domingo, 10 de febrero de 2013

Codex Gigas, los secretos de la Biblia del Diablo

El Codex Gigas o Biblia del Diablo es famoso básicamente por dos aspectos: es considerado el manuscrito latino de Europa más grande conservado, y contiene una de las imágenes más impactantes de todo el arte medieval cristiano: un aparentemente inexplicable retrato del diablo. Sin embargo, ambos rasgos forman parte de un códice que, analizado en su conjunto puede aportamos datos fascinantes para adentramos en uno de los enigmas literarios más interesantes de la Baja Edad Media.
por Jerónimo Méndez


EI manuscrito, por su inusual tamaño y sus características, ha avivado siempre la imaginación de las gentes y se ha visto envuelto en diversas leyendas. La más famosa de estas leyendas -y que supone tal vez una variante de la popular historia de Teófilo el Penitente, base del mito de Fausto-, hace referencia al escriba que lo confeccionó como autor material: un monje del monasterio bohemio de Podlazice, cerca de Chrudim, que fue condenado a ser emparedado vivo por haber cometido un gravísimo crimen, una terrible ofensa contra su condición monacal y contra el orden divino. Así se interpreta el término inclusas que, en el calendario necrológico y santoral que constituye una de las últimas partes del códice, aparece junto al que podría ser el nombre del misterioso amanuense.
Para expiar su pecado y merecer el perdón de su comunidad y de Dios, este monje anónimo propuso al abad la labor penitencial de escribir el libro más grande del mundo en una sola noche, como medio para redimirse. Así que reunió los materiales y los enseres necesarios para tal tarea y se aisló en su celda para acometer el trabajo. Sin embargo, a las pocas horas, ante el entumecimiento persistente de sus manos y la vista cansada, se dio cuenta de que aquella era una tarea poco menos que imposible para un solo escriba y que no tendría fuerzas suficientes para acabar el libro antes del alba. Fue en aquel momento, aterrorizado y desesperado ante la imagen de la muerte esperándolo tras el canto del gallo, cuando tuvo la ocurrente idea de invocar al mismísimo diablo para que lo ayudara, con sus poderes maléficos, a acabar el manuscrito. A lo que el maligno aceptó de buena gana, a cambio, eso sí, de su alma y de un pequeño capricho: el manuscrito debía contener, en una de sus páginas, un fidedigno retrato suyo.
Ante el asombro y la sospecha de sus congéneres, el monje presento el manuscrito terminado al día siguiente y fue perdonado. Pero, en pocas semanas, el recuerdo de su pacto con el diablo, y la terrible traición religiosa y la muerte espiritual que ello conllevaba, con su alma eternamente condenada a los suplicios del infierno como consecuencia inevitable, llevó al religioso a un estado de nerviosismo y ansiedad cercano a la locura. No tuvo más remedio que encomendarse, rezo tras rezo, a la Virgen Mana, para que intercediera por él y pudiera ser perdonado de su vileza. La Virgen, finalmente, accedió a salvarlo pero, justo en el momento de recibir el perdón divino y ser absuelto de su pacto con el diablo, súbitamente, el arrepentido penitente murió.Y la risa de Satanás, claro está, retumbó desde lo más profundo del averno. Sea o no inclusas el vocablo en latín que pudiera justificar de algún modo la leyenda, lo más sorprendente es que la caligrafía del manuscrito se mantiene constante y prácticamente inalterada a lo largo de todo el texto. Y, más allá de toda lógica, un sentimiento de curiosidad y fascinación invade al investigador que se enfrenta por vez primera a la realidad del códice. Por eso, si pasamos a analizar, aunque sea brevemente, el manuscrito, tal vez podamos vislumbrar qué parte de verdad y qué parte de misterio contienen las formidables páginas de este gigas librorum.

