Extrañas muertes, desdichadas vidas y nefastos acontecimientos parecen ser la siniestra tarjeta de presentación de algunas joyas y piedras preciosas. Ni las monarquías, ni los más influyentes hombres de poder han podido vencer sus supuestos malignos efluvios. ¿Qué hay de cierto en la leyenda negra que arrastran algunas piedras, como el diamante Hope, el Delhi Purpfe Sapphire y el Black Orlov?
por Manuel Moros
JOYAS MALDITAS
El lado oscuro de las gemas.
FUENTE: Revista MAS ALLA Nº259.
FUENTE: Revista MAS ALLA Nº259.
Algunas joyas esconden extrañas y misteriosas historias que han afectado a sus propietarios, lo que ha provocado que hayan pasado de ser codiciadas piezas a convertirse en poderosas "armas" cuyo supuesto poder de destrucción es capaz de acabar con generaciones enteras.
Las piedras preciosas han fascinado al ser humano desde tiempos inmemoriales. El hechizo que cautivó al hombre primitivo desde que las vio brillar a la luz de las hogueras en alguna de las cuevas donde buscó cobijo siguió estando presente a través de los siglos. Y los reyes, los príncipes y los poderosos de la Tierra las exhibieron engarzadas en sus coronas o sortijas como símbolos de poder y riqueza. Pero no solo eran apreciadas por su rareza y su belleza o por ser prácticamente indestructibles, sino por los efectos mágicos que tradicionalmente se afirmaba que surtían sobre quienes las portaban. Es más, se ha sostenido que esta clase de piedras se usaron como amuletos mucho antes que con fines de ornamentación al ser consideradas receptáculos de poderosas fuerzas sobrenaturales, como recogieron en sus lapidarios (del latín lapis, piedra) hombres tan ilustres como Teofrasto, san Alberto Magno. Paracelso. Roger Bacon, Alfonso X el Sabio, san Isidoro de Sevilla, Raimundo Lulio. Marbodio de Rennes y Gaspar de Morales, entre otros.
Así, por ejemplo, la esmeralda otorgaba poderes proféticos y protegía de hechizos y sortilegios; el Zafiro contrarrestaba los efectos de los venenos, como hacía la amatista con el alcohol, además de proporcionar éxito en las cacerías y la victoria sobre los enemigos; el jaspe alejaba a los malos espíritus y protegía de la mordedura de animales venenosos; la turquesa hacía que quien la portara no sufriera daño alguno en las caídas; el rubí confería invulnerabilidad; el heliotropo volvía invisible; la malaquita protegía a los niños y avisaba de los desastres rompiéndose en pedazos y el ágata otorgaba fuerza y valor, alejaba las tormentas y proporcionaba sueños placenteros.
• ÓPALO FUNESTO
Sin embargo, las gemas también tienen su lado oscuro y han sido varias las calificadas como "malditas" porque supuestamente son capaces de atraer sobre sus propietarios toda suerte de catastróficas desdichas. Una piedra considerada particularmente funesta es el ópalo, a pesar de que durante muchos siglos se creyó que era uno de los más poderosos talismanes. Los antiguos griegos creían que concedía a su portador el don de la premonición y para los romanos solo estaba por debajo de las esmeraldas en cuanto a la capacidad de atraer fortuna. Los cesares se los regalaban a sus esposas y Plinio cuenta que un senador romano llamado Nonius optó por el exilio para evitar venderle un hermoso ópalo de su propiedad a Marco Antonio, que quería regalárselo a su adorada Cleopatra.
