miércoles, 6 de enero de 2010

La mala sombra


La sombra, esa oscura silueta que nos duplica, es una entidad cargada de misterio. Muchas culturas la consideran una emanación vital del cuerpo, un doble sombrío o, incluso, el alma misma de quien la proyecta. Para quienes saben usar esa capacidad de extroversión anímica la sombra constituye un instrumento de poder. Sin embargo, para el común de los mortales esa pálida emanación nos hace vulnerables porque, si nos la roban, nos dejan sin alma.


La mala sombra:
devoradores de almas y gafes

FUENTE: Revista española MAS ALLA (edición Nº 238).

Por lo común, la gente no presta atención a su sombra. Que los cuerpos la proyecten cuando hay luz suficiente es algo tan natural que nadie se para a pensar en ello. Lo extraño sería lo contrario, es decir, no generarla. Y, en efecto, la persona falta de sombra no solo causa extrañeza, sino espanto, porque se considera una señal inequívoca de que carece de alma. Se trata de un desalmado, de alguien que anda más próximo a los intereses del infierno que a los del cielo. Esta identificación de la sombra con el alma y con el aliento vital se produce desde la Antigüedad en el seno de sociedades y culturas bien diversas, lo que ha originado una serie de costumbres que todavía se conservan en algunas comunidades rurales. Por ejemplo, en regiones en las que predomina la cultura árabe, cuando el ganado enflaquece y se debilita sin razón aparente se piensa que alguna alimaña lo ha desangrado tras hincar los dientes voraces en su sombra, motivo por el que se justifica el hecho de que ni siquiera se perciban las huellas de los mordiscos en la piel. En otros lugares se cree que si una hiena pisa la sombra de alguien este se quedará mudo y paralizado, como si le hubieran arrancado las fuerzas.




Considerada alma extrovertida o proyección vital de quien la emite, la sombra pierde su condición banal y se convierte en una entidad peligrosa. Hay que cuidarse de las sombras ajenas como si se tratara de temibles enemigos, porque muchas ocultan tan mala intención que, si nos tocan, pueden dañarnos, haciéndonos sufrir la malquerencia que nos transmite su dueño. Según las creencias de los pueblos siberianos, la sombra es una de las tres almas que posee el hombre, y hasta hace poco se consideraba tabú pisar la sombra de otra persona. Curiosamente, quien corría peligro era el que la pisaba, ya que la deslucida silueta sobre la que caminaba tenía el poder de atrapar al incauto que invadía sus límites y adueñarse de él. En general, se considera que la sombra está animada por el carácter y la intención de quien la emite y se da por seguro que las de personas violentas y peligrosas son, a su vez, violentas y peligrosas. Siguiendo este razonamiento, si toca tu cuerpo, la sombra del asesino puede matarte; la del enfermo, contagiarte su enfermedad, y la del brujo, embrujarte. De ahí viene la expresión “tener mala sombra”, que se aplica a quienes albergan malas intenciones o llevan el gafe consigo, el cual transmiten a quienes sombrean. La tradición ha seleccionado a ciertos personajes a cuya sombra uno nunca debe ponerse. Incluye a las personas aquejadas de lesiones y deformidades, a los enlutados, como las viudas y las viejas, y a los curas ensotanados. De hecho, en algunas partes de Sicilia (Italia) estas tradiciones se mantienen ajenas al paso del tiempo y todavía hoy es posible ver cómo la gente se aparta de la sombra de alguien que padece algún tipo de deformidad y escupe en el suelo para protegerse.


