lunes, 9 de agosto de 2010

El Vampiro de Medvedja

FUENTE: Revista ENIGMAS Nº 162.


Imagen IPB


No fueron tiempos fáciles en estas tierras. El siglo XVIII pretendía despertar de un sueño; más bien de una pesadilla, porque los múltiples conflictos que asolaban gran parte de ese viejo continente, no eran óbice para que las creencias más aberrantes germinaran entre una población demasiado castigada por la guerra y las hambrunas.
Los Habsburgo llevaban más de 500 años ocupando el trono de Austria, anexionándose territorios, convirtiendo Europa en su gran imperio, y defendiendo los dogmas de la cristiandad, que desde la ciudad eterna les dictaba los pasos a seguir.
Así, en el año 1718 se hacían con el poder de los principales Estados balcánicos, situando en sus líneas de frontera a los terribles hajduks, soldados en su mayon'a de ongen serbio que destacaban en el campo de batalla por su fiereza y ansias de sangre.
Fue en este entorno, plagado de lodo, leyendas y muerte donde surgieron las epidemias; inesperadas como otras anteriores pero diferentes en sus trazas. Porque no era un virus el que atacaba los cansados cuerpos de las milicias y de las comunidades que malvivían en estas regiones; no se trataba de tifus, peste o colera morbo. Aquello era diferente; algo jamás visto.


• Miedo a salir de noche

La excelsa Viena permanecía al margen escenario que se estaba desarrollando en sus tierras del Este. Las esencias traídas de Oriente se respiraban al son de la música que surgía de la Ópera, donde sopranos, tenores y los barítonos más prestigiosos del momento dejaban pinceladas del arte que atesoraban entre los muros de este templo de la cultura. Monarcas, aristócratas y gobernantes del imperio se daban cita en la majestuosa urbe, ajenos a los terribles acontecimientos que estaban a punto de desencadenarse.
Johannes Fluckingerpor esas fechas ejercía la medicina en el seno de la institución castrense. Era hombre pragmático y pooo imaginativo, célebre por la templanza con la que se desenvolvía en las situaciones más comprometidas. Es posible que fueran estas cualidades las -, que le pusieron en el punto de mira de los consejeros del emperador, alarmados por las noticias que llegaban desde la localidad serbia de Medvedja, para que encabezara una comisión encargada de esclarecer los enigmáticos sucesos que allí se estaban produciendo, y ya de paso poner orden entre tanto nerviosismo. Poco antes a sus manos había llegado el informe remitido por el especialista en enfermedades contagiosas, eldoctor Johan Glaser. Éste no podía ser más explícito: a fecha del 12 de diciembre de 1731 -día que el galeno llegó a la aldea serbia-, trece personas habían fallecido en extrañas circunstancias, víctimas de una enfermedad que les hizo agonizar entre terribles dolores y fiebres muy altas, gritando espasmódicamente que sufrían de horribles pinchazos. Ademas, el virulento brote no distinguía de sexo o edad; bebés, jóvenes, adultos o ancianos carecían de protección a la hora de enfrentarse a un mal que conforme transcurrían las jornadas cobraba tintes más espirituales que terrenales. Los enfermos, aquejados por un mal incurable y con rostro, entre delirios pronunciaban el nombre de quienes consideraban los causantes de tanto padecimiento. Así, Milica, mujer de 50 años -procedente de la zona turca y primera víctima-, aparecía como un ente maldito entre los delirios de los moribundos; del mismo modo que lo hacía la joven de 20 años Stanacka, que antes de fenecer enterraba a su pequeño bebé junto a la verja de su casa, después de que, como asegurara entre lamentos e invocaciones a los cielos, fuera atacado por un vampiro. Ella misma se había visto obligada, según afirmó, a untar su cuerpo con la sangre de uno de estos demonios con el propósito de librarse de ellos. Al menos tal defensa proponía la tradición, pero claro está que no surtió el efecto deseado.
Mientras, el doctor Glaser se debatía entre difíciles tesituras. Por un lado su ortodoxia científica le impedía atender a las historias que entre susurros circulaban por la aldea, aludiendo a los vampiros como causantes de los dantescos sucesos; pero por otro esa misma ciencia era incapaz de dar con una explicación que satisficiera a propios y extraños; ni tan siquiera al propio epidemiólogo. Las muertes se sucedían a cada jornada, ante la desazón de los familiares y la impotencia del doctor. Fue entonces cuando hubo quien recordó las cuatro muertes ocurridas en 1726, y al siniestro personaje que fue acusado de cometerlas: el hajduk Arnold Paole...

Imagen IPB
Bajo la luz de la Luía y al cobijo de siniestros callejones. Amold Paole sembró el terror entre los habitantes de Medvedja en el siglo XVIII, que le consideraban un vampiro que regresaba cada noche de entre los muertos para beber su sangre.