Los árabes creían que el ópalo llegaba a la Tierra transportado por el rayo y muchas tradiciones orientales se refieren a él como "el ancla de la esperanza". También se pensaba que era capaz de curar las enfermedades de los ojos (de ahí su nombre, derivado de Oplitalnnis lapis, piedra de los ojos) y de volver a su portador invisible ante sus enemigos. Sin embargo, el ópalo cayó en desgracia cuando se comenzó a relacionar con la supuesta capacidad de las brujas para producir la muerte de quien desearan con tan solo mirarlo -lo que popularmente fue conocido como "mal de ojo" o "aojamiento", pues sus características físicas recordaban a los ojos de los animales clásicamente asociados con las hechiceras, como los gatos, los sapos y las serpientes. Según otras versiones, su pésima reputación tiene su origen en una epidemia de peste acontecida en Venecia en 1348 que en pocos meses acabó con dos terceras partes de sus habitantes. En este tiempo el ópalo era una gema muy apreciada, pero comen/ó a correr entre el pueblo una curiosa historia. Se decía que al ponerlo en contacto con el enfermo resplandecía con una extraordinaria intensidad, como un siniestro presagio para los desventurados afectados por la "muerte negra" y que su resplandor se apagaba hasta llegar a parecer completamente opaco en el momento
de la muerte del enfermo. Este hecho ha intentado abordarse desde el punto de vista racional y se ha alegado que, probablemente, con la fiebre y el sudor del enfermo el brillo de la piedra parecía mucho más vivo, al contrario de lo que ocurría en el momento de la muerte del mismo.
En 1829 el popular novelista sir Walter Scott contribuyó a certificar su mala fama de forma decisiva cuando en su novela Anne de Geierstein relacionó irrevocablemente el ópalo con la desdicha. En ella, lady Hermione es una suerte de princesa encantada cuya vida está íntimamente ligada al ópalo que siempre lleva engarzado a su pelo. Brilla cuando está contenta y lanza destellos rojos cuando se enfada. Y cuando un día caen sobre él unas gotas de agua bendita se vuelve completamente opaco. Su propietaria se desmaya y es llevaba a su alcoba a reposar. A la mañana siguiente se descubre con horror que de la desdichada joven tan solo queda un montón de cenizas. Fue tal la popularidad de esta obra que hizo caer el precio de los ópalos a la mitad en tan solo un año y prácticamente paralizó el mercado europeo de estas joyas durante décadas. Otra explicación mucho más prosaica es la que atribuye la mala fama del ópalo a su fragilidad, que hacía que en muchas ocasiones los joyeros los rompieran en el momento de tallarlos. Al tener que hacerse responsables del daño, no resulta extraño que se negaran a trabajarlos alegando que eran "joyas malditas". Algunos sostienen que los tratantes de diamantes de mediados del siglo XIX y principios del XX temieron que su negocio se viera amenazado por los hermosos ópalos australianos de gran calidad que comenzaron a llegar a los mercados en esa época y que fueron ellos quienes hicieron correr los rumores acerca de que eran joyas malditas para impedir su creciente popularidad.
• REGALO ENVENENADO
Fuera como fuese, la mala fama del ópalo se acrecentó al ser relacionado con una serie de misteriosas muertes acaecidas en el seno de la monarquía española. La leyenda dice que el rey Alfonso XII se enamoró perdidamente de la bellísima aristócrata italiana Virginia 01-doini, condesa de Castiglione, y que su amor fue correspondido, aunque en el último momento decidió casarse con su prima, María Mercedes de Orleans. La despechada condesa envió a la pareja un regalo de bodas consistente en un magnífico ópalo engarzado en un enorme anillo del oro más puro. La novia se mostró fascinada con la joya y logró convencer al incauto soberano para que se la pusiera en su dedo. Murió a causa de un misterioso mal el 26 de junio de 1878, tan solo cinco meses después de la boda. Tras el funeral, Alfonso le regaló el anillo a su abuela, la reina María Cristina de Borbón-Nápoles, que murió poco después, el 22 de agosto. A continuación el anillo pasó a la hermana de Alfonso, la infanta María del Pilar, que falleció el 5 de agosto del año siguiente, aparentemente víctima de la misteriosa enfermedad que se había cobrado la vida de las otras dos mujeres. Lo mismo le ocurrió a la cuñada del rey, María Cristina, que se encaprichó del ópalo maldito y que, al parecer, no era nada supersticiosa. Sintiéndose culpable y, tal vez, buscando en su sacrificio la manera de redimirse, el rey decidió lucir él mismo el anillo. Murió a la temprana edad de 28 años, después de lo cual su viuda, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, hizo bendecirlo, engarzarlo en una cadena de oro y que se adornara con él el cuello de la imagen de la patraña de Madrid, la Virgen de la Almudena, lo que puso fin a la secuencia de muertes.
