BRUJAS: IV Parte y Final
El suplicio de la tortura
FUENTE: Por Oscar Herradón. Biblioteca Año/Cero.
FUENTE: Por Oscar Herradón. Biblioteca Año/Cero.
NOTA: Todas las partes publicadas del libro "Brujas, Los horrores de la Inquisición" se encuentran albergadas en la sección "HISTORIA IGNORADA" del presente blog.
Hoy en día los instrumentos de tortura —al margen de raras y tristes excepciones— suelen ser meras curiosidades de un tiempo pasado que ocupan los polvorientos estantes de viejos museos y tiendas de antiguallas, llamando poderosamente la atención del visitante, que los observa con una sensación entre la sorpresa y el morbo. Pero hubo un tiempo en el que la Inquisición utilizó estos terribles artilugios, ideados por las mentes más sádicas —e ingeniosas, todo hay que decirlo— de entonces, para obtener la confesión de los reos acusados de herejía o cualquier otro delito relacionado con la fe.
Los brujos y brujas, claro, no fueron una excepción, y muchos y principalmente inocentes hubieron de sufrir dolores indescriptibles bajo estos artilugios de hierro brutales, muriendo en la gran mayoría de los casos, por lo que no es de extrañar que de la boca de estos desdichados salieran las más increíbles declaraciones y testimonios que ya hemos visto.
Para que un reo pudiera ser acusado formalmente de brujería era necesario que confesara,y los inquisidores no escatimaron en a la hora de hacerlo hablar, acabando por reconocer los hechos más increíbles.
La tortura fue utilizada desde los tiempos más remotos pero nunca alcanzó un grado de tal crudeza como en los tiempos de la caza de brujas. Desde Inglaterra a Alemania, pasando por Suiza y Escandinavia.la tortura fue el método utilizado para forzar las confesiones. Incluso en Escocia, un país que no sufrió la histeria de otras zonas de Europa, el uso de brutales métodos de tortura fue moneda común durante el reinado de Jaime I, obsesionado con las brujas.
En el caso de los procesos por brujería, la tortura se justificaba, según los jueces y juristas de entonces, porque como el delito de ayudar al —brujería— no era físico, sino espiritual. Por tanto, no podía demostrarse ateniéndose a las normas que se seguían normalmente para la presentación de pruebas en otro de delito. Según el derecho romano, que era el que prevalecía entonces en Europa, la brujería era considerada un delito extraordinario, de tanta gravedad a ojos de los inquisidores y tan difícil de probar que se suprimían los procedimientos legales habituales. Puesto que el maligno no podía testificar contra sus seguidores, la mejor forma de demostrar las relaciones entre el hombre y el diablo consistía en obtener la declaración de culpabilidad del primero. Para ello, se utilizaba cualquier método de tortura, hasta que el acusado confesara su culpa. En su Démonomanie, el citado Jean Bodin justificaba, como tantos otros, la utilización de los tormentos para arrancar confesiones:«Si existe algún medio para aplacar la ira de Dios, para obtener su bendición, para infundir temor en ciertas personas mediante el castigo de otras, para evitar que unos contagien a otros, para disminuir el número de malhechores, para asegurar la vida de quienes obran el bien y para castigar los crímenes más infames que pueda concebir la mente humana, ese medio consiste en castigar a las brujas con el máximo rigor».
Existían diversas fases dentro del proceso de la tortura. En un primer momento, los torturadores solían mostrar su terrorífico arsenal al reo, explicándole las aplicaciones de cada instrumento y los dolores que producían, con el fin de que la fuerte impresión provocase que confesara sin necesidad de ser sometido al tormento. Era la denominada «tortura preparatoria».
El más aterrador de los «martillos», el varias veces citado Malleus maleficarum, se encargó de describir pormenorizadamente el proceso a seguir durante las sesiones de tortura. Respecto a la tortura preparatoria, la Biblia de los cazadores de brujas daba instrucciones detalladas sobre cómo proceder:
«El método para iniciar un interrogatorio con tortura es el siguiente. En primer lugar, los carceleros preparan los instrumentos, desnudan al prisionero. Se le desnuda con el fin de descubrir si lleva objetos de brujería cosidos a las ropas, pues muchas veces, siguiendo las instrucciones del demonio, los fabricaban con los cadáveres de los niños sin bautizar.Y una vez preparados los instrumentos de tortura,el juez, personalmente,o por mediación de otros hombres,celosos guardianes de la fe, intenta convencer al prisionero de que confiese la verdad libremente, pero si éste se niega a hacerlo, ordena a sus ayudantes que preparen al reo para la estrapada u otro tormento. Los ayudantes obedecen, pero con diligencia fingida. Después, mientras los allí presentes rezan, sueltan al prisionero y vuelven a intentar convencerlo de que confiese, haciéndole creer que en tal caso no lo condenarán a muerte (...).
