martes, 21 de abril de 2009

El agente 007

Cuando se cumple el centenario del nacimiento de Ian Fleming, la exposición que le dedica el Museo de la Guerra de Londres y una nueva entrega de su saga cinematográfica hacen que James Bond, el superespía de ficción más famoso de la historia, vuelva a estar de actualidad... Pero, además, salen ahora a la luz las sorprendentes conexiones del agente 007 y su creador con el mundo del ocultismo.

El mundo mágico del agente 007
Con licencia para matar

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¿Esconden las novelas de James Bond un código secreto relacionado con el esoterismo? ¿Era su autor, Ian Fleming, un iniciado? ¿Son las aventuras de 007 excursiones al secreto mundo de lo Oculto bajo el disfraz de historias de espionaje? Philip Gardiner, autor de libros como Gnosis: The Secret of Solomon´s Temple Revealed (Gnosis: el secreto del Templo de Salomón, revelado), The Serpents Grail (El Grial de las serpientes) o The Ark, The Shroud and Mary (El Arca, el Sudario y María), entre otras obras dedicadas a la simbología esotérica y a los misterios de la Historia, cree que sí, y trata de demostrarlo en The Bond Code (El código Bond), recientemente publicado. En él repasa la obra y la vida de Fleming a la luz de los símbolos gnósticos y masónicos que, según él, aparecen ocultos en sus novelas e incluso en las películas de 007.


Símbolos esotéricos
Para Gardiner, no hay duda de que Fleming, posiblemente masón, introdujo, utilizando a veces la criptografía, en la que era experto gracias a su experiencia en la División de Inteligencia de la Marina británica, toda una serie de mensajes y símbolos esotéricos destinados a convertir, al menos en parte, la saga de James Bond en una suerte de gran libro iniciático para aquellos con las claves necesarias para descifrarlo, además de crear un arquetipo de enorme vigor mágico que, en plena Guerra Fría, sirviera para unir a las potencias occidentales (Reino Unido y Estados Unidos) en su lucha contra el comunismo. Entre las muchas “pruebas” que cita Gardiner para sostener sus tesis están el interés de Fleming en las ideas de Carl Gustav Jung, 148), el empleo de palabras y símbolos alquímicos en sus novelas, la etimología de los nombres de sus personajes, la naturaleza mística de la cifra 007 y la supuesta pertenencia del escritor a sociedades secretas antes y después de la II Guerra Mundial. Muchos de los datos que maneja Gardiner eran ya conocidos por los biógrafos de Fleming y no hay duda de que sus conclusiones, basadas en su interpretación de códigos criptográficos y numéricos presuntamente introducidos en las aventuras de 007, son como mínimo discutibles. Pero, a pesar de sus excesos,The Bond Code ha vuelto a sacar a la luz algunos de los más curiosos secretos ocultos, y ocultistas, que se esconden tras el agente secreto más famoso del mundo.


Un caballero excéntricoIan Fleming (1908-1964) fue, sin duda, un caballero británico peculiar: tan aficionado a la buena vida como a la literatura, a los deportes y la aventura como a su club y a largas estancias en su retiro jamaicano, mujeriego y felizmente casado, fumador y bebedor a la vez que amante del montañismo y el submarinismo. Vástago de una destacada familia de origen escocés y con un importante financiero por abuelo, era hijo de Valentine Fleming, miembro del Parlamento y héroe de guerra, y de Evelyne Ste. Croix Fleming, amante y modelo del pintor Augustus John.
Su hermano mayor, Peter Fleming, de la Sociedad Geográfica, se convirtió en un prestigioso autor de libros de viajes... Y todo ello influyó en que Ian se viera a sí mismo como la oveja negra de la familia. Así, tras una serie de discretos desastres académicos, su madre decidió enviarle a estudiar a una escuela especial de Kitzbühel (Austria), dirigida por Ernan Forbes Dennis y su esposa, Phyllis Bottome, que eran seguidores de las teorías de Alfred Adler, rebelde discípulo de Freud.

