Mucho es lo que se ha hablado del tétrico pasajero -una momia- que viajaba en uno de los departamentos estancos del gran buque de la White Star Line. Demasiado si tenemos en cuenta que al no tener pruebas de ello -y los inventarios de la compañía británica eran meticulosos- es probable que nos encontremos ante una más o menos bien tejida leyenda urbana, que frente a un hecho real, Aún así forma parte de la historia del no menos histórico hundimiento, del que todo sea dicho, ahora se cumplen cien años, con demasiadas incógnitas detrás...
por Lorenzo Fernández Bueno
Incluso se ha querido ver al antiquísimo cadáver cubierto de vendas como el causante -sutil, todo hay que decirlo- de la catástrofe. Como si la supuesta momia llevara implícita una maldición que se cebó con el Titanic la noche del 15 de abril de 1912. Yo no creo que existiera la momia, pero sí algo extraño, ura especie de augurio que decidió posar su gélida mano sobre el barco, que como si se tratase de eso, de una maldición, hizo que el insumergible se fuera a pique. Así transcurrió todo...
William, un hombre barbado y entrado en años se despertó sobresaltado. Tanto que a pesar de las intempestivas horas se lanzó a su pupitre, encendió la vieja lámpara de gas, removió el negro líquido que se apreciaba al fondo del tintero de plata, y de manera compulsiva, casi inconsciente, empezó a escribir. De este modo, horrorizado conforme avanzaban las líneas,fue dibujando una premonición que meses después acabaría siendo publicada en forma de opúsculo literario. La obra pasó sin pena ni gloria, pero su trama permaneció en la cabeza del mediocre escritor; gentes gritando en mitad de la oscuridad, cuerpos sin vida flotando en las frías aguas, los bancos de hielo como únicos testigos de la horrible catástrofe, y al fondo, el metal desgarrado procedente de un enorme buque que acababa de partirse en dos, y como engullido por el legendario Leviatán, se precipitaba a los abismos de un mar infinito.
William, veinte años después atravesaba la pasarela que habría de conducirle a los camarotes de primera clase. El día, cálido y pleno de emociones, se antojaba preludio de muchas y buenas experiencias.Y así, al cabo de unos minutos miles de personas alzaban sus pañuelos blancos, inmaculados despidiendo a los afortunados que se perdían en el horizonte, y que con cierta sorna los observaban desde las cubiertas de aquel majestuoso transatlántico, al que en honor a su indiscutible fortaleza llamaron Titanic...
Su nombre es evocador, ejemplo de una época contradictoria, y su silueta podría estar a la altura de iconos como el Che. El Titanic, por aquellas días de 1912 era el barco más grande jamás construido; el más resistente y lujoso, pero ello no fue óbice para que cinco días después se desencadenara una catástrofe demasiado sospechosa; coincidencias, insólitos comportamientos de algunos pasajeros, y lo absurdo de su hundimiento hacen pensar que tras el mismo hubo, por qué no, algo más. Montemos por unos instantes en una particular máquina del tiempo y viajemos a Southampton. El día: 10 de abril de 1912.
El pulgar de Dios
Tras años de dura competencia, la compañía naviera White Star Une lograba colocarse por delante de su directa rival, la Cunard, contando en su flota con los barcos más modernos del mundo, que aunaban lujo, vanguardia, tecnología y seguridad. Eran el Olimpio, el Britania y el Titanic, este último el más grande portan sólo 35 centímetros -los otros dos medía de proa a popa 265 metros-. La obsesión de su dueño, el financiero multimillonario J. R Morgan, iba a hacerse realidad: cubrir la travesía Southampton-Nueva York en siete días.
Al igual que sus hermanos, este último fue construido en los astilleros de Belfast, en las costas irlandesas. Era un barco concebido para atravesar las vastas planicies oceánicas con el máximo confort, y solo apto para las clases pudientes de la época, que pagaron enormes sumas de dinero por viajar en aquel buque supuestamente insumergible.