• PIEDRAS CON "MEMORIA"
Los radiestesistas y astrólogos hablan de piedras "cargadas" capaces de irradiar malas vibraciones en consonancia con algunas circunstancias que afectan a quien las posee. Así, determinadas gemas con una textura molecular especial conservarían una verdadera "memoria" de las situaciones violentas captadas al azar durante su larga existencia y serían capaces de reproducirlas de acuerdo con un proceso que no dependería de quien las poseyera, sino de una especie de ciclo de perturbaciones moleculares de características y causas desconocidas. De esta forma, la "maldición" sería una onda que recrearía de manera precisa las circunstancias psicológicas de una situación desdichada y que se apoderaría de quien se encontrara en estrecho contacto con la piedra.
Una de las piedras con peor fama es el Dethi Purple Sapphire, que en realidad no es un zafiro, sino una amatista. Fue encontrada por Peter Tandy, conservador del Museo de Historia Natural de Londres, mientras realizaba en 1970 un inventario de la enorme cantidad de minerales del museo, entre los cuales había pasado desapercibida durante años. La piedra estaba rodeada por un anillo de plata grabado con símbolos astrológicos y palabras mágicas al que se habían unido otras dos gemas talladas en forma de escarabajo egipcio. Lo más curioso era la nota que la acompañaba. Había sido redactada por Edward Heron-Allen, un conocido escritor y afamado científico que había sido su último propietario, y en ella afirmaba que la gema estaba "triplemente maldita y teñida con la sangre y el deshonor de todos los que la han poseído". Había sido llevada a Gran Bretaña por el coronel de caballería W. Ferris después de que hubiera sido robada del templo de Indra en Cawnpore (India) durante la revuelta hindú de 1857 y "desde el día que fue suya, se convirtió en un desgraciado v perdió salud y dinero", y lo mismo le ocurrió a su hijo cuando la heredó.
Un arnigo de la familia que la tuvo en su poder durante algún tiempo acabó suicidándose. La piedra llegó a Edward Heron-Allen en 1890 e inmediatamente comenzó a sufrir toda clase de desdichas, hasta el punto de que se la regaló a un amigo que se había interesado por ella y que no creía en la maldición, aunque no tardó mucho en devolvérsela después de "ser abrumado por todo desastre imaginable".
Después se la entregó a una amiga cantante. "que perdió la voz y nunca más volvió a recuperarla". Desesperado, Heron-Allen la arrojó al Regent 's Canal, creyendo que de este modo se desharía de ella para siempre. Para su sorpresa, tres meses después se presentó en su domicilio un tratante para devolverle la gema de la que sabía que era propietario, después de comprársela a un dragador que la había recuperado del fondo del canal. En 1904 Edward no pudo aguantar más. Al creer que la gema estaba afectando a su hija recién nacida, la protegió mágicamente, la depositó dentro de siete cajas y dio instrucciones a sus banqueros para que la guardaran hasta el día de su muerte. La carta de Heron-Allen concluía diciendo: "Cualquiera que abra las cajas leerá esta advertencia, y después hará con la gema lo que considere oportuno. Mi consejo es que la arroje al mar". Su propia experiencia le sirvió para escribir The Purple Sapphire, recogido en su colección de relatos sobrenaturales The Purple Sappliire and Other Posthumous Papers Selected from the Unofficial Records ofthe University ofCos-mopoli by Chrístopher Blayre (Sometime Registrar ofthe University), publicado en 1921. Heron-Allen murió en 1943 y su hija, Mair Jones, siendo el último de sus deseos hacerse cargo de tan infausto objeto, lo donó al museo. El nieto de Heron-Allen, Ivor Jones. siempre se negó a tocar la piedra: "Mi madre nunca lo hizo y nos recomendó que tampoco lo hiciéramos a causa de la maldición", reveló a propósito de ello.
