lunes, 4 de octubre de 2010

Los templos del fin del mundo

por Loc_Nohr


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Hoy existen muchos libros, demasiados, que hablan de las pirámides de Egipto en relación a sus presuntas profecías para el futuro de la humanidad, y aquellos que los escriben dicen que esas fechas están fijadas en sus pasadizos y en sus cámaras. Pero, ¿qué hay de cierto en todo ello?

Los TEMPLOS del FIN del MUNDO

• Las "profecías" de la Gran Pirámide.
• Angkor, Chichen Itzá, Borobudur...
el futuro que quedó escrito en piedra

FUENTE: Revista española ENIGMAS, Nº 164.


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Parten de la premisa de que esos templos, además de ser lugares de enterramiento o de iniciación, servían de calendarios astronómicos y de señalizadores de eventos venideros. Asimismo, conocemos otras construcciones que, a su manera, también señalan una serie de aspectos astronómicos, tanto por su situación geográfica como por su orientación, que están dando ciertas pistas de lo que ha ocurrido al planeta Tierra y de lo que puede pasar en un futuro próximo.
Si esto fuera verdad nos enfrentamos al reto de admitir que en el pasado hubo constructores geniales, de los que apenas sabemos nada, que quisieron dejar su legado en estos templos sagrados -muchos de ellos, en la actualidad, están debajo de las aguas del Atlántico o del Pacífico- en los que "marcaron" unas determinadas fechas con el objetivo de que fueran interpretados por las generaciones venideras, pero sólo por aquellas que tuvieran los conocimientos precisos para desvelar el mensaje secreto que está inscrito entre sus milenarios muros.

• Templos talismán

Los números sagrados y "codificados" también aparecen en la arquitectura. El templo camboyano de Angkor fue construido en honor de la precesión de los equinoccios. Cinco puertas están orladas por gigantescas estatuas de piedra, 108 por avenida -54 a cada lado-, con un número total de 540 estatuas. Todos ellos son números precesionales. No sólo sus templos principales parecen querer imitar la forma de la constelación del Dragón -Draco-, sino que otros templos vecinos "reflejan" estrellas cercanas a esa región del firmamento del hemisferio norte. Hicieron un gran proyecto de cartografía del cielo. Todo un misterio.
En El espejo del paraíso, Hancock asegura que Draco y Orion se intc-rrelacionaban al estar en posiciones estelares opuestas; a medida que una emergía sobre el horizonte con la precesión, la otra caía. Operaban como una balanza a través del cielo, de Norte a Sur. Hancock sostiene
que Angkor fue una especie de marcador o mojón geodésico para reflejar la constelación que en 10.500 a.C. señalaba el norte geográfico. Siguiendo su razonamiento, este pueblo de astrónomos celestes distribuyó mojones en todo el planeta con arreglo a números propios de la precesión: el 72 -número de años que tardan las estrellas en recorrer un grado en el cielo-, el 108 -72 más su mitad, 36 que significa 1,5 grados de desplazamiento- o el 54 -la mitad de 108-.
Bauval y Hancock en su última obra, Talismán: las ciudades sagradas (2007), ponen de manifiesto la existencia de una religión secreta y ancestral cuyas creencias milenarias han dado forma a la arquitectura de muchas ciudades, siguiendo la disposición de monumen-
tos egipcios como Luxor. Heliópolis o las pirámides de la meseta de Giza. La estrella Sirio y la constelación de Orion influyeron tanto en su religión que algunos templos están alineados hacia ellas, creando un modelo universal que posteriormente sería aplicado en diversos lugares del mundo hasta nuestros días, intentando crear macrotalismanes.

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• El Skyglobe

Gracias a este programa informático, el Skyglobe 3.5, los arqueoastrónomos han encontrado una gran ayuda pues viene incorporada la precesión de los equinoccios y permite mover las estrellas a las posiciones que ocupaban el día y el año que se introduzca en su base de datos. Ese programa fue utilizado por Hancock cuando escribió El espejo del paraíso, por Patrick Geryl para elaborar su obra La profecía de Orion, o en la redacción de £/ Misterio de Orion, de Robert Bauval y Adrián Gilbert.
Es una herramienta clave para determinar -y hasta demostrar- que una antigua civilización supo orientar sus principales construcciones a estrellas importantes del cielo -las de Orion, las de la Osa Mayor o la de Sirio...- para señalar la fecha de construcción de sus templos y también para legar que la precesión equinoccial estuvo relacionada con alguna catástrofe del pasado, y puede estarlo con alguna del futuro...
Recordemos que todo eso lo estudia la arqueoastronomía, una rama de la astronomía y de la arqueología, cuya función es ver las orientaciones de diferentes construcciones o lugares sacralizados de las antiguas civilizaciones para determinar el grado de conocimiento astronómico que tenían, su calendario y hasta sus cosmogonías.