Pero si el brujo no se decide a decir la verdad ni con amenazas ni promesas, los carceleros deben ejecutar la sentencia y torturarlo según los métodos aceptados, con mayor o menor dureza,según corresponda al delito cometido.Y, mientras lo torturan, lo interrogarán acerca de las acusaciones, con frecuencia e insistencia, empezando por los cargos menos graves, pues mostrará más disposición a admitir éstos que los más graves».
Si el acusado no declaraba, y aunque existen importantes variaciones entre países y cpocas.se le desnudaba,como señala el Malleus,y posteriormente se le afeitaba a la vez que se buscaba alguna marca visible nada menos que del demonio.como manchas de la piel o lunares. Era cuando entraban enjuego los denominados «punzadores», citados .interiormente. En muchas ocasiones, los ayudantes del verdugo violaban a la prisionera mientras la desnudaban, como le sucedió a una tal señora Peller, esposa de un funcionario del tribunal, durante su procesamiento en Rheinbach (Alemania) en el año 1631 . Como señala Rossell Hope Robbins, la mujer fue acusada de brujería tras negarse su hermana a acostarse con el juez. Vemos aquí que la brujomanía sirvió también de excusa para encubrir la depravación de de alto rango que dieron vía libre a sus instintos más primitivos y crueles. El juez era Franz Buirmann, que había sido designado nada menos que por el príncipe arzobispo de Colonia para ocuparse de las investigaciones. Sobre el tema de desnudar a los reos es esclarecedor —y no menos estremecedor— el comentario que hizo en 1692 Philip Limborch en su History of the inquisition: "los desnudan sin respetar ni la humanidad ni el honor, no sólo a los hombres, sino a las mujeres y a las vírgenes, a las más puras y castas las cuales tienen encardadas, pues ordenan que las desnuden hasta dejarlas en paños menores, que también acaban por quitarles, dejando al descubierto, y perdónese la expresión, sus partes más pudendas, y a continuación las cubren con unas simples bragas».
Si el sospechoso no se había dejado impresionar ante la visión del llamado taller i leí inquisidor, entonces pasaba a la segunda fase y era sometido a los más atroces artilugios conocidos. Nunca el hombre había llegado a este punto de sadismo y crueldad como en los años en los que tuvo lugar la feroz caza brujeril. No obstante, el mero hecho de estar prisionero ya era otra forma de tortura, pues las prisiones de los siglos XV, XVI y XVII no tenían medidas higiénicas de ningún tipo. Al contrario, eran mazmorras y celdas pestilentes en las que muchos reos enfermaban y morían antes incluso de ser sometidos a tortura o juzgados. En Inglaterra, uno de los pocos países en los que en el siglo XVI se respetaba —al menos en la mayor parte de los casos— el código penal, el 12 por ciento de los prisioneros del castillo de Guildford murieron entre rejas en 1598.
INSTRUMENTOS Y MÉTODOS DE TORTURA
Algunos de los más usados, no aptos para estómagos sensibles,fueron los siguientes:
• La garrucha: El reo era amarrado por los brazos, que estaban atados a su espalda, y elevado lentamente hacia el techo con una soga. Una vez arriba, sus torturadores lo soltaban de forma brusca, provocando un terrible dolor en sus articulaciones. Si el prisionero no confesaba era soltado varias veces, y se incrementaba la intensidad del dolor situando sobrepesos en sus pies.
• El potro: Consistía en una máquina o mesa en la que se colocaba al sospechoso de herejía, que era atado de pies y manos y sus extremidades eran estiradas con un torno. La intensidad del dolor era horrible y existen casos en los que no sólo se dislocaron los huesos del reo, sino que incluso se llegaron a desmembrar algunos de sus miembros. En ocasiones, el torturador acompañaba la sesión con unas pinzas de hierro al rojo vivo o con un atizador para quemar o arrancar los pezones, la lengua, la nariz o los genitales del sospechoso.
