martes, 5 de marzo de 2013

Vida más allá de la Tierra


La viscera, el corazón, nos lleva a pensar que hay quien no miente cuando asegura haber mantenido un contacto con un ser que se identifica -bien porque él lo haga, o porque el testigo así lo crea- como procedente de otro planeta. Bien es cierto que no hay pruebas, que en este supuesto únicamente tenemos la verdad de aquellos que han sufrido la experiencia...


por Lorenzo Fernández Bueno
REVISTA ESPAÑOLA ENIGMAS, Nº 208. Marzo 2013.

Razón o corazón, esa es la cuestión, más aún cuando los testigos, en la mayoría de los casos poco es lo que tienen que ganar, y sí mucho que perder; porque en torno a ellos se gesta un descrédito que les acompañará toda la vida; porque, además, esa experiencia les ha de cambiar para siempre. Su existencia, qué duda cabe, girará en torno a ese día en el que algo incomprensible se plantó frente a ellos, con una intencionalidad que a día de hoy nos resulta desconocida...
Así, rápidamente nos vienen a la cabeza sucesos como el protagonizado por el sevillano Adrián Sánchez -ver ENIGMAS 206-, o el del joven camionero de Valdehijaderos, en Salamanca, que un día allá por el año 1974, sin comerlo ni beberlo, se topó de bruces con un extraño objeto en mitad de la carretera por la que circulaba, que cortaba su camino y del que descendieron dos seres que tras realizar algo similar a una toma de muestras, le persiguieron campo a través obligando al bueno de Maxi a ocultarse en el interior de una zanja, esperando que aquellos desconocidos no le encontrasen. Su historia abrió telediarios y copó portadas de los principales diarios nacionales. San Clemente, Villares del Saz, Manises o Los Villares son otras poblaciones en las que algo ocurrió; algo que a día de hoy permanece sin explicación...                                                      
No obstante, cuando se aborda un asunto tan peliagudo es más correcto dejar el corazón a un lado y argumentar desde la fría y metódica ciencia. Porque lo que nos dice la ciencia en posibilidades matemáticas, no ya de un supuesto viaje interestelar, sino de la posibilidad real de que existan otros mundos habitados, es como sigue.

Años atrás, como ya advertimos en el número 200 de esta misma publicación, según los responsables de la Misión Keplercon datos estadísticos sobre la mesa, que solo en nuestra Vía Láctea se estima que hay alrededor de 300.000 millones de estrellas, en torno a las cuales orbitan unos 50.000 millones de planetas. Pues bien, de esta cifra astronómica, calcularon que 500 millones estañan dentro de lo que se conoce como franja habitable.
Pero no solo eso: en muy poco tiempo -los dos últimos años- el propio telescopio Kepler ha hallado 1.235 candidatos a exoplanetas, en una exploración que tan solo abarca 1/400 porcien del cielo que observamos desde nuestra hermosa Tierra. Ahora bien, ¿cuántos de estos estarían habitados? Esa es la gran pregunta, cuestión para la que aún no tenemos respuesta simplemente porque todavía no se ha encontrado ninguno. Ahora bien, si atendemos a la célebre ecuación de Drake, formulada en 1961por el radioastrónomo y presidente del Instituto SETI Frank Drake, nos podría salir una cifra más o menos aproximada.
No voy a entrar en formulaciones incomprensibles, pero sí es importante destacar que según esta fórmula el 1% de los planetas albergaría vida inteligente, y de estos solo un 1% de esa vida inteligente sería capaz de comunicarse. Así las cosas, ese 1% nos permite asegurar que 1 de cada 100 planetas, hasta un total de 5 millones albergarían o habrían tenido vida inteligente. Y lo que es más interesante: de estos 5 millones, unos 50.000 estarían en condiciones de comunicarse, incluso abordando la difícil tarea -al menos para nosotros- de atravesar las planicies cósmicas.