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• La profecía bajo la Esfinge

El polémico profeta Edgar Cayce remontaba la cultura egipcia a unos 12.500 años, heredera de la desaparecida Atlántida, la misma fecha que dan otros autores modernos, utilizando métodos mucho más "científicos", como Robert Bauval, Adrián Gilbert o Graham Mancock. Exactamente la misma que calculó el egiptólogo John Anthony West y el profesor de Geología de la Universidad de Boston, Robert Schoch: 10.500 a.C.
En una de las lecturas de Cayce, el famoso "profeta durmiente", predijo que bajo la pata de la Esfinge se iba a descubrir una Sala de los Registros con textos que contendrían un gran mensaje para la humanidad. Habla, concretamente, de cámaras y túneles subterráneos bajo las patas de la fabulosa Esfinge: "Estos hallazgos se pueden encontrar en la base del antebrazo o pata izquierda de la bestia tumbada; en la base de los cimientos. No en el canal subterráneo -que fue abierto por el monarca muchos años, siglos, después-, sino en la verdadera base. Existe una cámara o pasadizo desde la pata delantera derecha hasta esta entrada de la cámara de los registros...".
De ser cierto, indicaría no sólo la existencia de una nueva sala aún por descubrir sino que en ella estarían depositados archivos y conocimientos atlantes que hablarían del pasado de la humanidad y de su futuro. Por de pronto, los estudios sismológicos efectuados en 1993 por Thomas Dobecki, de la firma McBríde-Ratclif&Associates, bajo la coordinación de John A. West, indican la existencia de una cámara subterránea que se encuentra frente a las garras de la Esfinge, a unos 7 metros por debajo del piso, cuyas dimensiones son considerables: 9 metros por 12 y unos 5 de profundidad. Entre 1995 y febrero de 1997, usando un sofisticado escá-ner. Dobecki confirmó la existencia de una "cámara" bajo la pata derecha de la Esfinge, y además un túnel en dirección a la pirámide de Kefrén.

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• La constante de Nínive

En 1875, un arqueólogo británico tradujo unas tablillas de barro de la biblioteca de Asurbanipal en la que había textos y números. Todo normal hasta que encontró una con una cifra escalofriante: 195.955.200.000.000, es decir, cerca de 200 billones de algo -¿siglos, años, meses, días?-. Numerosos especialistas intentaron descubrir qué es lo que podía significar esa cifra para los asirlos de hace tres mil años. Tuvo que ser el científico francés Maurice Chatelain quien descubriera que era en realidad un periodo muy largo de tiempo expresado en segundos. Llegó a la conclusión de que ese tiempo era
de 2.268 millones de días, de 86.400 segundos cada uno. Fue entonces cuando Chatelain, según sus propias palabras, experimentó una de las mayores impresiones de su vida. Se dio cuenta de que esa "constante de Nínive", como se la empezó a denominar, esos 2.268 millones de días, representaban exactamente 240 ciclos de precesión de equinoccios, de 9.450.000 días cada uno de ellos. Señala Chatelain. en su libro Nuestros ascendientes llegados del cosmos (1978). que dicha constante es múltiplo de todos los ciclos conocidos del Sistema Solar. Por tanto, los sumerios, al igual que otras culturas, estaban al tanto de la precesión de los equinoccios cada 25.920 años, algo que quedó reflejado en sus tablillas y también en sus monumentos.


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¿En los pasillos de la
Gran Pirámide está nuestro futuro?