• La «cura» o tormento del agua: El reo era inmovilizado sobre una mesa. Después, se introducía en su garganta un trapo sobre el que se vertía agua lentamente, provocándole la sensación de ahogamiento. En ocasiones, se arrancaba el trapo de la garganta de un tirón, provocándole graves heridas en la garganta. Una tortura aún más brutal consistía en alimentar al sospechoso únicamente con salados, según los inquisidores para «limpiar» su alma. Clarke, en 1651, describió con precisión la brutalidad del retorcido tormento: «Les metían un paño con nudos por la garganta y tiraban bruscamente, desgarrándoles las entrañas».
• La bota española: consistente en unas cuñas que se colocaban en las piernas del reo,desde los tobillos a las rodillas. El torturador golpeaba las cuñas con un martillo, de manera que estas se clavaban en la carne del torturado, provocando finalmente la rotura o estallido del hueso y la de la médula. En Inglaterra recibían el nombre de bootikens o cashielaws.
• La pera: Consistía en un artilugio metálico realmente atroz que se introducía en el ano, la vagina o la boca de la víctima. Una vez en el , el torturador giraba una tuerca y la «pera» se abría, mostrando púas afiladas que desgarraban la carne del reo, causándole graves heridas que en muchas ocasiones eran mortales de necesidad.
• El desgarrador de senos: Como su nombre indica se usaba principalmente con mujeres y consistía en unas pinzas metálicas que se clavaban en los pechos de las desdichadas, en ocasiones incluso al rojo vivo, desgarrando los mismos y provocando terribles hemorragias.
• El cinturón de San Erasmo: Era una especie de cilicio rodeado de púas que se colocaba en la cintura del hereje,clavándose en la carne del desdichado y obligando a que declarase las más inverosímiles historias para evitar el dolor.
• La «horquilla»: Especie de cepo que constaba de cuatro puntas muy afiladas que se clavaban en la carne, bajo la barbilla y sobre el esternón respectivamente,y que dejaban al reo prácticamente inmovilizado,desgarrando su carne cuando efectuaba el más mínimo giro de su cabeza, aunque dejándole la posibilidad de susurrar una confesión.
• Ingesta de alimentos salados y la falta de sueño: Se consideraban algunos de los métodos más eficaces para obtener confesiones sin necesidad de exponer al reo al tormento físico,con la posibilidad de que muriera. En ocasiones se obligaba a los prisioneros a ingerir todo tipo de alimentos salados, como arenques, sin permitirles tomar ni una sola gota de agua, lo que ya de por sí era un suplicio difícil de superar. En otros casos, se impedía al reo dormir durante largos períodos de tiempo. La falta de sueño se consideraba un método casi infalible porque podía prolongarse bastante en el tiempo sin causar daños físicos importantes, como sucedía con algunos instrumentos de tortura. Este procedimiento, no obstante, no fue exclusivo de los juicios por brujería.y en algunos países como en Alemania se usaba desde hacía siglos para obligar a confesar a los presos comunes.
El inglés Matthew Hopkins, como ya señalé uno de los más temibles cazadores de brujas, obligó a caminar durante varios días con sus noches al anciano John Lowes, quien agotado acabó confesando crímenes «brujeriles» que no había cometido jamás.
CASTIGOS «MENORES»
• Las máscaras infamantes: Éstas adquirían las más variadas y fantasiosas formas y se colocaban sobre la cabeza del penitente, que era mostrado de esta ridicula guisa para escarnio público. Aunque era una forma de tortura generalmente simbólica y no implicaba dolor físico, en algunas ocasiones las máscaras incorporaban piezas bucales de hierro que mutilaban la lengua del reo de forma constante a través de púas afiladas y hojas cortantes. En España se usaba el capirote, una especie de sombrero que terminaba en forma de punta —que se acompañaba del correspondiente sambenito—,en lugar de las máscaras metálicas, aunque la intención era la misma: ridiculizar al reo públicamente e instarle a que no volviera a adentrarse por la senda del mal.Generalmente las brujas no corrieron la suerte de ser sometidas a los llamados castigos «menores» y acababan dando con sus huesos en la hoguera.