Científicos y OVNIs
Desde el nacimiento de la era moderna del fenómeno de los "No Identificados", en 1947 con el avistamiento del piloto de avioneta Keneth Arnold de una serie de "platos voladores" sobre el monte Rainier-para algunos de aviones Stheait norteamericanos, ultrasecretos en aquel tiempo y con forma de alas volantes-, la crítica que determinados sectores de la anticiencia han aplicado para explicar tantos y tantos avistamientos en cualquiera de sus categorías -primero, segundo y tercer tipo- es que los testigos siempre han sido de poco nivel, incapaces de distinguir fenómenos astronómicos catalogados de lo que no lo son, por poner un solo ejemplo.
Pues bien, ya no es así, tal y como hemos podido ver en los dos últimos años -ver ENIGMAS 200-.Y eso es algo que a muchas personas les hace sospechar de dicha actitud; una actitud de sorprendente aperturismo por parte de la ortodoxia científica a la hora de hablar de estos asuntos tan controvertidos, y que hasta hace muy poco tiempo eran o un tabú, o cuestión de alucinados. Y es que el primero en romper el melón ha sido una auténtica eminencia. Hace un año el físico Stephen Hawking daba un paso insospechado afirmando que los ex-traterrestres podrían ser hostiles, al punto de que el ser humano debería en la medida de lo posible evitar el contacto con ellos. De hecho aseguraba, textualmente, que "para mi cerebro matemático, los meros números hacen que pensar sobre extraterrestres sea perfectamente racional. El verdadero desafío es averiguar cómo pueden ser de verdad". Y añadía que "si nos visitaran, los resultados serían como cuando Colón llegó a América, algo que no salió bien para los nativos americanos".
Pero vamos más allá. Meses atrás el prestigioso físico Paul Davies, de la Universidad Estatal de Arizona, y Dirk Schulze-Makuch, de la Universidad de Washington, aseguraron que "ios extra-terrestres podrían haberdejado en nuestro ADN un mensaje codificado, para que una vez que contemos con la tecnología necesaria seamos capaces de decodificarlo y conocer este mensaje".


Por otro lado, Lord Martin Rees, presidente de la Royal Society y astrónomo de la reina de Inglaterra, aseguró en fechas recientes que la existencia de vida extraterrestre puede estar más allá de la comprensión humana. Literalmente "podrían estar mirándonos a la cara y simplemente no reconocerlos. El problema es que estamos buscando algo muy parecido a nosotros, asumiendo que al menos tienen algo así como la misma matemática y tecnología". Y añadió que "sospecho que puede haber vida e inteligencia en formas que no podemos concebir. Al igual que un chimpancé no puede entender la teoría cuántica, podría estar allí como aspectos de la realidad que están más allá de la capacidad de nuestro cerebro".

