pervivió hasta entrado el siglo pasado. El resultado de dicho experimento ha sido contundente: la domesticación del grano silvestre se llevó a cabo en ese crucial punto geográfico del planeta. Y el milagro debió suceder una sola vez en la historia, dado que el ADN de las muestras cultivadas, de escasa variabilidad genética, guarda un asombroso parecido con el de un trigo silvestre cuyo habitat se restringe a las laderas del volcán Karacadag.


    Adán, Eva y el Diluvio. 

    Algunas leyendas mesopotámicas recogen los mismos mitos y parábolas que la Biblia, recuerda Rohl. Por ejemplo, la que menciona una colina paradisíaca, Du-ku, donde se inventó la agricultura. Asimismo, la "Señora de la Montaña" de la tradición sumeria era la madre de todo lo vivo, la misma consideración que otorga el Antiguo Testamento a Eva. 
    En el mito sumerio de la creación, el dios Ninhursak regaña a Enki (Adán) por comer de la planta prohibida del Paraíso, un pecado que le pone al borde de la muerte. Apiadándose de él, Ninhursak crea a una diosa llamada Ninti -la "Señora de la Costilla"- para curarle. El egiptólogo británico cree que ese mito fue el origen de la Eva bíblica.


    El yacimiento de Góbekli Tepe se encuentra muy cerca de la ciudad de Urfa, donde el Antiguo Testamento sitúa la gruta en la que nació Abraham y en cuyo entorno se han localizado numerosos restos arqueológicos. De acuerdo con una versión de la Biblia original hebrea, Abraham salió de Urfa para emprender camino hacia la Tierra Prometida en torno al 1800 a. C., lo que habría contribuido a que la parábola de la "Señora de la Costilla" apareciera tiempo después en el Antiguo Testamento como el Paraíso de Adán y Eva. Algo parecido podría haber ocurrido con el mito mesopotámico del Diluvio Universal.
    En 1851, el arqueólogo Hormuzd Rassam encontró en el riquísimo yacimiento de Nínive unas placas de arcilla que contenían el Gilgamesh, la obra literaria más importante del mundo antiguo. Rassam envió aquellas extrañas placas repletas de signos cuneiformes a Londres, donde George Smith las descifró en 1872. Las tablas hablaban de Ut-napisti, el antepasado común de todos los humanos. Él y su familia fueron los únicos que lograron eludir la gran inundación que lanzó dios para castigar a los hombres por sus graves pecados.
    Por orden divina, Ut -napisti construyó un barco para salvar a su familia y a los animales elegidos. El desciframiento de esta historia del Giígames/i, que es una representación primitiva del Arca de Noé bíblica, provocó un gran revuelo en la Inglaterra victoria-na. El Libro Sagrado recogía, pues, algo más que simples leyendas; como la que describe el viaje de Joñas a la pecaminosa Nínive, una ciudad que durante siglos fue considerada legendaria hasta que Layard la resucitó de sus cenizas.


    Israel, sobredimensionado. 
    Algunos sospechan que el Antiguo Testamento podría desvelar aspectos oscuros de los primeros pasos del pueblo judío en Oriente Próximo. Israel Finkelstein, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, y Neil Asher Silberman, director del Ename Centre for Public Archaeology and He-ritage Presentation, son los autores del libro La Biblia desenterrada, una nueva visión histórica del antiguo Israel que, desde su publicación, ha desatado pasión entre los especialistas y gran polémica entre los creyentes.
    Tras estudiar recientes yacimientos arqueológicos, afirman que los escritores de la Biblia inventaron de forma deliberada el poder y la riqueza de Saúl, David y Salomón (1050-930 a. C.). Aunque el libro de Samuel y partes iniciales del libro de los Reyes describen a Saúl, David y Salomón como gobernantes sucesivos de un poderoso reino unido de Israel y Judá, Finkelstein y Silberman afirman que las evidencias arqueológicas modernas demuestran que, en el tiempo de los tres soberanos, el reino de Israel tenía una dimensión insignificante.
    En los últimos años se han descubierto inscripciones y sellos que pueden vincularse a personajes mencionados en el texto bíblico, lo que demuestra que el Antiguo Testamento contiene sin duda hechos históricos. "Pero eso no significa que la arqueología haya demostrado la veracidad del relato bíblico en todos sus detalles", advierten Finkelstein y Silberman. En su opinión, es evidente que muchos sucesos descritos en el Antiguo Testamento no ocurrieron ni en la época concreta mencionada ni de la manera en que se describen. "Otros acontecimientos que recoge la Biblia no sucedieron, sencillamente, nunca", subrayan los dos investigadores israelíes.


    En tiempos de Josías. 