El "A 148" y su historia
El Codex Gigas es un códice de inicios del siglo XIII -se cree que fue escrito entre 1204-1230- de origen desconocido, conformado por un total de 310 hojas de pergamino -probablemente, confeccionado con piel de becerro- cuyas páginas manuscritas en dos columnas de 106 líneas cada una, redactadas por un mismo y anónimo amanuense, presentan en la actualidad un tamaño de 89 cm de alto por 49 cm de ancho, dimensiones que, según los expertos, no son las originales, pues el códice, antes de haberse visto algo reducido en épocas posteriores, podría haber presentado un extraordinario tamaño real de 90 por 50 cm. Y un dato más: nos encontramos ante un ejemplar irrepetible de casi 75 kilos de peso.
Si bien la identidad del escriba que confeccionó el desmesurado manuscrito, y el lugar -fuera un scriptoríum concreto o una celda de reclusión- así como la manera exacta en que lo hizo, se desconocen aún hoy, una nota escrita en el primer folio de este nos anuncia que los primeros propietarios del códice fueron los monjes benedictinos de Podlazice, que se vieron obligados, por ciertas estrecheces económicas, a vender el manuscrito a los cistercienses de Sedlec. Considerado como una de las maravillas del mundo, fue adquirido por Bavo de Netin, abad de Brevnov, el monasterio más grande de Bohemia, cercano a Praga, en 1295 o un año después -ya que, si la compra fue a instancias del obispo Gregorio de Praga, como indica el manuscrito, este no fue elegido obispo hasta 1296-. Estos tres monasterios eran centros monacales de la antigua Bohemia -actual territorio histórico de la República Checa- y, aunque es cierto que el Coctex Gigas fue confeccionado en algún lugar de la dicha región de Bohemia, probablemente no fue en Podlazice, un monasterio pequeño y pobre, del que no surgieron otros manuscritos admirables. Sus verdaderos orígenes, pues, se pierden entre las nieblas del medievo centroeuropeo.
Posteriormente, el manuscrito se vio envuelto en ciertos avatares históricos. Con el estallido de las Guerras Musitas en 1420, los monjes de Brevnov se vieron obligados a evacuar el monasterio y trasladarse a la comunidad filial de Broumov, donde el "Códice Gigantesco" fue visto por M. Johannes Frauenberg de Górlitz, quien escribiría una carta desde Broumov en 1477 describiendo el manuscrito,según apuntó Joseph Dobrovskyen 1796, miembro de la Real Sociedad de Ciencias de Praga, quien realizó la primera descripción moderna del códice.
Curiosamente, durante el siglo XVI, el Coctex sirvió como álbum amicorum, una especie de libro de visitas. Varios eclesiásticos de Praga y de la vecina Silesia, así como diversas personalidades seculares, escribieron sus nombres en el manuscrito cuando visitaron el monasterio de Broumov, entre los cuales se cuenta ChristopherSchlichtig, médico del príncipe Guillermo V de Bavaria y adepto del místico y médico suizoTheophrastus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso (1493-1541).
En 1594, Rodolfo II de Hadsburgo (1552-1612), rey de Hungría y de Bohemia -y tras la muerte de su padre, archiduque de Austria y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico-, reconocido bibliófilo y amante de lo oculto, tomó el códice prestado -para no devolverlo jamás- y lo trasladó a su castillo en Praga, donde permaneció hasta que, durante la Guerra de los Treinta Años, fue apropiado y llevado a Estocolmo por el ejército sueco en 1649. Pasó entonces a formar parte de la colección de la reina Cristina de Suecia, dentro del catálogo de la biblioteca real. Se salvó de milagro de un terrible incendio en 1697 al ser lanzado por una ventana y, a pesar de los daños sufridos en la caída -amortiguada, según se cuenta, por un malogrado sueco que en aquel momento se encontraba debajo-, allí permaneció hasta 1877, cuando entró a engrosar el fondo de la nueva Biblioteca Nacional de Suecia. En 1970 viajó hasta el Metropolitan Museum de Nueva York y el 24 de septiembre de 2004 regresó a Praga para ser exhibido temporalmente en la Biblioteca Nacional Checa hasta 2008, cuando volvió a Estocolmo, donde se ha conservado hasta hoy bajo las siglas de "MS A 148".