Y los exoplanetas...
Esa y no otra es la última frontera de la ciencia, porque ahora estamos preparados, no para llegar físicamente pero sí a través de los extraordinarios telescopios que nos abren una pequeña ventana a través de la cual mirar a las inmensidades del Universo.
Baste decir que en los últimos dos años estamos asistiendo al descubrimiento de múltiples exoplanetas con posibilidad de albergar vida, lo que ha hecho que la comunidad científica, reticente a la hora de hablar de "otros mundos habitados", esté empezando a valorarla posibilidad de un contacto que no se reduzca a una cuestión de amebas o microorganismos. Así las cosas, el 30 de septiembre de 2010, los medios de comunicación de todo el planeta daban la fantástica noticia. El periódico español El Mundo lo hacía así: "Un equipo de astrónomos de la Institución Carnegie y la Universidad de California ha descubierto un nuevo planeta fuera del Sistema Solar que tiene un tamaño similar a la Tierra y que se encuentra en una zona que podría ser habitable. Se trata del Gliese 581g, y está a unos 20 años luz, según se publica en la revista Astrophysical Journal.
El Gliese 581g, según los astrónomos, se encuentra a una distancia de su estrella que le permite tener una temperatura adecuada para que haya agua líquida en su superficie, o a escasa profundidad.
Entre sus características, destacan que su temperatura está entre menos 31° y menos 12° centígrados, tiene gravedad, su periodo orbital es de poco más de 36 días, su masa es entre 3,1 y 4,3 masas terrestres y, además, la atracción de la estrella Gliese 581 hace que siempre tenga una cara con luz y otra oscura y fría. Por ello, apuntan que el área más probable de tener vida sería la que se encuentra más cerca del límite entre el día y la noche.
Con este, ya son seis los planetas que se mueven, con órbitas casi circulares, en torno a esta estrella -una enana roja- y de ellos tres son 'supertierras', es decir, similares al nuestro, aunque solo el 'g' podría tener organismos vivos, gracias a su situación. El trabajo apunta que en la Vía Láctea podría haber muchos más planetas habitables de lo que se piensa.
Para detectar el exoplaneta los científicos utilizaron la técnica de la velocidad radial de la estrella, que consiste en detectar pequeños movimientos en la estrella causados por la gravedad de los planetas. Se sirvieron del instrumento HIRE del Observatorio Keck de Hawai, donde recogieron datos durante 11 años. La precisión del HIRES es de 1,6 metros por segundo.
Desde 1995, los astrónomos han detectado 490 planetas fuera del Sistema Solar. La mayoría son muy grandes y muy calientes, dado que se encuentran demasiado cerca de sus estrellas, por lo que no se consideran habitables.
Sin embargo, con las mejoras en los instrumentos y los telescopios, se están empezando a encontrar planetas más pequeños y más alejados de sus fuentes de energía. Y se está detectando que planetas similares al nuestro podrían abundar en el Universo".
Y la cosa no quedaba ahí. Poco después, el Premio Nobel de Física 2004, el estadounidense Frank Wilczek, se mostraba "convencido de la existencia de vida extraterrestre, 'probablemente', incluso en nuestro mismo sistema solar.
Sea como fuere, tales hallazgos, y los que están por venir, han hecho que un pequeño grupo de estudiosos haya mirado hacia atrás, al tiempo de los antiguos dioses, para intentar "leer" de otra manera los mitos de pueblos muy avanzados para su tiempo, que tenían en esas mismas estrellas el referente hacia el que mirar, porque allí habitaban sus dioses, esos mismos que, en contadas ocasiones, los visitaban...
En Mali, donde hoy día hablan las armas, se encuentra uno de los pueblos más fascinantes del pasado. Son los dogón, custodios de una tradición aparentemente milenaria, cuyos conocimientos nos obligan a plantearnos muchas cosas..





Mancel Griaule frunció el ceño. El informe que unos días antes alguien había dejado sobre la mesa de su despacho le llamó poderosamente la atención, pero más aún el hecho de que dicho manuscrito advirtiese en las primeras líneas que los propios militares desaconsejaban viajar al país Dogón, un lugar que tachaban de dificultoso en sus accesos, y de gentes peligrosas y poco dadas a recibir con bienaventuranzas a los exploradores extranjeros. El reto fue demasiado apetecible, y el antropólogo francés, en aquel lejano año de 1930, decidió partir hacia la república de Mali, y dirigir sus pasos allí donde otros antes que él habían fracasado...

por Lorenzo Fernández Bueno y Óscar Herradón

El reciente conflicto en Mali, en el que el gobierno legítimo del país, apoyado por un contingente formado por fuerzas francesas e internacionales, lucha contra una facción de Al Qaeda, ha obligado al desplazamiento de diversos pueblos que durante milenios han permanecido herméticos, en el mismo lugar, ajenos a los tejemanejes de Occidente y anclados en unas tradiciones ancestrales que nada tienen que ver con lo que cualquiera de nosotros puede siquiera imaginarse. Uno de estos pueblos, quizá el más fascinante, y cuya supervivencia ahora corre peligro debido a las luchas de una religión que nada tiene que ver con la suya, es el de los dogón, una etnia tan aislada como inquietante que siempre se mantuvo alejada del progreso y cuyos rituales y cosmogonía despertaron la curiosidad de un aventurero francés que fue el único occidental que, en la década de los 30 del siglo pasado, obtuvo el permiso para convivir con estas enigmáticas gentes...
Su nombre era Marcel Griaule, su profesión, arqueólogo, y su objetivo: arrojar luz sobre un pueblo que permanecía aislado y era un auténtico desconocido para los europeos de principios del siglo XX. Un pueblo con secretos y un aparente conocimiento de las estrellas que dejaría estupefacto a muchos academicistas occidentales y será motivo de controversia hasta hoy mismo. ¿Qué sabían los Dogón? ¿Se adelantaron en sus observaciones a los astrónomos? ¿Cuál era la finalidad de sus extraños rituales...?
Hoy, cuando sobre el pueblo dogón, que tantos años ha salvaguardado su identidad, se cierne la amenaza de la guerra, es necesario regresar allí, traer de nuevo sus creencias a ese hombre prepotente y "moderno" que cree saber todo de lo que le rodea, nosotros, vanidosos occidentales, para hacernos ver que en la antigüedad no solo los egipcios, los griegos o los mayas poseían conocimientos que hacen tambalearse los cimientos de la historia, sino otros pueblos mucho más discretos, mucho más apartados de lo que consideramos civilización, sea ancestral o moderna.
Pero, regresando a Griaule, gracias al que conocemos más profundamente a este pueblo, ¿cómo consiguió un francés hace casi un siglo adentrarse y convivir con unos individuos que eran temidos por el hombre blanco?
Lo logró, y no solo eso: pasó con los miembros de la misteriosa etnia más de una década, aprendiendo sus conocimientos, escuchando durante las largas noches sin Luna los secretos que se encerraban en las entrañas de su tradición oral, ya que era de esta forma como pasaban de una a otra generación los saberes de los antepasados.


