LA BIBLIA - IX PARTE:
LOS ADVERSARIOS BÍBLICOS DE ISRAEL
Enemigos de Yahvé
El Antiguo Testamento es, también, el relato de las incesantes y sangrientas batallas del pueblo elegido contra diversas tribus y naciones.
Por José Ángel Martos, periodista y escritor
En la Biblia, desde los tiempos de Moisés, se suceden las batallas, en la mayoría de los casos ordenadas o incluso conducidas por la mano de Dios. Muchas de ellas, en realidad, no llegaron a suceder, o al menos la arqueología no ha hallado pruebas. Hoy, la tesis predominante es que los redactores de la Biblia crearon un relato mítico, que glorificaba los orígenes de su modesto pero aguerrido pueblo al ponerlo en pie de guerra (y de igualdad) con los mayores imperios antiguos, especialmente con los egipcios. Aunque estas hazañas bélicas no fueran reales, nos otorgan una interesantísima visión sobre cómo se veían los judíos a sí mismos y, también, cómo veían a algunas de las más importantes civilizaciones de la antigüedad.
Egipto, a la cabeza. Los egipcios, como nación predominante en la época hacia la que pudo empezar a escribirse el Antiguo Testamento (al filo del primer milenio antes de Cristo), son el punto de referencia. Por eso, ya en el Génesis, Dios ordena a Jacob ir a vivir al territorio de los faraones para que el destino de Israel se forje en la mayor prueba posible. Se lo dice así: "No temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto y yo mismo te haré subir".
La historia es conocida: los israelitas resultan ser demasiado numerosos para el gusto del faraón, que los esclaviza y ordena a las comadronas hebreas matar a todos los niños varones al nacer. Moisés escapa del infanticidio y, elegido por Dios para dar a conocer sus mandamientos, encabeza el retorno de su pueblo a la Tierra Prometida. Los egipcios quieren impedirlo, pero el enfren-tamiento será desigual porque los judíos tienen el apoyo de Dios, que lanza diez plagas contra el pueblo del faraón. Moisés y los suyos huyen cruzando el mar, cuyas aguas han sido separadas por Dios. El faraón los persigue, adentrándose con su ejército en ese mismo camino abierto a través de las aguas. Pero, tras haber cruzado el pueblo elegido, las aguas se cierran y caen sobre los soldados egipcios, que encuentran la muerte ahogados, incluido el propio faraón.
Toda esta historia, que es la base fundamental de la fe hebrea, tiene, sin embargo, escasos visos de haber ocurrido realmente. La propia existencia de Moisés, el primer gran líder judío, ha sido cuestionada por algunos especialistas, aunque otros consideran indubitable su condición de personaje histórico. Sí parece haber unanimidad en que su nombre era egipcio, pues la denominación con que hoy lo conocemos es una derivación del moses que aparece como terminación de tantos nombres de faraones y que significa "hijo de".
Teorías sobre Moisés.
Esta realidad ha llevado a especular con que no fuera un judío adoptado por la esposa del faraón (como narra el Éxodo), sino que se tratara de un destacado miembro del pueblo enemigo que cambió de bando, lo cual daría una nueva dimensión al enfrentamiento establecido entre judíos y egipcios. La hipótesis tiene ya una larga tradición: la lanzó en el siglo III a. C. el sabio griego Manetón, autor de la lista canónica de los faraones, afirmando que Moisés era un sacerdote egipcio resentido. Tal idea ha encontrado acomodo en los descubrimientos modernos sobre el reinado de Akenatón, el faraón que intentó impulsar una revolución monoteísta sin éxito. Lo hizo hacia el siglo XIV a. C., una de las fechas en torno a la que también podría situarse el éxodo hebreo, según los cálculos de diversos historiadores. La atractiva posibilidad consistiría, por tanto, en que un destacado egipcio monoteísta se hubiera convertido en líder de los pueblos nómadas que se movían en las fronteras nororientales de Egipto. Apoyarían esta teoría unas cartas encontradas en Amarna (la nueva capital egipcia durante el reinado de Akenatón) que hablan de pueblos nómadas asaltando territorios egipcios.
