sábado, 9 de junio de 2012

Roger de Flor, el pirata del Temple




El ingreso en la Orden
Roger de Flor se crió junto a su hermano, un jovenzuelo ruidoso, valiente y travieso, en el puerto de Brindisi, lugar donde llegaban con cierta asiduidad naves templarías provenientes de Mesina y Apulia. Y también, en mayor cantidad, embarcaciones hospitalarias -según parece, la flota de la Orden del Hospital era más poderosa que la del Temple-. Una vez llegadas al puerto de Brindisi, las naves cargaban allí vino y otras mercancías, calafateaban sus naves o, en algunas ocasiones, simplemente hibernaban. Y era precisamente cerca de este puerto donde la madre de Roger de Flor tenía una popular taberna. Un día, teniendo él apenas diez años -se dice que, concretamente, tenía sólo ocho-, el muchacho conoce a un veterano y rudo marino, sargento mayor templario, de nombre Vasall, muy posiblemente mar-sellés, que tiene a su cargo una pequeña nave del Temple. El monje-soldado se fija en la agilidad, casi simiesca, según Muntaner, y la vitalidad del chico, y tras hacerle algunas pruebas de habilidad marinera y hablar con su madre, le ofrece llevárselo en su embarcación para enseñarle lo necesario e ingresar más tarde en la Orden. La madre, al parecer, acepta encantada.
Parece ser que Roger de Flor entra en acción en varias ocasiones, destacando inmediatamente por su valor y arrojo, y a los 15 años ya hace funciones de segundo oficial en la nave templaría, por lo que rápidamente es ascendido a sargento y nombrado caballero. Debido a sus dotes de mando y su valentía, unidos a sus conocimientos marineros, la Orden le entrega una embarcación de guerra, una galera, que al parecer fue comprada a los genoveses y que es bautizada como "El Halcón" -La Falcone- en honor a la profesión de su difunto padre. Durante algunos años, Roger demuestra un valor sin igual y los musulmanes le temen por ello. Por aquellos tiempos empieza a tejerse una leyenda negra, pues mientras su admirador Ramón Muntaner dice de él que "era el hombre más generoso que había conocido", y lo repartía todo, hay algunos episodios que parecen indicar otro tipo de talante en el joven caballero. Durante el sitio de Acre (1291), en que se enfrentan las tropas cristianas a los fieros y crueles mamelucos, Roger de Flor acude con sus hombres y su galeras a rescatar a un numeroso grupo de ricos comerciantes cristianos, principalmente florentinos, y varias damas. En ese momento se le entregan en custodia unos cofres llenos de riquezas para que los proteja y lleve junto a los refugiados a la fortaleza -más segura- de Chateau-Pélerin. Parece ser que por motivos no muy claros una buena parte de este tesoro desapareció y no fue nunca encontrado, o al menos así lo creyeron los dirigentes del Temple. Pero hay, en este asunto, una dicotomía: mientras el cronista ampurdanés Muntaner, verdadero admirador de Roger -todo hay que decirlo-, dice en su crónica que hubo envidiosos que aseguraron que había escondido para su propio bien parte de un gran tesoro, otros cronistas e historiadores creen que fue real el robo por parte del capitán templario. Incluso hay una tercera hipótesis, defendida por Demurger y DelVal, que asegura que lo que ocurrió realmente es que Roger cobró a los refugiados un pasaje mucho más elevado de lo normal en estos casos -aunque nos parezca sorprendente que se pueda cobrar por salvar la vida a otras personas, mucho más entre cristianos-, y la diferencia entre el precio legal y lo que cobró en realidad fue a parar a las arcas privadas de Roger de Flor para no ser jamás entregado a la Orden. Realmente nunca se pudo comprobar fehacientemente el delito y las diferentes teorías entre defensores y enemigos del marino templario. Aún en la actualidad, en alguna ocasión, simples enfrentamientos entre nacionalismos -catalanes por un lado, franceses por otro- siguen haciendo correr ríos de tinta a este respecto.