Marcel murió arropado por los indígenas, y como uno mas fue agasajado durante sus funerales, siguiendo los estrictos protocolos dogón: cuando uno de sus miembros fallecía rompían su azada, símbolo de la riqueza y el bienestar que le daba el trabajo en el campo. Marcel jamás usó una azada, por lo que los nativos, observando que pasaba largas horas dado al ejercicio de la escritura, antes de enterrarlo cogieron su inseparable lápiz, y entonando antiquísimos cantos en esta tierra consagrada, lo partieron por la mitad para homenajear al amigo que viajaba al más allá...
Como ocurre con otros pueblos que aglutinan en su pasado argumentos más o menos enigmáticos, los dogón, cuya procedencia no está muy clara, decidieron asentarse en el altiplano de Bandiagara, colgando en ocasiones sus poblados de los grandes precipicios que se abren en esta falla africana. Su aislamiento desde el siglo XII hasta bien entrado el XX fue casi total, por lo que, a la llegada de los primeros exploradores, las tradiciones dogón permanecían intactas desde hacía ochocientos años, con la riqueza, magia y conocimiento que se fundía en ellas.
Hoy, sus algo más de medio millón de habitantes reciben al extranjero con entusiasmo. Son muchos los que ven en esos viajeros de "rostro pálido" la garantía de un futuro mejor. El trabajo en el campo en esta difícil geografía, unido a un clima que cada año acosa con más inmisericordia, están convenciendo a las nuevas generaciones de que con el turismo la calidad de vida mejora ostensiblemente... Pero, ¿porqué se desplazaron hasta esta tierra tan accidentada geológicamente hablando? Los cronistas aseguran que fue para preservar su cultura, su forma de vida, ante el implacable avance de las hordas musulmanas que, mientras pudieron, esquilmaron su población, secuestrando a miles de jóvenes para que trabajaran como esclavos en la construcción de las grandes ciudades del norte tíe África.
Aquello que se veía como el comienzo de una etapa de incierta tranquilidad confirmó los peores augurios, ya que en esa tierra entre montañas habitaba otro de los pueblos más fieros y bravos que ha conocido el continente: los pigmeos, quienes vivían en las cuevas que aparecían literalmente colgadas de las montañas, con los que mantuvieron sangrientas disputas, hasta que estos fueron expulsados de los barrancos infinitos de Bandiagara, bien entrado el siglo XVI.
Sin más trabas que las propias, los dogón siguieron con sus ritos animistas, en los que se veneraba a un extraño ser llamado Nummo, y donde la estrella Sirio -como ocurriera con el pueblo egipcio y Orion- jugaba un papel trascendental, hasta el punto de que su cosmogonía giraba en torno a ella, denotando un conocimiento astronómico que ha despertado no pocas polémicas...


