martes, 12 de mayo de 2009

Libros con piel humana


Por increíble que parezca, la práctica de encuadernar libros con piel humana no es solo una siniestra leyenda negra. Por el contrario, se convirtió en algo muy habitual entre los siglos XVII y XIX. Muchos de estos ejemplares se conservan en bibliotecas y museos de todo el mundo y cada uno de ellos tiene una historia detrás que, generalmente, coincide con la del dueño de la piel.




Libros encuadernados con piel humana:




escrito en la piel





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Hacia el año 730 el árabe Abdul Alhazred escribió en Damasco (Siria) un libro titulado Al azif. Era un tratado de magia negra y de conjuros que contenía las claves para permitir el regreso triunfal a nuestro planeta de los temibles dioses primigenios que, según la tradición, acechan en las fronteras espaciotemporales aguardando a que sus perversos adoradores abran las puertas interdimensionales que los mantienen alejados. En el año 950 Al azif fue traducido al griego por Theodorus Philetas con el título de Necronomicón. El libro de los nombres muertos.

Se dice que su simple lectura provocaba la locura e incluso la muerte. Sin embargo, el Necronomicón nunca existió. Fue inventado por Howard Phillips Lovecraft, quien lo mencionó por primera vez en su relato La ciudad sin nombre (1921). En escritos
posteriores se refirió a él con tal lujo de detalles bibliográficos y citó tantos supuestos pasajes en Los mitos de Cthulhu que muchos seguidores del maestro del horror llegaron a creer que existía realmente. Todavía hoy el libro sigue siendo solicitado en bibliotecas públicas.




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En 1933 la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (EE.UU.) adquirió este tratado médico del siglo XVIII. Fue encuadernado por Paul Kersten con la piel de un hombre etíope. El ejemplar se conserva en una caja negra en cuyo exterior puede leerse una enigmática inscripción en alemán: “Piensa, cuando estés aterrorizado por los humanos, en tu propia piel humana”.






Extrañas envolturas

De los numerosos rumores que han corrido acerca de este libro uno de los más aceptados dice que estaba escrito con sangre y que sus tapas habían sido elaboradas con piel humana. La encuadernación de libros con piel humana es tan despreciable que solo podría estar reservada a un perverso tratado de magia negra. Por ello, resulta sorprendente descubrir que dicha práctica fue bastante habitual entre los siglos XVII y XIX. De hecho, hasta tiene nombre propio: bibliopegia antropodérmica. La piel humana resulta tan maleable durante el proceso de curtido como la de cualquier otro animal. El curtido incrementa su grosor y la transforma en un cuero suave y de grano fino. Según algunos escritores, es parecida a la de un becerro, aunque resulta difícil desprender el pelo completamente. Otros estudiosos afirman que se parece más a la piel de oveja, con una textura firme, suave al tacto. Holbrook Jackson, autor de Anatomy of Bibliomania (1930), observó un trozo de cuero humano propiedad del famoso encuadernador Edwin Zaehnsdorf y explicó que le recordaba a una suave piel de cerdo. Según Jackson, para obtener un cuero utilizable la piel humana “debe sumergirse varios días en una solución fuerte de alumbre, vitriolo romano, sal común y secarse a la sombra”. Desde el punto de vista técnico, encuadernar un libro con piel humana no supone dificultad alguna, ya que el cuero para el encuadernado no es como el de un zapato, sino más delgado. Simplemente reviste un material más rígido que le sirve de soporte. Resultaba bastante habitual que se empleara la piel curtida de criminales ejecutados para encuadernar libros. La sentencia de los reos que acababan sus días en el patíbulo llevaba implícito que pudieran ser diseccionados por los médicos en sus clases de Anatomía. La piel de James Johnson, ahorcado en 1818 en Norwich (Reino Unido), fue usada para encuadernar un ejemplar del Samuel Johnson´s Dictionary.




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Howard Phillips Lovecraft, creador de la leyenda del “Necronomicón”, que ha perdurado hasta nuestros días.





