Ernest Shackleton se embarcó en el navio Endurance para cruzar la Antártida en 1914, un viaje que se convertiría en una de las grandes gestas de la exploración y la aventura polar más increíble de todos los tiempos. Desde entonces, muchas expediciones modernas han recreado la épica travesía de Shackleton...
Desde que a los 16 años dejé Londres para ingresar en la marina mercante, supe que mi futuro estaba en el mar. En mi primer viaje embarqué desde Liverpool hasta el Cabo de Hornos, viviendo cuatro meses entre temporales, hecho que, lejos de hacerme desistir, reafirmó mi vocación y marcó mi querencia hacia esas aguas y tierras australes.
Tras organizar y dirigir la Brítish Antarctic Expedition, con la que casi llegamos al Polo Sur, atravesando la CordilleraTransantártica y llegando donde nunca nadie lo había hecho, regresé a Inglaterra en 1909 a bordo del Nimrod.
En marzo de 1912 me enteré de que el 14 de diciembre anterior, Amundsen había logrado llegar a los 90° Sur, el extremo austral del eje terrestre. Pero la conquista del Polo Sur no significaba el fin de las exploraciones en la Antártida. La próxima labor que realizan'amos allí consistía en delimitar sus costas y emprender un viaje transcontinental, de mar a mar, cruzando el Polo. Desde ese momento, dediqué mis esfuerzos a preparar el reto de cruzar el continente blanco en una travesía de 1.800 millas pasando por el polo magnético, una expedición cuya primera mitad de recorrido, desde el mar de Weddell al Polo Sur, sena realizada sobre terreno inexplorado.
"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Salario bajo. Mucho fn'o. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito". Casi 5.000 personas se interesaron por el anuncio que decidí publicar en enero de 1914en el periódico 77ie7/mes,de lasque veintisiete fueron elegidas para la tripulación del Endurance para llevara cabo la aventura.
El 9 de agosto de 1914 partimos del puerto de Plymouth con destino a Buenos Aires, en Argentina, y tras completar el aprovisionamiento, pusimos rumbo a la isla San Pedro, en el archipiélago de Georgia del Sur. Allí los balleneros de la zona nos advirtieron de que esa temporada la banquisa -capa de hielo flotante- estaba creciendo rápidamente, por lo que hicimos acopio de toda la ropa de abrigo y el carbón que pudimos antes de adentrarnos en aguas cada vez más heladas, esperando encontrar un puerto seguro en el mar de Weddell. Nunca me imaginé hasta qué punto eso alteraría nuestro viaje.
A principios de año apenas podíamos avanzar, hasta que el 19 de enero el barco quedó atrapado cerca de la bahía de Vahsel. El objetivo inicial de la misión tuvo que ser abandonado;
aún así debíamos mantener los laterales del Endurance libres de hielo para que la presión no lo destrozase. Un mes después el sol se puso por última vez, y a primeros de mayo, la noche total, la oscuridad más absoluta del invierno antartico, se cernió sobre nosotros. El navio se había convertido en nuestra cárcel, un improvisado cuartel de invierno aprisionado por grandes masas de hielo que se movían a la deriva hacia el Oeste, con un futuro peligrosamente incierto. No existe nada más desolador que la larga noche polar. Pese al fn'o mortal y al riesgo que suponía, permití'que los hombres bajaran del barco y jugaran a fútbol, a hockey e hicieran carreras con perros para liberar la tensión que acumulaban.
Sin Sol, sin calor, sin un hálito de vida alrededor, mis hombres podían enloquecer o arrastrar crisis neuróticas y depresivas el resto de sus vidas. Fueron 69 días sin ver el más mínimo reflejo de Sol. Seguíamos a la deriva, ahora en dirección Norte, pero ni el invierno ni la banquisa habían podido con nosotros... Lo peor estaba por llegar.
En octubre el hielo empezó a moverse y en dos ocasiones los témpanos golpearon al barco con una fuerza brutal. El Endurance se moría, y no podíamos evitarlo. Finalmente, a las cinco de la tarde del 27 de octubre de 1915, abandonamos nuestro hogar flotante. La Expedición Imperial Transantártica había concluido antes de empezar. Ahora éramos unos náufragos sobre el hielo y para llegar a tierra y sobrevivir sólo nos quedaba luchar, ser optimistas y contar con que la fortuna nos fuera, por una vez, favorable.
Permanecimos dos meses en un témpano cercano al buque con los equipos, las tiendas, los tres botes y las provisiones. El hielo se iba fracturando, así que emprendimos la marcha en dirección Norte. Las costas de la península Antartica se encontraban a unos 350 km al Oeste y estábamos a la deriva y a merced del viento.
