viernes, 1 de junio de 2012

Benarés, mandala místico



Benarés es una de las ciudades más antiguas de la India y, desde luego, la más sagrada. Desde muy antaño ha sido la cuna de la cultura mística del hinduismo y ha sido considerada como un gran foco de poder, un vórtice de energía cósmica, un vigoroso y santo microcosmos o el mismo centro del Universo. Y es que su geografía esotérica posee coordenadas especiales a lo largo de las cuales innumerables templos, templetes y santuarios están dispuestos de un modo especial para crear un núcleo de poderosas energías mágicas y místicas.
Es un enclave único. Se la ha considerado una antena que conecta con una frecuencia supra-cósmica. El mismo Benarés forma un yantra o diagrama sagrado; un mándala en el que nada ha sido librado al azar para que se convierta en un mapa espiritual y una vía hacia la infinitud. Un cosmograma, en suma, que invita e incita a conectar con algo de orden muy superior y que eleva el dintel de la conciencia y proyecta la mente humana hacia la Mente Única.
Por todo ello, desde tiempos inmemoriales hay trazados una serie de circuitos esotérico-espi-rituales que permiten al peregrino recorrer sus templos más relevantes y sus santuarios más sagrados. De este modo el viajero puede circunvalar a pie este mándala que es Benarés y conectar con sus centros de poder más significativos, auténticos "imanes" de energía cósmica.
Esta es la lectura más esotérica de una ciudad cuajada de templos y santuarios, ashrams y órdenes espirituales, en la cual los teósofos construyeron una sede y donde la gran yo-guini Ananda Ma, a la que visité antes de su muerte, tuvo su ashram.


SHIVA, CENTRO DEL UNIVERSO
Benarés es, por excelencia, la ciudad del todopoderoso y polivalente Shiva, el señor de las bestias, la deidad del yoga, el meditador que ha abierto el tercer ojo de omnipenetrante lucidez. De su cabellera surge el río más venerado, el Ganges, que se desliza paralelo a la ciudad y en cuyas escalinatas de acceso a las aguas sagradas (los ghats) se realizan todos los días abluciones y rituales.
Peregrinos de toda la India llegan a Benarés y muchos de ellos emprenden alguna de las rutas sagradas. Hay varios circuitos que el viajero puede efectuar y que son como anillos que circundan este mándala conformado por una ciudad de aire medieval visitada desde la antigüedad por numerosos buscadores en el campo espiritual. En Benarés hay un gran número de santuarios dedicados a Surya, el dios solar. Son lugares iniciáticos, esotéricamente interconectados y dispuestos para crear un especial estado de conciencia que va más allá de la mente ordinaria, regida por la dualidad o el pensamiento binario. Shiva, como señor del centro del Universo, se encuentra en el templo de Madhva-meshvara. También hay un gran número de templos en honor a su hijo Ganesha, el dios de la cabeza de elefante, que despierta en la India una compulsiva devoción entre millones de devotos.
Todos los lugares sagrados, llamados tirtha, se consideran focos de energía capaces de despertar un determinado estado de conciencia y la intuición mística. Los peregrinos invierten muchos días en cubrir algunos recorridos, que efectúan desde la periferia hacia el centro, como queriendo entrar en el mismo corazón del laberinto cosmogónico. Recorren decenas de kilómetros y realizan pujas (ceremonias sagradas) en un buen número de santuarios.