El 10 de abril de 1912, el Titanic zarpaba de los muelles de Southampton con 2.227 pasajeros a bordo, ante la admiración de una muchedumbre que contemplaba atónita cómo aquella mole de acero se alejaba ¡flotando! del puerto. AI poco de partir, la tragedia daría su primer aviso: un barco sin rumbo aparente estuvo a punto de colisionarcon el Titanic. El sobresalto que enseguida fue olvidado. El veterano capitán Edward Smith estaba eufórico. Sobre él había recaído el privilegio de realizar su última travesía, comandando el buque más grandioso del planeta. Era el premio a sus veinticinco años de servicio en la White Star sin sufrir percance alguno. Observando su ajado pero feliz rostro nada hacía presagiar que aquel viaje fuera a enturbiar tan magnífica trayectoria profesional. Además, por si su experiencia no constituía de por sí suficiente garantía, contaba con una tripulación de jóvenes y capacitados oficiales, entre los que destacaba por méritos propios el primer oficial Willlam M. Murdoch, un eficiente marino de solo 27 años, al que el destino había reservado el papel de fatídico protagonista en la historia.
Llevaban cinco días de apacible travesía. Entre los incidentes apenas dignos de mención figuraba la Incomprensible desaparición de los prismáticos que alguien sustrajo de la cruceta de vigilancia, para desesperación del joven Reginald Lee. Por su parte, John George Phillips, el radiotelegrafista, atendía con evidente desgana los avisos de peligro que con frecuencia enviaban los barcos que navegaban por la zona; a pocas millas de donde se encontraban se había detectado un inmenso banco de hielo del que se desprendían numerosos icebergs, algunos de los cuales se hallaba en la ruta que estaba siguiendo el 77tamc.Tal vez por un exceso de confianza en la resistencia del buque, la tripulación hizo caso omiso de tales mensajes, manteniendo el rumbo sin reducir la velocidad, entre los veintidós y veinticuatro nudos. Y así siguieron, pese a la persistencia de los inquietantes comunicados. El último de ellos lo envió el California y Phillips, cansado de tanta insistencia, contestó desairadamente: "Calla, calla.Tengo mucho trabajo".
Como una confirmación de que los telegramas enviados eran innecesariamente alarmistas, el cielo se despejó con la llegada de la noche y una miríada de estrellas tachonó de reflejos la superficie del agua, insólitamente tranquila. Poco antes de medianoche, la sombra de una Inmensa masa de hielo interrumpió la rutinaria guardia de los vigías. Cuando fue visto, el iceberg se dirigía irremisiblemente contra la proa de la nave y ya se encontraba a poco más de quinientos metros. Era demasiado tarde. En el puente de mando, ante la ausencia del capitán Smlth, el primer oficial Murdoch ordenó parar las máquinas e iniciar la maniobra de retroceso, una decisión sospechosamente descabellada para un barco de semejante tonelaje. El impacto no se hizo esperar; el iceberg abrió una brecha en el casco del Titanic, permitiendo la entrada de cuatrocientas toneladas de agua por minuto. Poco después, Murdoch, consciente de la tragedia que había desencadenado, se quitó la vida, descerrajándose un tiro en la sien.
El constructor del barco, Thomas Andrews, avisó al capitán de la terrible situación; el daño era irreparable y el barco se iba a pique. El viejo lobo de mar, sorprendido y confuso, soólo pudo decir: "Pero si no puede hundirse.si es insumergible...". Los veinte botes de salvamento fueron arriados, pero la mayoría partieron casi vacíos. Los pasajeros consideraron más cabal permanecer a bordo de una nave seriamente dañada, pero al fin y al cabo "insumergible", que embarcarse en los frágiles salvavidas. Estaban equivocados. El Titanic, la efímera gloria de una época decadente, se hundió completamente a las dos horas y cuarenta minutos de haber colisionado con el bloque de hielo, a seiscientas millas deTerranova, acabando con las vidas de mil seiscientos veintidós infelices que se precipitaron a las frías profundidades del océano, víctimas de un sueño maldito...