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Sería allí, durante sus años en Austria y después en la Universidad de Ginebra (Suiza), donde el apuesto Ian descubriría tanto sus dotes seductoras (que trasladaría a su personaje literario) como sus intereses intelectuales, algunos quizá relacionados con el esoterismo. Familiarizado con Kafka, Rilke, Hofmannsthal y Schnitzler, y con la obra de Alfred Kubin, Kokoschka y otros singulares artistas, consiguió el permiso de Jung para traducir su conferencia sobre Paracelso a fin de publicarla en inglés. Años después Fleming ofrecería su traducción a la escritora Edith Sitwell, quien planeaba publicar una biografía del alquimista, astrólogo y pionero de la Medicina. Tras fracasar en el examen de ingreso del Foreign Office y después de trabajar en una firma financiera, Fleming encontró la estabilidad ejerciendo diversos oficios periodísticos para la agencia Reuters y, después, para el grupo del Sunday Times, al que consagró la mayor parte de su vida profesional. Atrapado siempre en la paradoja de sentir un cierto desprecio por la clase intelectual y su necesidad inconfesa de formar parte de ella, Fleming tuvo rasgos de excentricidad que alientan las sospechas de Gardiner sobre su pertenencia a la masonería y otras sociedades secretas. Con menos de treinta años fue uno de los fundadores de Le Cercle Gastronomique et des Jeux de Hasard (Círculo Gastronómico y de Juegos de Azar), sociedad hedonista formada por jóvenes etonianos, dedicada a la degustación de las pitanzas más exquisitas, los juegos de azar... y, según algunos, a otros fines más esotéricos, difícilmente comprobables. Admirador de Paracelso, Einstein y Jung, bibliófilo y coleccionista de libros ilustrados por artistas de vanguardia, Fleming creó una biblioteca dedicada a primeras ediciones de aquellas obras que habían “iniciado” alguna corriente de pensamiento de importancia para la Historia moderna, desde El origen de las especies, de Darwin, a Mi lucha, de Hitler, pasando por los escritos de Rousseau, Laplace, Gobineau, Nietzsche, Paulov, Freud y Marx.

Seiscientos libros de su colección forman parte de la Biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana (EE.UU.). Entre estos volúmenes hay más de uno que puede confirmar su interés por la alquimia, pero también por los boy scouts, la criminología y el deporte. Pero si hay algún indicio que permita deducir la relación de Fleming con el esoterismo se encuentra en varias de sus curiosas experiencias durante la guerra.


La conexión Crowley
Se ha exagerado mucho el carácter de las aventuras de Ian Fleming como comandante y como asistente personal del almirante John Godfrey, director de la Inteligencia Naval de la Marina Real británica, durante la II Guerra Mundial. La mayor parte del trabajo de Fleming fue de escritorio: reuniones estratégicas, complejos planes logísticos y, naturalmente, desciframiento de códigos enemigos y creación de claves criptográficas que permitieran a los británicos operar sin ser localizados por el enemigo. Rara vez tuvo ocasión Fleming de participar en operaciones sobre el terreno, y muchos de sus planes fueron rechazados por fantásticos (serían realizados en la ficción por 007).

Pese a ello, parece cierto que trabajó en el desciframiento de la famosa clave de la máquina Enigma, utilizada por los alemanes para sus operaciones en el Atlántico Norte, permitiendo así que la Marina británica se tomara un respiro fundamental para la victoria. También fue responsable en 1942 de la creación de la Unidad de Asalto 30, un comando de contrainteligencia que actuó con éxito en Francia e Italia. Pero, sin que puedan separarse leyenda y realidad, el momento más fascinante de la carrera de Ian Fleming fue su implicación, junto al mago Aleister Crowley, en la captura y el interrogatorio de Rudolf Hess. Según distintas, pero todas dudosas, fuentes –entre ellas, Richard Deacon (pseudónimo de Donald McCormick) en su A History of the British Secret Service (Historia de los servicios secretos británicos), Anthony Masters en The Man Who Was M: The Life of Charles Henry Maxwell Knight El hombre que fue M: la vida de Charles Henry Maxwell Knight) y el no menos polémico Peter Levenda en The Unholy Alliance (La alianza impía)–, el creador de 007 y Aleister Crowley estuvieron inextricablemente ligados al plan para hacer “desertar” a Rudolf Hess.


