martes, 5 de enero de 2010

Los misteriosos ensueños del Everest


Cuando alcanzan los 5.000 m de altura, muchos alpinistas tienen visiones que en ocasiones resultan premonitorias. ¿Se trata de fenómenos que escapan a la razón o son consecuencia de la falta de oxígeno? Uno de los aventureros españoles más prestigiosos narra su experiencia para Más Allá.

Los misteriosos ensueños del Everest

¿Premoniciones o mal de altura?
FUENTE: Revista española MAS ALLA (edición 2009).


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En las grandes altitudes de nuestro planeta la escasez de oxígeno condiciona la vida en todas sus manifestaciones. A 5.000 m de altura la proporción de este elemento se reduce al 50% y apenas alcanza el 25% por encima de los 8.000 m. Esta circunstancia, unida al frío, a las improvisadas comidas y a los grandes esfuerzos físicos, hace que el hombre que se decide a aventurarse a subir a los techos de la Tierra esté expuesto a muchos peligros. A los 7.000 m se inicia lo que se conoce como “zona de la muerte”. Se pierde musculatura y, con ella, peso y fuerza. Te vuelves inapetente y comes poco, mientras que el cuerpo se deshidrata con facilidad. El riesgo de sufrir un edema cerebral o pulmonar es grande. Si no desciendes, pronto llegan la agonía y la muerte. Pero la influencia de la altura es todavía mayor en la mente, pues influye en el estado de ánimo y produce letargo. Se pierde la lucidez y disminuye al máximo la capacidad de tomar decisiones.


¿Alucinaciones?

En su interesante obra Mal de altura, el doctor Javier Botella de Maglia señala que la hipertensión que provoca la falta de oxígeno en las arterias pulmonares acaba produciendo una insuficiencia ventricular derecha que se conoce como “cardiopatía de la altitud”. Además, el espesamiento de la sangre favorece la aparición de los peligrosos trastornos tromboembólicos. La congelación y la hipotermia están también presentes, junto con los desprendimientos de retina y otros problemas de salud asociados a las situaciones extremas. Todo ello está muy estudiado y es conocido en mayor o menor medida por los alpinistas que practican la modalidad, cada día más frecuente, del “ochomilismo”, que consiste en alcanzar las cumbres que se encuentran a más de 8.000 m de altura. Pero lo que todavía entra de lleno en el misterio, porque la ciencia no se ha pronunciado al respecto, son las numerosas alucinaciones, los ensueños y los sueños que los deportistas experimentan incluso en zonas que están muy por debajo de la temida zona de la muerte. Recuerdo con relativa claridad un episodio que protagonicé en 1970 mientras permanecía perdido durante cinco días y sus correspondientes noches en una vertiente desconocida del Aconcagua. A lo largo de esetiempo me “encontré” con diferentes personas, incluidos amigos que no estaban presentes, y con pequeños y fantásticos personajes. En aquella ocasión crucé un sector muy peligroso del Aconcagua en un estado de inconsciencia parecido al de los sonámbulos. Tuve una suerte extraordinaria –siempre me he preguntado cómo la vida no me ha abandonado en ese y en tantos otros momentos límite– y, si caí por alguno de los muchos precipicios que había en aquel lugar, sobreviví a pesar de que no comí ni dormí. Ni siquiera paré a descansar un momento en todo ese tiempo. Algunos atribuyen las visiones como las que tuve entonces a la falta de oxígeno y otros a las radiaciones solares, que a gran altura, sin la suficiente protección, pueden llegar a afectar al cerebro. Las ensoñaciones son parecidas a las que se producen durante el estado hipnagógico, que es el que media entre la vigilia y el sueño, o durante la hipnosis. Desde mi experiencia de 1970 se convirtieron en uno de mis principales objetos de estudio. Y eran precisamente el principal contenido del programa científico de las dos expediciones al Everest organizadas por la Universidad Complutense que dirigí en 1990 y 1992, en las que no obtuvimos resultados positivos debido a que en la primera se produjo una tragedia –la muerte de tres de mis compañeros– y a que durante la segunda sufrí un infarto.