Cosas extrañas antes de zarpar
Muchos son los enigmas que rodean el desastre. Podría decirse que estuvo marcado por el infortunio incluso antes de ser construido, como si su nombre aparejase una maldición presentida por muchos, en algún caso con precisión pasmosa.
Abría este relato con una ficción de lo que hubo de sudar el afamado periodista William Thomas Stead la noche que "soñó" con el hundimiento de un enorme barco; tanto como para situarlo de protagonista de una de sus deficientes novelas. Fue en el año 1892, exactamente veinte años antes del suceso, cuando describió la colisión de un gran buque con un témpano de hielo. En la desesperación del hundimiento, los tripulantes del mismo fueron socorridos por el Majestic, un barco que realmente existía por aquellos días, y que surcaba los mares capitaneado, casualidad, por Edward Smith, a la sazón el primer y último capitán del Titanic. Stead falleció en el hundimiento el 15 de abril de 1912. Mala suerte, o mala vista, porque lo tuvo realmente fácil... Tal y como reflejaba el investigador galo Bertrand Meheust en las páginas de ENIGMAS años atrás, "no solamente Stead se encontraba en el Titanic durante su viaje inaugural, y fue una de las víctimas de la tragedia, sino que, al parecer unos años antes, dos videntes inglesas le habían pronosticado que moriría ahogado al atravesar el Atlántico. Una de ellas le había dicho: 'Dentro de uno o dos años irá a los Estado Unidos, pero sufrirá un naufragio'. Y añadió:'Veo más de un millar de personas debatiéndose en las aguas heladas pidiendo auxilio para salvar la vida. Pero ni estas personas ni usted se salvarán".
Lo dicho: más claro el agua en la que este vidente de medio pelo acabó pereciendo, víctima de la hipotermia, y de la poca fe que tenía en sí mismo.
Pero las visiones del trágico acontecimiento no cesaron ahí. Las crónicas nos advierten que el propio capitán Smith, antes de zarpar, acudió a una vidente que de manera velada la advirtió de que ese sería su último viaje. El viejo lobo de mar lo tomó en un principio con la literalidad del que sabía que después de esta travesía se jubilaba. Pero la futuróloga añadió: "Jamás llegará vivo a Nueva York".
Aunque para declaraciones de impacto las que realizó el inglés Connon Middleton, que como otros tantos, había comprado un pasaje para la travesía inaugural del Jitanic. Diez días antes de embarcar tuvo una visión terrorífica: "Vi un dedo gigantesco de hielo raspando el flanco del navio haciéndole zozobrar. Vi la quilla del barco alzándose hacia el cielo y a gente nadando en el mar a su alrededor". Este, más avispado, decidió postergar su viaje...