En el año 2000, John Whitakker, responsable del departamento de Micropaleontología del museo, llevó la joya a la primera reunión anual de la Heron-Allen Societv. Mientras volvía a casa acompañado de su esposa, sucedió lo siguiente, según su propio relato. "El cielo se puso de repente completamente negro y nos vimos atrapados en medio de la más espantosa de las tormentas. Pensamos abandonar el coche y salir corriendo mientras mi mujer gritaba: '¿Por qué tuviste que traer esa maldita cosa?'". La noche previa a la segunda reunión, Whitakker fue afectado por una grave infección intestinal y no pudo ir a la tercera debido a un cólico renal. Por si acaso, el cuarto encuentro fue celebrado en el museo.
• GRAN DIAMANTE... ¿GRAN GAFE?
Otra joya con muy mala reputación es el diamante Hope. Como en los casos anteriores, la leyenda cuenta que un gran diamante azul de 112 quilates fue robado de una estatua de la diosa Sita y acabó en las manos de un tratante de joyas francés llamado Jean-Baptiste Tavernier, quien lo vendió en 1668 al rey Luis XIV. Se dice que Tavernier acabó sus días en Rusia, arruinado y devorado por una manada de perros salvajes, y que su muerte fue la primera de una serie de tragedias que afectaron a diferentes miembros de la Corte francesa hasta culminar en la Revolución Francesa y la desaparición de la monarquía. En algún momento de septiembre de 1792 el diamante y la mayoría de las joyas de la Corona fueron robados del Garde-Meuble, donde habían sido depositados por los revolucionarios. El diamante azul fue llevado a Londres, donde, para evitar su identificación, fue cortado por un joyero holandés llamado Wilhelm Fals, cuyo hijo, Hendrick, se lo robó, causándole tal pesar que murió poco después deprimido y arruinado. Hendrick se lo vendió a un tal Francois Beaulieu y acabó suicidándose en 1830 a causa de los remordimientos. A su vez, Beaulieu se lo ofreció a un joyero llamado Daniel Eliason y acabó sus días muriendo de hambre en un cuartucho del Soho. El 19 de septiembre de 1812 el joyero londinense John I-'rancillion redactó una memoria en la que se documentaba la presencia en la ciudad de un diamante azul de 45,52 quilates y se establecía que Eliason era su propietario legal. Curiosamente, la fecha de redacción era posterior en veinte años y dos días al momento en el que se había denunciado el robo de las joyas francesas ante la Asamblea Nacional, y es que, según sus leyes, el delito ya habría prescrito, algo que seguramente conocían muy bien los dos avispados tratantes. De ese mismo año es un documento firmado por Eliason en el que se deja constancia de su venta al rey Jorge IV, un hombre ciertamente desdichado: fue obligado a casarse con Carolina de Brunswick, una prima a la que detestaba, y acabó sus días convertido en un adicto al láudano y el alcohol, y lleno de deudas. Para pagarlas, el diamante fue vendido en 1830 al banquero Henry Philip Hope, de quien tomó el nombre. Después de su inesperada muerte en 1839 pasó a su sobrino Henry Thomas, un político fracasado que murió en 1862 con tan solo 54 años y que asumió la responsabilidad financiera de la construcción del Great Eastem, el más maldito de los barcos, al que también pareció afectar la funesta influencia del diamante. Después lo heredó su hija, Henríetta, una mujer que tuvo que sufrir a su marido, el Conde de Lincoln, "jugador y de una familia de borrachos, drogadictos, vividores y extraños travestidos".
