Las exploraciones y los libros del diplomático John Lloyd Stephens dieron a conocer al mundo la existencia de los restos de las ciudades mayas, sus pirámides y esculturas monumentales, y contribuyeron al inicio de los estudios dedicados a la antigua civilización. Así vivió su llegada a Copan...
David Sentinella ValIvé
Revista española ENIGMAS Nº 177
Aunque la razón de mi viaje a América Central en 1839 era diplomática, lo aproveché para llevar a cabo una exploración junto al artista Frederick Catherwood. Tiempo atrás había leído un informe de un capitán de dragones español llamado Juan Galin-do sobre una ciudad llamada Palenque y otra, más al sureste, cuyo nombre era Copan.
Tras una estancia en Belice, continuamos el camino remontando el rio Dulce en Guatemala. Luego atravesamos las sendas sobre las montañas hasta bajar al valle del río Motagua.Tras horas caminando por el bosque, llegamos a la orilla de otro río. En el lado contrario se levantaba una pared de piedra de unos treinta metros, cubierta de arbustos, que discurría paralelo al fluir del agua. En algunos lugares la muralla estaba medio derrumbada, en otros se elevaba con toda su altura. Formaba parte de la ciudad de Copan, de la que apenas existían referencias.
El muro era de piedra tallada. Subimos por una escalera de piedra hasta accederá una terraza cuya forma era imposible de distinguir a causa de la densidad del bosque que la había envuelto. Nuestro guía fue despejando el camino con su machete hasta llegar a un fragmento de piedra esculpido que permanecía medio enterrado en la tierra. Y junto a él, una estructura con peldaños a los lados.
Siguiendo nuestro camino por el bosque, hallamos una columna de piedra de cuatro metros y una base cuadrada de un metro. Los lados estaban esculpidos en relieve. En el frente estaba la figura de un hombre ricamente vestido, y la cara era un retrato solemne. La parte trasera era de un diseño diferente a lo que habíamos visto, y los lados cubiertos de jeroglíficos. Nuestra guía dijo que era un "ídolo", yjunto a éste, a apenas un metro de distancia, había un gran bloque de piedra también esculpido con figuras emblemáticas que parecía ser un altar.
Este hallazgo nos obligaba a descartar que las personas que ocuparon América fuesen salvajes. Las ruinas, eran interesantes como restos de un pueblo, también como obras de arte.
Seguimos a nuestro guía, que nos abrió paso por la espesura hasta hallar catorce monumentos de la misma apariencia; uno desplazado de su pedestal por enormes raíces, otro encerrado en abrazo de las ramas de los árboles, casi enterrado en la tierra, otro arrojado al suelo y atado por enredaderas, y otro de pie con su altar, entre un grupo de árboles que crecían a su alrededor dándole sombra y cobijo como si de algo sagrado se tratara. Los únicos sonidos que perturbaban la tranquilidad eran los monos entre los árboles y la algarabía de unos loros.
Catherwood dibujó con la ayuda de su cámara lúcida las estelas, altares de piedra y demás monumentos. Arquitectura, escultura y pintura, todas las artes habían florecido en este bosque; oradores, guerreros y estadistas, belleza y gloria, habían vivido y fallecido aquí sin que nadie supiera que tales cosas hubieran ocurrido.
La ciudad estaba desolada. Era como una corteza destrozada en medio del océano; sus mástiles caídos, sus nombres borrados, sin que
nadie supiera de dónde vino, cuánto tiempo duró su viaje o lo que causó su destrucción. ¿Qué había sido este lugar? ¿Una ciudadela en la cual un pueblo había hecho sonar su trompeta de guerra, un templo para la adoración del dios de la paz, un enclave sagrado donde los habitantes practicaban el culto a los ídolos hechos con sus propias manos? Todo era un misterio.
El terreno era virgen, inexplorado. No podíamos ver a diez metros delante de nosotros. En un momento nos detuvimos para cortar las ramas y bejucos que ocultaban el rostro de un monumento y cavamos para sacara la ya escasa luz un fragmento, una esquina esculpida que sobresalía de la tierra. Cuando sonó el machete contra la piedra me incliné para ver mejor el descubrimiento mientras los indios seguían trabajando: un ojo, una oreja, una mano... Con un gesto rápido eliminé la poca tierra que aún cubría la escultura. Su belleza era respetada por la solemne quietud del bosque. No existía comparación posible. Jamás había sentido de una manera tan intensa indagando entre las ruinas del Viejo Mundo, la desolación de una ciudad y el misterio que se cernía sobre ella. Así era la mágica Copan...
50 dólares... por Copan
Las descripciones de los restos de las antiguas civilizaciones mesoamerícanas realizadas por Stephens en sus libros -Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán (1841) e Incidentes de viaje en Yucatán (1843)-, acompañadas de las ilustraciones de su compañero de viaje, el arquitecto y dibujante Frederick Catherwood, superaron en fidelidad, detalle y exactitud a la información que hasta entonces se poseía sobre las ciudades mayas. Además, ambos prepararon durante su estancia un preciso mapa de las ruinas, e incluso llegaron a comprar a un tirano local el terreno de la antigua ciudad de Copan pagando la increíble cantidad de... 50 dolares.
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