Seis años después a las predicciones de Stead, en 1898, el viejo marinero y escritor Morgan Robertson, narró en su novela FutHity, con precisión de detalles, el naufragio que se produciría catorce años más tarde. La exactitud de los datos que ofreció es tal que multitud de investigadores han concluido que Robertson se adelantó a su tiempo estando en trance -no en vano allegados a este sabían de sus facultades medlúmnlcas-, observando los terribles acontecimientos que se desarrollaron aquella noche primaveral. Decir que lo narrado por Robertson es Increíble se queda corto. Rompe de un plumazo todas las barreras de la probabilidad. Pero antes de Ir a ello, conviene, de la mano de Méheust, conocer un poco más en profundidad lo que desarrolla en Futitity, que en sus inicios fue concebida como una critica brutal al imperialismo británico, poniendo de manifiesto "la odiosa y fútil voluntad de poder que lleva al mundo hacia la catástrofe". El protagonista de su obra es el Titán, que cristaliza toda la tecnología, todo el saber hacer en materia de construcción naval. Es el buque más grande jamás construido, el más poderoso, el más rápido y también el más seguro. Este gigante ha sido concebido para asegurar en todo momento y estación la travesía del Atlántico Norte a una velocidad récord -después hablaremos de las extrañas prisas del Titanic-. El relato de Robertson comienza al principio de su tercera travesía, a su regreso de Nueva York. Se ha dado la orden de poner las máquinas al máximo rendimiento para batir un nuevo récord. Acontece un primer drama al inicio del viaje, durante la noche: un navio es partido en dos por el Titán, que no ha podido evitarlo a causa de la oscuridad y de su excesiva velocidad. Pero el capitán, que obedece las órdenes de la compañía, ordena que se prosiga el viaje sin socorrer a los posibles supervivientes. A una hora tan tardía el drama pasa inadvertido para los pasajeros, pero no para algunos miembros de la tripulación. Estos últimos son convocados en el despacho del capitán, que compra su silencio. Pero uno de ellos rehusa. Se trata de un viejo capitán de barco venido a menos, convertido en simple marinero a consecuencia de una historia de amor que le ha hecho caer en el alcoholismo. El hombre, que no tiene nada que perder, quiere redimir el fracaso de su vida con una hazaña. El capitán está descompuesto, pero termina por encontrar el punto débil de este testigo recalcitrante: le va a dartodo el gülsqul que quiera, para que al llegar a Inglaterra no sea más que un loco incapaz de testimoniar.
Durante este tiempo el Titán se encamina a toda máquina hacia su destino. Para evitar que Rowland, el molesto testigo entre en contacto con los pasajeros, se le envía a la parte delantera del barco. Allí, minutos antes de la colisión, se le ve charlar con un oficial sobre el enfriamiento súbito del aire, signo de la proximidad de Icebergs. Y lo que sigue no es para menos. Alarido del vigía: "¡Hielo a la vista. Iceberg. Justo a proa!". Maniobra desesperada. Pero es demasiado tarde, el choque es inevitable; lanzado a la velocidad de 24 nudos, el gigante se desliza sobre un plano de hielo inclinado, su proa se eleva; luego bascula y se Inclina a un lado. Las calderas explotan arrastrando a una muerte atroz a los que trabajan en las carboneras. La descripción de la catástrofe es alucinante. Solamente algunos botes han podido serarriados.Ala mañana siguiente la prensa mundial se hace eco de la tragedia: el invencible Titán, el orgullo de la Marina británica, se ha hundido en su tercera travesía provocando la muerte de gran parte de los pasajeros. En la sede de la compañía, el gentío se impacienta por conocer el nombre de los supervivientes.
La "profecía" de Robertson parece aún más sobrecogedora cuando se revisan las circunstancias de los dos naufragios y las semejanzas entre el rítante real y su doble imaginario.
- Los nombres de los barcos.
- Las causas lejanas, psicológicas y culturales del drama: el orgullo técnico empaña la razón; se lanza en la niebla para batir un récord incumpliendo las normas y obviando la prudencia elemental.
- Los lugares: el Atlántico Norte, a la altura deTerranova.
- La época del año: una noche de abril.
- La causa inmediata: la colisión con un iceberg.
- La causa de las pérdidas humanas: falta de botes de salvamento.
Robertson había sido marino, estaba bien documentado, de modo que al describir el Titán los que hizo fue extrapolar los proyectos técnicos de su época. El Titán encarnaba la cima de la tecnología concebible en 1898.
¿Cómo era posible que catorce años antes un novelista norteamericano poco conocido relatara con tal cantidad de datos y detalles reales el naufragio de un barco que por aquel entonces ni tan siquiera existía en la mente de aquellos que tiempo después lo crearon? ¿Quién era este misterioso escritor? "Morgan Robertson -proseguía Méheust- murió en 1915, tres años después de la catástrofe, en un hotel y tras una vida bastante mísera; coincidiendo el año de la tragedia con el de la reedición de su novela, Robertson fue entrevistado sobre su profecía. Probablemente fue en este momento cuando explicó de dónde procedían sus fuentes de inspiración. Robertson era espiritista y tenía la peculiaridad de escribirá veces en estado de trance. En este mismo estado tuvo la visión de un navio gigantesco con el nombre de Titán.