A su muerte pasó a su hijo, lord Francis Hope, que dilapidó la fortuna familiar en el juego y tuvo que soportar la vergüenza de ver cómo su mujer -una actriz llamada May Yohe- lo abandonaba en 1902 por el millonario Putnam Strong. Intentando rentabilizar la maldición, Yohe contrató en 1920 a Henry Leyford Gates para que la ayudara a escribir el guión de una película que fue exhibida en forma de un serial de 15 episodios titulado Tfie Hope Diamond Mistery, en el que ella misma interpretaba a lady Hope. Como no podía ser de otra forma, fue un rotundo fracaso. También publicó un libro con el mismo título que salió -» en diferentes periódicos en forma de entregas y que contribuyó a popularizar la historia del diamante maldito. Después de varios fracasos sentimentales y de tener que desempeñar trabajos tan impropios de su pasado como los de fregona, ama de llaves, portera y, en sus últimos días, encuestadora para una agencia estatal de desempleados por 16,50 dólares a la semana, May Yohe murió en Boston el 28 de agosto de 1938.
Lord Francis vendió el diamante a Simón Frankel, de Joseph Frankel's and Son, de Nueva York. La firma atravesó serias dificultades financieras y tuvo que deshacerse de la piedra, que pasó a manos de Jacques Colot, que se suicidó en el curso de una experiencia aluci-natoria con absenta. Su siguiente dueño fue el príncipe ruso Iván Kanitovski, que se lo prestó a su amante, una bailarina del Folies-Bergéres llamada Lorens Ladue a la que, en un arrebato de celos, mató su pareja, Emil Etard, disparándola mientras bailaba en el escenario con el diamante brillando entre sus senos desnudos.
Poco después de recuperar la gema, el príncipe murió a manos de un grupo de anarquistas. Su nuevo dueño fue el joyero griego Simón Maoncharídes, que murió en compañía de su mujer y su hija tras caer su coche por un precipicio. El diamante fue entonces adquirido por el sultán turco Abdul Hamid II, quien se lo regaló a su favorita, Subaya. La mujer murió apuñalada y el sultán fue derrocado el 27 de abril de 1909.
Dos años más tarde el diamante se convirtió en propiedad del famoso joyero Fierre Cartier. Este se lo ofreció a la millonaria heredera Evalyn Walsh McLean, que se había encaprichado de él después de verlo en el palacio del sultán en Constantinopla y que en aquellos momentos se encontraba en París en viaje de bodas. Cartier le advirtió sobre la maldición, así que lo primero que hizo Evalyn Walsh fue ordenar que lo bendijeran, lo cual no sirvió de mucho. Su hijo mayor, Vinson, murió a los nueve años en un accidente de coche; su esposo, Ned, la engañó con otra mujer, dilapidó su fortuna y murió en un sanatorio mental a causa de su alcoholismo; se vio obligada a vender el periódico familiar, The Washington Post y, en 1946, a los 25 años, su hija murió de una sobredosis de somníferos. Ella misma se volvió adicta a la morfina. Cuando falleció, en 1947, el diamante y toda su fabulosa colección de joyas fueron puestos a la venta para pagar sus enormes deudas. Dos años más tarde fueron adquiridos por el joyero neoyorquino Harry Winston. En 1958 donó el diamante Hope al Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington D.C., donde puede verse en la actualidad.
Según declaró Winston, no creía en la maldición ni deseaba librarse de él, sino iniciar una colección nacional de joyas al estilo de la de la Corona británica. Sin embargo, no lo llevó en persona: ¡lo envió por correo aéreo! Y es que en el caso de las joyas malditas, toda precaución es poca...
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