    Parece que hay un cierto consenso entre los eruditos a la hora de describir la Biblia como una composición original y, a la vez, una adaptación de versiones y fuentes anteriores. Pero ¿cuándo fue escrita? Finkelstein y Silberman aseguran que los primeros libros bíblicos fueron compilados y compuestos en un lugar y un momento identificables: en Jerusalén, en el siglo VII a. C. "La arqueología ha proporcionado pruebas suficientes en apoyo de la nueva hipótesis de que el núcleo histórico de la Biblia (el Pentateuco y la Historia Deuterono-mista) tomó forma fundamentalmente en ese siglo, en tiempos del rey Josías", aseguran los arqueólogos israelíes.
    "El objetivo de Josías era dar un refrendo ideológico a unas ambiciones políticas y a unas reformas religiosas concretas", señalan los autores de La Biblia desenterrada. A partir de ese momento, el Templo de Jerusalén sería reconocido como el único lugar legítimo de culto para el pueblo de Israel, una decisión que propició el nacimiento del monoteísmo moderno. Al mismo tiempo, los dirigente políticos de Judá del siglo VII a. C. decidieron que el Templo y el palacio real de Jerusalén fueran el centro de un extenso reino panisraelita, plasmación del legendario Israel unificado de Saúl, David y Salomón que aparece en la Biblia.
    Las diversas menciones de Guerar en el Antiguo Testamento (Génesis, 26: l) demuestran la importancia que tuvo esta ciudad en el periodo de los patriarcas (alrededor del 1800-1500 a. C.). Pero las excavaciones que se han efectuado en Tel Haror (el lugar donde se encontraba Guerar) han revelado que en la Edad del Bronce no era más que un pueblo pequeño e insignificante. Los datos arqueológicos revelan que Guerar se convirtió en una importante ciudad amurallada de la administración asiría mucho tiempo después. "Este y otros anacronismos demostrarían que la Biblia fue escrita y compilada en el siglo VII a. C.", subraya Finkelstein, que, además de ser coautor de La Biblia desenterrada, lleva trabajando más de diez años en el yacimiento arqueológico de Megiddo.


    El libro de Josué narra la historia de una victoriosa campaña militar durante la cual las tribus de Israel derrotaron a los poderosos reyes de Canaán, heredando sus tierras. Esta epopeya contiene algunas de las narraciones más impactantes de la Biblia, como la marcha de los israelitas encabezados por Josué para tomar la poderosa ciudad de Je-ricó, cuyas murallas se derrumbaron en medio del estruendo ensordecedor de las trompetas de guerra judías. Diversas excavaciones arqueológicas han demostrado que las poblaciones cananeas de la época del Bronce Reciente carecían de murallas, dado que el ejército de ocupación egipcio se encargaba de la seguridad de todo el territorio.
    Curiosamente, la Biblia no habla de la presencia de tropas del faraón fuera de las fronteras de Egipto y tampoco las menciona en el relato que hace de las batallas que entablaron las tribus de Israel contra las ciudades cananeas. Parece improbable que el faraón Ram-sés II, que en aquellos años gobernaba con mano de hierro el imperio egipcio, relajara la vigilancia militar sobre Canaán o permitiera que un grupo de judíos atacara las ciudades cananeas.
    El yacimiento de Samaría, excavado por primera vez por una expedición de la Universidad de Harvard en 1908-1910, fue estudiado más a fondo en la década de 1930 por un equipo británico y judíopalestino. Los arqueólogos encontraron los restos de un opulento palacio con edificios auxiliares para el personal de la corte, lo que puso de manifiesto el esplendor de la estirpe Omri que gobernaba Israel en torno al 800 a. C. Los redactores del Antiguo Testamento obviaron el poderío y el desarrollo de los omritas (Israel) porque habían eclipsado a Judá, su propio reino. Mientras Judá, al sur, se presentaba como un territorio pobre y poco apetecible, el próspero reino del norte (Israel) se convirtió en objetivo tentador para los temibles asirios.


    Las tribus perdidas. 