Ogotemmêli, el sabio cazador
El primero que habló de ello, con cierta vehemencia, fue Marcel Griaule. El resumen de sus vivencias con estas tribus, durante los quince años que estuvo en esta región de África, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, fueron recogidas en un interesante libro, Dios tíe Agua, en el que Marcel plasmó las conversaciones que mantuvo con el sabio, ciego y cazador, Ogotemméli. Gracias a este anciano dogón -y a los escritos del antropólogo francés-, la comunidad Internacional supo de la existencia de un pueblo aislado por convicción propia, üaDlianies de una tierra que les acercaba por sus altas escarpaduras a ese cielo que representaron con tal criterio que sorprende y entusiasma a partes iguales; porque hasta entonces eran vistos como un pueblo de hombres atrasados y, sobre todo, de gran agresividad.
El citado Ogotemméli se encargó de limpiar esa imagen, abriendo al francés un baúl de secretos que llevaba cerrado desde tiempos ancestrales. Fue entonces, en las horas en que el fuego de la lumbre creaba fantasmagóricas siluetas a su alrededor, cuando el viejo sabio le habló de historias nunca antes contadas a un occidental.
La mitología dogón afirmaba que al principio de los tiempos el creador, el dios Anima, creó la bóveda celeste y las estrellas que en ella se veían cada noche arrojando varias bolas de barro que previamente había modelado. Después, siguiendo el mismo método, dio vida a dos pares de mellizos hermafroditas; a los primeros los llamó Nummo, y a los otros dos Ogo y Nommo, oquellos que habrían de llevar la discordia allí donde fueren.
Sin embargo, sus malas intenciones no llegaron lejos, porque Amma, viendo la conducta de sus pupilos, decidió sacrificar a Nommo para que con su sangre se reparasen los daños causados por su hermano que, dicho sea de paso, sincretiza con el Lucifer cristiano.
De este modo, en esa tierra primigenia surgieron los ríos, y por lo tanto la aridez de los eriales creada por Ogo se transformó en un campo fértil y paradisíaco. En esa tierra se asentaron los hijos de los Nummo, ocho elegidos, de pequeños convertidos en seres divinos tras ser enviados a las estrellas, a la casa de los dioses. Como no estaban dispuestos a acatar las órdenes de los gemelos decidieron marchar, convirtiéndose en los antepasados directos de los dogón.
Esa dualidad que se aprecia en la creación mitológica de este pueblo, es precisamente la que les ha hecho garantes de algunos de los misterios más desestabilizadores de la historia, a decir de muchos estudiosos. Porque fue precisamente Ogotemméli quien desvelaría a Marcel que su pueblo, desde antiguo conocía la presencia de Sirio en los cielos, a la que llamaban Sigu Tolo, "hogar de sus dioses". Hasta aquí todo normal. La situación se complicó cuando el sabio continuó con su narración, asegurando que tiempo después -lo que obligaría a remontarse en la escala temporal del pueblo nada menos que cinco milenios-, uno de los Nummo regresó a la Tierra, asegurando que procedía de otra estrella conocida como Po Tolo, que además era más pequeña y giraba alrededor de Sigu Tolo, empleando en realizar la órbita completa medio siglo... Llegados a este punto, desviemos nuestra mirada por un momento hacia uno de los grandes hombres de la ciencia del siglo XIX: Alvan Graham Clark.



Rituales ancestrales del pueblo dogón
El ritual religioso de los dogón es desempeñado por una casta de magos, que vive separada de la población y tienen gran poder, los únicos que pueder ejercer ciertos ritos y conocen el idioma secreto.
La religión de los dogón, como hemos visto, se basa en el culto a la divinidad y a los difuntos. El culto a los difuntos es el que goza de más relevancia y está fuertemente vinculado al manejo de las máscaras que caracterizan a este pueblo africano. Según su creencia, el alma del difunto penetra en el mundo de las sombras, pero es preciso romper los lazos que los muertos mantienen con el mundo de los vivos y aplacarlos, para evitar que causen graves problemas a la comunidad. Para ello precisamen te existen las máscaras, que se usan en las danzas. El bailarín dogón, que lleva una máscara sagrada, pretende ponerse en contacto con el espíritu de los muertos, y creen que su danza produce la fertilidad y la lluvia. Las máscaras, impresionantes, son muy variadas: unas simbolizan espíritus y demonios y otras representan animales, según la creencia de que los espíritus de los difuntos se asimilan precisamente a formas animales. Otras representan tipos sociales, como el viejo o la vieja, el cazador o el mago.
Cada comunidad tiene su agrupación de danzas a la que ingresan todos los jóvenes de determinada edad. Las máscaras son adornadas con signos simbólicos de color rojo, blanco y negro.