• Un hombre llamado Paole

Curtido en el campo de batalla, acostumbrado a matar y a ver morir, Paole era un hombre rudo, en cierto modo despiadado, pero que a estas alturas de su vida estaba cansado; hastiado de defender la tierra para que otros, en la corte, pudieran disfrutar de sus acomodos.
Además, la soldadesca que compartía infortunio con él en la trinchera, le había oído en más de una ocasión narrar una historia que no por sorprendente, en esos tiempos, dejaba de tomarse como cierta. Paole afirmaba que años atrás, cuando se ganaba la vida como soldado de fortuna, en una población llamada Gossowa sufrió el ataque de un supuesto vampiro. Él, consciente de su fortaleza y del horrendo futuro que le aguardaba de no poner remedio, optó por perseguir al temible ser, y una vez alcanzó su sepultura lo desenterró, le cercenó la cabeza y mezcló la sangre que fluía como manantial con la tierra que cubn'a la caja. Fue entonces cuando, en una escena indescriptible, el hajduk comenzó a comerla, a devorarla con el ansia del que se sabe ante los últimos instantes de su existencia; de que su alma, a partir de esa jornada, iniciaba un lento e imparable descenso hacia la oscuridad.
Años después regresó a su patria con su particular cargamento de miseria, y durante un tiempo se dedicó a las labores del campo, olvidando los duros trances que le regaló el destino.
Una mañana, ya en 1726, se disponía a cargar el heno en un gran carro, cuando éste se desplazó cayendo a plomo sobre nuestro infortunado protagonista, causando tales destrozos en Paole que a éste no le quedó más remedio que morirse. Enterrado con pocas lágrimas en el cementerio de la localidad, al cabo de tres semanas ocurrió lo que nadie hubiera deseado jamás. Primero una muerte; después otra... y así hasta un total de cuatro parroquianos que fenecieron entre fiebres y alucinaciones, no sin antes gritar que el causante de tanta penuria era un habitante de las tinieblas, que levantándose de su tumba cada madrugada les extraía la sangre, provocando un estado de anemia del que no pudieron escapar.Y su nombre era Arnold Paole, el hajduk enterrado días atrás.
Con los cuerpos aún calientes y esas palabras retumbando en la sien, las autoridades de la población dieron las pautas a seguir para desvelar tamaño enigma. Así pues, los gitanos atravesaron la puerta del camposanto. La lluvia arreciaba, apagando el fuego purificador de las antorchas; invitando a los profanadores a que marcharan de allí, porque la oscuridad que vestía este campo de muertos iba más allá de lo que se percibía a simple vista.
Protegidos por la sombra de la cruz, llegaron al sitio en el que yacía Paole. Con más miedo que firmeza empezaron a excavar, apartando las escorias. Y por fin tocaron madera. El silencio se apoderó del lugar, tan sólo roto por las gotas de lluvia y su monótono golpear contra las cruces retorcidas. Había que hacerlo, y así se hi-
zo... Uno de los integrantes de la siniestra comitiva abrió el ataúd, saliendo al instante despavorido del agujero. Porque allí, a un par de metros bajo la tierra removida, se encontraba el cuerpo de Arnold Paole, con las uñas crecidas, barba de varios días y el rostro sonrosado, como si estuviera disfrutando de un plácido sueño.
Los presentes llegaron a la conclusión de que se encontraban ante un vampiro, causante además de lo que, de no pararse, podía acabar siendo una pavorosa epidemia. De este modo, siguiendo protocolos nunca escritos, atravesaron su corazón con una estaca de fina punta, ante lo que el horrendo ser reaccionó convulsionándose salvajemente, intentando atrapar a los que sin pronunciar palabra contemplaban la escena, vertiendo sangre a mansalva como si fuera una gigantesca sanguijuela.
Después cortaron su cabeza y quemaron el cadáver, repitiendo a continuación la operación con las cuatro víctimas de Paole. Aparentemente habían logrado acabar con el mal, atacando directamente a la raíz del mismo. Aparentemente...


