El canon evangélico, es decir el aceptado por la Iglesia católica, se enfrenta con creencias de profundo arraigo popular surgidas desde los evangelios apócrifos. El caso del Vía crucis, el camino que siguió Jesús hasta su muerte y sepultura, es una expresión viva de esta confrontación.
Por Rafael Muñoz Saldaña
La forma más común de llamarlo es una frase latina que significa, en español, "el Camino de la Cruz", pero también se le conoce de otras maneras, como Vía Dolorosa y Estaciones de la Cruz. Con ese nombre se identifica lo que hoy podríamos considerar una 'novela gráfica' en la que se representan los pasos más importantes de la Pasión de Cristo como imágenes seriadas. El medio comun para hacerlo ha sido la pintura, pero también se han esculpido en distintos materiales. Su uso se generalizó a finales del siglo XVII y a partir de entonces se extendió a todos los templos católicos.
El objetivo de estas representaciones ha sido invitar a los fieles a realizar dos peregrinajes: el primero es un recorrido por los lugares por los que caminó Jesús en sus ultimas horas¡ el segundo, un viaje espiritual por las emociones que experimentó en esos momentos. La historia de esta devoción comenzó con los viajeros real es que desde épocas remotas visitaron Jerusalén, costumbre que ya existía en 380, En los siglos posteriores se ofrecían indulgencias (perdón de los pecados) a quienes lo hicieran, A finales del siglo XV el peregrino inglés Willlam Wey hablaba de 'estaciones' para referirse al recorrido. Durante la misma época, en diversas capillas europeas se elaboraron representaciones de los sitios de la Pasión. Originalmente se colocaban separadas entre sí por los mismos pasos que distanciaban las escenas enlos lugares reales.
Las catorce estaciones
No se sabe en qué momento se definieron el número y la selección de escenas que dieron origen al Vía Crucis de 14 estaciones. El reporte de Wey refiere la misma cifra, pero sólo cinco coinciden con el listado posterior y siete mencionan lugares conectados sólo remotamente con la P a sión. En diferente s libros y tratados el número osciló (19, 25, 37...). Por fin, en 1584 el libro Jerusalén tal como floreció en tiempos de Jesús, del autor neerlandés Christianus Adrichomius (quien compiló los datos para elaborar un interés ante plano de la ciudad de Jerusalén en tiempos de Jesús), menciona 12 que se corresponden con igual número y posición en la lista tradicional de las 14. Su libro circuló en diversas ciudades de Europa y es probable que haya servido como base para la selección posterior. Por épocas la devoción se vivía sólo con las represen-tacione s, pues en la ciudad de Jerusalén, dominada en temporadas por culturas de otra religión, llegó a prohibir se cualquier homenaje en tal es puntos.
Las diferencias en los contenidos de los listados medievales hacen pensar que no se derivaron de la ciudad, sino de distintos manuales religiosos. Hay variantes en el énfasis, la secuencia y el punto de partí da. Durante los siglos XVII y XVIII se elaboraron numerosas representaciones en las iglesias, Los pioneros fueron los frailes franciscanos, a quienes el papa Inocencio XI concedió el permiso de hacerlo en 1686, garantizando que quienes siguieran el VIA CRUCIS en las iglesias merecerían las mismas indulgencias que los visitantes de Tierra Santa. Correspondió finalmente al papa Clemente XII, en 1751, fijar el número y contenido de las 14 estaciones prevalecientes por 250 años.
EL debate con los Apócrifos
El cambio radical del Vía Crucis ocurrió durante el papado de Juan Pablo II [1978-2005). La preocupación de su pontificado fue detener la desbandada de los católicos hacia otras denominaciones cristianas. Una de sus estrategias fue regresar al canon evangélico (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y depurar el catolicismo déla 'contaminación' de los evangelios apócrifos, que tanto interés publico despertaron en la segunda mitad del siglo XX con productos como la polemica novela El código Da Vinci.