Una Biblia inusual
El Coctex Gigas está conformado principalmente por cinco textos de gran extensión y una Biblia completa, siguiendo esta, excepto en el Libro de los Apóstoles y el Apocalipsis, la traducción latina de la Vulgata de san Jerónimo, pero en una secuencia que corresponde a la versión reorganizada que prescribió posteriormente el teólogo anglosajón Alcuino de York (735-804), mano derecha de Carlomagno -con algunas y raras modificaciones en el orden de los libros en el caso del Coctex, y el añadido del libro profético de Baruc, que sí contenía la Vulgata-. Sin embargo, los dos Testamentos que la conforman, en contra de lo habitual, aparecen separados en diferentes sitios del manuscrito, dando como resultado una lectura bíblica fraccionada y complementada al mismo tiempo por otras obras.
Así, el códice se abre con el Antiguo Testamento -folios Iv-118r-, seguido por dos trabajos de carácter historiográfico: las Antiquitates ludaicae -Antigüedades de los judíos, ff. 118r-l 78v-y De bello ludaico -La guerra de los judíos, 178v-200v-, ambos del historiador judío Flavio Josefo -del siglo I-. Después de Josefo, los folios siguientes contienen las enciclopédicas Etymologiae de Isidoro de Sevilla -siglo VI- en los folios 201r-239r, seguidas de ocho tratados médicos -los cinco primeros bajo el título de >4rs medicinae, utilizados desde el siglo XII por los alumnos de la afamada escuela de Salerno y en todo el Occidente cristiano, y los tres últimos sobre medicina práctica, escritos por el monje benedictino Constantino el Africano en la segunda mitad del siglo XI-. A continuación es cuando encontramos el Nuevo Testamento -253r-286r- y, después de ciertos textos de menor extensión y las dos imágenes que caracterizan como único el manuscrito -y que detallaremos más adelante-, el último de los textos extensos es la Chronica Boemorum de Cosmas de Prag$ (1045-1125), la primera historia conocida del reino de Bohemia -294r-304r-.
El códice constituye así un fascinante recorrido por la cultura medieval que parte de la Creación Universal como origen de la Humanidad y nos traslada, a través de distintos textos, a los hechos históricos que tuvieron que ver con la conformación del antiguo reino de Bohemia. Hay, sin embargo, en este recorrido algunas paradas obligatorias que son claves para entender-o, al menos, intentarlo- el porqué de semejante compilación.


Biblias gigantes
Aunque como caso único por su mayor tamaño, su excepcional mixtura de contenidos y sus destaca-bles ilustraciones, el Codex Gigas se enmarca dentro de la tradición de las Biblias gigantes que fueron producidas, primero desde Roma y luego en el norte de Europa, entre la segunda mitad del siglo XI y finales del XII. Se conoce la existencia de Biblias de considerables dimensiones, en un solo volumen, desde la Alta Edad Media, pero no fue hasta el siglo XI cuando el tamaño de estos manuscritos adquirió un valor simbólico. Como objetos de gran valor material, suponían la afirmación del poder y la independencia de la Iglesia ante las autoridades seculares y los papas y obispos reformistas pretendían, mediante su creación y regalo, protagonizar actos de reafirmación de la fe en tiempos históricamente revueltos.
El papel concreto que tuvieron estos manuscritos en la práctica religiosa, aún en la actualidad, no está del todo claro. Su extraordinario tamaño quizá los hizo adecuados para ser colocados en un atril para las lecturas bíblicas en el refectorio monástico durante las comidas, o en el presbiterio de la iglesia para las misas diarias. Quizá fueron usados como adjuntos a otros libros litúrgicos o, en el caso que nos ocupa, atendiendo a los diversos tratados que incluye el códice, también pudiera haber servido como volumen de consulta sobre temas históricos o medicinales. En cualquier caso, y debido a su rica y cuidada elaboración, seguramente servían como legítimos textos originales a partir de los cuales realizar otras copias manuscritas. Curiosamente, el Codex Gigas culminó esta tradición de biblias desmesuradas.



