miércoles, 20 de junio de 2012

Falos y falacias



Oculto bajo la ropa interior, como avergonzado entre las dos piernas y el vello púbico, el pene parece insignificante cuando no se encuentra en uso o en estado de erección. Tampoco parece demasiado interesante cuando sirve como medio para realizar una de las funciones excretorias básicas: orinar. Sin embargo, este órgano formado de tejido esponjoso y ricamente vascularizado cobra un carácter distinto cuando sabemos que sirve para permitir la fecundación -y la propagación del género humano- y para experimentar (en el caso del dueño) y procurar (en el de su pareja) diferentes tipos de placer. Para los sexólogos Esben Esther Pirelli Benestad, Ragnhild Dahl Keller, Geneviéve Fonteneau Hardeberg y Einar Aakvág, autores del Atlas del pene, éste es "una fuente de felicidad y masculinidad, caprichoso y difícil de entender, pero, a la vez, accesible para su propietario o un tercero, puesto que sale fuera del cuerpo".
Los fisiólogos y especialistas en teoría de la evolución aclaran que el hecho de hallarse fuera del cuerpo se relaciona con la temperatura más baja que se requiere para la producción y conservación de los espermatozoides, las células reproductivas que expulsa durante la eyaculación, en el momento del orgasmo. También nos explican que el placer que culmina con éste existe como un aliciente para perpetuar a la especie humana. Por otra parte, por medio de estudios arqueológicos y anatómicos sabemos que este miembro no ha presentado mayores variaciones desde la aparición del hombre: signo siendo igual y lo seguimos usando para lo mismo. En contraste, su papel simbólico y cultural ha variado enormemente a lo largo del tiempo, de acuerdo con las diversas sociedades y sus épocas que lo han convertido en mucho más que un mero atributo físico.


Símbolo occidental
En las culturas de la antigüedad, el falo ya se reconocía como un símbolo de fertilidad y fuerza vital. Las primeras muestras de esa visión datan del Neolítico, y la representación más antigua que se conserva es el falo Hohle, un modelo realista de 20 cm de largo y 3 de diámetro, hallado en una caverna de la región de la cordillera Jura, Alemania, cuya antigüedad se estima en 28.000 años, y es un interesante equivalente masculino de las Venus primitivas. En una etapa muy posterior lo encontramos como un elemento importante de la antigua religión egipcia y el culto a Osiris, el señor del más allá y la muerte, y en los frisos de templos y tumbas vemos desfilar a diversos personajes con bien definidas erecciones, atributo por el que se les llama figuras itifálicas. En la Grecia antigua el falo se relacionaba con el dios Hermes, que servía de mensajero entre los dioses y los seres humanos. Como parte de su culto se elaboraban tallas en piedra con forma fálica empleadas como amuletos protectores, se creaban conjuntos de elevadas columnas con figura de pene y se le ofrendaban bebidas, símbolo del esperma considerado fuente de poder universal. Los autores del Atlas del pene refieren que esa visión prevalece en las culturas primitivas de nuestro tiempo. En la tribu Sambia, de Nueva Guinea, es común una práctica religiosa en que los jóvenes realizan una felación a los miembros de mayor edad para deglutir su semen y 'cargarse' del poder de las generaciones anteriores.
En la mitología griega también había un dios menor exclusivamente fálico, Príapo, hijo de Dioniso, asociado a la fertilidad de las plantas y los animales de la vida agrícola. Era común representarlo con un falo siempre erecto (de donde procede el priapismo) y se le dedicaron santuarios especiales en distintos puntos de Grecia, como el Monte Helicón, en la actual región de Tespia. Se vinculó, además, con los cultos de los dioses Orfeo y Dionisos. Aunque los romanos se opusieron al culto fálico era común que usaran su figura en amuletos contra el mal de ojo, y en las ruinas de Pompeya, la ciudad destruida por la erupción del volcán Vesubio, se preservan representaciones de éste en pinturas y esculturas.


ídolo en otras latitudes
Las culturas y religiones orientales no fueron ajenas a un proceso semejante y adoraron al lingam, nombre sánscrito dado al órgano sexual masculino que en la religión hinduista simboliza el culto al dios Shiva, la figura suprema de esas creencias. Los primeros ejemplares de las representaciones de éste se remontan a la llamada Civilización del Valle del Indo, la cultura establecida en las cercanías del río del mismo nombre hace unos 15.000 años. Hasta la fecha, cerca de Katmandú, capital de Nepal, se mantiene el culto fálico de Shiva. En la zona de Pashupati hay un santuario con miles de representaciones del pene muy concurrido a lo largo del año, al que acuden los adolescentes al momento de iniciar su vida sexual en busca de placenteros augurios. Por lo demás, el talo es un elemento central en el arte erótico de la India, incluso visible en los templos eróticos de Khajuraho.
En el Oriente otro importante centro de culto fálico fue Japón a través de templos, símbolos, festivales y rituales. Los templos, establecidos alrededor del año 250 a .C, se conocían como miya, eran de diversos tamaños y disponían de sacerdotes residentes. A la fecha en el Museo Walker de la Universidad de Chicago se conservan símbolos fálicos japoneses de distintas épocas, recuperados de templos y burdeles, hechos de arcilla, piedra volcánica y madera, y hay además diversos amuletos de forma fálica. En su libro Phaüicism injap^n el investigador Edmund Buckley explica que el culto fálico se asoció al sintoísmo, en el que persiste hasta hoy en ceremonias, como el vistoso festival Hounen.
El panorama de los cultos fálicos en las culturas no occidentales se completa con los que han desarrollado tradicionalmente las culturas del Pacífico, muchos de ellos prevalecientes en nuestros días y también las religiones africanas que, por ejemplo, practican la circuncisión en el contexto de rituales propios e independientes de las religiones judía y cristiana. Lo que resulta evidente en este rápido repaso a los cultos fálicos en el mundo antiguo es que se le asociaron las ideas de poder, fuerza y virilidad, vínculo que explica parcialmente el temor a la castración, a las dificultades de erección y la impotencia.


