miércoles, 22 de febrero de 2012

Las curas milagrosas del Dr. Asuero


Se han cumplido 85 años de un hecho que conmocionó a España en la década de los 30. Fueron las conocidas curas del doctor Asuero, cuya controversia trascendió a través de la prensa nuestras fronteras. Un personaje de renombre internacional...

Iván Rámila


El protagonista indiscutible de esta historia fue Fernando Asuero, quien decidió seguir la profesión que ya habían ejercido algunos de sus antepasados: la medicina. Asuero nació en San Sebastián el 29 de mayo de 1887, en el segundo piso del número 3 de la calle Marimar. Quienes le conocieron aseguran que se trataba de una persona instruidajovial, un hombre divertido, con gran sentido del humor, inteligente y profesional. Uno de sus amigos, José María de Barbachano, autor del libro El Dr. Asuero: mago de la medicina, lo describe como un hombre jovial que siempre estaba riendo. Así era el doctor Asuero, cuya profesionalidad jamás fue cuestionada.
Estudió Medicina en la Universidad de Madrid, especializándose en otorrinolaringología, gracias a su formación en París y en la Universidad de Cambridge. Tras ello, Asuero regresó a San Sebastián para trabajar en el Hospital de San Antonio Abad como médico de guardia suplente y mas tarde abrió su propio gabinete de consulta en el céntrico número 1 de la calle Loyola.
Poco a poco se fue ganando las simpatías de los donostiarras, que le veían como un médico atento y simpático, hasta que el 9 de mayo de 1929, el nombre de Fernando Asuero, de 42 años de edad, saltó a las portadas de diversos diarios...


La prensa habla de curas milagrosas
Los primeros periódicos que hablaron de él fueron los ya desaparecidos Informaciones, El Sol y La Voz, desencadenando la polémica a través de sus sensacionalistas titulares. Desde aquel instante, el suceso crecería en intensidad provocando acalorados debates.
En aquellos días los diarios nacionales comienzan a recoger lo que vendn'a a llamarse el "método Asuero". Consistía básicamente en realizar una cauterización sobre la mucosa del cornete nasal, aunque posteriormente el método se simplificó hasta el punto de tratarse sólo de la introducción por la nariz de un estilete con terminación en forma de roseta, en frío o templado a la llama. Una operación a través de la nariz que no necesitaba de habilidades especiales, tan sólo de una maniobra para excitar las ramas terminales de un nervio llamado trigémino que se conecta con otro apodado simpático.
Era un método sencillo e inocuo. Los enfermos que acudían a la consulta del doctor Asuero podían ver mitigadas o curadas sus enfermedades, pero nunca agravadas, ni tampoco ver aparecer nuevas dolencias. Las sanaciones más espectaculares fueron las que experimentaron personajes aquejados de diversos tipos de invalidez, pero el galeno donostiarra afirmaba en sus escritos haber curado también cefaleas, ciática, epilepsia, sorderas, úlceras, cegueras... y no cobraba incentivos por ello.
En aquél lugar se desarrollaba hasta entonces la mencionada operación, pero desde el momento que saltó la noticia a la prensa, la relevancia del caso provocó que el gabinete se quedara excesivamente pequeño, y Asuero hubo de trasladar la consulta al Hotel Príncipe, junto al río Urumea. Allí alquila tres habitaciones en su primer piso, teniendo también que contratar a dos médicos, dos enfermeras y diverso personal administrativo para controlar el consul-
torio. Y es que eran cientos las personas que a diario pedían ser tratadas por el entonces famoso doctor Asuero. Se colapsa-ban las calles adyacentes, los hoteles de la ciudad registraban un lleno absoluto...
Relevante fue la curación de Benito Jovarri, un hombre que llevaba más de 20 años inválido y que, tras acudir a la consulta del doctor Asuero, pudo salir andando ante el clamor de las decenas de personas que se agolpaban en la entrada. Otro enfermo que se curó fue el guardia civil Alberto Sánchez, que abandonó las muletas a la primera intervención...
Y mientras esto sucedía a pie de calle, en los periódicos el debate también continuaba. ¿Verdad o mentira? ¿Cura o no cura el doctor Asuero?, se preguntaban en las redacciones de El Sol, ABC, La Nación... La mayoría de estos diarios enviaron corresponsales a San Sebastián para entrevistarse con Asuero. Querían que les hablara de su método, que se bautizó como la Asueroterapia. Pero casi nunca consiguieron arrancarle unas palabras.