Fortalecer el hogar

Pero no basta con evitar la sombra ajena, también hay que cuidar de la propia. Este doble anímico que nos acompaña es una palidez codiciada por muchos motivos. Entre ellos, aunque suene raro, porque ayuda a robustecer los cimientos de las casas en construcción. Levantar una casa siempre ha tenido algo de actividad sagrada. Se trata de erigir la morada de quien allí vaya a habitar buscando resguardo y seguridad. Por eso casi todas las sociedades han desarrollado rituales para proteger el hogar y atraer la buena suerte a sus moradores. En Grecia era costumbre hasta hace poco sacrificar un gallo o un cordero para regar con su sangre la primera piedra de la construcción y después enterrar el cuerpo del animal debajo de ella. Con este gesto se proporcionaba fortaleza a la cimentación y, de paso, se convertía a la víctima sacrificada en espectro protector del hogar. En tiempos más antiguos se utilizaban víctimas de mayor importancia que un simple gallo, incluidas las humanas, cuyo sacrificio garantizaba un aporte significativo de energía mágica y un alma en pena que permanecía ligada al lugar como celosa guardiana de sus habitantes.

Entre el sacrificio humano y el del cordero existía una posibilidad intermedia: utilizar la sombra de una persona, ya que se creía que la silueta contenía la energía vital de su propietario. Por eso el constructor se las arreglaba para que alguna persona inocente lo acompañara a visitar la obra y, mientras le mostraba la cimentación, medía con disimulo su sombra tendida en el suelo. Cuando el incauto se marchaba, el constructor anotaba las medidas en un papel y lo enterraba junto a los cimientos. Con esta acción se supone que la energía anímica de la sombra quedaba atrapada y servía como refuerzo mágico y protección de la casa. También se daba por sentado que el dueño de la sombra moriría antes de un año, excepto en Rumania, donde solo se le daba 40 días de vida. A fin de cuentas, una vez desvitalizada la sombra por el procedimiento del tallaje, su dueño quedaba con el alma desbaratada, lo cual era un mal augurio. En Centroeuropa la práctica de “emparedar” las sombras se convirtió en algo muy común. El folklore de esta zona está plagado de historias sobre sombríos espectros encerrados como guardianes. La costumbre de utilizar la sombra para dar fortaleza y protección a las casas provocó que surgieran avispados ladrones de sombras, personas que recorrían los parques para medir con disimulo la desvaída proyección de los caminantes distraídos. Después de ser anotadas, las medidas eran vendidas a los constructores, quienes pagaban buenas sumas por esos tallajes que encerraban el vigor de la sombra, para enterrarlos en los cimientos de sus obras. En Transilvania (Rumania) la técnica estaba tan extendida que pasear por lugares en los que se estaban construyendo viviendas se consideraba casi un suicidio.



La curiosidad

En Egipto, durante el Imperio Nuevo se identificaba el alma con la sombra. Según el Libro de los Muertos, para que el espíritu del difunto alcanzara la morada de Osiris tenía que enfrentarse a terribles monstruos. Uno de ellos se llamaba, precisamente, Devorador de Sombras.

Sabías que...
Los antiguos habitantes del Nilo procuraban que sus sombras no se reflejaran en el agua? Estaban convencidos de que si esto ocurría los cocodrilos podrían atraparla entre sus fauces y sus cuerpos quedarían despedazados por sus colmillos.



El dato

Existe un juego de naipes adivinatorio llamado Sombra del Hombre. Surgió en la Edad Media y se basaba en la creencia de que, al ser anímica, la emanación sombría del individuo conecta con el pasado y con el futuro, lo cual permite descubrir a través de ella aquello que está oculto.




Suegras y yernos: Una sombría relación

La mujer tiene el triste sino de que prácticamente todas las culturas la consideren un ser impuro. El hecho de que su situación femenina la haga menstruar tiene mucho que ver con esa situación. Esta creencia está tan arraigada que el mismísimo Aristóteles aseguraba que si una mujer miraba un espejo mientras estaba con el periodo, este se empañaba de inmediato con una bruma de sangre. El carácter supuestamente impuro de la mujer se traslada a su sombra, que, cuando está menstruando, emponzoña todo lo que toca.
Aun así, hay mujeres y mujeres, y, tradicionalmente, la emisora de sombra más peligrosa es la suegra. Resulta curioso que en algunas sociedades la siempre complicada relación entre la suegra y el yerno alcance tales fricciones que acabe convirtiéndose en un tabú. Así ocurre en las tribus indígenas de Australia, cuyas creencias prohíben toda relación entre ambos personajes, incluida una simple conversación, el más leve roce físico y, sorprendentemente, el contacto con sus sombras. Y el asunto no admite bromas. Si, por algún descuido, la sombra de la suegra cae sobre el yerno, este queda condenado a un inevitable futuro de penurias y quebrantos, gafado para siempre en suerte y salud. Si, por el contrario, es el yerno quien proyecta su sombra sobre la suegra, el divorcio se impone como obligación y la esposa debe regresar de nuevo a la casa de sus padres.