En el Via Crucis tradicional había distintos elementos procedentes de los Apócrifos que, simplemente, no están en el Nuevo Testamento. El Viernes Santo de 1991 Juan Pablo II dió a conocer su nueva versión durante la liturgia que, como tradición, preside el Papa en el Coliseo de Roma, La llamó "Camino Escritural de la Cruz". Atendía así la recomendación del Segundo Concilio Vaticano en el sentido de que todas las expresiones de oración deben basarse en las Escrituras.
Los estudios preparatorios para esa decisión hallaron que sólo ocho de las 14 estaciones contaban con una base escritural. Las números 3, 4, 6, 7, 9 y 13 no se mencionan en los evangelios. Algunas fuentes sostienen que en la versión de Juan Pablo II hay 15 estaciones y que la última de ellas es la Resurrección. No hay, sin embargo, ni en los textos oficiales del Vaticano ni en las reflexiones litúrgicas de los últimos veinte años nada que lo compruebe. De cualquier manera incluirla sería una contradicción, pues la Resurrección de Jesús no es un episodio de dolor y sufrimiento ni para él ni para los creyentes, sino el hecho jubiloso que pone en evidencia su triunfo sobre la muerte y otorga validez a todas las promesas que hizo durante su apostolado.
Compañeros de viaje
¿Con cuál versión del Vía Crucis quedarnos? El propio Juan Pablo II y su sucesor Benedicto XVI alternaron ambas en la celebración de Semana Santa, aun después de establecer la nueva, en un interesante diálogo con los Apócrifos. La versión clásica se usó en 1993,1998, 2000, 2001, 2003, 2005, 2006 y 2010, el 'Camino escritura! en 1991,1994,1995, 1997, 2002, 2004, 2007, 2008 y 2009 (véase la página oficial del Vaticano referida a las conmemoraciones del Vía CRUCIS realizadas por ambos pontífices en el periodo 1991-2010). La peculiar forma en que se definieron sus estaciones y la reforma papal lleva a pensar que el Vía crucJs y sus escenas valen sobre todo como medios para acercarnos a la jornada fundamental de una de las religiones mas importantes del mundo (en razón de su número de adherentes).
En el caso de los creyentes, el Vía crucis invita a una reflexión sobre el sentido del cristianismo, y a hacer de la reverencia frente a sus estaciones 'actos de reparación', acciones de desagravio contra el suplicio de Cristo, injusto desde cualquier perspectiva. Detalles más, detalles menos, esa es la intención de las estaciones canónicas y apócrifas. La lectura juiciosa que complementa ambas fuentes alecciona, enriquece, ilustra y nos aleja de antiguos fanatismos.
Aparte de las numerosas representaciones populares de la Pasión, basadas en el Vía crucístradicional,y del uso metafórico de expresiones usuales como Vivo un víacrticjs' para referirse aun sufrimiento Improbo, Benedicto XVI extiende el sentido a un retí ato de la condición humana: "Desdelas cámaras de gas de Auschwitz; desde las aldeas arrasadas con niños torturados en Vietnam; desde los suburbios llenos de miseria de la India, de África, de Latinoamérica... desde todas partes, nos mira e se rostro lleno de sangre y heridas, cubierto de dolor y de burlas".
El camino que siguió Jesucristo (se crea o no en él como profeta, nadie pone en duda su calidad moral y sufrimiento humano) es, de esa manera, semejante a la ruta personal y colectiva por la que hoy transitan millones de personas afligidas por procesos históricos y sociales, y también por la angustia y las penas individuales. El Vía crucís es una singular forma de 'turismo negro' (viajes que tienen por destino sitios de padecimiento) pero también un recorrido luminoso, un periplo real y espiritual a la vez, que reconoce el dolor del mundo pero en compensación ofrece a los fiel es la compañía divina y la residencia perenne en el Paraíso.
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