La palabra "piramidología" suena a chiste, y que a sus seguidores se les llame "piramidólogos", mucho más. En realidad es una nueva disciplina que surgió en el siglo XIX de la mano de pioneros como el matemático inglés John Taylor, al querer demostrar que el perímetro de la pirámide dividido entre el doble de su altura equivale a 3,144; vamos, próximo al valor del número Pi. También creyó que la pirámide había sido construida por Noé siguiendo las órdenes de Yahvé y, por tanto, decidió que la longitud del codo bíblico era exactamente de 25 pulgadas, y se sintió muy orgulloso de encontrarla unidad de medida divina".
Puso las bases para que, más tarde, el astrónomo escocés Charles Piazzi Smith hiciera sus aportaciones personales. Y éste quiso ser más espectacular que Taylor. Ambos midieron palmo a palmo la gran mole pétrea que es la pirámide de Keops a fin de establecer secuencias de tiempo para buscar un supuesto mensaje profétic*o legado por los antiguos egipcios para la posteridad. Y busca que te busca, (o encontraron... El problema era establecer una medida estándar para ajustar los consiguientes cálculos. Finalmente creyeron que era "la pulgada piramidal", nombre nada original aunque adecuado porque no sólo creían que fue la que utilizaron los antiguos constructores de las pirámides hace 4.500 años, sino que era aproximadamente una milésima mayor que la pulgada inglesa, es decir, 0,0254 centímetros, y ellos eran británicos... Esta pulgada utilizada como unidad de medida de la Gran Pirámide de Giza aparentemente no era tan arbitraria pues ellos argumentaban que estaba fundada en principios científicos, encontrando que multiplicada por 25 se obtiene el famoso "codo sagrado" bíblico -0,635- y que multiplicado éste por diez millones se obtiene nada menos que la longitud del radio polar-6.356 km-.
Los piramidólogos, desde entonces, creen que cada pulgada representa un año en la cronología de las profecías y que basta medir el número de pulgadas de cada pasillo o de cada cámara para determinar un punto concreto del pasado o del futuro. Así que ya se pueden imaginar, sin gran esfuerzo, que este curioso método hace aguas -o arenas-por todas partes.
La pirámide de Keops sena una gigantesca "Biblia" en piedra donde se encuentra escrita la historia fundamental del hombre desde el año 4004 a.C., fecha de la creación de la Tierra para muchos de ellos, hasta nuestros días, representando la Gran Galería, que asciende a la Cámara del Rey, los años del cristianismo. Y no busquen una lógica aplastante.
Para que nos hagamos una idea de lo impreciso que es este método profético pondremos unos ejemplos. Charles Piazzi Smith calculó que el mundo se acabaría en 1882 ó 1911, según sus mediciones. Falló. Los piramidólogos David Davidson y Herber Aldersmith, en la edición de 1924 de su libro La Gran Pirámide y su mensaje divino, corrigieran esa fecha que ya había pasado y fijaron una nueva para el 29 de mayo de 1928. Fallaron. En la edición de 1940, la fecha se revisó de nuevo y se fijó para el 20 de agosto de 1953. Otro piramidólogo, George S. Riffert, que había establecido la fecha fatídica para el 6 de septiembre de 1936, explicó posteriormente que en realidad lo que la Gran Pirámide revelaba era la abdicación de Eduardo VIII, no el fin del mundo.
Entre los seguidores de esta disciplina -que algunos han querido elevar a la categoría de ciencia- destaca el creador de los Testigos de Jehová, Charles Tazel Russell, que tomó del astrónomo Piazzi Smith la creencia de que la pirámide de
Giza era realmente "el testigo de piedra" y que, gracias a sus sumos sacerdotes, o sea, los piramidólogos de los siglos XIX y XX, ha desvelado por fin sus secretos. Otra cosa es que acierten.
Uno de los que aplicaron este sistema con más fruición fue Peter Lemesurier, de ideas cristianas y mesiá-nicas. Fue autor de La Gran Pirámide descifrada, pretencioso título cuya aportación era señalar que no hace falta, desde luego, ser muy listo para relacionar cualquiera de estas predicciones con cierto acontecimiento del año en cuestión. Su libro habla más a favor de la ingenuidad del intérprete que de la exactitud de la profecía. Para él, las medidas y proporciones de la Cámara de la Reina indican el año 4 a.C. como el nacimiento del Mesías, y la Gran Galería registra la fecha de su crucifixión. Para no extendernos mucho, y por lo que atañe a los años venideros, siempre según el "profeta" Lemesurier, desde el año 2004 al 2025 la sociedad materialista quedana definitivamente arrasada y en 2034 aparecerá el precursor del Mesías que no será visto hasta 2039. Hay fechas que llegan hasta 8276, que ya es llegar. Y más si tenemos en cuenta que para el año 1967 había pronosticado el declive moral y espiritual del mundo.
Como acertadamente dice el historiador Nacho Ares: "Si bien es cierto que en muchos casos ni los propios piramidólogos saben de qué están hablando, muchos de ellos están convencidos de que el punto de inserción entre el corredor ascendente, la Gran Galería -en la Gran Pirámide-, la boca del pozo y el corredor que lleva a la Cámara de la Reina equivale al año 1 de nuestra era".
Algo es algo.