La visión judía, en cualquier caso, es que los egipcios actuaban como unos temibles opresores y, por ello, el faraón al que se enfrenta Moisés es descrito en la Biblia con tintes tiránicos. Obliga a los hebreos a trabajar en la construcción de dos ciudades, Pitón y Ramsés, lo que los convierte en esclavos. No hay sin embargo evidencias en el lado egipcio que permitan contrastar esta historia bíblica para darle verosimilitud. En general, las referencias faraónicas a los judíos son muy escasas, lo que, en opinión de los historiadores, no es más que una demostración de la poca importancia histórica que tenían en aquel momento quienes apenas eran unas cuantas tribus de pastores nómadas en una de las fronteras del enorme imperio.
De hecho, la primera mención a los hebreos en una fuente arqueológica egipcia es un poco posterior. Se encuentra en la estela de Merenp-tah, hijo de Ramsés II, descubierta en 1896 por uno de los pioneros de la egiptología, el inglés Flinders Pe-trie. Esa estela conmemora las victorias del faraón contra nueve pueblos fronterizos con los egipcios. A los hebreos se los menciona en la penúltima línea de la relación de países derrotados, donde se proclama que "Israel está derribado y yermo, no tiene semilla", lo cual habla a las claras de la devastación que debió producir el ejército de Merenptah y de su superioridad militar. Los expertos han señalado también que la palabra utilizada en la estela para mencionar a Israel tiene una función de gentilicio que vendría a querer decir "las gentes de Israel". Esto constituye una pista importante para los egiptólogos, y significaría que las tribus de Israel todavía no constituían una entidad política desde el punto de vista del Estado faraónico.
Si los egipcios veían a Israel como un territorio de segunda fila con una población desunida, la óptica hebrea resultaba inversamente proporcional. Egipto era la gran potencia de la época, y por eso adquiere tanta importancia que se le plante cara. De hecho, el Libro del Éxodo dice textualmente que, al ver cómo Dios derrotaba a Egipto, "temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo". Es decir, vencer a los egipcios era la máxima prueba posible que podían obtener de la magnitud del poder divino.
Ama le citas, moa b i tas y canarreos. A pesar del protagonismo egipcio, no es el único pueblo al que tuvieron que enfrentarse los judíos en su retorno a la Tierra Prometida. Los amalecitas los atacaron a traición cuando todavía no habían llegado al monte Sinaí. Se los ha identificado como una tribu árabe de nómadas que se movía en los territorios entre Egipto y el actual Israel. Curiosamente, era un pueblo emparentado no muy lejanamente con los propios judíos, ya que Amalee, su líder fundacional, era el hijo que tuvo Esaú, hermano de Jacob, con una concubina. Moisés ordenó devolverles el golpe militar que habían dado a su pueblo con una gran batalla. Se trata del famoso episodio en que él dirige espiritualmente al ejército levantando los brazos desde una montaña: mientras los mantiene alzados, los israelíes ganan la batalla; cuando los baja por el cansancio, los amalecitas avanzan. Al final, vencen gracias a que dos ayudantes le sostienen los brazos durante todo el día.
Lo más significativo históricamente de la batalla con los amalecitas es la orden o profecía que Moisés lanza tras la victoria. Tras ordenar levantar un altar conmemorativo del episodio, dice del enemigo derrotado: "Porque su mano se ha levantado contra el estandarte del Señor, el Señor está en guerra con Amalee de generación en generación". El pasaje anuncia, por tanto, un enfrentamiento sin fin y se ha querido ver como un fundamento bíblico del sempiterno conflicto árabe-israelí, que de esta forma se remontaría a la época milenaria de la formación de la identidad judía.