• El cepo: No era realmente una tortura en sí, sino que consistía en un panel de madera con una serie de aberturas en las que se aprisionaban las manos y pies del reo, por lo que éste quedaba inmovilizado. El verdadero suplicio venía después, cuando se exponía a la víctima en la plaza pública, totalmente impedido por el cepo, y las gentes de peor calaña le ¡nsultaban.abofeteaban,escupían o embadurnaban su rostro con excrementos y orina, en el mejor de los casos. En el peor, el hereje o la bruja eran lapidados,quemados o gravemente mutilados por la chusma enloquecida y ávida de nuevas y depravadas experiencias.
• Tortura de los azotes: Un cepo inmovilizaba las manos y el cuello del reo y dejaba al descubierto su espalda, que sufría la cantidad de azotes que dictara el tribunal que llevaba el caso. Su número variaba generalmente entre los 50 y los 200, dependiendo de la gravedad de las acusaciones y de la del acusado. Sin embargo, en algunas ocasiones el verdugo, para dar rienda suelta a su propio sadismo, infligía muchos más de los dictaminados, lo que provocaba que al desdichado se le cayera literalmente «la piel a tiras».
Existieron muchos otros mecanismos que idearon retorcidas mentes a lo largo de muchos siglos de historia para obtener confesiones. Los métodos variaban de un lugar a otro, de un siglo a otro y de uno a otro verdugo, por lo que sería complicado recoger cada uno de ellos en estas páginas.
Al margen de estos instrumentos de tortura.en ocasiones se sometía a los sospechosos a diversas «pruebas» que demostrasen su vinculación con el demonio y que no eran sino otra cruel forma de tortura que muchas veces acababan con la muerte del reo. La más polémica y más utilizada en diversos países fue la llamada prueba del agua, mediante la cual, para comprobar si una sospechosa era realmente una bruja,se sumergía a ésta, atada de pies y manos, en el agua de un río y se comprobaba si flotaba o se hundía. Si flotaba, se interpretaba que la mujer rechazaba el sacramento del bautismo, lo cual era un signo evidente de que se encontraba bajo el influjo del señor de las tinieblas. Por el contrario, si se hundía, se creía que Dios la acogía en su seno y que por tanto era ¡nocente. En muchas ocasiones la víctima moría al pasar varios minutos bajo el agua. Esta forma ridicula —y que demuestra la profunda mentalidad supersticiosa e histérica de la época— de comprobar la inocencia o culpabilidad de un reo fue utilizada principalmente en países protestantes como Inglaterra.
La prueba de inmersión en el agua no fue exclusiva de los siglos de la brujomanía; era un método muy antiguo para determinar la inocencia o culpabilidad de un acusado. Se practicó antes y después de la gran caza de brujas y llegó a su culmen en la primera mitad del siglo XVII, principalmente cuando el rey Jaime I de Inglaterra — autor de una Demonologia tras el famoso proceso a las brujas de North Berwick, en Escocia— la aprobó en la lucha contra la brujería. En el texto se puede leer lo siguiente:«Por eso parece que Dios ha dispuesto,como indicio sobrenatural de la monstruosa impiedad de las brujas, que el agua se niegue a recibir en su seno a quienes han rechazado las sagradas aguas del bautismo y han renunciado voluntariamente a sus beneficios».
En Inglaterra esta cruel método comenzó a aplicarse en casos relacionados con la brujería a partir de las leyes anglosajonas de soberanos como Athelstan (925-938) y Eduardo el Confesor (1042-1066), quien alcanzaría la gloria de los altares, entre otras cosas por convertirse en azote de herejes. La prueba del agua se aplicaba para juzgar todo tipo de delitos,y hundirse era una demostración de la inocencia del acusado. El método fue prohibido durante el reinado de Enrique III, en 1219. Sin embargo, como señala el célebre Hope Robbins, siguió utilizándose de forma extraoficial. Existen referencias a esta práctica en civilizaciones de la antigüedad, e incluso el famoso código de Hammurabi, que data del tercer milenio antes de Cristo, alude a la legitimidad de la misma en ciertos casos:«Si un hombre acusa a otro de magia negra y no lo demuestra, el acusado irá al río y se sumergirá en el agua. Si el río lo vence, el acusador se apoderará de sus bienes. Pero si el río demuestra que es inocente y no se ahoga, su acusador será condenado a muerte,y los bienes del difunto irán a parar a manos de quien superó la ordalía».