Robertson nació en 1861 en Oswego (Nueva York). A los 16 años, tras estudiar bachiller, se enroló en la marina mercante de 1877 a 1886. Posteriormente encontró trabajo en una joyería, pero sus problemas oculares le obligaron a abandonar este empleo fatigante para los ojos y se consagró a la escritura, especializándose en la novela y en los relatos marítimos. Aunque era autodidacta poseía una cultura sólida y una poderosa capacidad de expresión y reflexión, según testimonian sus escritos. Era visiblemente un marginado, un hombre indignado contra la sociedad de su época, que pasó toda la vida dificultades materiales y, en este sentido, parece que Rowland, el personaje principal de futílity, sea en parte autobiográfico. Con la publicación de sus obras completas consiguió posteriormente cierto reconocimiento, a la vez que se quedaba casi ciego. Le encontraron muerto en la habitación de un mísero hotel de Atlantic City, el 24 de marzo de 1915, sentado en un sillón cara al mar".
¿Existió una maldición?
Cuando el capitán Smith fue informado de la gravedad de la situación ordenó inmediatamente enviar el mensaje de socorro C.Q.D. a los barcos que se encontraban navegando en las inmediaciones del lugar. Al no obtener respuesta alguna, el segundo telegrafista, Harold Bride, decidió poner en práctica la nueva señal S.O.S. -Save Our Souls, "salvad nuestras almas"- con el objetivo de que alguien respondiera a su dramática petición de ayuda. Fue la primera vez que se empleó el S.O.S. Y una vez más, ese destino negro en el que casi siempre hay que creer se cebó con él. El barco poseía tres telégrafos de señales en la proa, en la popa y en el centro del mismo. Cuando se lanzó la señal de auxilio, los tres continuaron señalando a la vez la posición de avanti un tercio, así que el Titanic continuó su delirante travesía y los botes fueron arriados con el transatlántico en movimiento, una maniobra que cualquier experto cataloga de suicida. Más aún: no deja de ser sorprendente que un marinero experimentado como Edward Smith dejara pasar un detalle tan crucial en un naufragio de estas características, porque, por otro lado, los buques que acudieron al rescate del Titanic, como es lógico lo hicieron al punto desee el que fue lanzada la señal de socorro. Allí ya no había nadie, porque el Titanic se encontraba, en su infernal desplazamiento de avanti un tercio a más de veinte millas de distancia del lugar de la colisión. Ello contribuyó a que el rescate se retrasara, y en consecuencia, que el número de fallecidos fuera mayor. Para más "desgracia", el Carpathia fue el primero de los barcos que acudieron para salvar a los náufragos. Y una ironía del destino, porque este era el principal navio de la compañía rival de la White Star Line, la Cunard. Huelga decir que la intención de los mandatarios de la primera era acabar con la competencia machacándola con la construcción del Titanic y de sus dos hermanos gemelos. Todavía más: la banda musical que en la película de Cameron decide tocar hasta el último momento, flemáticos como buenos británicos hasta en el instante en el que las aguas les empiezan a cubrir las rodillas, realmente hizo lo que millones de espectadores pudimos ver: tocar hasta el final. La pequeña orquesta era decana en las largas travesías oceánicas, y durante años había surcado los siete mares bajo la magistral batuta de Henry Hartley, pero como es lógico esa era la primera vez que lo hacían en el Titanic. Antes del 12 de abril de 1912 lo habían hecho, con gran éxito y alabanzas -y ningún problema digno de mención- a bordo de aquel que acudía a socorrerles: el Carpathia...
Ninguno fue salvado por su antigua embarcación.