The Link
McCormick, compañero de Fleming en la Inteligencia naval, y Masters relatan cómo, conociendo la fascinación del alto mando nazi por la astrología y el ocultismo, el escritor puso en marcha un sofisticado plan para utilizarla para capturar a alguno de sus principales líderes. Fleming había investigado la existencia durante los años veinte de una desaparecida organización germanófila británica conocida como The Link (El vínculo) y había utilizado sus investigaciones para hacer creer a los alemanes que la vieja red simpatizante había vuelto a formarse a espaldas de Churchill.

Con la complicidad de un agente británico infiltrado junto a Rudolf Hess como uno de sus astrólogos personales, Fleming haría llegar a este rumores acerca de The Link, así como informes astrológicos sobre la conveniencia de intentar un pacto con Reino Unido a través del Duque de Hamilton. Hess, animado gracias a los informes por Klaus Haushofer, así como por su astrólogo, Ernst Schulte-Strathaus, voló al Reino Unido el 10 de mayo de 1941, fecha astrológicamente propicia, y se arrojó sobre Escocia en paracaídas para caer en manos de los británicos, convirtiéndose en su más preciado prisionero de guerra.

Así, según Masters y McCormick, fue el ingenio de Fleming el que permitió la captura de uno de los hombres de confianza de Hitler. Levenda y otros autores añaden a la ecuación el nombre de Aleister Crowley, quien, agente doble durante las dos guerras, había contactado con Hess durante su estancia en Alemania a comienzos de los años treinta, utilizando sus relaciones con el líder nazi para facilitar los planes de Fleming. A veces se cita también en relación al complot al escritor de ficción ocultista Dennis Wheatley, cuya novela Fuerzas oscuras ilustra la utilización de la astrología y el ocultismo durante la II Guerra Mundial. El hecho de que no haya más evidencia de la participación del creador de James Bond en la captura de Hess que las declaraciones de McCormick en su historia del servicio secreto británico, publicada originalmente en 1969, cuyo relato han seguido después Masters, Levenda y los demás, queda justificado, según el viejo compañero de Fleming, por el hecho de que este, desconfiando de sus superiores, mantuvo la operación en completo secreto. Conveniente, pero no muy convincente.




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Colaboración frustradaEs posible que esta legendaria hazaña de Fleming tenga su origen en otra aventura, bien documentada pero menos dramática, que conecta el nombre del creador de 007 con la Bestia 666. Precisamente después de la captura de Hess, Fleming sugirió a sus superiores que el hombre indicado para llevar a cabo el interrogatorio del supersticioso nazi, obsesionado con la astrología, no podía ser otro que Aleister Crowley, cuya figura siempre le había fascinado. Crowley, que se encontraba retirado en Torquay escribiendo poemas patrióticos, respondió ofreciendo sus servicios al director de la Inteligencia naval con una educada carta que todavía se conserva. Iba acompañada de signos cabalísticos e incluía un poema titulado Inglaterra, levántate rápido.

Aunque, según el biógrafo de Fleming, John Pearson, el ofrecimiento de Crowley fue rechazado con hilarante escepticismo por el alto mando, las malas lenguas (entre ellas, la de Masters) afirman que, en realidad, el motivo fue que el superior inmediato de Fleming, Maxwell Knight (inspiración para el M de las novelas de Bond), mantenía una vieja enemistad con el mago. Al parecer, Knight, simpatizante del movimiento fascista británico en los años veinte, había pertenecido a una red de espionaje que consideraba a Crowley uno de sus objetivos principales. Pero quizá había algo más personal: Maxwell, homosexual encubierto cuya primera esposa se había suicidado, podría haber sido víctima del chantaje de Crowley, amante de su mujer. ¿Qué queda de la conexión Fleming-Crowley? La certeza de que al creador de 007 le fascinaba el ocultista, algo que compartía con su amigo Somerset Maugham, que convirtió a Crowley en el perverso Oliver Haddo de El mago. También Le Chiffre, villano de Casino Royale (1953), se inspira en Crowley, desde su nombre (La Cifra, referencia al 666) hasta su físico, al igual que el líder de SPECTRA, Ernst Stavro Blofeld. Las apariciones en cine de este último han corrido a cargo de actores de inquietante parecido con el mago, como Donald Pleasence, Telly Savalas y, especialmente, Charles Grey en Diamantes para la eternidad (1971). Grey interpretó también al siniestro Mocata del filme La novia del diablo (1968), directamente inspirado en Crowley según la novela de Dennis Wheatly. Y no parece casual que en la parodia Casino Royale (1967) Le Chiffre fuera encarnado por el diabólico Orson Welles... ¡como un mago ilusionista!


