Se trata de la Bahía de Nouadhibou, un lugar a la vez fascinante y decadente.
El fenómeno de los barcos abandonados comenzó en los años 80. En esa década, el gobierno mauritano restringió en su costa unos 300 kilómetros de Zona Económica Exclusiva (que permiten la explotación exclusiva al país ribereño) y estableció una nueva política pesquera.
Entre los objetivos de esa iniciativa estaban la creación de una flota pesquera nacional y el establecimiento de una industria de procesamiento de pescado en Nouadhibou, controlado por el estado.
A medida de que la industria pesquera se hacía más importante, muchos de los barcos que no servían más o dejaban de estar en funcionamiento eran abandonados en la Bahía de Nouadhibou, ubicada apenas a kilómetros de la ciudad que sirve como centro de intercambio comercial en el pequeño país africano.
Pero la corrupción y la pobreza terminaron de agravar la situación. Según relatan incansablemente los locales, las empresas internacionales sobornaban a los oficiales del puerto para que los dejaran abandonar sus embarcaciones allí a cambio de dinero. Durante décadas, muchas de las embarcaciones que no servían a lo largo de la Costa Africana, fueron llevadas y dejadas en Nouadhibou.
Los barcos -o los esqueletos que ahí permanecen- constituyen una amenaza ambiental, por la contaminación que emana de los residuos químicos y oleosos, pero convirtiéndolo a su vez en el cementerio de barcos sobre la superficie, más grande en todo el mundo, un lugar silencioso y olvidado, corroído por la oxidación del metal y la soledad que se siente ante este espectáculo fantasmal.
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