Así, cuando el agua llegaba ya a la cubierta, en el interior de la enorme y lujosa sala Luis XV, Thomas Andrews, ingeniero constructor del Titanic, parecía resignado a lo que le esperaba. En cierto modo había creado su propio ataúd, y con la mirada vidriosa contemplaba un gran cuadro que presidía la estancia. Bajo este, en una placa grabada tiempo atrás se podía leer una macabra predicción, el titulo de la obra de arte: "Paso al Nuevo Mundo".
Coincidencias, ironías del destino... Lo cierto es que el naufragio del legendario buque dejó una larga lista de preguntas sin respuesta: ¿Por qué, pese a los avisos de extremo peligro recibidos, la velocidad del Titanio no descendió en ningún momento? ¿Cómo es posible que de un lugar de tan difícil acceso como la cruceta de vigilancia de Reginal Lee desaparecieran los prismáticos, indispensables hasta el punto de que sin ellos no pudo detectar el supuesto iceberg a tiempo? ¿Por qué un marino tan experto como el primer oficial Murdoch decidió invertir la marcha de las hélices en un barco de singulares características, una maniobra que cualquier viejo lobo de mar califica de suicida? ¿Por qué el Titanic mantuvo la posición avanti un tercio en sus tres telégrafos de señales, después de que el capitán ordenara arriar los botes? ¿A qué se debieron las anulaciones de personajes como J. R Morgan o Lord Gird, en los momentos previos a que el barco zarpara? ¿Qué "vio" el novelista Morgan Robertson para reflejar en su novela Futílity con detalle el hundimiento del trasatlántico, catorce años antes del mismo?
Sea como fuere, lo cierto es que uno de los puntos que más ha llamado la atención -al igual que ocurriera con el barco de Robertson- era la alta velocidad que, pese a los avisos de peligro, mantuvo el Titanic hasta el final. El periodista Arturo Valoría dio hace años con una explicación posible, que había pasado desapercibida a los expertos: "A finales del siglo XIX, el creciente flujo de emigrantes, actores y millonarios que se embarcaban hacia su aventura en el Nuevo Mundo hizo que las navieras iniciaran una guerra comercial por ofrecer a los pasajeros la oportunidad de desembarcar en la isla de Ellis -Nueva York- o cualquier puerto en un tiempo récord. Para desarrollar esta estrategia de captación de clientes supieron extender la idea de que cuantas más calderas tenía el buque más rápido era... y sobre todo, más seguro; porque a la hora de afrontar una travesía de varios días existía el riesgo de que se sufriera una avena y quedar a merced del oleaje en una tempestad. Los potenciales clientes simplificaron la fórmula hasta reducirla a que cuantas más chimeneas tenía un navio, más seguro y veloz era. De hecho, conscientes de ello, las navieras construían paquebotes, que aunque tuvieran únicamente dos o tres motores, instalaban cuatro chimeneas. Así los pasajeros se tranquilizaban pensando que el barco en el que cruzaban el Atlántico era veloz y seguro. Solo algunos se preocupaban cuando, en plena travesía veían humear solo dos de lastres o cuatro. Pero ahí estaba la oficialidad del barco para calmarles con cualquier excusa del tipo: llevamos adelanto con el viento de popa y el capitán ha ordenado reducir la marcha'. El ansia por llegar antes dio pie a que entre los transatlánticos que surcaban el océano se pusiera en disputa un distintivo honorífico conocido como el Gallardete azul, una banda azul que laureaba a aquel buque que había atravesado más rápido el Atlántico.