Otros pueblos serán un obstáculo en el camino de los judíos hacia la Tierra Prometida, en dirección de Sur a Norte. En el Libro del Deuteronomio, que recoge esta etapa, aparecen mencionados enfrentamientos con varios de ellos situados en los territorios de TransJordania, primero, y Cisjorda-nia, después. Con muchos la rivalidad no quedará resuelta e irán reapareciendo como enemigos tradicionales en diversos momentos del Antiguo Testamento. Uno de los que han dejado un rastro arqueológico más interesante son los moabitas, que por cierto eran descendientes del incesto de Lot con su hija mayor. Habitaron una parte de la actual Jordania y uno de sus reyes, Mesha, que vivió en el siglo IX a. C., ordenó inscribir una estela de basalto, encontrada en 1868 por un misionero alemán en Jerusalén, en la que se mencionan acontecimientos de la época. Narra cómo Mesha se levantó contra un rey israelí no identificado (pero que era hijo de Omrí) y lo derrotó, todo un acontecimiento para los moabitas, frecuentemente sometidos por los hebreos.
Pero sin duda la rivalidad más importante para llegar al objetivo final es contra los cananeos. La región de Canaán es referida, de hecho, como la Tierra Prometida. En la época en que ocurre el retorno hebreo, los actuales Líbano e Israel (cuyos límites vendrían a coincidir con los de Canaán) estaban habitados por los descendientes de los llamados "pueblos del mar". Estos habían sido muy probablemente una coalición heterogénea de nómadas náuticos, es decir, gentes que vivían del pillaje y del asalto a ciudades costeras. En opinión de algunos historiadores, su identidad coincidiría con la de los aqueos que conquistaron Troya, aunque otros añaden que se habrían sumado grupos procedentes de islas de todo el Mediterráneo, incluso Sicilia y Cerdeña, y también huidos de las hambrunas de la región de Anatolia.
El primer gran enfrentamiento entre israelíes y cananeos fue el que tuvo lugar en Jericó. A los hebreos los condujo Josué, que se había convertido en su líder tras la muerte de Moisés. Para vencer el sitio de la ciudad, Josué ordenó a su ejército tocar las trompetas alrededor de las murallas, hasta que se derrumbaron milagrosamente. Sin embargo, y a pesar de los diferentes intentos de los arqueólogos por encontrar rastros de la historicidad del episodio, la conclusión ha sido que Jericó estaba desierta en los años en que tendría que haber ocurrido.
Filisteos, asirios y babilonios. También era de origen cananeo uno de los enemigos de Israel más conocidos para cualquiera que haya leído u oído los más populares episodios del Antiguo Testamento. Hablamos de los filisteos, a los que se enfrentó el forzudo Sansón, derribando su templo y suicidándose en el empeño después de que la bella filistea Dalila le cortase traicioneramente el cabello, o frente a los que labró su prestigio el joven pastor David, al derribar con su honda al enorme soldado filisteo Goliath. Los filisteos se establecieron en la actual franja de Gaza y se organizaron en cinco ciudades-estado. El nombre con el que los conocemos se deriva de la denominación de la región en época romana, Filistea. Fueron los mayores enemigos de Israel durante la época de los "jueces" (jefes tribales hebreos en la Tierra Batallas legendarias. Las investigaciones arqueológicas no han hallado evidencias de sucesos como el derribo de la muralla de Jericó o la matanza de 1.000 filisteos por Sansón con la sola ayuda de la quijada de un burro (debajo y dcha., obras de Tissot).
Prometida) y en la posterior de los primeros reyes, una dinastía que comenzó con Saúl (siglo XI a. C.) y que tuvo como celebérrimo protagonista al ya mencionado David.
El momento de máximo esplendor del antiguo pueblo judío se sitúa en torno al reinado de Salomón, que precisamente fue un monarca que no protagonizó grandes episodios bélicos ni tuvo irreconciliables enemigos. Pero la tranquilidad no duró mucho, y pronto Israel quedó dividida en dos por el irresistible empuje de un pueblo mucho más implacable que casi todos los citados anteriormente: los asirios.