El alquimista
Según Gardiner, Fleming estaba obsesionado por la alquimia. Y una cosa es cierta: el escritor, aunque escéptico y tan materialista y hedonista como Bond, parece haber sentido cierta atracción intelectual por personajes como Paracelso, John Dee y Aleister Crowley, que combinaban conocimientos prácticos y actividades muy materiales (medicina, espionaje, política...) con ideas místicas y mágicas. En cierto modo, la alquimia personal de Fleming podría encontrar su Obra Magna en el agente 007. La fascinación de Ian Fleming por el oro era algo más que metafórica. El dorado metal aparece en varias aventuras de Bond: Goldfinger (1959) donde, como hace notar Gardiner, el villano se llama Auric (Oro) y Goldfinger significa “dedo de oro” –un término, según Gardiner, con el que se autodenomina el alquimista–,Vive y deja morir (1954), donde vudú y espionaje se mezclan en la busca del tesoro de Morgan, y la póstuma El hombre de la pistola de oro” (1965). En Jamaica Fleming se hizo construir su segundo hogar, Goldeneye, cuyo nombre se inspira en la novela Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers, pero también en la propia región donde fue levantada, Oracabessa, deformación del español “Cabeza de oro”. En el jardín de Goldeneye, rodeada de leyendas y misterio, se encontraba una antigua tumba española con un ojo dorado en mitad de una cabeza de oro. Sería allí, ya casado, donde Fleming comenzaría Casino Royale y donde, año tras año, escribiría cada uno de los catorce títulos que componen la saga original de Bond. Para pergeñarlos, encargaría una máquina de escribir chapada en oro. ¿Otra estrategia mágica para atraer el áureo éxito que perseguía? Poco después de terminada la guerra, Fleming se había prometido a sí mismo escribir “la novela de espías que acabaría con todas las novelas de espías”. Todos sus biógrafos coinciden en que sentía la necesidad de crear una obra literaria que, a pesar del desprecio que fingía sentir por los intelectuales, le permitiera codearse con aquellos a quienes admiraba y eran sus amigos (Maugham, Noel Coward, Raymond Chandler, Edith Sitwell...) pero que también le hiciera rico. A pesar de que a Fleming nunca le faltó el dinero, las condiciones del testamento paterno le obligaban a depender de las ayudas de su madre para mantener su tren de vida. Con el éxito de Bond y la venta de sus derechos al cine, Fleming consiguió su piedra filosofal, utilizando todo el poder mágico de su personalidad. 007 es un genuino arquetipo universal, grabado en el imaginario colectivo para la eternidad... Lo que, para un buen conocedor de Freud, Adler y Jung, no pudo ser del todo casual. Pero el rubedo de su Magnum Opus le llegó trágicamente tarde. Fleming fue el verdadero modelo para 007, haciendo así realidad los sueños de aventura que el mundo le había negado. En él puso todas sus manías, sus gustos y sus ideas, sublimándolos y mezclándolos con lecturas favoritas –entre ellas, Sax Rohmer, creador de FuManchú, autor de una historia de la brujería y quizá miembro de la Golden Dawn–hasta conseguir un perfecto döppelganger, lo que le aseguró la inmortalidad literaria. Sin embargo, el juego fatal con los arquetipos se cobró su precio. Como Bond, Fleming era un fumador empedernido, capaz de consumir más de setenta cigarrillos al día, un bebedor social y solitario que no pasaba noche sin trago; un trabajador incansable... Y la salud comenzó pronto a flaquearle. Debilitado por el estrés y los malos hábitos, el escritor falleció el 12 de agosto de 1964 de un fallo cardiaco. No llegó a ver el estreno cinematográfico de Goldfinger, ni a disfrutar la inmensa riqueza que generaría 007 a través del cine, el cómic, los videojuegos... Años después, su hijo Caspar Robert Fleming se suicidaría con una sobredosis. A quienes crean auténticos arquetipos inmortales les ocurre a menudo que estos se alimenten como vampiros de sus propios creadores –pensemos en el Holmes de Doyle o el Conan de Robert E.
Howard (MÁS ALLÁ, 228)–, y el triunfo de Fleming fue también un final, en cierto modo, a manos de su criatura. Un agente secreto con más secretos de lo que parece. ¿Creía Fleming en las ciencias ocultas? ¿Era miembro de sociedades secretas? Más allá de las arriesgadas afirmaciones de Gardiner, está claro que era un hombre culto, excéntrico y erudito, fascinado por personajes como Crowley, por la alquimia y el psicoanálisis. Todo ello quedaría reflejado en una obra que, en palabras de Pearson, ha de leerse como “la autobiografía de un sueño”. Y no se puede dejar de estar de acuerdo con el autor de The Bond Code en que “los libros y las películas de Bond son cuentos de hadas modernos que funcionan en el mismo sentido que las historias medievales del Santo Grial o de Robin Hood”. Ian Fleming,
sin duda, lo sabía muy bien.