A tal efecto la compañía White Star Une construyó el Titanic y su gemelo, el Olimpio. Frente a ellos poco podrían hacer los transatlánticos de la Cunará, única compañía con potencial suficiente para rivalizar con ella. Las órdenes comunicadas al capitán Smith por la dirección de la compañía fueron claras antes de zarpar: que el Titanic pulverizara el récord de travesía del Atlántico en su viaje inaugural. De hecho, como refleja el largome-traje de James Cameron, poco después de abandonartierras irlandesas en su última escala, el "insumergible" Titanic se adentra en el océano a toda máquina para deleite de su pasaje. A poco más de un día de viaje, y tras comprobar que el nuevo récord estaba conseguido de seguir a ese ritmo, el capitán Smith, quien pasaría al retiro después de atracar en Nueva York, se dejó cegar por la posibilidad de alcanzar su destino antes de lo previsto y restó importancia a la zona de témpanos de hielo que atravesaban y cuyo anuncio llegó a través del telégrafo. Esa mezcla de orgullo y arrogancia , no acha-cable a Smith sino a la White Star Line, supuso para esta la bancarrota y el principio del fin para el más lujoso de los barcos que jamás han surcado los mares".
A primera leída lo expuesto porValoria tiene lógica, de no ser porque hay detalles más que puso sobre la mesa el estibador de carga y descarga Frank Pretil, superviviente, cuando declaró en el juicio que siguió al hundimiento que había estado cargando material dinerario, enormes cantidades de lingotes de oro y plata, en los departamentos estancos del Tttanic. El Banco de Inglaterra selló por espacio de cien años los registros de dichos transportes reconvertidos en valor de cambio, caso del oro y la plata. Estamos a punto de saber por qué esta institución hizo un envío tan extraño, y a la vez tan suculento.
La hipótesis que circuló con más fuerza era que tal cantidad correspondía al pago de armamento que Inglaterra hacía a los Estados Unidos. No en vano, Europa vivía los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial que habría de dar comienzo tan sólo un año y medio más tarde, por lo que se ha llegado a plantear la posibilidad de que el Titanic fuera torpedeado por un submarino germano, o que hubiera una bomba de gran potencia en los compartimentos estancos del buque. Ello ayudaría a explicar porqué el supuesto iceberg se cebó con los únicos departamentos estancos que estaban comunicados por su parte superior, lo que posibilitó que el gran buque se partiera por la mitad, y se hundiera a tal velocidad.
Además, tal circunstancia explican'a por qué las expediciones que en la década de los ochenta del pasado siglo han intentado llegar al barco han concluido que la enorme grieta provocada por el iceberg jamás existió. En su lugar se han hallado círculos de 50 centímetros a un metro cada uno bajo la línea de flotación del barco. Con que solo uno de ellos estuviera sobre dicha línea, posiblemente el Titanic se hubiera salvado, o al me-nos no se hubiera ido a pique tan rápidamente, lo que a su vez habría facilitado el rescate. ¿Un iceberg inteligente? Además, un sabotaje en las gélidas aguas deTerranova quitaba de un plumazo a la mayoría de testigos de tercera clase -que por su posición habrían oído la supuesta deflagración-, ya que estos fueron encerrados por gruesos candados para evitar un motín que podría haber sido aún más fatal... Por otro lado, la profundidad de las aguas en esta región del Atlántico ha hecho imposible que hasta prácticamente 85 años después tengamos la tecnología para soportar la inmensas presiones a la profundidad a la que se encuentra el barco. Lo cierto es que las causas reales jamás las sabremos, pero al menos, una vez el Banco de Inglaterra rompa sus sellos de confidencialidad en apenas un mes, podremos conjeturar que, al margen del iceberg, pudo haber algo más...
Las malditas premoniciones
Llevados por un impulso irracional, varios pasajeros anularon su reserva pocos días antes de la partida; otros se negaron a embarcar en el último momento, pese a lo costoso de los pasajes. Es inadmisible, por ejemplo, que el magnate y dueño de la naviera White Star Une, J. R Morgan, que viajaba casi por obligación en todas y cada una de las travesías inaugurales de sus barcos, se negara rotundamente y sin razón aparente a embarcar en el primer trayecto que realizaba el que habría de ser fugaz estandarte de su compañía, el mejor transatlántico del momento. Otro caso que no deja de ser inquietante es el de lord Gird.el máximo mandatario de la Harland&Wolff, empresa constructora de grandes buques de cuyos astilleros en Belfast había salido el Titanic. Al igual que Morgan, también se negó a partir en la mayor obra de su vida profesional, cuando usualmente solía hacerlo en los que construía. Las crónicas, un tanto apócrifas, todo sea dicho, aseguran que su esposa sufrió una "mala noche" poco antes de zarpar, y las visiones que tuvo en sueños le invitaron a no embarcar en el lujoso Titanic.