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Desgaste físico y psíquico

Volviendo a mi experiencia en el Aconcagua, me había decidido a ascender a la cumbre para entrevistar al guía alpinista Fernando Garrido, quien, enviado por la agencia EFE, llevaba alrededor de cincuenta días en ella, que se encuentra a 7.000 m, y había batido el récord de permanencia en esa cota. Garrido me contó que había visto a su hermano pequeño ensangrentado y muerto. Meses después, el joven y sus padres fueron víctimas de un atentado de ETA y perdieron la vida. Así lo narra en su obra Cinco montañas solo (Ed.Desnivel). Cuando te encuentras a tanta altura el sueño se interrumpe debido a la sensación de asfixia y a las dificultades para respirar. Eres víctima de ensueños angustiosos en los que se confunden la realidad y la ficción. Las sensaciones se mezclan con el ruido del viento y el de las telas de la tienda cuando son agitadas por este. Todo ello suele producir un gran desgaste psíquico, acrecentado por la preocupación que tiene el deportista debido al peligroso reto al que se enfrenta y al estado de ánimo en el que se siente por estar separado de las personas a las que quiere, aunque en la actualidad este factor se ve aliviado por la posibilidad de comunicarse con ellas a través de teléfonos móviles o por vía satélite, como los de las empresas SatLink, Thuraya, Inmarsat e Iridium. Los sueños se repiten de forma obsesiva. A veces quien los vive no llega a captar su significado concreto. Otras se trata de sueños trágicos y son interpretados como avisos o premoniciones sobre lo que puede llegar a suceder. Así sucedió en el caso que recuerda Fernando Garrido. El psiquiatra polaco Zdzislaw Kan Ryn, de la Universidad de Cracovia, ha investigado este fenómeno y cree que la intensidad de los sueños es un mecanismo de defensa ante los peligros y los obstáculos reales. Pero Ryn indica que son más intensos durante las primeras semanas de estancia en cotas superiores a los 5.000 m, lo que contradice la experiencia narrada por Garrido en el Aconcagua. En este sentido, Ryn explica que durante las primeras noches de permanencia entre los 5.000 m y los 8.500 m, el sueño es siempre ligero, porque de esta manera el alpinista puede darse cuenta de que tiene dificultades para respirar. Por ello es muy frecuente despertarse cada poco tiempo. Probablemente esto se produce a causa de la hipoxia o falta de oxígeno, y sería muy revelador registrar mediante un encefalograma lo que sucede en el sistema nervioso. Probablemente el “ordenador cerebral” se hace cargo de la sensación de angustia y despierta a quien se encuentra en esa situación. Así lo recogen el doctor P. Boussou en Performance et entrâinment en altitude. Aspect physiologique et physiopathologique y los especialistas J. B. West y S. Lahiri en su texto High Altitude and Man, editado por la Sociedad Americana de Fisiología. En estos casos el uso de somníferos para proporcionar un sueño reparador a los alpinistas resulta peligroso, pues estos medicamentos son depresores nerviosos y pueden afectar al sistema respiratorio. Por su parte, en la publicación La Presse Médicale y en las obras de autores como F. Goldenberg se señala que, a pesar del cansancio acumulado por los deportistas, cuando alcanzan una altura mayor tienen sueños más intensos –en ocasiones incluso adquieren tintes dramáticos y se trata de caídas, situaciones peligrosas, búsquedas de compañeros perdidos, etc.– debido quizá a que la lucha contra la hipoxia provoca un incremento de la capacidad respiratoria. En cualquier caso, cuando los alpinistas se aproximan a las cumbres de nuestro planeta corren el riesgo de sufrir un edema pulmonal durante el sueño a causa de la combinación de la falta de oxígeno en la sangre y la reducción de la presión atmosférica. Es lo que le sucedió a la deportista británica Julie Tullis, compañera del austriaco Kurt Diemberger. Thullis falleció en 1986 en el último campamento del K2 tras quedarse dormida por el cansancio.