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Lo que vendrá,
según la Gran Pirámide


Otro célebre piramidólogo es Adam Rutherford, para quien las fechas lógicamente varían al igual que los acontecimientos. Lo que él ve en las medidas de las cámaras no es otra cosa que los momentos clave de la historia de Israel, como el Diluvio -31 de octubre de 3145 a.C.-, José en Egipto -1863 a.C.-, el Éxodo -1453 a.C.-, la construcción del templo de Jerusalén -974 a.C.-, la vida de Jesús y su crucifixión -33 d.C.-, y hasta la invención de la imprenta -1450-. Lo ve todo y lo cuenta sin inmutarse. Atentos porque otras fechas para el futuro que señala son las siguientes:

-2025, surgirá una nueva sociedad.
-2034, venida del Mesías.
-2080, llegada de una nueva edad de
oro espiritual.
-2116, muerte del Mesías.
-2265, tercera reencarnación del
Mesías.


Algo que sorprende -ya se habrán dado cuenta de ello- es que ninguno de estos clásicos exégetas de la pirámide haya establecido la fecha de 2012 como un año clave en sus pronósticos del futuro. Seguramente no conocían aún las profecías mayas y por eso se les pasó por alto este año que ahora está de moda y en boga, porque de lo contrario más de uno ya lo hubiera señalado en un ángulo cualquiera del pasadizo descendente de la Cámara del Caos, por ejemplo.
En algo que están de acuerdo la mayoría de los piramidólogos es en la interpretación de los acontecimientos que revela la predicción de la Cámara del Rey. Esa época, que va desde 1936 hasta 2030 ó 2090, según las diversas opiniones, es definida como la "época del despertar". Davidson llama a ésta de "desorden y desorientación", y la sitúa, según las mediciones, entre • 1936 y 2030. Nada menos M que un siglo de margen. El escritor mexicano Rodolfo Benavides hizo su aportación a la materia cuando publicó en 1960 Dramáticas profecías de la gran pirámide, título que ya nos avisa de que lo que nos espera no es nada halagüeño. Afirmó la existencia de una fecha marcada en el último peldaño del escalón de la cúspide de la pirámide que indica el fin de la era "adámica". Esa fecha era el 17 de septiembre del 2001, el término cronológico de las predicciones de la Gran Pirámide. Según sus propias palabras, "al final, el saldo será una humanidad diezmada en cosa del 70%. El 17 de septiembre, cuando suene la trompeta de la fiesta tradicional de los judíos, empezará una nueva era; luego la raza judía ya no será sobre la Tierra". Se equivocó, como era de esperar.
Estas investigaciones piramidales, habida cuenta de sus numerosos fallos, han sido ridiculizadas por algunos egiptólogos, llamándolas "piramidiotez".
Con independencia de estos cálculos subjetivos que elaboran los piramidólogos a su propio criterio, hay otras fechas que se pueden establecer no tanto por las pulgadas piramidales sino por la situación de esas mismas pirámides, fechas que hablan del origen de ese mítico pueblo constructor y de lo que pretendían señalar con sus piedras. Y en Egipto están presentes muchas de esas claves...

