En los años cincuenta las pantallas de cine se poblaron de seres extraterrestres. Prueba de ello es la célebre película La guerra de los mundos, de George Pal, basada en la novela homónima del escritor británico H. G. Wells y popularizada en su versión radiofónica por el actor y director Orson Welles. Sin duda una de las obras maestras del género de ciencia ficción.
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La guerra de los mundos
Los años cincuenta fueron la era de los platillos volantes por excelencia. Tras el primer avistamiento de un Objeto Volador No Identificado, realizado por el empresario y piloto civil Kenneth Arnold el 24 de junio de 1947, en cuya difusión tuvo que ver también el editor y escritor de ciencia ficción Ray Palmer, no solo los cielos del planeta empezaron a verse atravesados por supuestas naves espaciales, sino que también lo hicieron los de las pantallas cinematográficas.
Hollywood había descubierto un nuevo género que atraía a masas de espectadores ansiosas por ver con todo lujo de detalles aquello que las borrosas y dudosas fotografías de supuestos ovnis reales solo permitían sospechar. Para los estudios de cine era un negocio floreciente, ya que la mayor parte de las películas de platillos volantes e invasiones extraterrestres pertenecían a la serie B: filmes de bajo presupuesto en los que con pocos medios se conseguía rentabilizar rápida y eficazmente la inversión. Esto hizo que la Tierra fuera invadida por pequeñas películas en blanco y negro de menos de hora y media de duración, sin grandes estrellas o actores conocidos, que estaban producidas y dirigidas por expertos en la materia como Roger Corman, Jack Arnold, Charles H. Schneer y Samuel Z. Arkoff, o por auténticos reyes del cine–basura, como el famoso e infame Ed Wood Jr.
La invasión más famosa
Pero este no era para nada el caso de La guerra de los mundos (The War of the Worlds. Byron Haskin, 1953), toda una superproducción en brillantes colores, a mayor gloria del clásico seminal de H. G. Wells, sin duda el “padre” de todas las invasiones alienígenas. Para llevar al cine la novela más famosa del escritor británico, cuyos derechos habían sido adquiridos por Paramount en 1925, se barajaron varios nombres.
El guión final tendría más que ver con la célebre versión radiofónica creada por Orson Welles en 1938, que había desatado una ola de terror masivo por todo Estados Unidos en pleno Halloween, que con el original literario. Aunque, finalmente, el elegido para dirigir el filme fue Byron Haskin, todo un excelente profesional, el verdadero genio del proyecto no fue otro que George Pal, un maestro de la animación y los efectos especiales, procedente de Hungría, que había obtenido ya señalados éxitos en el género de la ciencia ficción con su producción y sus efectos en títulos como Destino: la Luna (Destination Moon. Irving Pichel, 1950), basado en un relato de Robert A. Heinlein, o Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide. Rudolph Maté, 1951), según la novela de Edwin Balmer.
Si bien Paramount mantuvo el principio de no contratar grandes estrellas para esta epopeya de invasión extraterrestre –¿quién ha visto alguna vez a Cary Grant, Gary Cooper o Clark Gable en una cinta de ciencia ficción?–, el filme contó con un presupuesto de dos millones de dólares, algo entonces atípico para una película de
marcianos... de los cuales un millón seiscientos mil fueron destinados a los impresionantes efectos especiales.
Pesadilla en technicolor
Pal creó una espectacular pesadilla en technicolor combinando la técnica de animación Stop Motion –en la que era uno de los grandes maestros junto a Ray Harryhausen y el pionero Willis O´Brien– con la fotografía acelerada y el eficaz diseño de maquetas, efectos sonoros, miniaturas y apocalípticos decorados y pinturas matte.
Las inmensas y amenazantes naves invasoras fueron diseñadas por Albert Nozaki
basándose en el movimiento de los cisnes. Al principio Pal había manejado la idea de que fueran, como en la novela, gigantescos trípodes apoyados en patas metálicas o en “rayos de fuerza”, pero al final la rechazó para reforzar el parecido de las mismas con los platillos volantes que tenían en vilo al mundo entero. La guerra de los mundos de Haskin y Pal fue un rotundo éxito. Siguiendo con fidelidad la novela de Wells, pero actualizándola con elementos de la adaptación radiofónica y llevándola al escenario del contemporáneo Estados Unidos, se benefició de la fiebre OVNI que invadía el país, así como de la paranoia psicosocial que, en pleno auge de la Guerra Fría y de la amenaza atómica, contribuía a la popularidad del género de platillos volantes e invasiones extraterrestres, que reinó sin competencia en la ciencia ficción cinematográfica de los años cincuenta y principios de la década de los sesenta.
Spielberg vs los marcianos: un remake poco satisfactorio
Ese fan impenitente del viejo cine de las matinales de los sábados que es Steven
Spielberg no podía dejar de producir su propia versión del clásico de H. G. Wells
La guerra de los mundos. Protagonizada en 2005 por el cienciólogo Tom Cruise –quien se hacía acompañar al rodaje por todo su equipo de propaganda cienciológica, encabezado por su propia hermana–, llegó también al calor de la paranoia provocada por el 11-S. Además, esta entrega está llena de guiños y homenajes al filme de George Pal, como los cameos de Gene Barry y Anne Robinson, protagonistas del mismo, o la escena del sótano, que recrea otra muy similar del original. Pero a pesar de sus espectaculares efectos especiales y a sus buenas intenciones, la versión de Spielberg, en la que los marcianos parecen haber venido a invadirnos solo para hacer que Tom Cruise se convierta en un buen
padre de familia de una vez, resulta mucho menos satisfactoria que la vieja y hermosa película de 1953.
Sabías que
Entre los nombres que se barajaron para dirigir La guerra de los mundos estaban los de Cecil B. De Mille, Alfred Hitchcock y el mismísimo Orson Welles?
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