007 La cifra mágica
El 7 es el número mágico por excelencia y el 007 tiene un peculiar origen que confirma el interés ocultista de Ian Fleming. El número de James Bond podría ser el del espía, astrólogo y alquimista John Dee. Tras servir a la reina Mary, Dee se convirtió en espía de Elizabeth I de Inglaterra, con el número clave de 007 simbolizando sus dos ojos al servicio de Su Majestad. Fleming había leído una biografía de Dee y compartía el interés por este con su compañero de Inteligencia Donald McCormick, quien escribiría biografías del alquimista y del propio Fleming. Dee creó con Edward Kelley el lenguaje enochiano, críptico idioma literalmente angélico, perfecto para codificar mensajes secretos.


Vive y deja morir: 
James Bond contra el vudú
Existen muchos guiños y símbolos ocultos en las novelas de 007, especialmente en la etimología de nombres como Goldfinger, Le Chiffre o Hugo Drax, pero solo en una de ellas aparecen elementos sobrenaturales. En Vive y deja morir Bond se enfrenta con Mr. Big, gánster negro que utiliza el vudú para controlar a sus hombres. Para documentarse Fleming utilizó el libro The Travellers Tree, del viajero Patrick Leigh Fermor. En Vive y deja morir, la chica, Solitaire, posee auténtica videncia, que perderá con su virginidad a manos de 007, siguiendo la tradición que asocia virginidad y poderes mágicos. La empresa tapadera de Mr. Big se llama Ouroboros Inc., como la mítica serpiente que se muerde la cola simbolizando el eterno retorno... Un festín esotérico para Gardiner. En el cine se acentuarían los elementos de vudú. La versión cinematográfica originó un mazo de tarot exclusivo, muy popular en los años setenta y buscado hoy por los coleccionistas.


Realidad y ficción: 
Fuentes de inspiraciónFleming tomó muchos elementos de la realidad para crear a 007. SMERSH, la organización soviética Smert Shpionam (Muerte a los Espías), existió realmente antes y durante la II Guerra Mundial como sección de contraespionaje del Ejército Rojo, si bien después cambió de nombre. La Unión Corsa, la asociación mafiosa deAl servicio secreto de Su Majestad (1963), fue uno de los sindicatos del crimen más poderosos de Europa y SPECTRA se inspira en ODESSA, la red internacional de criminales nazis. Además, Fleming contribuiría a crear la CIA al ser invitado por la Inteligencia estadounidense a preparar un memorando sobre la constitución de un servicio secreto moderno que formaría parte de las bases sobre las que se crearían el OSS y, después, la propia agencia de espionaje estadounidense.


Las caras de Crowley
Algunos de los actores que han dado vida en el cine a uno de los mayores enemigos de James Bond, el líder de SPECTRA, Ernst Stavro Blofeld, se parecen sospechosamente a Aleister Crowley.




Imagen IPB

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