    La Biblia menciona en varios pasajes a Asiría, un pueblo que fue considerado por los judíos como el más brutal y sanguinario sobre la faz de la tierra. Los hebreos nunca olvidaron los innumerables ataques y las deportaciones masivas que sufrieron a manos de sus temibles ejércitos. En el año 853 a. C., la primera invasión asiría, encabezada por el rey Salmanasar III, fue derrotada en la batalla de Karkar por una coalición de pequeños Estados, entre los cuales se encontraba Israel. Pero en el 734 a. C., el rey asirio Teglatfalasar III invadió y conquistó Israel. Sólo una fortaleza en Samaría soportó el asedio hasta el 722 a. C., año en que las tropas invasoras, esta vez al mando del rey asirio Sargón II, tomaron la ciudadela.
    El reino de Israel quedó destruido y muchos de sus habitantes partieron hacia el destierro. Desde aquel momento, el pueblo judío sería conocido como el de las tribus perdidas. Samaría fue repoblada con inmigrantes procedentes de otras regiones de Oriente Próximo que poco a poco se convirtieron al judaismo, adoptando el nombre de samaritanos. Según cuenta la Biblia, Judá logró mantener su identidad hasta que su rey Ezequías se rebeló contra el soberano asirio.
    En el año 701 a. C., el rey asirio Sena-querib llegó a Palestina con un ejército formidable para responder la insolencia del rey judío. En los documentos asirios desenterrados en Mesopotamia hay descripciones de cómo Senaque-rib destruyó el territorio judaíta: "Sitié 46 de sus ciudades fortificadas, plazas fuertes con murallas y las incontables aldeas de sus proximidades, y las conquisté utilizando rampas de tierra". La devastación fue terrible. La ciudad de Laquism, situada en la zona agráría más fértil de Judá, fue arrasada.
    Gracias a las claves que proporcionó la Biblia, los arqueólogos desenterraron los restos de la ciudad de Nínive y localizaron muchas tablillas de arcilla e inscripciones en escritura cuneiforme; entre ellas, una en la que Senaquerib se ufana de sus éxitos militares en los territorios de Caldea, Judá e Israel: "Deporté a caldeos, árameos, gentes de las tierras de Mannaya, Que, Cilicia, Filistea y Tiro que no se habían inclinado ante mi yugo, y les impuse trabajos forzosos y elaboraron ladrillos. Corté cañas que crecían en Caldea e hice que los prisioneros transportaran las fuertes plantas para así cumplir mi plan". Su plan era la ampliación de la capital de su reino, Nínive, y de sus palacios y jardines.


    La Tierra Prometida. 

    La llegada al poder del Imperio babilónico fue el principio del fin del Imperio asirio y del reino de Judá. En el 598 a. C., el rey babilonio Nabucodonosor U declaró la guerra a Judá y conquistó Jerusalén. Según cuenta la Biblia, la mayor parte de la población del reino judío fue hecha prisionera y llevada a Babilonia. Los judíos también se dispersaron en Egipto y Palestina. Pero el número de exiliados más importante se encontraba en Babilonia, donde formó una comunidad dirigida por el sacerdote y reformador Ezequiel. La Biblia y los registros documentales de la época cuentan que, en el año 539 a. C., el rey persa Ciro el Grande conquistó Babilonia y concedió la libertad a los judíos. Cerca de 50.000 de ellos regresaron a la Tierra Prometida.
    El rey David, uno de los personajes centrales de la Biblia, es venerado como el mayor de todos los soberanos de Israel, aunque no hay ningún dato histórico que demuestre su existencia. ¿No lo hay? En 1993, el arqueólogo Avraham Biran encontró en un yacimiento ubicado en el norte de Galilea un pedazo de piedra de basalto que contenía inscripciones en arameo. Aquel raro documento incluía trece líneas de escritura, pero las frases estaban incompletas. En dos líneas podía leerse: "el rey de Israel" y "Casa de David". Biran afirmó que esa piedra grabada fue escrita en el primer cuarto del noveno siglo, unos cien años después de la muerte de David.
    A pesar de haber sido cuestionado por algunos arqueólogos, el hallazgo ha tocado la fibra sensible de muchos estudiosos de la Biblia. ¿Esa rara piedra de basalto introduce al rey David en la historia? ¿La misteriosa estela desvela lo que parece desvelar? En realidad, ¿es esto tan crucial e importante? Sin duda, la arqueología ha contribuido a una nueva visión del antiguo Israel y de sus textos sagrados. Sin embargo, el valor del Antiguo Testamento no sólo depende de la demostración histórica de cada uno de los sucesos que narra.
    La Biblia es el libro más leído del mundo. Entre sus especialistas hay epigrafistas, lingüistas, expertos en literatura antigua, historiadores, exégetas y teólogos. Como el suizo Thomas Christian Rómer, catedrático del Antiguo Testamento en la Universidad de Lausanne. "La Biblia hebrea es antes que nada el texto fundacional del judaismo", explica Rómer, "pero también es el texto que dio origen a tres monoteísmos: el judaismo, el cristianismo y el islam".
    Según Finkelstein y Silberman, "la importancia de k Biblia radica en que es una expresión narrativa convincente y coherente de temas intemporales relativos a la liberación de un pueblo, su constante resistencia a la opresión y la búsqueda de una igualdad social". Esta fascinante compilación de mitos, imágenes y documentos del pasado constituye una genial creación literaria y espiritual que se ha convertido en la obra más influyente de la historia de la humanidad. Esa es su grandeza.



    DE CINE
    Llama la atención la cantidad de primeras figuras del cine mundial que en algún momento de su carrera se han acercado a la historia bíblica. Algunos buscando respuestas; otros, nuevos puntos de vista;y los últimos, sólo por ofrecer espectáculo. Los resultados han sido variados.





    No hay comentarios:

    Publicar un comentario