El diablo "robasombras"

Si la sombra es el alma extravertida del sujeto, ya sabemos de alguien que, sin duda, desea atraparla: el Diablo. En la cultura grecolatina la sombra representaba la parte del alma más próxima al mundo material, a nuestra personalidad terrenal. Esta afinidad con la materia es la que permite que, aun siendo el alma una entidad invisible, en su faceta de sombra sea perceptible como una oscura emanación. En la Edad Media el demonio y las brujas que le servían eran los más expertos ladrones de sombras del momento, ya que con ellas sustraían el alma inmortal del sujeto. Una leyenda habla de una cueva en Salamanca en la que el Diablo enseñaba las artes prohibidas a quienes quisieran disfrutar de su sabiduría. El precio a pagar consistía en que, al finalizar el curso, uno de los alumnos se quedaba como presa en poder del Diablo. Según la tradición, muchos magos famosos estudiaron en esa diabólica cátedra, como el cura de Bargota (Navarra), el licenciado Torralba y el Marqués de Villena, conocido como El nigromante, personajes todos ellos históricos a los que se atribuyen asombrosas proezas. Entre los alumnos parece que también estuvo el navarro Juan de Atarrabio, que acabó sus días siendo el párroco de Goñi (Navarra).
Según la leyenda, en su etapa como estudiante de las artes prohibidas en la cueva salmantina, Juan se enfrentó con el resto de los alumnos al dilema de quién se quedaría en poder del Diablo cuando terminaran las lecciones. Llegado el momento decisivo, a De Atarrabio se le ocurrió un truco para que todos salieran bien parados... Era media tarde y el Sol pegaba con fuerza en la boca de la cueva. El Diablo se apostó en la puerta diciendo “Tú te quedas” a todos los que iban saliendo, pero el interpelado siempre contestaba: “No, quédate con el que viene detrás”. El último, claro está, era Juan de Atarrabio. “Tú te quedas”, le espetó el Maligno ansioso por obtener su premio. “Quédate con el que viene detrás”, respondió el navarro con seguridad. El Diablo titubeó, porque le había parecido ver que, efectivamente, había alguien al fondo de la cueva. Cuando descubrió que se trataba simplemente de la sombra de Juan proyectada por el Sol, cerró el paso con su espada, pero ya era tarde. Juan de Atarrabio había puesto pies en polvorosa y la única presa que pudo cobrarse el Diablo fue su sombra. Al quedarse sin sombra, Juan se convirtió en un desalmado, pero consiguió sobrevivir, quizá porque se hizo cura y sirvió al Señor como párroco en Goñi. Pero Juan de Atarrabio sabía que, cuando muriera, su destino era el infierno. Allí el Diablo le esperaba con su sombra como prenda.


