El director de la orquesta camina por el pasillo hasta que se topa con una inmensa sombra. El hombre queda tieso; luego intenta seguir, pero trastabilla. En ese momento siente una mano que le toca el antebrazo. "Tuve un contacto físico con un ente sobrenatural. Yo quedé bastante shockeado", recuerda el director del Coro del Teatro Municipal de Iquique, Gonzalo Calle.
El recinto, que cuenta con más de un siglo de historia, se puede considerar como una de las zonas más calientes de Chile en sucesos para normales. Las apariciones son frecuentes.
Gonzalo Calle llegó a trabajar al histórico lugar en 1989, luego de varios años de estudiar música en Inglaterra. "Lo primero que me dijeron los trabajadores de la época fue: profesor, no se asuste, acá los fantasmas se pasean como Pedro por su casa", dice.
Con esos extraños antecedentes, Calle inició sus labores y, en una de las primeras jornadas, encontró a una muchacha llorando en las escalinatas de ingreso. Era hija de un funcionario y al parecer tenía algunos problemas emocionales. Calle relata que le preguntó por qué lloraba y la adolescente respondió que había visto nuevamente a los fantasmas. "Entonces yo ya comprendí que claramente había cosas raras", señala.
Pero no fue hasta 1992 que este músico se enfrentó a lo que se llama un encuentro del tercer tipo con un fantasma. Era la noche de gala musical para despedir a la alcaldesa de ese periodo y, al salir de un palco, se encaminó hacia la zona de camarines, para dar las últimas instrucciones a los músicos.
Recopilando antecedentes, Calle supo que se encontró con uno de los dos famosos monjes que hasta hace no mucho vagaban por todo el teatro. Los trabajadores le explicaron que ellos siempre se encontraban con esos dos religiosos y que eran bastante aterradores.
"Conversé con actores, artistas, gente de teatro, y todos habían vistos a los monjes con sotana, uno muy alto y otro más bajo. Se refractaban en los espejos atrás de uno y aparecían en esquinas. Vi gente salir despavorida del teatro por esas imágenes", cuenta.
LA TUMBA DE LOS MONJES
Impulsado por un espíritu curioso, Gonzalo Calle investigó. Supo que donde estaba el Teatro Municipal (construido en 1889 e inaugurado en 1890), se había erigido una iglesia peruana, puesto que Iquique perteneció a ese país antes de la Guerra del Pacífico, en 1879. Justo bajo el escenario, en el lado derecho, se ubicaba el monasterio de la iglesia. Allí fueron enterrados dos monjes antes de que el lugar fuera destruido para construir el teatro. "Parece que esos dos son los que se aparecen", explica Calle.
Pero la experiencia más espectacular la experimentó Calle ese mismo año, en
una gala con las Fuerzas Armadas. Mientras dirigía una pieza musical, una de las partituras se deslizó hasta el final del atril, quedó suspendida unos minutos -para estupefacción de
todos, incluyendo los militares- y luego empezó a volar por el escenario.
"Tengo un video de eso, vino hasta la televisión, que después mandó el archivo a Europa, como una evidencia de actividad paranor-maT, explica el director del coro, que agrega que desde 2006 -año en que en el teatro dejó de ofrecer espectáculos debido a una refacción que aún prosigue-, los "paseos" de los monjes acabaron.
"Estos teatros guardan mucha energía y cuando cesa el arte, también se reduce la energía", aventura Gonzalo Calle, quien vio una vez cómo una silla se movía en un palco durante un ensayo, para salir disparada y chocar con la pared del mismo.
EL PAYASO
Hernán Barraza, "El Nano", trabaja hace veinte años en el teatro como tramoya y además de haber visto en innumerables ocasiones a los monjes y escuchar todos los ruidos posibles, asegura que la experiencia más tétrica es la de la cara de payaso.
"En los primeros años de trabajo estaba habituado a escuchar ruidos de pasos, de butacas cayéndose, qué sé yo, eso es lo mínimo que uno escucha acá. Cuando vi a los monjes con un auxiliar nuevo salimos corriendo, pero lo más fuerte es la cara de payaso. Un día, mientras trasladaba material de una zona a otra, me percato que algo hay tras un ojo de buey de una puerta que da a la sala del público. Me devuelvo y está una cara de un payaso riéndose. Me asusté como nunca y atiné a devolverme adonde estaban los otros tramoya. El más antiguo me dijo que a él también se le apareció", recuerda.
