lunes, 2 de julio de 2012

Sociedades secretas


Organizaciones y grupos de acceso reservado que guardan conocimientos desconocidos para el resto de la población han estado presentes en diversas épocas. Debido a este halo de misterio, las leyendas sobre las sociedades secretas han fascinado a la humanidad durante Siglos. 
Por Rafael Muñoz Saldaña


Desde una perspectiva antropológica, guardan rasgos semejantes con otras organizaciones que no son secretas y cuyo origen se remonta quizás a los primeros grupos de cazadores: las fraternidades, los clubes, las asociaciones y los círculos, por mencionar solo algunas. Sus integrantes se unen en función de valores e intereses comunes; comparten conocimientos, suman fuerzas para lograr un propósito o proyecto colectivo y garantizan el apoyo de cada miembro a cambio de su fidelidad a la causa compartida. Se diferencian de las agrupaciones públicas porque sus actividades y normas internas no se hacen explícitas a quienes no forman parte de ellas, y establecen códigos de comunicación y conducta (en ocasiones verdaderos rituales reservados a los "iniciados"), a fin de consolidar un sentido de pertenencia mucho más fuerte y duradero. Generalmente son jerárquicas y sus integrantes conforman una especie de gran familia unida por lazos estrechos para tomar decisiones y emprender acciones significativas.
En su obra Secret Socíeri'es.- From che Ancíenr and Arcane to the Modern and Qandestine, el investigador de la Universidad de California David V. Barret señala que muchas de ellas funcionan como sistemas progresivos de enseñanzas y revelaciones que no deben compartirse con quienes no estén afiliados, dividen radicalmente al mundo entre el interior de la sociedad y el exterior, y separan de manera tajante a quienes tienen los conocimientos de quienes carecen de ellos. Estos rasgos y el rigor con el que los defienden las hace muy semejantes a las sectas, sin embargo, las sociedades secretas no necesariamente tienen una motivación religiosa: pueden ser fruto de intereses económicos, políticos, científicos o profesionales, y estar dotadas de una agenda práctica en cualquiera de estos terrenos para beneficiar a sus miembros. Algunas respetan el marco legal del ámbito en el que se desarrollan, otras incurren en prácticas delictivas, optan por la violencia y se sitúan en los ámbitos del terrorismo y el crimen organizado. Las semejanzas y las diferencias hacen difícil darles una denominación fija y segura. Otro problema para caracterizarlas es su grado de visibilidad: si sabemos algo de ellas, no son secretas.





Una tradición histórica
La trayectoria de las sociedades secretas inicia con las llamadas religiones mistéricas en las culturas antiguas, como los Misterios de Eleusis en Grecia (siglo V a. C), y prosigue con las religiones clásicas, en las que se formaron grupos para compartir enseñanzas esotéricas distanciadas del canon principal. Tales fueron los casos de distintos grupos judíos, como los esenios, y de las numerosas derivaciones del cristianismo que luego se consideraron herejías y tuvieron que mantenerse en secreto para subsistir. La Edad Media las vio multiplicarse en la época de las Cruzadas, de la que proceden algunas de las más famosas hoy día, como los asesinos, los templarios y los cataros. En esa época los grupos heterodoxos dieron importancia a la sabiduría hermética y practicaron la alquimia. Por su parte, durante la construcción de las grandes catedrales se formaron los gremios artesanales incluyendo al de los masones, tal vez la sociedad secreta más célebre de la historia. Mientras iniciaba la cacería de brujas, los distintos reinos fundaban sus servicios de inteligencia y espionaje. En los siglos XVII a XVIII, conforme la Iglesia perdía poder, se fundaban sociedades interesadas en el progreso científico que debían ocultarse para evitar la persecución, y lo mismo ocurría con los grupos que apoyaban la causa de la independencia en distintas naciones. Algunas, como los Illuminati, alcanzaron visibilidad, fueron prohibidas por los gobiernos nacionales y condenadas por la Iglesia. Sin embargo, no fue posible contener su avance en el siglo XIX; cuando revivió el interés por los templarios y los cataros, surgieron nuevos grupos religiosos y se formaron agrupaciones con agendas claramente políticas, como la alemana Vaterlandsverein, enfocada en la formación de una federación europea de naciones; grupos anarquistas y nacionalistas que en buena medida provocaron las presiones conducentes a la Guerra Mundial en sus dos etapas.
De un siglo hasta el presente varias fueron relevantes para el desarrollo de la historia, incluyendo, por supuesto, a la Sociedad Thule (Thule-Gesellschaft en alemán), origen del partido alemán Nacionalsocialista, y los intentos por restaurar viejas tradiciones. En la posguerra el poder radicó en actores distintos. Aparte de la hegemonía de Estados Unidos y la Unión Soviética, se multiplicaron las instituciones multinacionales que detentaron el poder real y, aunque en la realidad las sociedades secretas disminuyeron, cambiaron de forma e intenciones. La opinión pública atribuyó a distintos grupos económicos, políticos y culturales posibles conspiraciones para apoderarse del mundo.






La razón de su atractivo
¿Por qué nos siguen fascinando las sociedades secretas en la época en que tal vez hay menos y tienen menor influencia? Los elementos indisociables de esa creencia, de ese atractivo, son las teorías de conspiración. Aunque indudablemente han existido conspiraciones reales que han salido a la luz, las teorías han tomado un sesgo paranoide, en palabras del investigador Robert Todd Carroll, autor de The Skeptic's Dictionary, y sostienen hipótesis absurdas como la prevalencia de grupos ya desaparecidos (los templarios, los Illuminati) o la existencia de algunos de los que simplemente no hay pruebas históricas, como el Priorato de Sión. El conspiracionismo tiene un origen psicológico: la búsqueda de significado, y también un origen sociopolí-tico, resultado de la desilusión respecto a la historia y del afán de hallar una racionalidad oculta entre la gran diversidad de hechos, datos y acontecimientos que nos inundan hoy día, cuando los recursos de comunicación permiten construir con facilidad cualquier historia con apariencia real basada solo en rumores y mentiras. Antes y ahora inquietan también en función de un rasgo de conducta humano: la curiosidad. En A Brief History of Secret Societies: An Unbiased History of our Desire (or Secret Knowledge, también del autor David V. Barret, se explica que el interés por las sociedades secretas se encuentra arraigado en nuestra experiencia cotidiana por ese rasgo común a casi todos nosotros: el deseo de saber, de conocer nuevos datos que nos permitan entablar una relación distinta con el mundo y la realidad. Nos gusta oír secretos y acceder a verdades que la mayoría de las personas desconocen. Si se trata de información intrascendente, como podría ser un simple comentario o chisme, da cierta satisfacción sentir que pertenecemos al selecto grupo de quienes están enterados. Si se trata de algo relevante, nos hace sentir que tenemos poder sobre los demás. Las sociedades secretas nos fascinan pues parecen ser los depósitos de esa información en la que suponemos está cifrado el destino del mundo y de la historia.
Creer que un grupo oculto y misterioso guarda las grandes verdades que nos intrigan y decide nuestro futuro parece intimidante. Pero es mucho más difícil aceptar que nuestros destinos individual e histórico se construyen como procesos multifactoriales, sujetos a contingencias y eventualidades, y que el poder radica en actores e instancias mucho más diversos y difíciles de entender que los supuestos grupos que realizan ceremonias ocultas para trazar nuestro destino y el camino a seguir. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las grandes empresas y la multitud de grupos criminales y terroristas que identificamos en el diario, son las sociedades visibles que, al aire libre, rigen nuestro destino y la historia que acontece frente a nuestros ojos.

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