Imagen IPB


• La nueva epidemia 

El 7 de enero de 1732 los médicos militares, encabezados por Johannes Fluckinger, enfilaban el último tramo que les habría de llevar a Medvedja. Una vez allí se reunió con las autoridades del pueblo. La situación era peor de lo imaginado. Los terribles episodios de 1726 parecían retomar.
En la difícil misión le acompañaban dos oficiales: los tenientes coroneles Büttnery von ündenfels, y dos expertos cirujanos militares: los doctores Siegúele y Baumgar-ten. Las informaciones que con cuentagotas habían llegado a la capital del imperio indicaban que sería necesario analizar varios cuerpos afectados por la misteriosa enfermedad.Yasí.sin más dilación, se pusieron manos a la obra.
En apenas tres días habían fallecido 17 personas, y todo apuntaba a que de no dar con el causante de la masacre, en las próximas horas continuarían las muertes.
La escena se repitió una vez más: acompañados de varios gitanos y de las autoridades locales fueron abriendo, una a una, las tumbas de los atacados.Y en ellas hallaron cinco cuerpos en avanzado estado de descomposición, mientras que los doce restantes permanecían incorruptos, con la piel rosada y los órganos internos repletos de sangre sin coagular. A todas luces se trataba de vampiros, o al menos eso concluyeron a la luz de los candiles de aceite, ordenando a los gitanos que quemaran los cuerpos, previo desarrollo de los pasos sobradamente conocidos.


Imagen IPB
"Aqueta lugares eran auténticos cubiles de vampiros", asegraba el escritor rumano Lajos Gupak en referencia a las torres de vitanda que se repartían por todo el Este europeo.


Meses después, el doctor Fluckinger dejó constancia de los desconcertantes sucesos en una obra ya clásica, en la que por primera vez se usó el término "vampiro" para designar a estas letales alimañas nocturnas. Su título: Visum et Repertum. Rescatada del olvido por el escritor español Javier Arríes, en su obra Vampiros, bestiario de ultratumba -Zenith/Planeta, 2007-, en ésta se narraba, saltándose los dogmas científicos, que lo ocurrido en aquellos días no podía ser enmarcado más que entre los márgenes de la superstición y de la leyenda: "Después de que hubiera sido divulgado que en la aldea de Medvedja los supuestos vampiros habían matado a gente bebiendo su sangre, fui enviado allí para investigar lamateria a fondo junto con los oficiales detallados para este propósito y dos médicos castrenses subordinados. Para ello se hicieron interrogatorios en la compañía de hajduks del capitán Gorschiz Hadnack, portaestandarte y el más viejo hajduk de la aldea, el cual refirió lo siguiente: que hacía cinco años que un hajduk local de nombre Arnold Paole se rompió el cuello en una caída de un carro de heno. Este hombre, según él mismo había dicho, fue atacado por un vampiro cerca de Gossowa en la Serbia turca, donde había comido la tierra del sepulcro del vampiro y se había manchado frotando con la sangre del vampiro, para liberarse de su maldición. A los 20 ó 30 días después de su muerte algunos se quejaron de que el mencionado Arnold Paole les estaba atacando; y que de hecho había matado ya a cuatro personas. Para acabar con este mal se procedió a desenterrar a Amold Paole 40 días después de su muerte. Según lo que declaró un soldado que había estado presente en tales acontecimientos, lo encontraron completo e incorrupto, y la sangre fresca fluía de sus ojos, boca, nariz y oídos; así como que la camisa, la tapa y el ataúd estaban totalmente ensangrentados; que se habían caído las uñas de sus manos y pies, junto con la piel, y que le habían crecido otras nuevas; y puesto que al ver esto se convencieron de que era un vampiro, atravesaron su corazón con una estaca según su costumbre, sangrando copiosamente y pudiéndose oír claramente un gemido".
Llegados a este punto no es cuestión de recrearse, pero la sola instantánea del grupo de "cazadores" purificando el alma del "no muerto" pone espanto en el corazón. El investigadorLyn Myring, en su libro Vampiros, hombres-lobo y demonios, aporta una explicación "no sobrenatural" al hecho de que Paole fuera descubierto días después de fallecer, hinchado y atiborrado de sangre. Y es que Myring propone que la costumbre de enterrar a los difuntos -que se creían habían sido atacados por vampiros- boca abajo, en ocasiones con las extremidades clavadas al suelo para que no pudieran levantarse llegada la noche, propiciaba que la sangre se acumulara en las zonas del cuerpo más próximas a la superficie, del tal manera que al ser girado el cadáver el líquido vital salía por los orificios nasales, ojos, boca, etc, en lo que las tradiciones advertían que era el estado de un nosferatu.
En el artículo que sigue a estas páginas tendremos la oportunidad de conocer las posibles explicaciones, desde el punto de vista médico, que con el paso de los siglos y el avance de las ciencias se han dado para eliminar la superstición y comprender que fueron muchos los infelices que fenecieron atravesados por una estaca o quemados en la hoguera, acusados de substraer la sangre de los vivos. Sin embargo, la exposición de Myring, de ser real en todos sus puntos la crónica de Fluckinger, no justifica el hecho de que Paole, al ser atravesado dentro de su ataúd por la estaca, se revolviese y gruñese con el enfado y el malestar evidente que al cualquier vivo le causara tal situación. Vamos, que si a esto unimos su aspecto lozano, saciado de sangre, barba crecida y uñas de manicura, es más que evidente que se encontraban ante un caso realmente extraño, difícil de resolver de manera tan sencilla. Lo que no es óbice para, repito, admitir que muchos de los casos -posiblemente la mayoría- que generaron tanta histeria colectiva en estas poblaciones de la Europa más inaccesible, correspondieron a enfermedades hoy por hoy superadas.
Fluckinger continuaba su exposición asegurando que "desenterraron a las cuatro personas antes mencionadas y procedieron de la misma forma. Agregaron que el tal Amold Paole no sólo atacó a la gente sino también al ganado chupando su sangre.Y puesto que la gente utilizó la carne del ganado atacado, algunos vampiros aún andan por la región, ya que en un periodo de tres meses 17 jóvenes y ancianos sanos habían muerto, muriendo algunos de ellos en dos o a lo más tres días sin que tuvieran enfermedad alguna". Y como se habrán imaginado, la escena subsiguiente fue la misma de otras ocasiones. Si atendemos al relato del doctor Fluckinger, es posible que la causa de las epidemias posteriores se encontrara latente en los animales que Paole atacó, y que tiempo después sirvieron de alimento para los habitantes de la región. Si se trataba de un virus es normal que los que comieron la carne infectada acabaran enfermando; y si atendemos a la superstición, ídem de los mismo. Sea como fuere, lo cierto es que este caso, el más paradigmático y documentado de cuantos se produjeron en aquellos oscuros años de los siglos XVI al XIX, además estaba avalado por los escritos redactados por un doctor militar, que concluía así su informe: Tras el examen, las cabezas de los vampiros fueron cortadas por los gitanos locales y después se quemaron junto a los cuerpos, tras lo cual las cenizas fueron arrojadas al río Morava. Los cuerpos descompuestos, sin embargo, fueron devueltos a sus sepulcros. Todo lo cual atestiguo junto con los médicos castrenses auxiliares que me fueron adjudicados (...). El abajo firmante atestigua que todo lo que como médico castrense del Honorable Regimiento Fursstenbusch ha observado en materia de vampiros, junto a los médicos castrenses que firman con él, es verídico y se ha realizado, observado y examinado en nuestra presencia. Para confirmarlo estampamos nuestra firma de nuestro puño y letra. Belgrado, 26 de enero de 1732". Pues eso...