El falo se cristianiza
La religión judía, de la que se derivaron la Católica y el Islam, surgió como un afán de superar los cultos anteriores que asociaban la naturaleza a las numerosas figuras del politeísmo. El judaismo se constituyó como la primera gran religión centrada alrededor de un dios único. En un pasaje del Antiguo Testamento (Malaquías 2:10) se condena a quienes celebran un culto fálico y "rompen la verdadera fe" honrando a ese dios tieso y vertical.
Sin embargo, es curioso que en contraste el pene sea un elemento central de la religión judía: la circuncisión sirve para sellar el pacto entre el patriarca Abraham y el mismísimo Dios Padre, quien le dio instrucciones muy claras: "Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros" Hoy día, entre controversias médicas sobre sus dudosos beneficios la circuncisión es el rito relacionado con el pene más extendido en el mundo.
Cuando apareció la religión cristiana y se fue consolidando la Iglesia, uno de sus grandes objetivos fue desterrar a los cultos paganos, entre ellos el fálico. Por otra parte, el cristianismo se estableció como una doctrina en contra de los placeres sensuales en la Tierra y a favor de los goces espirituales en el futuro del cielo. Este modelo se fue imponiendo en Europa y en los territorios descubiertos y colonizados después como ocurrió con América, donde por cierto no hubo cultos falicos tan significativos -y gráficos- como los de Europa, Oriente, África y Pacífico, aunque se especula, por ejemplo, sobre la posibilidad de que haya existido un culto fálico asociado a Quetzalcóatl-Kukulcán en la actual península de Yucatán.
El cristianismo redujo al pene a un estatus inferior al de los otros órganos corporales en la medida en que podía ser un vehículo para el 'pecado', y limitó su uso a la micción y la reproducción. A veces lo restringió todavía más. En los primeros tiempos del cristianismo la castidad se consideró la relación ideal entre marido y mujer, y las señales de deseo manifestadas por el pene debían evitarse a toda costa. De allí surgió la moderna idea del celibato que deben observar los ministros religiosos.
Mientras se llevaban a cabo las Cruzadas en la Edad Media, también se libraba un genuino combate contra el falo. Se creaban leyendas de varones santos que lograban superar las tentaciones de la carne y se fantaseaba con soluciones extremas, como la castración o la amputación que, sin embargo, jamás se hicieron comunes más allá de algunos maniacos y sectas heréticas. Como una estrategia menos extrema, la iglesia Católica estableció al matrimonio como uno de los siete sacramentos de la religión limitando el uso del pene a ese contexto.
Curiosamente, el pene y sus adoradores no se rindieron con tanta facilidad. En su libro Phallophanies: La chair et ¡e sacre (2001), el investigador francés Alexandre Leupin demuestra cómo el falo siguió presente en la religión cristiana. Su fantasma es claramente perceptible en representaciones plásticas del propio Jesucristo que como hombre que fue, estuvo dotado de órganos reproductores y fue circuncidado según la tradición de su pueblo. Una de las más notorias aparece en el cuadro Lamentación sobre el Cristo muerto (1480), de Andrea Mantenga. El arte religioso fue un medio para seguir admirando el cuerpo desnudo y el falo tal como lo gozaron las religiones paganas y, por ejemplo, las creaciones del italiano Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) muestran sin problemas el pene de David y de Adán. Sin embargo, el Concilio de Trento impuso una serie de normas sobre el decoro en las representaciones plásticas de figuras y episodios religiosos, de los que se desterró la visibilidad del pene, que solamente reapareció en los grandes procesos contra las brujas, a quienes se acusaba de gozar con el "cetro del demonio".