Un sistema de tres estrellas
Este óptico estadounidense dedicaba su vida a la construcción de grandes telescopios, y fue a la finalización de su proyecto más ambicioso, un aparato con una lente de cuarenta y siete centímetros para la Universidad de Mississippi, cuando pasó a la historia. Y es que aquel año de 1962, cuando Clark probaba el artilugio apuntando a la estrella Sirio, descubrió que junto a esta aparecía otra más pequeña, una enana blanca situada a 8,7 años luz de laTierra, que por vez primera mostraba su arcano esplendor. La bautizaron como Sirio B, "el lugar de donde procedían los dioses do-gón", según pensaron los antropólogos que se patearon África pocas décadas más tarde. Pero ahí no quedó el asunto; cuando Nummo hizo su última visita también apuntó que alrededor de Po Tolo or-bitaba otra pequeña estrella llamada Emme Ya. El escepticismo se convirtió en estupor cuando en 1995, disponiendo de observatorios astronómicos capaces de llegar hasta las profundidades del universo conocido, los investigadores franceses Daniel Benesty Jean-Louis Duvent afirmaron haber hallado una tercera estrella, probablemente una enana roja, que giraba alrededor de Sirio B, y que bautizaron como Sirio C. Así lo recordaban Manuel J. Delgado y Javier Sierra en la revista Año/Cero:

"Benest y Duvent hacían público hace escasas semanas el resultado de sus últimas investigaciones en torno a la estrella, la más brillante del firmamento y ubicada a unos 8,7 años luz de la Tierra. Según sus conclusiones Sirio es, en verdad, un sistema estelar formado por tres estrellas y no por dos, como desde mediados del siglo pasado asegura nuestra astronomía; y lo pudieron averiguar al estudiar con detenimiento las variaciones en la órbita del sistema de Sirio desde 1862 hasta nuestros días, lo que les llevó a pensar que un tercer cuerpo estelar estaba influyendo en su recorrido. Benest y Duvent dedujeron, además, que la nueva Sirio C es una enana roja, una clase de estrella quinientas veces menos masiva que el Sol y muy poco brillante, para cuyo descubrimiento óptico -que todavía no se ha confirmado- será necesario usar los más potentes telescopios.
Pero lo que realmente nos sobrecogió de la noticia fue que la conclusión a la que han llegado estos dos investigadores galos recientemente, era ya de sobra conocida por algunos de los pueblos más antiguos de África, como el egipcio y el dogón. Estos últimos, que actualmente viven en la planicie de Bandiagara, en las montañas Hambori de Mali, veneran desde tiempos inmemoriales a la estrella Sirio a la que parecen conocer con sumo detalle.
Otro extremo a tener en cuenta es que más de un siglo después los astrónomos determinaron que Sirio B tardaba 50,4 años en dar una vuelta completa a la estrella mayor.
A Marcel Griaule no le faltaron detractores, como el antropólogo inglés Jack Goody, quien comentando la obra del antropólogo francés Dios de agua, aseguró que su trabajo consistió en hacerse traer un viejo dogón hasta su campamento y comunicarse con él a través de un traductor que, de hecho, era un suboficial de las fuerzas coloniales. Era una situación totalmente artificial. Y en lugar de efectuar observación alguna in situ, se li-
mitó a plantear una serie de preguntas orientadas. Por tanto, en ciertos casos no puede precederse de otro modo que preguntando. Pero la totalidad del "mito dogón" es una mera reconstrucción a través de dos personas sentadas frente a frente, la construcción de un etnólogo que plantea cuestiones a su interlocutor por intermedio de un intérprete antes de haber extraído una composición de lugar global".