Luego agrega que "a los monjes no los veo hace rato, y al payaso igual, pero yo le tengo más miedos a los vivos. La gente cuando cuento estas cosas no cree, por eso digo que sería bonito que las vieran".
EL CAMINANTE SOLITARIO
Luis Bayley es uno de los guardias antiguos del teatro. Reacio a contar historias, no es fácil convencerlo para que narre sus experiencias.
Sin embargo, lo primero que señala es que hasta hace poco -probablemente un mes- todos los días los guardias que se quedaban a la entrada del teatro escuchaban sonar el piano del segundo piso. Describe que era un sonido grave y melancólico, y que alguna vez intentaron grabarlo junto a otro funcionario, sin suerte. Sólo una vez subieron a ver quién tocaba, pero refiere que la sensación del entorno era muy desagradable y no fueron más, asumiendo que era uno de los tantos espíritus que habitan el teatro. La hora siempre era entre la una y las dos de la mañana.
Pero hay dos relatos que se llevan el oro. "Esto pasó hace unos años. Fui a comprar pan al kiosco de la esquina de enfrente del teatro, como a las doce de la noche. Cuando me devolvía vi que una persona con unos papeles bajo el brazo caminaba desde la torre del reloj (ubicada frente al recinto) hasta el teatro y entraba. Era tarde y me apuré para ver quién era. Llegué y le pregunté al turno Sergio Córdoba qué persona entró y me dijo que nadie. Le repliqué que yo lo había visto caminar y entrar, pero respondió lo mismo. Me asusté, pero en el teatro pasan cosas y hay que asumirlo", cuenta el guardia.
El otro involucra a la mujer de Bayley: "Un domingo mi señora me vino a buscar al teatro. Otro guardia le explicó que yo estaba en un camarín del segundo piso, guardando algunas cosas. Cuando llegó adonde yo estaba, me dijo que se había encontrado con una pareja de turistas gringos muy simpáticos, y que incluso conversó con ellos en castellano. Le señalé que era imposible, porque ese día no entraban turistas. El guardia de abajo también confirmó que no entró ninguna pareja de visitantes".
NIÑOS PAMPINOS
Mario Cruz es el encargado general del Teatro Municipal de Iquique. Hombre de arte, dirige la compañía de danzas folclóricas Kirqui Wayra. Se apura en señalar que él no ha tenido encuentros o experiencias, sino que ha estado cuando a otros les pasan.
Narra que una vez, hace ya uno o dos años, compartía un café con un funcionario en una especie de cocina, cuando empezaron a hablar sobre apariciones y fantasmas. "De repente la otra persona me dice que no cree en ninguna de esas cosas y la tapa del azucarero saltó a la pared" dice Mario, y agrega: MIgual fue bastante raro".
En otra oportunidad, a Mario se le acercó un productor teatral del extranjero y le preguntó si acaso había una fiesta de disfraces o algo parecido. Mario respondió que no, momento en el cual el productor teatral "se puso blanco y empezó a tiritan porque acababa de ver a dos niños vestidos a la usanza pampina", acota Cruz. "Por supuesto que a mí también me extrañó", manifiesta.
Pero fue a la señora de Cruz, la coreógrafa Rochi Biagettí, a quien le ocurrió un suceso que pone los pelos de punta. Mario cuenta: "Mi señora estaba en labores artísticas en el teatro, cuando se me acerca y me dice que le dijera al electricista que no tocara las cajas de luz por un momento. Entonces yo la miré raro porque no había ninguno. Yo hubiera sabido de la visita de un electricista porque soy el encargado. Fuimos a buscarlo y no pasó nada. Uno siente como una cosa en la espalda cuando pasan esas cosas".
Intrigado, Cruz consultó acá y allá sobre algún electricista, y alguien le dio la información de que en la década del 450 uno murió en el teatro, realizando trabajos en la zona donde la coreógrafa lo había visto. -Quizás por ahí hay una explicación", aduce siempre escéptíco Mario.
Finalmente, señala que en más de una ocasión ha llegado algún carabinero (la Prefectura está al frente del teatro) preguntando quién era la persona que entró al lugar segundos antes de manera sospechosa. Por supuesto, nadie había visto nada.
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