La energía vital

A lo largo del día la sombra varía de acuerdo con el recorrido del Sol por la bóveda celeste. Crece o mengua dependiendo de la altura del astro en cada momento. Si la sombra es la expresión de la energía vital de quien la proyecta, puede sacarse la conclusión de que en determinados momentos del día, cuando esta se achica casi hasta desaparecer, la energía vital del sujeto se debilita, mientras que en otros, cuando la sombra crece y se alarga majestuosa, la energía vital aumenta. Así lo creen todavía en algunas zonas ecuatoriales, en las que el Sol cae a plomo al mediodía dejando la sombra reducida a la mínima expresión. Convencida de que su escasez marca un debilitamiento anímico, al llegar esa hora la gente se resguarda prudentemente en su casa. No es bueno exponerse ante enemigos y vecinos envidiosos justo cuando se es más vulnerable. Mejor esperar a otras horas en las que el Sol sea más propicio. Una leyenda indígena ecuatoriana advierte sobre este peligro. Se refiere al gran guerrero Tukaitawa, cuya fuerza aumentaba y disminuía según crecía o menguaba su sombra. Iniciaba el día pletórico de energía, que decaía conforme el Sol iba avanzando hacia su cenit. Al mediodía, con el astro justo sobre su cabeza, la sombra prácticamente desaparecía bajo sus pies y Tukaitawa quedaba desvalido y sin fuerzas. A partir de ese momento el gran guerrero iba recuperando de nuevo el vigor al mismo tiempo que su sombra crecía sobre el suelo. Por supuesto, Tukaitawa mantenía en secreto este peligroso punto débil de su reconocida fortaleza, pero uno de sus enemigos descubrió el fatal proceso. Un día siguió a Tukaitawa y vio cómo su sombra iba menguando poco a poco. Cuando, al llegar el mediodía, la proyectada palidez desapareció bajo los pies del gran guerrero dejándolo inerme, su enemigo le dio muerte sin dificultad. En cualquier caso, hay que vigilar la sombra. En China, cuando se velaba a un difunto se tenía la precaución de que la sombra de los presentes no se proyectara sobre el féretro en el momento de cerrarlo. Según sus creencias, si esta quedaba encerrada en lacaja, su propietario caería enfermo sin remedio y pronto encontraría la muerte. Los velatorios y los sepelios se convertían en actividades de alto riesgo y la profesión de sepulturero suponía enfrentarse a graves peligros. En los entierros los encargados de llevar el ataúd y bajarlo a la fosa se situaban con precaución en el lado de la sepultura que les permitiera recibir el Sol de cara mientras miraban hacia ella. Procedían de este modo para que su sombra nunca se proyectara sobre el hoyo que esperaba al difunto, descuido que resultaría fatal. Aun así, para evitar accidentes, los operarios tenían la costumbre de anudarse a la cintura una apretada tira de tela, convencidos de que con ella amarraban la sombra al cuerpo, impidiéndola caer a la tumba y quedar enterrada con el muerto. En la antigua Grecia, para evitar estos riesgos las ceremonias y los sacrificios en honor a los muertos se realizaban siempre al mediodía, cuando la posición del Sol provoca que los cuerpos no proyecten casi sombra. De este modo se minimizaban los peligros. En la actualidad en muchos pueblos de la cuenca mediterránea todavía es posible observar que en los entierros los deudos se sitúan de forma que su sombra nunca caiga sobre la tumba abierta. Puede que no crean en las antiguas tradiciones sobre el alma y la sombra, pero nunca está de más ser cauteloso.




La sombra gafe...de Alfonso XIII

Los gafes son seres portadores de mala sombra, es decir, de mala suerte, que llevan con ellos allá donde van y que contagian a quienes les rodean. Sin duda, hay personas que emiten malas vibraciones y ensombrecen cualquier ambiente, pero, aun así, pobre de aquel a quien le caiga fama de gafe, porque la gente huirá de él como de la peste. En este sentido hay una curiosa historia sobre el rey español Alfonso XIII personaje considerado gafe y transmisor de la mala suerte.



Alfonso XIII

Esta creencia estaba extendida sobre todo en Italia y por eso cuando el rey fue a Roma a visitar al Papa en 1923 los italianos le dispensaron un recibimiento tan frío y distante que llegó a molestar al monarca español. Sin embargo, un inesperado suceso pareció dar la razón al pueblo italiano: al poco de llegar Alfonso XIII, se produjo una avería que dejó a la ciudad sin electricidad y sumida en las penumbras. Evidentemente, esta coincidencia afianzó la convicción de los romanos en el carácter gafe del rey español. Cuando al día siguiente salieron los periódicos dando cuenta de la regia visita con la imagen del soberano en la portada, los ciudadanos romanos se defendieron de su presunta nefasta influencia estirando hacia la fotografía la mano cornuta, los cuernos que sirven de protección contra el mal fario.


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