Una enigmática confesión
Además de las obras anteriormente citadas, de carácter religioso, erudito, médico e historiográfico, el códice contiene algunos textos más breves, el primero de los cuales, ubicado en el manuscrito antes de una imagen que ilustra la Jerusalén Celeste, entre los folios 286v-288v, constituye una obra sobre la penitencia y la confesión de los pecados a partir del hipotético caso de un clérigo anónimo que confiesa sus debilidades y viles deslices, tanto de pensamiento, palabra como de acción. En esta confesión podemos encontrar, en primer lugar, unas frases invocatorias iniciales, dirigidas a Dios, Cristo, los ángeles, los patriarcas de la Iglesia, los profetas, apóstoles y numerosos santos, seguidas de una larga enumeración de todas las ofensas cometidas por el pecador contra su condición clerical, así como, especialmente, contra la abstención sexual y los placeres de la carne. Seguidamente, podemos leer una detallada exposición sobre los siete pecados capitales y sus numerosas ramificaciones, según la tradición cristiana desde Gregorio el Grande.
La confesión concluye con una típica plegaria de arrepentimiento, y supone, a todas luces, el texto más significativo del códice, si pensamos en la leyenda que concierne a los orígenes del manuscrito. ¿Es esta confesión un simple manual en primera persona para religiosos potencialmente pecaminosos o supone, asimismo, la retractación de aquel monje que escribió el Codex Gigas como acto de penitencia? ¿Fue el pecado que cometió, y que le valió la condena de ser emparedado vivo, de naturaleza sexual, como parece indicar el manuscrito? Seguramente, nunca lo sabremos, pero si atendemos a los numerosos casos de incontinencia y concubinato clerical que distintas regulaciones eclesiásticas y concilios denunciaban desde los inicios del siglo XIII, quizás no sea tan descabellado especular que la indusión de esta peculiar confesión en el manuscrito obedezca también a razones relacionadas con ello.


...Y un tratado de exorcismos
El segundo de los textos menos extensos del códice se sitúa justo después del famoso retrato del diablo, posiblemente como protección o contrapunto a este, y constituye una serie de instrucciones para la expulsión de espíritus malignos y demonios causantes de enfermedades. Supone, de este modo, un breve tratado de exorcismos basado en un total de tres conjuros y dos encantamientos o fórmulas mágicas para reconstituir la salud y ahuyentar el mal -290v-291r-. El primero de estos conjuros -Contra morbum repentinum- está destinado a combatir la enfermedad súbita y el demonio que la provoca, al que dirige unas herméticas palabras iniciales, cargadas de poder divino para la mente medieval, entre las que se intercala el símbolo de la Cruz: "+ PUTON PURPURON +DIRANX + CELMAGIS + METTON + AR-DON + LARDÓN + ASSON CATULON + HEC NOMINA DABITIBIIN NOMINE PATRIS ET FIUI ET SPIRfTUS SANCTI UT DEUS OMNIPO-TENS LIBERE!" te ab isto repentino morbo, sanctus sanctus sanc-tus. agyoz agyoz K X K Pater omnipotens de celo liberet te ab isto morbo". Un conjuro que podríamos traducir como:"+ puton purpuran (...) catulon + Estos nombres yo te entrego en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para que Dios Todopoderoso te libere de esta enfermedad repentina. Santo, santo, santo (...) Que desde el cielo el Padre Todopoderoso te libere de esta enfermedad".
Los dos conjuras siguientes son contra féferes, es decir, fueron redactados para ser declamados a enfermos que padecieran algún tipo de estado febril. El primero de ellos invoca, como causantes de las calenturas y para expulsarlas del cuerpo de un fámulo Del o siervo de Dios, a las siete hermanas de Satán: llia, Restilia, Fogalia, Suffog^lia, Affrica, lonea e ígnea. En el segundo, un demonio sediento de sangre, de nombre Odino, con un total de 150 garras, es convocado e impelido a no dañar a su víctima y a "dormir como un cordero lechal".
Por otra parte, las dos fórmulas mágicas, en las que creían tanto judíos como cristianos de la época, tienen que ver con algp más material pero igualmente pernicioso, pues es el resultado de ultrajar el séptimo mandamiento: el hurto; y prescriben, así, cómo atrapar a un ladrón con la ayuda de un médium virgen o qué hacer para ver en sueños el robo tal y como sucedió en realidad. El primero de estos medievales métodos criminológicos -Experimentum in ungue puerí per quod videtur furtum- consistía, según el Coctex Gigas, en ungir las uñas del joven médium con un número determinado de gotas de aceite -una cifra de difícil intelección en el manuscrito, que pudiera interpretarse tal vez como "L D", es decir, 450- para que luego, mediante una serie de invocaciones devotas, él mismo pudiera ver la imagen del ladrón, que aparecería reflejada en el brillo aceitoso de sus uñas.

