lunes, 2 de julio de 2012

Científicos locos


En el transcurso de la historia algunos investigadores han cometido crímenes en nombre del conocimiento con tal de lograr su objetivo. Hoy, tales métodos siguen siendo motivo de debate ético. 
Por Oscar Miyamoto Gómez


La cabeza fue colocada sobre una mesa metálica donde se le conectaron los polos de una pila voltaica compuesta por cien discos de zinc y cobre. Junto al cadáver humano decapitado, el físico italiano Giovanni Aldini (1762-1834) hizo que la batería de 120 watts electrificara las orejas y la boca del fallecido: con la descarga, el párpado izquierdo se abrió y los dientes de la mandíbula se friccionaron con los del maxilar superior. Aldini prosiguió a estimular las extremidades del cuerpo inerte, provocándoles flexiones esporádicas debido a la contracción muscular. El físico entonces exclamó: "La reanimación galvánica transmite un fluido energético a la base de todas las sensaciones, y distribuye su impulso a través de las diferentes partes de los sistemas musculares y nerviosos".
Esta demostración, realizada el 17 de enero de 1803 en el anfiteatro anatómico del Colegio Real de Cirujanos, en Inglaterra, buscaba convencer a una audiencia de médicos y periodistas de que los estudios sobre 'electricidad animal' de Luigi Galvani (1737-1798) -pionero de la electrofisiologia- podían ser aplicados en la reanimación corporal de humanos, por ejemplo, en personas asfixiadas. Esta visión científica fue estigmatizada en aquella época, al grado de trascender en la novela Frankensteín o el Prometeo moderno (1818), de Mary Shelley (1797-1851), pero también, pese a su reputación de 'profanador de cadáveres', Aldini marcaría un "antes y un después" en las terapias de estimulación eléctrica cerebral que se utilizan hoy en el tratamiento de padecimientos mentales severeros como el Parkinson.
Por sus aplicaciones tecnológicas algunos de los avances científicos más importantes, como el logrado por Aldini, han repercutido en el pensamiento político, religioso y filosófico de la sociedad que no siempre se encuentra preparada para admitir nuevos métodos de estudio. Además, varios capítulos de la indagación científica no significaron un bien colectivo, sino el motor de conflictos bélicos y disputas ideológicas. En este contexto, la ética ha condenado a ciertos experimentos independientemente de cuándo tuvieron lugar. Ahora, a partir de documentos desclasificados y testimonios sobre este tipo de estudios, se han revelado sus métodos y sus verdaderos propósitos.


Dilema corporal
Cuando los especialistas no están seguros de las consecuencias por la utilización de una nueva tecnología, como fueron en su momento la energía nuclear y las microondas, se requieren extensos estudios que puedan comprobar sus efectos tanto inmediatos como de largo plazo en las personas; por ejemplo, actualmente los alimentos transgénicos plantean un reto similar.
Para bien o para mal, a veces es imposible obtener información veraz a través de la experimentación con animales, señalada por las instituciones médicas como una práctica necesaria para el desarrollo de nuevos tratamientos y terapias. Por lo anterior, el empleo responsable de cadáveres humanos representa la alternativa más útil de estudio; no obstante, en la historia de la ciencia aunque éstos han sido utilizados para favorecer la salud pública de un país, en determinados casos su obtención ha sido de manera clandestina e ilegal. Cabe mencionar el caso del proyecto estadounidense-británico con nombre clave Operation Sunshine, efectuado entre 1950 y 1960. En él, alrededor de 6.000 cadáveres de recién nacidos y embriones, provenientes de hospitales públicos de Canadá, Australia y Hong Kong, fueron enviados a distintas partes de Estados Unidos para realizar experimentos en tejidos humanos con materiales radiactivos. De acuerdo con la doctora Sue Rabbitt Roff, de la Universidad Dundee, en Escocia, las pruebas con esos restos orgánicos se hicieron sin el consentimiento de los padres y fueron publicadas en un centenar de artículos científicos, citados en su investigación "Project Sunshine And The Slippery Slope" (National Center for Biotechnology Information, 2002).
Por su parte, contados científicos han decidido probar sus teorías e inventos en sí mismos, con lo cual podrían obtener credibilidad al demostrar la confianza que tienen en sus procedimientos. Uno de los casos más controvertidos es el del ingeniero británico Kevin Warwick, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading, Inglaterra, quien en agosto de 1998 insertó un microchip de silicio en las fibras nerviosas de su antebrazo izquierdo. El componente emitía una señal que le permitió operar a distancia distintos dispositivos electrónicos con solo pensar en mover su extremidad. Las siguientes 'interfaz cerebro-computador' que desde entonces Warwick se ha puesto le han valido el título del 'primer cyborg humano1. Los casos anteriores, relativamente recientes, obligan a los científicos a replantearse cuáles son los límites en la investigación, pues no hay leyes generalizadas que les impidan experimentar consigo mismos o con cadáveres.