Las fracturas desintegraban el hielo y las grietas eran cada vez más traicioneras, hasta que el 8 de abril tuvimos que subir a las pequeñas embarcaciones y, en pleno océano, remando sin descanso, temiendo ser aplastados por los icebergs, intentar llegar a Isla Elefante. A 20° bajo cero y calados hasta los huesos, las ráfagas de viento eran cuchillos que atravesaban nuestras ropas. El extenuante esfuerzo dio sus frutos siete días después. El 15 de abril de 1916, tras 497 días de infierno helado, pisamos tierra firme.
El siguiente paso era llegara un lugar habitado, puesto que la isla estaba desierta y no formaba parte de la ruta de los balleneros. La única esperanza era navegar en uno de los botes los 1.500 km por los tormentosos mares australes en la peor época del año hasta llegara la isla de San Pedro. Ciertamente era un suicidio, pero no había otra elección. Junto a cinco de mis hombres -Worsley, Crean, McNeish, McCarthy y Vincent- cogimos el bote que estaba en mejores condiciones y emprendimos el viaje. Las colonias de focas y de aves abundaban en la isla, lo que aseguraba alimento para los 22 hombres que se quedaban a la espera.
Durante los primeros días de navegación entre icebergs el tiempo fue favorable y recorrimos una buena distancia. Pero al cuarto día empezaron las tormentas en las que se repitieron, aumentados, los sufrimientos de la primera travesía. Una pugna suprema en aguas convulsionadas. Empapados, con la piel en carne viva por el fn'o y la humedad, cada día de supervivencia era un milagro. El viento antartico que llegó luego congelaba la espuma del mar que chocaba contra el casco, y cubrió el bote de una lámina de hielo. Nuestra cara y manos se congelaban. Con las provisiones empapadas, sin agua para beber, acometimos las olas más gigantescas que jamás hube visto. El bote estuvo a punto de volcar, pero increíblemente resistió.
El 10 de mayo, tras 16 días de travesía, llegamos a las costas de Georgia del Sur. Pero la odisea no había terminado. Habíamos atracado en la parte Sur de la isla de San Pedro, y la factoría ballenera de Grytviken estaba al norte. McNeish y Vincent no podían dar un paso, así que se quedaron al cuidado de McCarthy, y nueve días después, junto a Worsley y Crean, empezamos la marcha a sabiendas de que el interior de la isla, con glaciares escarpados y elevaciones de unos 3.000 metros, jamás había sido recorrido.
No podíamos permitirnos dormir. Si nos dejábamos llevar, nunca despertaríamos. Llegamos a una cordillera que nos separaba de Stromness Bay, donde estaba la civilización. Accedimos a un collado y nos deslizamos ladera abajo. Sólo había un camino para salir de esas montañas, y era a través de un arroyo donde el agua nos llegaba hasta la cintura. Después bajamos por una cascada. Finalmente, empapados, recorrimos la última milla y media antes de llegar a la estación.
Costó cuatro intentos rescatara los compañeros de Isla Elefante, ya que los buques quedaban atrapados en el hielo y debían retroceder.Tras más de dos años sin rumbo en el hielo, en el lugar más duro de la tierra, no había perdido a uno solo de mis hombres.
La expedición Quest, el último viaje
En 1921, Shackieton se vio de nuevo arrastrado por la atracción a la Antártida y proyectó una nueva expedición para trazar 3.200 km de litoral y efectuar observaciones meteorológicas e investigación geológica, adquiriendo para ello el Quest, un navio de 200 toneladas construido en Noruega. Entre sus compañeros de viaje figuraba el inseparable Frank Wild, que ya estuviera con él en su anterior expedición. El Quest salió de Plymouth el 24 de septiembre de 1921, llegando a Grytviken, en el archipiélago de las Islas Georgia del Sur, el 4 de enero de 1922. En el transcurso de esa noche. Shackieton murió repentinamente a consecuencia de una angina de pecho. Mientras el Quest continuaba su viaje al mando de Wild -que continuó sus trabajos con buenos resultados-, el cadáver del malogrado explorador fue transportado a Montevideo para trasladarlo desde allí a Inglaterra, pero su viuda manifestó el deseo de que su marido fuese enterrado en las Islas Georgia del Sur, estimando que hubiese deseado reposar en los lugares que habían sido teatro de sus más famosas hazañas; fue enterrado en la iglesia de Grytviken.
Shackieton ha sido considerado como el director de expedición más seguro, tanto para sus hombres como para sí mismo. Sin duda será recordado como uno de los hombres más valientes y con más coraje de los exploradores antarticos.
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