Un calendario necrológico y una regula perdida
En las últimas catorce páginas del manuscrito se encuentra el último texto breve importante que contiene el Códice Gigantesco: se trata de un calendario -305v-311r- que presenta un listado de santos y esquelas de personalidades bohemias en los días fijados para su conmemoración, precedido por una lista de nombres que probablemente pertenezcan a los miembros o benefactores de una de las comunidades monásticas donde residió el Cocfex -seguramente, Podlazice-. Estas listas de benefactores monásticos solían ser redactadas por diferentes escribas a lo largo de los años, pero en el caso del Cootex Gigas parece ser una transcripción que presenta una única y misma caligrafía.
Es en el folio 310v del Calendario, perteneciente al día 10 de noviembre, donde se halla la referencia, mediante diversas abreviaturas de uso común en los manuscritos medievales, al misterioso "Hermannus monachus inclusus", un tal Germán el monje, que ha dado tanto juego en la difusión de la leyenda que concierne al escriba condenado del manuscrito, pues el epíteto latino inclusus puede leerse como "recluido" o "enclaustrado", haciendo referencia a una celda monástica como lugar de aislamiento espiritual o penitencial, pero también como "encerrado" o "prisionero", un significado mucho más sugerente.
Pero además, según la nota sobre la cesión del códice al monasterio de Sedlec, existió otra obra que incluía el Codex en sus primeros tiempos pero cuyas páginas fueron arrancadas del manuscrito por causas desconocidas hasta la fecha: la Regula monachorum de San Benito de Nursia, que habría seguido en el códice a la crónica de Cosmas. Esta guía para la vida monástica redactada por el fundador de la Orden benedictina en el siglo VI supuso la mayor influencia en los preceptos y modus vivendi de los monjes durante todo el medievo hasta la aparición de las órdenes mendicantes. Un texto que instauraba el castigo del propio cuerpo como medida plausible ante las tentaciones de la carne; un pecado, el de la lujuria, junto al de la risa y las palabras deshonestas, que había de permanecer, según San Benito, lo más alejado posible de la paz enclaustrada de los monasterios. Y no olvidemos que el monasterio checo del cual surge el manuscrito, el de Podlazice, era un monasterio benedictino.


El autor material del manuscrito
Fuera socorrido o no por Lucifer, la identidad del escriba del Codex Gigas resulta todavía hoy un auténtico misterio. Se ha conjeturado sobre la posibilidad de que fuera un tal "Germán el monje" que aparece citado en el calendario necrológico que se encuentra al final del manuscrito junto al adjetivo latino inclusas, relacionado con la leyenda del escriba: un monje condenado a ser emparedado vivo y que, como penitencia y única posibilidad de salvación, se compromete a acabar el libro sagrado más grande del mundo en una sola noche; tarea en la que se ve asistido, finalmente, por el mismísimo diablo, que acabará cobrando su alma como pago. Pero el término inclusas o reclusus también hace referencia a un "recluso" o "enclaustrado", un monje o asceta que se aislaba en una celda por devoción religiosa y, más raramente, como forma de penitencia. Después de un período de al menos un año, este solitario religioso podía ser encerrado en su celda por un obispo, quien precintaba la puerta del aposento con su sello. En ocasiones, la puerta era tapiada y se dedicaba una misa de réquiem al recluso, simbolizando así un funeral, que sería previo a un renacer espiritual. Este ritual no era inusual entre benedictinos y cistercienses y la designación de"reciusus" es habitual en las necrologías medievales como sinónimo de ermitaño o anacoreta.
El nombre de Sobisslaus también ha sido sugerido como el nombre real del amanuense del Codex. Este nombre aparece apuntado en una plegaría a la Virgen María escrita en el margen del folio 273r. Pero dicha plegaria está redactada en una caligrafía diferente al resto y, a pesar de que está datada en el siglo XIII, fue añadida posteriormente.