Muchos de estos volúmenes recogían las fechorías del propietario de la piel. Otro ejemplo es el de John Horwood, que fue ahorcado a los 18 años en la prisión de New Gaol en Bristol (Reino Unido) en 1821 por el asesinato de Eliza Balsum, una mujer mucho mayor de la que se había enamorado y que no le correspondía. Tras la ejecución, su cuerpo fue entregado al Bristol Royal Infirmary, donde el cirujano Richard Smith llevó a cabo su disección durante una de sus clases de Anatomía. Posteriormente, le quitó parte de su piel, que una vez curtida, fue empleada para encuadernar un libro en el que se recogen los detalles de su caso. El ejemplar muestra en su portada una calavera con dos tibias entrecruzadas en cada esquina y en letras doradas, la leyenda central “Cutis vera Johannis Horwood” (“La piel verdadera de John Horwood”). En la actualidad se conserva en el Bristol Record Office. Aunque parezca increíble, hay muchos casos similares. 




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María Teresa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, íntima amiga de María Antonieta. Fue asesinada en 1792 y su cadáver arrastrado por las calles. Su cabeza fue puesta en la punta de una pica y paseada ante las ventanas tras las cuales se encontraba recluida la reina. Según la tradición, la piel de sus muslos fue empleada para encuadernar un libro.





Libros trágicos

En 1827 William Corden mató a su amante, Maria Martin, en un paraje conocido como Red Barn, en Polstead (Suffolk, Reino Unido). Más tarde fue ahorcado en Bury St. Edmunds en 1828. Después de la ejecución, el cirujano George Creed despegó
la piel de su espalda, la curtió y se la entregó a un encuadernador local para que confeccionara las tapas de un libro que se publicó seis años más tarde. En él se recoge la historia del famoso crimen. Actualmente se encuentra en el Moyse´s Hall Museum de Bury St. Edmunds. Más pintoresca, si cabe, es la historia del bandolero James Allen.




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Volumen encuadernado con la piel del bandolero James Allen.





En 1833 Allen intentó robar a John Fenno, de Springfield, en Salem Turnpike (Massachusetts, EE.UU.). Al parecer, Fenno se resistió con tal bravura –incluso después de que Allen le disparara– que el atacante quedó impresionado. Finalmente, Allen fue capturado y enviado a prisión. Allí dictó sus memorias a un guardián, al que le pidió que cuando muriera encuadernaran el libro con su piel y que le fuera enviado a Fenno. Allen no volvió a pisar la calle. Cuando murió, en 1837, las autoridades cumplieron su última voluntad. Su cuerpo fue enviado al Hospital General de Massachussets, donde se le quitó suficiente cantidad de piel para realizar la encuadernación. En la portada del libro, junto al kilométrico título,Narración de la vida de James Allen, alias Jonas Pierce, alias James H. York, alias Burley Grove, el Salteador de Caminos, que es su confesión en el lecho de muerte al guardián de la prisión, figura la inscripción “Hic liber Waltonis cute compactus est” (“Este es el libro de Walton encuadernado en su piel”). A la postre, los descendientes de Fenno lo donaron al Boston Atheneum, donde permanece en la actualidad.




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Sabías que...

La biblioteca pública de Cleveland (EE.UU) posee un Corán encuadernado con la piel de un líder tribal árabe? Lo adquirió en 1941 y perteneció a Bushiri ibn Salim. El ejemplar fue encuadernado con su propia piel, pues así lo pidió durante su agonía.


Nobles pieles

Si hacemos caso a historiadores como Reynald Secher en Un genocidio francés (1986), la edad de oro de la bibliopegia antropodérmica se produjo durante el período del Terror de la Revolución Francesa (1793-94). Se decía que la piel de quienes visitaban a Madame Guillotine se convertía en cuero en una gigantesca curtiduría de Meudon, subvencionada por la Asamblea Nacional, que servía para abastecer de pertrechos a los jacobinos y encuadernar libros revolucionarios como una forma de desprecio hacia la aristocracia. V. Valta Parma, el carismático conservador de la biblioteca del Congreso de Washington (EE.UU.), llegó a decir que “los cuerpos eran llevados directamente desde la guillotina a la curtiduría” y que
una edición completa de un famoso autor (presumiblemente, Rousseau) había sido encuadernada de esta forma. En su Dr. Claudius (1883), Francis Marion Crawford hace decir a su personaje Thomas Carlyle que “los nobles franceses se reían de las teorías de Rousseau, pero sus pieles sirvieron para encuadernar la segunda edición de su libro”. Para otros, estas historias fueron difamaciones de los monárquicos, pero lo que es innegable es que se conocen ejemplares de la Constitución francesa de 1793 encuadernados con piel humana. Uno fue adquirido por el Museo Carnavalet en 1888 y exhibido en su Salón de La Bastilla. Otro ejemplar fue subastado en 1872 en el Hotel Drouot, también en París. En diciembre de 2007 la casa de subastas Wilkinson´s Auctioneers sacó a la venta un libro del siglo XVII llamado Una verídica y perfecta relación de los procedimientos completos contra los traidores más bárbaros, Garnet el jesuita y sus conjurados.