EL GANGES
La avidez religiosa del hindú es insaciable. Pero en Benarés se despliega hasta límites insospechados. El mismo río Ganges, de infectas aguas, es la arteria mística en la que bañan su cuerpo para purificar su espíritu y todo hindú tiene el anhelo de ser cremado junto a sus aguas y de que sus cenizas y restos se sumerjan en ellas. El Ganges ha sido siempre el río más sagrado, anhelado y apasionadamente venerado. Se extiende desde Gangotri a la bahía de Bengala y atraviesa ciudades tan sacrosantas como Devaprayag, Rishikesh, Hardwar, Allahabad y Benarés. Cientos de miles de personas hacen sus abluciones diariamente en estas aguas, que están tan polutas que inspiraron la célebre frase del escritor Mark Twain "Las aguas del Ganges son inofensivas porque de tan sucias que están ni las amebas pueden sobrevivir en ellas". Pero este río, sobre todo a su paso por Benarés, ha levantado pasiones insuperables, hasta tal grado que un monarca se ahogó intencionadamente en el mismo (suicidio místico) y que el emperador Akbar solo bebía agua de su seno. Todos adoran este río, el más santo del mundo, el más amado de la Tierra.
Frente al río sagrado se ofrece, al amanecer, el gran espectáculo del mundo. Ahí comienza la fiesta espiritual, el baño compartido y a la vez en solitario, porque se bañan miles de personas, pero cada una está a lo suyo, en su cuerpo, en su mente, en su Shiva. A veces me he preguntado qué harían los indios sin sus ríos, dónde invertirían el tiempo que pasan en ellos. En un país en el que todo tiende a ser sacralizado, los ríos no podían dejar de tener ese carácter, y menos en las zonas eminentemente agrícolas, unos 700.000 pueblos y aldeas. Todos quieren bañarse en los ríos sagrados. El hombre lo hace semidesnudo y la mujer, con el sari. Algunas ancianas osan despojarse de la blusa y muestran sus pechos flácidos y cansados. Los saris, con el agua, se pliegan a las carnes y siluetean el cuerpo de la mujer. Algunas son como hermosísimas palmeras coloreadas por el sari que nunca pierden su compostura y su feminidad.


CEREMONIAS AL AMANECER
Comienza a amanecer. Cierta claridad difusa alumbra el firmamento. Son las cuatro y media de la madrugada. Varanasi empieza a despertar. Me deslizo sigilosamente por la calle entre una multitud de mendigos que forman hilera a ambos lados de la misma. Piden rupias, rupias, rupias... La población comienza a desperezarse y a prepararse para el nuevo día. Peregrinos, devotos, más peregrinas, algunos sadhus (MÁS ALLÁ, 174) y yoguis. En un soportal, un famélico yogui ejercita los asanas. El mono que está junto a él se empeña en imitarlo, pero el yogui no le presta atención. Toda su energía está hacia adentro, hacia el ser. Sorteando vacas, entre calles y callejuelas que uno recorre sin saber si está soñando o las está viviendo realmente, entre excrementos y viandantes con los que chocas de tan estrechos que son algunos pasajes, me aproximo a los ghats, las escalinatas de acceso a las benditas -y también sucias- aguas del río. Hay numerosos ghats que se suceden unos a otros: el de las cremaciones o Manikarnika, el de Hanuman, el de Shivala, el de Tulsidas y otros. Cuando no hay monzón y las aguas del río no los anegan, se pueden recorrer a pie, pasando de uno a otro, en un singular trayecto por la orilla del Ganges. Entre el ghat Lalita y el ghat Kedar se encuentra el Dasashwamedh. Todos los amaneceres del año tiene lugar allí uno de los espectáculos más prodigiosos del mundo. La función se hace más increíble todavía en esta ciudad de calles tortuosas y ambiente medieval, maloliente y sucia, pero con un encanto que atrapa hasta tal grado que muchos de los que vez tras vez vuelven aseguran que es "droga dura". En este ghat se desarrolla la gran aventura del espíritu, la entrega al divino. Se configura una densa muchedumbre y el abigarramiento es tan espeso que resulta difícil abrirse paso entre los cuerpos apiñados. Estos forman una gran masa de carne que palpita, que se enfer-vorece, que se arrebata, que es ganada por la embriaguez religiosa. Mientras, bajo los grandes parasoles los brahmanes leen los textos sagrados o recitan los manirás, entre ellos el gayatrí, el monótono y envolvente mantra al Sol que sirve para iluminar la mente y abrir el corazón.


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