El retrato del diablo
En el folio 290 del Codex Gigas aparece una imagen que debió de estremecer a aquellos que pudieron observarla en épocas pretéritas y que todavía hoy día resulta impactante para el lector actual. Centrada y ocupando casi la totalidad de la página, sobre un fondo vacío, entre dos altas columnas, una figura diabólica, con cuernos encamados y con garras de cuatro dedos levantadas hacia arriba, presenta un rostro verdoso y escamado que lanza una mirada directa desde unos ojos desorbitados y exhibe los ápices de lo que asemeja ser una lengua bermeja y viperina, únicamente ataviado con una piel de armiño -de connotaciones monárquicas- que le sirve de saya, como símbolo de su condición de Princeps Tenebrarum. Se trata, en efecto, de un inusual retrato del Rey del Mal, del mismísimo diablo. Una representación iconográfica inusual por el tipo de composición que se puede observar: una única y gran figura central, sin acompañamiento pictórico de ningún tipo, a excepción de las dos torres ya citadas, simples y que nos recuerdan que Satanás, al fin y al cabo, se encuentra confinado en el fondo del averno.


Según los especialistas, este retrato demoníaco tenía el objetivo de hacer recordar a aquél que lo contemplara la condenación del mal y del pecado. Al mismo tiempo, infundía el temor como método persuasivo contra la tentación y alejaba así a las almas virtuosas de cualquier vicio, mostrando de manera contundente cuál era el destino de los culpables: las garras y fauces de Satanás. No se incurre, de esta manera, en una descripción gráfica del infierno, con sus llamas, sus demonios y sus terribles y variopintos castigos, como sí nos encontraremos en otras obras pictóricas de los siglos bajomedievales, sino que, en este caso, en un icono como el representado se encuentra personificado todo lo que significaban la maldad y la infamia para la mente del cristiano medieval. Máxime si se trataba de un monje del siglo XIII. De hecho, en el manuscrito, este peculiar retrato confronta con otro folio donde encontramos representada la Ciudad de Dios o Jerusalén Celeste. La ubicación de ambas páginas, con sendas representaciones, por un lado, del bien más anhelado por el creyente medieval -por su eternidad- y, por el otro, de la ruindad y la angustia más aborrecidas -por lo mismo: su perpetuidad-, no es casual. Y es que las dos páginas parecen estar deliberadamente concebidas para mostrar a un mismo tiempo la recompensa de la buena vida en términos de virtud cristiana, que era obtener la entrada en la morada de Dios y, por otra parte, el resultado abominable de una dañina elección vital -el pecado, que solo puede llevar, según la religión católica, a las penas sempiternas del infierno, donde reina el Señor del Mal-. Significativo es también el orden en el que aparecen en el Codex Gigas, pues el folio representando la Jerusalén de Dios va después de la confesión anónima explicada más arriba, como si se tratara, efectivamente, de la representación pictórica del premio ejemplar que conlleva tal acto de sinceridad y contrición. Y el retrato del diablo, justo al lado de la CMtas De/, precede al breve tratado de exorcismos que presenta el códice en los folios subsiguientes como si, de alguna forma, se quisiera poner remedio o protección a la presencia demoníaca en el manuscrito.
La conocida como Ciudad de Dios aparece en el verso del folio 289 del manuscrito, a la izquierda de la efigie del maligno, representada verticalmente en diez pisos o hileras superpuestas, cada una de las cuales presenta diversos edificios, abundantes torres, y algún que otro árbol, tras sendos muros de color rojizo. Esta representación de la Jerusalén divina, que San Agustín describió en el siglo V en su extensa obra De civitate De/ contra paganos como alegoría del cristianismo, aparece construida o contenida también entre dos altos muros.