De Flor cae en desgracia
Fuera real o no el robo o la estafa por parte del joven capitán, tras la caída de Tolemaida, el gran maestre del Temple, Molay, ordenó que se confiscara a Roger todo lo que poseyese, que fuera prendido y seguidamente encarcelado.
El ex capitán templario, conocedor de lo que le sucedía a los caballeros que eran descubiertos como ladrones de los bienes custodiados por el Temple, decidió escapar nada más llegar al puerto de Marsella, y desde allí huyó a la cosmopolita ciudad de Genova, verdadero emporio de aventureros, comerciantes y "buscavidas", donde después de conocer a un tal Tisí -o Tisio- de Oria y sus hombres, armó una nave de nombre "La Olivetta", y tras ofrecer su embarcación y sus servicios de armas al duque de Catania -quien al parecer lo despachó de mala manera-, se dedicó al corso. Llegados a este punto debemos preguntarnos con qué dinero pudo armar dicha embarcación. ¿Un préstamo?, ¿terceras personas?, ¿el supuesto dinero robado en el rescate de Acre?; hay diversas versiones al respecto, dependiendo del autor. Lo que sí parece ser real es que se dedicó a atacar barcos mercantes, sin mirar su procedencia. Por lo tanto, puede afirmarse que se dedicó a la piratería. Algunos autores calculan que fueron más de treinta navios de diferentes modelos los que cayeron bajo los abordajes del ex templario. Quedaron testimonios de alguna nave barcelonesa apresada por Roger, y encontrada ocho meses más tarde desarbolada.


Por aquel entonces, el ex capitán templario entró en contacto con catalanes y aragoneses. Aprendió a hablar sus lenguas con suma facilidad y se enroló en las tropas del rey aragonés Fadrique II de Sicilia, hijo del monarca de Aragón Pedro III. Al poco tiempo, fue ascendido a comandante de las tropas catalano-aragonesas conocidas como almogávares, o "Compañía Catalana" y que, al ya mítico grito de "¡ ¡Desperta ferro!!", llenan de temor y muerte los campos de batalla. Gracias a su valor e inteligencia, Roger de Flor logró conquistar gran parte del Mediterráneo y tierras griegas. Como bien nos dice el historiador José María Moreno, siente verdadero temor a ser devuelto a la Orden y ser juzgado por sus ex hermanos templarios, lo que posiblemente hubiera supuesto su muerte.

La muerte de un valiente
Sobre su vida y proezas al mando de los valientes almogávares no vamos a adentrarnos, ya que no es labor de este libro; pero hay algo que debemos resaltar al hablar de este hombre y es que, asesinado a traición a los 45 años -otros dicen que sólo tenía 37, ya que no es totalmente segura la fecha de su nacimiento-, pasó a la historia como uno de los líderes más valerosos de la Baja Edad Media. Así lo recoge la pluma de los historiadores Muntaner y Desclot: "Jamás faltó a su palabra, lo que era reconocido incluso por sus enemigos", para seguidamente afirmar: "Era propenso a la crueldad, la violencia y la codicia".
Ante estos atributos morales de Roger de Flor, vemos algo que parece ser que fue muy frecuente entre los dirigentes templarios: valor demostrado sobradamente en el campo de batalla y palabra cumplida son el lado positivo; crueldad, violencia y codicia son su vertiente negativa.


¿Robó en realidad una parte de las riquezas durante el sitio de Acre? No creemos que llegue a saberse jamás, pero la duda seguirá siendo un interrogante más en la siempre controvertida historia de los templarios y en el halo de leyenda que rodea al gran héroe que fue a la vez templario, corsario y jefe indiscutible de los temidos y belicosos almogávares, y del que sólo nos quedan crónicas subjetivas, siendo posiblemente la más importante, la de su ferviente admirador Ramón Muntaner, nacido muy cerca de la encomienda templaría de Castelló d'Empúries, concretamente en un caserón fortificado de Perelada, donde en tiempos del padre del cronista, había residido durante algún tiempo el rey Jaime I.

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