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Catástrofes y números

No paran de surgir libros y artículos "especializados" en los que se usa la denominada "precesión de los equinoccios" -una oscilación del eje de la Tierra que hace que nuestra posición con respecto a las constelaciones en el espacio vaya cambiando lentamente con el tiempo-
como método para datar monumentos antiguos a través de la posición que ocupaban las estrellas en épocas remotas. Dos de esos investigadores pioneros fueron Giorgio de Santillana, profesor de Historia de la Ciencia en el Instituto de Tecnología de Massachussetts, y Hertha von Deschend, profesora de Historia de la Ciencia de la Universidad de Francfort. A ellos debemos la teoría de que hace muchos siglos, una serie de personas concibieron un sistema para disfrazar la terminología técnica de una avanzada ciencia astronómica camuflada en un lenguaje mitológico. Sus conclusiones las expusieron en su libro Hamlet's Mill (1968), que pasó sin pena ni gloria. Averiguaron que en los mitos y las leyendas del pasado más remoto se puede encontrar información científica. Y que uno de estos ciclos numéricos encuentra su fundamento en la precesión de los equinoccios, los cuales rigen algunas de sus construcciones, actividades y dataciones. Claro está que aceptar esta premisa nos sugiere una pregunta: ¿cómo sabían nuestros antepasados que la bóveda celeste estaba inmóvil y que los planetas giraban alrededor del Sol? Santillana y Deschend no dicen cuándo empezó a aplicarse ese conocimiento. No dieron una fecha de origen, pero silo hizo Graham Hanckok con la ayuda del ingeniero angloegipcio Robert Bauval. Esa fecha era el 10.500 a.C. Y lo dijeron en su obra El misterio de Orion (1994). Para ellos, el diseño de las pirámides de Giza y su ubicación con respecto al Nilo eran un reflejo de una porción del firmamento, pues se correspondían con las tres estrellas centrales de la constelación de Orion y con la Vía Láctea. Más tarde, Bauval publicó Código Egipto: el mensaje secreto de las estrellas (2007) asegurando que otras construcciones piramidales y templos, levantados durante siglos, constituían un "inmenso proyecto pan-generacional... un inmenso 'Egipto cósmico' cuya imagen se insinúa en la geografía del valle del Nilo".
En obras posteriores quisieron demostrar que esta civilización existió sobre el 10.500 a.C. y que era poseedora de importantes conocimientos astronómicos y arquitectónicos, de tal manera que muchos de sus templos y estructuras imitarán sobre la Tierra la forma y posición del Sol, la Luna y algunas constelaciones, un legado que dejaron para la posteridad. Una civilización que al final sucumbió por fenómenos catastróficos identificados en los mitos con el Diluvio Universal, aunque su conocimiento siguió transmitiéndose a lo largo de la historia.
Graham Hancock, en su libro El espejo del paraíso (2001), dice cómo las grandes pirámides de Egipto, los centros ceremoniales de México, las líneas peruanas de Nazca, las construcciones sumergidas de Yonaguni en Japón o los templos camboyanos de Angkor, tienen un diseño que reproduce la forma de algunas constelaciones e incluso actúan como calendarios astronómicos. Los templos principales de Angkor imitan a la constelación del Dragón con una alineación que apunta hacia el 10.500 a.C. Esta correlación sería una prueba más, en opinión de Hancock, de la supervivencia de ese conocimiento a lo largo del tiempo, dado que si bien la Esfinge puede haber sido construida en el 10.500 a.C., las tres pirámides de Giza lo fueron hacia el 2.500, y los templos de Angkor en el siglo XII d.C.

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La clave 72

En muchos de los templos citados se repiten con insistencia ciertos números como el 72. Hancock habla de la disposición de estos enclaves, distribuidos por todo el planeta, siguiendo separaciones de 72 grados o múltiplos de éste, tomando como referencia las grandes pirámides egipcias. De esta forma, todo obedecería a una lógica universal, a un plan diseñado para levantar enclaves en puntos muy concretos del globo terrestre, en una suerte de red de "puertas estelares" hacia el más allá. La elección de esa cifra no sería caprichosa, sino que respondería a una constante astronómica que implica que cada 72 años las estrellas se desplazan un grado por la bóveda celeste, es decir, 72 años es el tiempo que tardamos en desplazarnos un grado a lo largo de la eclíptica, de ahí que esa cifra esté presente en la arquitectura y en los mitos de estas culturas, delatando nuevamente su conocimiento de la mecánica celeste.
Visto lo visto y sabiendo lo que sabemos, no nos debe extrañar que el número 72 lo encontremos una y otra vez en los mitos procedentes de distintos lugares del mundo. La astrónoma Jane B. Sellers, que estudió Egiptología en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, hablaba que con este número estamos en condiciones de conocer, "cargar" y poner en marcha un antiguo programa de ordenador que ha estado dormido durante miles de años. Sin ningún género de dudas, se trata de una de las claves para poder entender algunos enigmas que hasta ahora permanecían vedados para nosotros. Veamos:

-12 es el número de las constelaciones del zodíaco.
-30 es el número de grados asignados a lo largo de la eclíptica a cada constelación zodiacal.
-72 es el número de años necesarios para que el Sol equinoccial complete un
desplazamiento precesional de un grado a lo largo de la eclíptica, y 36 sería para completar medio grado.
-360 el número total de grados de la eclíptica.
-2.160 -72x30- sería el número de años necesarios para que el Sol complete un recorrido de 30 grados a lo largo de la eclíptica, es decir, para atravesar por completo cualquiera de las doce constelaciones zodiacales.
-2.160 por 12 nos da 25.920 -también 360x72- que sería el número de años contenidos en un ciclo precesional completo a través de las doce casas del zodíaco. Es el "Gran Año" y, por tanto, el número total de años precisos para culminar el "Gran Retorno".


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Otra cifra que podríamos añadir podría ser la de 4.320 -2.160x2- que, según este "antiguo programa informático", sería el número de años necesarios para que el Sol equinoccial complete un desplazamiento precesional de 60 grados -o dos constelaciones zodiacales-.
Estos números constituirían los ingredientes básicos de un "código precesional" que aparece una y otra vez, con machacona insistencia, en los mitos antiguos. Pues sabido esto, tal vez ahora nos resulten más clarificadores algunos datos contenidos en viejas leyendas. Un mito escandinavo habla de los 432.000 guerreros que salieron de Valhalla para batallar contra "el lobo Fenrir", a quien los dioses habían encadenado. El verso dice lo siguiente: "Imagino que hay 540 puertas, dentro de los muros del Valhalla; 800 guerreros traspasan cada una de esas puertas, pues se enzarzarán en una guerra con el Lobo". El cálculo matemático parece sencillo: 540x800 nos da una cantidad de 432.000, cifra ligada al fenómeno de la precesión porque habla de "una perturbación en los cielos". Explica que cuando Fenrir se libró de las cadenas, el mundo tembló y el fresno Yggdrasil -considerado el eje de la Tierra- se estremeció desde sus raíces hasta sus ramas superiores "las estrellas vagaban errantes en el cielo". ¿Existen dudas de que nos habla de una catástrofe? A miles de kilómetros de distancia, el historiador babilonio Beroso asignaba un reinado total de 432.000 años a los míticos reyes que gobernaron la tierra de Sumer antes del diluvio, y además asignó 2.160.000 años al periodo "entre creación y catástrofe universal". Por si fuera poco, en la composición de algunos textos sagrados también se hallan camuflados estos números: el Rig Veda hindú está formado por 432.000 sílabas exactamente.
Las referencias al número 72 son abrumadoras. En el templo de Borobudur, en la isla indonesia de Java, hay 72 estupas campaniformes y en la Cabala hebrea hay 72 ángeles a los que se puede invocar para conceder deseos si se conocen sus nombres. 72 fueron los conspiradores que tramaron la muerte de Osiris, 72 lenguas causaron el caos en la Torre de Babel, o 72 son las incrustaciones de jade que tiene la figura del jaguar del interior de la pirámide de Chichen Itzá; y 72 son los templos de AngkorWat. Por si fuera poco, resulta que geográficamente también hay 72 grados de longitud entre la meseta de Giza y Angkor.Y exactamente el doble -144-entre cada uno de esos dos lugares respecto a Isla de Pascua.
Para los autores que han tratado esta materia, es evidente que eran marcadores geográficos, una especie de faros o de mojones geodésicos. ¿Para qué? Por un lado, para marcar lugares mágicos y, por otro, para dar un mensaje a la humanidad después de la desaparición de su civilización por una catástrofe de enormes proporciones. De alguna manera, una de las posibles interpretaciones a estos templos de medidas tan precisas y sagradas, es advertirnos de que ellos no eran tontos y que sabían lo que les iba a pasar. En consecuencia, tomemos buena cuenta de todo ello porque nos puede ocurrir también a nosotros. La repetición de todos estos números no puede ser coincidencia por más que nos empeñemos. Obedecen a un plan misterioso, a un mensaje oculto plasmado en esas construcciones donde lo esencial quedó preservado en medio de un relato fantástico o de corte mitológico. A la gran mayoría les pasó desapercibida esta información adicional, pero no asía los iniciados...

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