Contraria a la Civitas terrena o la Civitas Diaboli, la idea de que el Cielo pudiera ser conceptuado como ciudad hizo de esta Jerusalén símbolo de esperanza y salvación, pues la Ciudad Celestial era el lugar al que eran destinadas las almas de los buenos cristianos.
Sin embargo, pocos conocen la existencia de otro retrato en un folio anterior del manuscrito, el único de una persona en el Cocfex Gigas: en el folio 118r, junto al inicio del texto de las Antiquitates, aparece un anciano barbudo de tosca figura, vestido con una túnica y capa, cuya blanca melena aparece coronada por un sombrero acabado en punta -convención pictórica medieval para representar a los judíos-, y que ocupa aproximadamente el tercio superior del margen derecho de la página.
Aunque la imagen no presenta ninguna inscripción, el personaje en cuestión debe ser Flavio Josefo, autor del texto que aparece a la izquierda, obra que compendiaba la historia judía desde la Creación hasta la revuelta antirromana que se inició en el año 66 d.C., un texto ampliamente difundido y leído a lo largo de toda la Edad Media y que dota al Cocfex de un fuerte carácter historiográfico.




A modo de conclusión
Cuando uno acaba de repasare! códice medieval latino más grande de todos los tiempos, y contextualiza los textos y las imágenes que lo conforman, no puede evitar experimentar cierta sensación de viaje. Quizás la función real del Codex Gigas, que tanto se ha debatido los últimos años, tenga que ver con ello.Tal vez, el vínculo que une tan diferentes textos en un mismo códice y la razón que explica que la Biblia que contiene el manuscrito esté dividida en dos, tiene relación, precisamente, con esta idea de periplo. Un periplo diseñado por un monje anónimo de la primera mitad del siglo XIII, bajo circunstancias realmente desconocidas, que nos transporta a través de la historia, el conocimiento y los terrores del medievo.
Un recorrido que comienza en el Génesis, pasa portoda la historia judía, atraviesa así el AntiguoTestamento como premonición del Nuevo, recoge todo el saber y la ciencia cristianos de la época y, después del Juicio Final, acaba teniendo dos posibles metas para el hombre del medievo, residentes ambas en la inmortalidad: una excelsa y otra horriblemente pésima, como nos enseñan las dos muestras iconográficas más importantes del manuscrito. Es, pues, el Cocfex Gigas más que una simple Biblia e incluso más que una "Biblia del Diablo": es una obra sin duda pretenciosa, ya que no se puede negar en ella cierta voluntad enciclopédica. Este manuscrito gigante hace las veces de compendio que reúne el relato del pueblo judío -con navio Josefo y el Antiguo Testamento-, la historia y el saber del cristianismo -con el Nuevo Testamento y una obra como las Etimologías de san Isidoro de Sevilla-, la filosofía moral de la época -con el ejemplo de confesión y los exorcismos para la salud del alma- así como parte de la filosofía natural -reuniendo los tratados médicos citados para la salud del cuerpo-. Y no solo pretende una perspectiva universal sino también local -con la Crónica de Bohemia, el Calendario y la lista de nombres que lo precede-.
Sea como fuere, lo que este manuscrito único nos permite es adentrarnos en múltiples facetas de la Europa del siglo XIII: teología, historia, arte, medicina, magia... componen sus folios, que nos ofrecen así un testimonio irrepetible de la sabiduría y las creencias del medievo. Además, el Cocfex Giganteas es uno de esos casos que, como objeto insólito, presentan también ciertas incógnitas indescifrables, como ese secreto sin desvelar relacionado con la autoría real del manuscrito y que acaba haciéndonos, queramos o no, partícipes del misterio.

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