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Este es un fragmento del diario de César Pérez de Tudela en el que narra las dificultades que le obligaron a renunciar a escalar el Everest hace unos meses: “Dormido me cuesta mucho respirar. Mientras, tengo unos sueños agotadores, en los que se repiten las secuencias [de luces] a velocidades imposibles de asimilar, que me causan una gran excitación (...). La asfixia hace que me despierte con mucha frecuencia. Trato de irme incorporando para facilitar la respiración. Tengo calor, pero dentro de la tienda la temperatura es de 15 grados negativos. –Si aquí, a 5.500 m, estoy mal, ¿cómo estaré a 8.000 m? –Te irás adaptando, como en otras ocasiones –me contesto–. Es algo que ya sabías. Tienes que tener paciencia. ¿No decías tú mismo que habías aceptado todos los sufrimientos que llevará implícitos la escalada del Everest? (...) El que quiere vivir alto, el que busca su ser y Ser, debe sufrir, sentir la incomodidad y el dolor, la asfixia y [la sensación de] no poder más. ¿Es que no lo sabías? –Sí, lo sabía. Pero estos sueños me han dejado confuso, sin fuerzas ¿Son intuiciones premonitorias? ¿Me están avisando de los males que pueden llegar? ¿Es prudente desobedecerlos? –Tú nunca has sido prudente. ¿O es que ya te has hecho mayor? –No puedo resistir los sueños. ¡No puedo! Si sigo subiendo voy a morir y prefiero esperar para otros momentos en los que esté más optimista. ¡Quiero marcharme! No me importa confesar mi debilidad. ¡Tampoco me gusta el Himalaya! (...) Aquí siempre he fracasado. Y me ha perseguido la tragedia. Y casi nunca logré ninguno de mis objetivos. (...) En 1971, en el Hindu Kush, murió Elena.En 1973, en el Annapurna, me salvé por un milagro. En 1986, también en el Annapurna, me bajé para ayudar a mi compañero, que padecía un edema. Luego [vinieron] las tragedias del Everest en 1990 y mi infarto en 1992. Esta vez el miedo del misterio me ha vencido”.


La curiosidad

El autor del artículo tuvo un sueño muy notorio durante el intento frustrado de ascensión en solitario al Annapurna que protagonizó en 1973. Poco después, al amanecer, la onda expansiva de una avalancha se llevó su campamento y fue violentamente impulsado por el viento en lo alto del plateau glaciar, aunque, afortunadamente, logró salvar la vida.

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Las dificultades respiratorias y los ensueños intensos que experimenté han sido la causa de que mi expedición al Everest Madrid 2016 no llegara a buen término la pasada primavera. Estaba patrocinada por el departamento de Deportes del Ayuntamiento de Madrid en el marco de la difusión, la presencia y la concienciación sobre la candidatura de esta ciudad a ser sede de las olimpiadas que se celebrarán en 2016. Me sucedió cuando me encontraba en la base del monte, a 5.500 m de altura.A lo largo de tres noches consecutivas tuve sueños de gran intensidad de los que solo recuerdo la sucesión de fuertes secuencias luminosas, acompañados por una angustiosa sensación de asfixia. Interpreté el episodio como un aviso de que si mantenía mis planes protagonizaría una tragedia. Confieso con humildad que, tras los fallos cardiacos que había sufrido años atrás, temía la escalada al Everest. Y el aviso que me dio mi organismo me hizo dar marcha atrás. Huí del Everest confundido y derrotado antes de iniciar la escalada. Es posible que me precipitara, pero esa amenaza y mi temor me indicaron que no estaba preparado. Yo había entrenado mi cuerpo exhaustivamente y había asumido el sufrimiento que entraña una ascensión de semejantes proporciones: los grandes esfuerzos, el frío, las privaciones de comodidad... En lo que no había vuelto a pensar es en lo que finalmente sucedió: un misterio que la ciencia todavía no ha podido aclarar. ¿Podrá hacerlo algún día?

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2 comentarios:

  1. gracias me sirvio para mi tarea
    tu pagina es igual a un 10

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  2. muchas gracias pero lo de la capacidad respiraratoria donde esta

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