Sargón II conquistó Israel en el 721 a. C. y protagonizó episodios durísimos, como el sitio de la ciudad de Samaría, que duró tres años, y su consiguiente destrucción, además de la posterior deportación de más de 25.000 hebreos. No conquistó, en cambio, la parte sur de la Tierra Prometida, que formaba el reino de Judea, el cual mantuvo su independencia hasta el 587 a. C. en que lo conquistaron los babilonios, mandados por Nabucodonosor II, que también adoptó la decisión de deportar a sus habitantes hasta Babilonia. Las referencias históricas a las conquistas a manos de estos dos grandes imperios de la época (entre los siglos VIII y VI a. C.) son mucho más precisas que en los casos anteriores: resulta muy perceptible que quienes escribieron la Biblia habían conocido más de cerca estas traumáticas vivencias para el pueblo judío o incluso habían sido contemporáneos de ellas.
Los asirios repartieron a los judíos por todas las tierras de su imperio, de forma que perdieron su identidad; se cree que nunca volvieron. En la tradición judía se los conoce como "las diez tribus perdidas". Muy distinta fue la política que siguieron los babilonios, ya que "ficharon" a los hombres más valiosos del pueblo hebreo para cargos importantes de su administración, lo que les permitió mantenerse unidos y acceder a una posición desahogada.
La relevancia que alcanzaron queda ejemplificada en las peripecias que vive en la corte de Nabucodonosor el joven Daniel, el profeta sobre el cual versa el libro bíblico homónimo. Tras ser seleccionado para ir a palacio, se convierte en uno de los asesores favoritos del rey al interpretar un sueño que inquieta al monarca (el contenido de éste le ha sido revelado previamente por Dios). Admirado de la clarividencia del judío, el rey le nombra gobernador en una de las provincias del imperio. No existe constancia de la historicidad de este episodio, pero demuestra cómo los cautivos hebreos podían ascender en la estructura de poder de Babilonia. Los judíos seguirían allí cuando fue tomada por los medos y luego por los persas, que pondrían fin a su cautiverio.
El yugo de Roma. Tras volver a la Tierra Prometida, los judíos no tuvieron una relación fácil con la dinastía seléucida, formada por uno de los herederos griegos del imperio oriental levantado por Alejandro Magno. Su rey Antíoco IV Epífanes atacó Jerusalén y la saqueó, llevándose los tesoros del templo. Intentó desarrollar una política helenizante que incluía la prohibición del judaismo y del culto a Yahvé, medidas que desataron una gran rebelión de los judíos. La importante fiesta judía de la Janucá sigue conmemorando hoy la lucha contra los helenos y cómo lograron expulsarlos de la ciudad santa.
El último gran enemigo del antiguo pueblo judío fue la nación que se apropió de los dominios de Alejandro en todo el Mediterráneo: los romanos, protagonistas clave del Nuevo Testamento. La zona fue conquistada por Pompeyo en el 63 a. C. y dividida después en las regiones de Galilea, Samaría y Judea. Personajes que jugaron un importante papel en el tablero político del momento pueblan los textos bíblicos antes y después del nacimiento de Jesús: Herodes el Grande, a quien el Senado romano concedió el título de "rey de los judíos", es el que ordena la matanza de los niños menores de dos años nacidos en Belén; su sucesor, Herodes Antipas, pone en bandeja a Salomé la cabeza de San Juan Bautista; Poncio Pilatos, que gobernaba con las dificultades de no herir sensibilidades en una comunidad muy polarizada por la religión y con la presencia de sectas muy fanáticas, como los zelotes, no se decide a liberar a Jesús, etc. La historia bíblica se entremezcla desde entonces con la historia política, ya que todos esos episodios y personajes remiten de alguna manera a las tensiones en los territorios judíos, ya fueran internas o con los romanos. Un apasionante relato de guerras, traiciones, pasiones e ideales. No en vano la Biblia es, para muchos, el más completo de los relatos, el que tiene todos los ingredientes del mayor best seller jamás escrito.
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