Imagen IPB


• El vampiro de Kizilova

Tal y como refleja el citado Javier Arríes en su magnífica obra Vampiros. bestiario de ultratumba, éste fue otro de los casos más extraños y documentados de cuantos acontecieron en aquella época de infausto recuerdo. Dice así: "Seis meses después de la muerte de Pedro Plogojowitz en aquella localidad -Kizilova-. enfermaron en la villa un total de nueve personas. Todas ellas fallecieron en el transcurso de 24 horas, tras verse aquejados por una extraña dolencia. Mientras estaban vivos decían que Plogojowitz los había visitado en sueños y estrangulado; de modo que eran conscientes de que iban a morir en pocas horas. A estos testimonios se sumaban los de la mujer de Plogojowitz, que aseguraban que su marido había regresado poco después de morir, ¡para recoger sus zapatos! El texto del documento menciona a continuación la palabra vampiro, aplicándola a personas llamadas vampyrí, cuyo cadáver no se descompone, y cuyo pelo, barba y uñas continúan creciendo (...).
A continuación, el relato señala cómo los aldeanos deciden desenterrar el cuerpo de Plogojowitz para ver si muestra características de vampiro. Pero para no tener problemas con la justicia, solicitan que se haga en presencia de un oficial imperial. Acuden a uno. pero éste les comunica que él mismo necesita la autorización de su superiores. Los campesinos contestaron que abrirían el sepulcro con o sin él, pues si esperaban más, al final no quedaría nadie vivo en el pueblo. Como no pudo hacerles desistir de la idea, el oficial decidió acompañarlos llevando además al pope, el sacerdote ortodoxo de la aldea.
Abrieron la tumba y encontraron el cuerpo fresco. El pelo, la barba y las uñas se habían desprendido y crecido de nuevo (...). Tenía tan buen aspecto en su cara, manos y pies como cuando estaba vivo. El oficial se asombró al observar que había rastros de sangre fresca en su boca. También se hallaron 'cosas demasiado salvajes para ser mencionadas'. Aquello era una forma de decir que el cadáver presentaba una erección. Al ver confirmada su sospecha de que el cuerpo pertenecía a un vampiro, los aldeanos travesaron su corazón con una estaca (...). El cadáver fue quemado después. Y así acababa la declaración firmada por el oficial imperial de Gradiska". 



Imagen IPB
Imagen IPB

No hay comentarios:

Publicar un comentario