En la modernidad
Entre los siglos XVII y XVIII una revolución intelectual ocurrida en Europa, conocida como Ilustración, promovió grandes cambios en la perspectiva sobre la naturaleza y la fisiología del organismo humano. Con todo y eso, el pene siguió siendo un tema tabú que prefería mantenerse oculto. Eso no evitaba que se le usara para gozar en prácticas sexuales semejantes a las actuales, pero mantenidas en secreto. Es muy interesante revisar las páginas de Erótica universalis, de Gilíes Néret, dedicadas al arte erótico en tiempos de la Ilustración. Todo lo que hoy vemos sobre el pene en los productos pornográficos ya está allí: consoladores, gangbangs, orgías, felaciones y acrobacias sexuales que lo tienen como protagonista.
Los estudios sobre su fisiología e importancia cultural tuvieron que esperar hasta finales del siglo XIX con los hallazgos revolucionarios de Sigmund Freud y la teoría psicoanalítica. Freud distinguió la enorme represión sexual que la religión judeocristiana había ejercido en Occidente con la neurosis consecuente, y la importancia desatendida pero permanente del pene en la conformación de nuestro psiquismo y cultura, visible en objetos cotidianos con su forma y simbolizado con diversos elementos en los sueños (¿ya leíste el artículo de portada de este número?). También acuñó la idea de la 'envidia del pene' que marcaría, según él, una ruptura radical entre hombre y mujer. Freud supuso que, al estar privada de pene, la mujer se sentía inferior e incompleta como ser humano. El predominio masculino en la cultura occidental, falocracia, podría explicarse, según él, por esa diferencia. En la segunda mitad del siglo XX, el movimiento feminista trató de contradecir esas apreciaciones exaltando el poder de la vagina; sin embargo, ésta nunca ha logrado igualar el poder simbólico y cultural del pene.
Asimismo, esa época marcó el regreso del pene como dios pagano omnipresente. La pornografía y el marketing de artículos sexuales restauraron su presunto poder mágico, ya no para la agricultura, sino para un gozo cada vez más abstracto. Mientras sus usos reproductivos se redujeron con la propagación de métodos anticonceptivos, su protagonismo cultural fue mucho mayor que en las civilizaciones antiguas gracias a los medios de comunicación. Se perfeccionaron los vibradores para imitar al órgano real en erección, se establecieron los récords de tamaño y grosor, se le dedicaron millones de escenas y acercamientos, se establecieron supuestos métodos para agrandarlo y se crearon medicamentos para restaurar y aumentar su potencia en una competencia sin fin que en el momento presente encuentra su máxima expresión en un mundo que busca ser predominantemente peneano.
Hoy día lo conocemos mejor. En su libro A Mind oflts Own: A Cultural History ofthe Penis, David M. Friedman afirma: "El pene es considerado una máquina orgánica compleja, pero que se puede conocer. El hombre es capaz no sólo de comprender la naturaleza, sino alterarla. Y la mayoría de los hombres están contentos de que sea así" Gracias a los productos de lo que Friedman llama la "industria de la erección", el hombre ha podido imponer su voluntad al miembro que antes tenía "una mente propia". ¿Cuáles serán las consecuencias de este proceso a largo plazo? El misterio y sus implicaciones sociales, económicas y antropológicas siguen aguardando entre las piernas. 



1 Irían Jaya, Indonesia
A partir del siglo XIX la moda masculina y la ropa interior han buscado cómo ocultar el pene como una convención social. Por lo contrario, en las tribus primitivas exhibirlo o llamar la atención sobre él es un modo de demostrar poder y dominio. A pesar de la influencia europea, los guerreros Mek prolongan su falo con grandes estructuras.

2 Perú y Filipinas
El pene seccionado y desecado de diversos animales se ha usado como ingrediente de mezclas y pociones con presuntas propiedades afrodisiacas. La actual medicina alternativa del Perú, por ejemplo, emplea grandes cantidades de pene de toro seco para sus fórmulas. En los mercados populares de Filipinas se venden patas y penes secos de cocodrilo que se hierven para preparar una bebida que se ingiere el 14 de febrero como estimulante del apetito sexual.

3 Phra Nang, Tailandia
Los habitantes creen que en la cueva de ese nombre vive la mismísima Phra Nang (princesa diosa). Antes de embarcarse los pescadores la visitan para pedirle buena suerte. En caso de que cumpla sus deseos le llevan como ofrendas falos elaborados a mano. Se supone que éstos penetrarán en su vientre para promover prosperidad y fertilidad.

4 Isla de Ambrym, Vanuatu
Sus habitantes circuncidan a los pequeños y les entregan su primer falocriptor (como el que porta este hombre) para confirmar su mayoría de edad. Éste y el cinturón que lo sujeta están hechos de hojas de pandan, recolectadas y teñidas por una parienta anciana del sexo femenino. El significado de este rito es investir en el novicio el poder de los ancestros masculinos.

5 Papua Nueva Guinea
Este hombre lleva una especie de cucurucho que prolonga su pene como si estuviera en erección. El aditamento, llamado koteka, puede tomar formas muy diversas en esa región y sirve para identificar a los miembros de distintas tribus. En la década de los setenta, el gobierno de Indonesia realizó sin éxito una campaña para evitar su uso. El manejo de estos 'falocriptores' (que ocultan el falo) ocurre en ciertas ceremonias, pero también tiene propósitos decorativos.

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