El método generalmente consistía en atar el pulgar de la mano derecha al dedo gordo del pie izquierdo (o viceversa) del acusado y sumergirlo hasta tres veces. Si flotaba y no se hundía, como ya he señalado, se le consideraba culpable. Pero como en la mayor parte de los casos evidentemente se hundía,algunas retorcidas personas idearon una técnica especial para que los acusados por brujería flotasen y pudieran ser acusados formalmente.Thomas Ady.en A Candle in thedark (1656), decía que la Biblia no ordenaba que se juzgase a una bruja con este método, y que si se colocaba a la víctima «de espaldas y con los pies atados con una cuerda», se conseguía que «no se hundiera la parte delantera del cuerpo». Lo único importante era obtener culpables, fuera cual fuera el precio.
A pesar de que fue utilizada en numerosas ocasiones, la ordalía del agua no gozaba de especial relevancia entre los jueces y expertos en brujería europeos, y en la mayor parte de los distritos estuvo prohibida.
Estos casos que acabamos de ver pertenecían a la conocida comojudidum aquae frigidae o prueba de agua fría, pero existía una variante: la judidum aquae ferventis o prueba con agua caliente, considerada una de las más antiguas forma de «juicio de Dios» en Europa. Consistía en que el acusado debía introducir su brazo desnudo en un recipiente con agua hirviendo para extraer algún objeto —en la mayor parte de las ocasiones un anillo—.Si el acusado aguantaba el dolor y en su brazo no aparecían marcas de quemaduras, algo prácticamente imposible, era considerado inocente.
No obstante, la prueba del agua en sus dos variantes fue rechazada por la gran mayoría de los juristas como indicio de culpabilidad. De hecho, al igual que la ordalía tradicional, la del hierro al rojo estuvo prohibida en la mayoría de los países perseguidores de brujas, aunque se llevó a cabo en numerosas ocasiones por presión popular. Aunque fue utilizada generalmente durante la Edad Media y después rechazada en el Cuarto Concilio de Letrán celebrado en 1215, con la persecución posterior de las brujas reapareció en los juicios de media Europa.
Visto este curioso y depravado arsenal utilizado por los inquisidores para obtener confesiones forzadas,y otras «pruebas» no menos tortuosas, no es de extrañar que de la boca de los reos salieran las más fantasiosas e increíbles historias relacionadas con vuelos nocturnos, canibalismo, orgías sexuales e infanticidios. Los «martillos de brujas» contribuyeron a extender la histeria y a promover la persecución indiscriminada, llevando a personas en la mayor parte de los casos inocentes, como hemos visto, a frías, oscuras y estrechas celdas que no eran sino el preludio del sufrimiento difícilmente descriptible que les esperaba.Las leyendas y supersticiones de la antigüedad fueron superadas con creces por la imaginación de las gentes muchos siglos después, y se alcanzaron las más altas cotas de irracionalidad en los siglos XVI y XVII, cuando ya Rene Descartes había postulado las líneas filosóficas del racionalismo; Kepler formulado sus leyes astronómicas y Shakespeare escrito sus grandes obras literarias. Por cierto, este último realizó en Macbeth un inolvidable retrato de la secta brujeril.En la caza de brujas el ser humano mostró su rostro más despiadado. Estamos ante unos episodios atroces, justificados por la cruzada contra la herejía y el satanismo. No debemos olvidarlos jamás, por lejanos que parezcan.
No veo ninguna mencion de mi torture favorita, el procedimiento de las tablillas. Atado al potro, los dedos de los pies del reo fueron encerrados en dos tablillas de madera que ofrecieron cinco agujeros estrechos, cada de los que solamente tenian un dedo. Antes de interrogar, el atormentador colocaba una cuna de madera al tipo de un dedo del pie y, si el reo no confeso, el atormentador fuertemente golpeo al reo la cuna con un martillo, destrozandole los huesos del dedo. El procedimiento continuo hacia la destruccion total de todos los dedos de los pies del reo.
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