Sea como fuere, en sus tradiciones orales, en los libros de Marcel o en las pinturas del arte rupestre de Songo, pueden observarse lo que unos y otros, antropólogos, investigadores, astrónomos y etnólogos, han descrito como uno de los grandes enigmas de la historia; lo que constituye la mayor aportación del pasado al estudio de la astronomía de un tiempo en el que no se podía tener tamaña certeza de lo que había allende las vastas soledades estelares; el lugar donde los antiguos dogón situaron la morada de sus dioses.


Si la estrella Sirio fue fundamental para el pueblo dogón, que basó en su interpretación parte de su cosmogonía, lo mismo le sucedió a la antigua civilización egipcia con Orion. A mediados de la década de los noventa, los investigadores Robert Bauval y Adrián Gilbert esgrimían en su ensayo El misterio de Orion. Descubriendo los secretos de las pirámides, que las gigantescas construcciones de Gizeh representaban la imagen del cinturón de Orion en la superficie terrestre según los conocimientos que habrían poseído algunos astrónomos egipcios y que habrían aplicado al diseño y emplazamiento de las pirámides. Así, los autores consideraban estas construcciones como enormes tumbas orientadas hacia las estrellas, hacia los dioses de los antiguos egipcios, con las intención de facilitar el paso de los faraones a la vida del más allá, según las creencias del Antiguo Egipto; teoría heterodoxa que ha levantado gran controversia como también lo hicieran las afirmaciones de Marcel Griaule y los dogón muchas décadas antes.
Para los citados autores, las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos, de la IV Dinastía, están alineadas con gran exactitud con el denominado Cinturón de Orion, siendo así una representación de sus estrellas en la Tierra. No obstante, las tres estrellas de Orion forman un ángulo que difiere unos pocos grados con el que forman las pirámides en la actualidad. Aunque en la antigüedad sí que estuvieron alineadas exactamente, al menos según los cálculos de Bauval y que recopiló en su famoso libro.


No solo estas pirámides se correlacionarían con Orion, todas las demás, construidas en las dinastías posteriores, tendrían su imagen en el cielo, como la de Dahshur y la de Abusir, entre otras. Siempre siguiendo dicha teoría, que se ha encontrado con numerosos detractores del mundo de la egiptología. Al misterio de Orion hay que sumar el de la construcción de las propias pirámides, a pesar del escepticismo de un gran número de arqueólogos y científicos acerca del tema.
Muchos son los interrogantes que rodean a la edificación de la Gran Pirámide: la constante Pi de sus proporciones... sus 2.800.000 bloques, de hasta 80 toneladas cada uno, que la convierten en uno de los más colosales monumentos de la antigüedad, 27.000 de esos bloques pulidos con una precisión milimétrica... lo que apunta a una tecnología prácticamente imposible en aquellos tiempos. Y más y más preguntas: ¿Cómo transportaban los que trabajaban allí esos inmensos bloques de piedra, que pesan de 2 a 80 toneladas cada uno, desde las canteras de Aswan, que estaban situadas a unos 1.000 kilómetros de distancia? ¿Cómo cortaban los gigantescos bloques de granito, con sus simples útiles de cobre, ya que al parecer los antiguos egipcios no conocían el hierro? ¿Cómo subían a la cima de la pirámide, a 148 metros de altura, estas gigantescas piedras pulidas, cosa que hoy es prácticamente imposible...?



Numerosos enigmas que han dado pie a las teorías más disparatadas, como que las pirámides fueron construidas con tecnología proveniente de otros planetas, y otras arriesgadas pero más creíbles, sobre la posibilidad de que en el Antiguo Egipto existieran unas avanzadas técnicas que con el paso del tiempo fueron sepultadas en el olvido.
Según los datos que arroja la arqueología ortodoxa, en la construcción de la Gran Pirámide se tardaron unos 20 años con más de cien mil hombres trabajando. Siguiendo los datos arqueológicos recabados por los investigadores más heterodoxos, como Graham Hancock o Robert Bauval, con ese número de hombres y en dos décadas, trabajando constantemente, para poder terminarla en ese tiempo tendnan que haber colocado, orientado y pulido uno de esos pesados bloques cada tres minutos y sin utilizar poleas, que tampoco conocían. ¿Cómo es posible?

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