Reglas del juego
Para quienes debaten la cuestión ética planteada, es fundamental reconocer lo siguiente: las pruebas biomédicas se realizan con el propósito de recolectar y analizar sistemáticamente información a partir de la cual se obtengan conclusiones que mejoren el cuidado de pacientes en el futuro. En cambio, en la medicina clínica los diagnósticos e intervenciones se realizan para beneficiar a un individuo en el presente. Sin embargo, de acuerdo con Marshall B. Kapp, profesor de Leyes y Medicina en la Escuela de Derecho ; de la Universidad del Sur de Illinois, Estados Unidos, cualquiera de esas prácticas debe resguardar la privacidad, integridad corporal y mental de las personas. Específicamente, los patólogos, quienes almacenan órganos con propósitos documentales, están obligados por distintos tratados internacionales a trabajar esos ejemplares de manera anónima y solo en el marco de un proyecto aprobado por autoridades médicas. En un sentido similar, como el abogado señala en su artículo "Ethical and legal issues in research in-volving human subjects: do you want a piece of me?" (Journal of Clinical Patology, 2006), los estudios con seres vivos deben prevenir y mitigar el dolor que se le pueda causar al sujeto de experimentación, el cual debe de ser, en el caso de humanos, un voluntario.
Respecto a los investigadores, estos deben señalarle a los pacientes su derecho a suspender, en cualquier etapa que consideren, su participación en el programa. Además, deben proporcionar un seguro médico que les garantice reparar los posibles daños accidentales que les sean causados. Como establece la edición 2011 del documento Standards and OperationaJ Guidance for Ethics Review of Health-RelatedResearch with Human Participante, de la Organización Mundial de la Salud, los especialistas tienen que dar a conocer anticipadamente los detalles de su proyecto a quienes lo financiarán, a fin de prevenir investigaciones que no tengan probabilidades de alcanzar objetivos deseables. Asimismo, antes de que se publiquen los resultados de un experimento, los voluntarios deben ser informados periódicamente sobre los avances, en un lenguaje asequible y que deje muy claros los tecnicismos. Otro punto esencial que rige a las investigaciones científicas modernas es que deben ser realizadas solo por personas calificadas, y en el caso de la participación de estudiantes, estos deben ser supervisados por un profesional que asuma la responsabilidad por sus asesorados.





Responsabilidad colectiva
Además de los especialistas en algún campo del conocimiento, se requiere de una gran cantidad de personal para coordinar investigaciones, independientemente de los objetivos de estas últimas. Esto significa que los patrocinadores, autoridades gubernamentales y proveedores de materiales se vuelven cómplices cuando se realiza un experimento ilegal o cuando se obtiene un producto nocivo para la salud. Por ello, estas entidades están obligadas a vigilar el destino de los recursos que proporcionan y el alcance de los permisos que otorgan. En otras palabras, los llamados 'crímenes científicos' son actos instrumentados por una infraestructura entera. Para ilustrar este punto basta mencionar el caso de la gasolina con plomo: en 1921 se descubrió que el tetraetilo de ese metal pesado mejoraba la ignición del combustible para los motores, por lo que una de las empresas gasolineras más grandes de Estados Unidos realizó experimentos con el fin de adicionar esta sustancia tóxica y sacar provecho de una 'gasolina más competitiva'. En 1980 la Academia Nacional de Ciencias de ese país demostró que el tetraetilo de plomo provocó millones de muertes prematuras y retraso mental en niños de edad preescolar. Se estima que un total de siete millones de toneladas de la sustancia fueron liberadas a la atmósfera, hasta que fue prohibida por la Unión Europea en el año 2000.
Por su parte, el bienestar de los animales ya es un tema reconocido para quienes reflexionan sobre la bioética y el deber de la ciencia en tanto factor de cambio social. Como señala F. Barbara Orlans en su libro In the Ñame of Science-. Issues in Responsible Animal Experimentation (1993), tuvieron que pasar varios siglos para que la experimentación en animales, establecida por los médicos Erasís-trato (304-250 a. C.) y Galeno de Pérgamo (129-200), fuera regulada: hoy existen movimientos e instituciones en contra de la vivisección o disección de un organismo cuando todavía está vivo. Aunque el uso indiscriminado de formas de vida, además de la humana, con fines experimentales permitió en el Renacimiento el desarrollo de la fisiología y las neurociencias como hoy las conocemos, también es cierto que en las últimas décadas se han cometido abusos en la medida en que ciertas investigaciones no han producido algún beneficio. Tal fue el caso de las cirugías del doctor ruso Vla-dimir Petrovich Demikhov (1916-1998), quien realizó los primeros trasplantes de órganos en animales pero también en 1959 implantó la cabeza de un perro pequeño en el cuello de un pastor alemán solo para saber si era posible, con el mismo flujo sanguíneo, mantener vivos ambos encéfalos. En resumen, las repercusiones de la innovación científica no solamente son culpa de sus impulsores, sino de todos los actores sociales involucrados. Así, la sociedad tendría más motivos para estar al tanto de la actividad e ideales de sus científicos, quienes finalmente marcan revoluciones en todos los ámbitos.

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