Pero hay más. Más, incluso años después del hundimiento. Una madrugada del mes de abril de 1935, el Titán -raro es que le pusieran este nombre dado el carácter supersticioso de los marinero y armadores, más aún en vista a lo ocurrido décadas atrás- surcaba las mismas frías aguas en las que el gran Titanic naufragara en 1912. Según aseguran diferentes investigadores de este asunto, un marino experimentado de nombre William Reeves capitaneaba el citado barco, cuando una especie de presentimiento súbito le hizo girar con violencia el timón, justo a tiempo para que un enorme iceberg rozara la proa de su navio, más que suficiente para que la enorme masa de hielo únicamente provocara leves "rasguños" sobre el acero del mismo.
El asunto no quedaría como una anécdota más, de no ser porque el tal Reeves nació la misma noche de la catástrofe del Titanic, el 15 de abril de 1912, hacia la una de la madrugada, justo en los momentos finales del gran coloso de los mares.
No obstante, volviendo a las premoniciones a pie de pasarela, quizás el suceso más llamativo lo protagonizó el acaudalado matrimonio Wanderbrigth. El mayordomo y el ama de llaves que les servían de asistentes habían llegado con premura a los camarotes de primera clase a fin de acondicionar el elevado número de maletas y baúles que sus señores portaban. Sin embargo, diez minutos antes de que el barco zarpara decidieron renunciar a sus billetes, abandonando todo sin dar explicación alguna, ni avisar a estos últimos de la incomprensible decisión que habían tomado, de forma tan inesperada como emocionalmente imperiosa.
Nadie en aquellos momentos había encontrado justificados tales impulsos; en otro trasatlántico quizá, pero no en el Titanic, cuya garantía de invulnerabilidad era tal que, antes las preguntas medrosas de una pasajera, un marinero respondió sin titubeo alguno: "Ni Dios mismo podría hundir este barco". Cinco días más tarde da la sensación que ese Dios altivo se enfadó, y el Titanic acabó a más de cuatro mil metros de profundidad...
Celebraciones en el centenario del hundimiento
Con la llegada del centenario la compañía norteamericana Deep Ocean Expedition ofrece la posibilidad de celebrar el evento por el módico precio de 45.000 euros.
¿Qué incluye? Un crucero de dos semanas hasta llegar a las aguas de Terra nova en las que se hundió el Titanic. El lugar exacto fue descubierto por el oceanógrafo Robert Ballard en 2005, a 600 km de las costas de Canadá. Y una vez allí, un solemne chapuzón de casi 4 km para llegar a los restos del transatlántico.
La inmersión se llevará a cabo en el sumergible ruso Mir, y durara diez horas.
Pero no es la única oferta para estas fechas tan especiales: la Titanic Histórical Society ha proyectado una cena en alta mar, en el lugar en el que se desarrollaron los acontecimientos, con los pasajeros vestidos de época, por lo que volveremos a ver a la tripulación, a los oficiales, la alta sociedad... Su deseo es recrear la fiesta del viaje Inaugural -Imagino que la última noche la pasarán por alto-.
Y para los que deseen brindar, las prestigiosas bodegas Henri Abelé han sacado a la venta el pasado 1 de enero una edición especial de cien botellas de champán, ya que esta fue una de las marcas elegidas por el cocinero August Escofier para acompañar los menús de los restaurantes de primera clase en 1912.
Las siete primeras están reservadas, entre otros, para la Reina Isabel II y para el presidente de EEUU Barack Obama.
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