¿Ciencia o sugestión?
Muchos de sus colegas y la mayor parte de los académicos se preguntaban por el cientifismo de la asueroterapia, aunque nunca se cuestionó la profesionalidad del doctor.
Desde diversas instancias médicas y periodísticas se pidió que el doctor explicara las bases científicas de la asueroterapia, pero éste continuó sin dar una sola explicación. No importaban las críticas de sus colegas, la opinión pública tenía muy claras sus conclusiones. De Asuero se charlaba en los cafés, en los teatros, en la calle... incluso el entonces famoso cantante cubano Miguel Matamoros, compuso el son "El paralítico" porque según sus palabras, "en 1930 en Cuba no se hablaba de otra cosa que de un médico español llamado Fernando Asuero que curaba la parálisis" El pueblo respaldaba al doctor.
Se contó con la opinión de reputados médicos como Gregorio Marañón o Santiago Ramón y Cajal, quienes desestimaron la asueroterapia. Los periódicos también se posicionaron. Algunos como El Sol o La Voz de Madrid defendieron a Asuero, mientras que otros como El Heraldo de Madrid lo atacaron fervientemente con titulares de este tipo: "El caso del trigémino. Si es broma puede pasar".
Y como trasfondo a estas opiniones contrapuestas estaban las curaciones, definidas por algunos como "milagrosas" y por otros, como producto de la sugestión, debido a la exorbitada fe que los enfermos depositaban en la asuero-terapia y en su inventor. Pero, fueran una cosa u otra, tanto los médicos como los periodistas y curiosos pudieron constatar que personas realmente enfermas salían de aquella consulta curadas de sus dolencias.
Fue el caso de la joven de 24 años Emilia Rodríguez Neira, curada por el doctor de una parálisis que le impedía mover el brazo y la pierna izquierda, o del concejal Romeo quien, tras 20 años sufriendo de una afección nerviosa, encontró la cura en la asueroterapia.
Estos hechos sorprendían a la clase científica que poco a poco, y de forma inexplicable, dejó de interesarse por el doctor y su método. Su fama fue decreciendo en aquel 1929 hasta que en diciembre de ese mismo año se dejó de discutir sobre él. Fue entonces cuando Asuero se decidió a dar su opinión. No pudo hacerlo de forma más clara y publicó un libro titulado ¡Ahora hablo yo! Asueroterapia fisiológica.



¡Ahora hablo yo!
El citado libro vio la luz, como señalamos, cuando la discusión sobre su tratamiento dejó de ser el foco de atención de los periódicos. Asuero relata en el mismo que tardó tanto tiempo en realizar declaraciones por la enorme presión a la que había estado sometido y a la necesidad de estudiar el método que también a él le había causado enorme sorpresa.
El médico donostiarra no escondía su estupor ante las dos primeras curaciones "milagrosas" que obtuvo por medio de la asueroterapia. Según su relato, se trató de dos casos de ciática donde obtuvo enormes mejorías a través de la intervención nasal. Más admirable fue la curación de una mujer que llevaba postrada en la cama varios meses y que pudo volver a andar tras ser sometida al procedimiento.
Pero el misterio no finalizó en aquel momento. Si hacemos caso a los escritos de Asuero, éste era capaz de presentir en ocasiones, según sus propias palabras, lo que iba a ocurrir incluso antes de efectuar el tratamiento. Una cualidad que el mismo doctor llegó a calificar de don.


En su libro relata que ni siquiera él sabía con certeza lo que ocurría, por lo que decidió pedir ayuda a sus colegas.
Seguidor de toda la controversia que causó su método, en esas páginas se defendía de quienes aseguraban que todo se basaba en la sugestión, esgrimiendo que esa no era la base del mismo, aunque sí reconocía que formaba parte también del sistema curativo. Es más, argumentaba que su sistema necesitaba de un factor personal, difícil de precisar, pero que era básico para que el paciente creyese en la asueroterapia y en el médico, paso previo para la curación.
¿Fue esta la respuesta a aquellas célebres curaciones? Quizá sí. Lo cierto es que tras la publicación de ¡Ahora hablo yo! la estrella de Fernando Asuero se fue apagando. La medicina tradicional no se interesó en estudiar la verdadera causa que se escondía tras aquellas extraordinarias curas.
Asuero falleció el 22 de noviembre de 1942 debido a una insuficiencia car-diorespiratoria. Su nieta María Rosa relató al cirujano José Carlos Vea que el día antes su abuelo presintió la muerte del médico pidiendo a los familiares que brindaran por él con una copa de champagne.
Así se despidió este hombre cuyo lema era "en combatir el dolor, cifraré todo mi honor", dejando tras de sí una apasionante historia sobre la que planean todavía muchas incógnitas.

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