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Libro de William Corden.





Su peculiaridad era que estaba encuadernado con la piel del padre Henry Garnet,
superior de la Compañía de Jesús en Inglaterra que fue ejecutado en 1605 por su poco esclarecida participación en el Motín de la Pólvora de Guy Fawkes, que fue un intento de hacer saltar por los aires el Parlamento británico detonando 36 barriles de este explosivo. Al parecer, la humedad y el paso del tiempo habían hecho aparecer en la portada del libro una extraña forma que algunos identificaban con el rostro del religioso. No es de extrañar, pues ya en su día se dijo que su cara había quedado marcada en la cesta donde había caído su cabeza después de ser ejecutado. El macabro ejemplar fue vendido a un coleccionista anónimo por 5.400 libras (algo más de 6.000 euros). Algunos de estos libros eran textos médicos. De hecho, el Colegio de Médicos de Filadelfia (EE.UU.) conserva tres de estos ejemplares escritos por el doctor John Stockton Hough, conocido por haber diagnosticado el primer caso de triquinosis de la ciudad a una viuda irlandesa de 28 años. Se cree que Hough utilizó la piel de su cadáver como un homenaje a quien, con su muerte, había contribuido a hacer avanzar la Medicina. En este mismo lugar se conserva un ejemplar del Tratado elemental de Anatomía humana, de Joseph Leidy, con la inscripción: “El cuero con el que este libro se encuadernó es piel humana de un soldado que murió durante la Guerra Civil”. La biblioteca John Hay, de la Universidad de Brown, en Providence (EE.UU.), posee un ejemplar de De humanis corporis fabrica, un tratado de Anatomía escrito en 1568 por el cirujano belga Andreas Vesalius y encuadernado en piel humana. La biblioteca Wellcome también cuenta entre sus fondos con uno de estos ejemplares. Es una colección de ensayos de ginecología de varios autores que empieza con un tratado de Séverin Pineau sobre la virginidad, el embarazo y el parto llamado De integritatis et corruptionis virginum notis (1663). Fue encuadernado en París por el maestro Marcellin Lortic (1822-1892) para el doctor Ludovic Bouland, que incluyó en el libro una nota indicando que lo había hecho encuadernar con la piel de una mujer que falleció en el hospital de Metz (Francia).




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Camile Flammarion, quien encuadernó un ejemplar de la octava edición de “Las tierras del cielo” con la piel de una admiradora.






Desollado vivo

Lejos de ser algo anecdótico, podría haber centenares de estos libros repartidos por bibliotecas de todo el mundo. En la década de 1990 David Ferris, un trabajador de la biblioteca de la facultad de Derecho de Universidad de Harvard (EE.UU.), encontró
una curiosa nota escrita en la última página de un tratado de leyes españolas de 1605 llamado Practicarum quastionum circa leges regias Hispaniae. En ella se decía: “Las tapas de este libro son todo lo que queda de mi amigo Jonas Wright,
quien fue desollado vivo por los wavuma el día 4 de agosto de 1632. El libro pertenecía a Jonas y me fue entregado junto con su piel por el rey Btesa para que lo encuadernara. Descanse en paz”. Los wavuma eran una tribu africana localizada en Uganda. Ferris intentó hacer una prueba de ADN, pero no fue posible, porque el proceso de curtido había destruido todo el material genético. A pesar de ello, el libro fue introducido en una caja y almacenado en un estante especial.
“Pensamos que no era correcto dejarlo con el resto”, explicó Ferris. La ya citada biblioteca John Hay también cuenta con dos ediciones del siglo XIX de La danza de la muerte, de Hans Holbein el Joven, un tratado medieval moralizante. Uno de ellos fue encuadernado por el maestro Joseph Zaehnsdorf en Londres.
Contiene una nota dirigida a su cliente en la que le informa de que, al no contar con suficiente piel, había tenido que cortarla. La portada, encuadernada con la capa más externa, tiene una textura que recuerda al papel de lija, mientras que el lomo y la contraportada, elaborados con la capa más interna, parecen ante. Para coser la cabezada del libro se usó cabello humano en lugar de seda. El otro volumen data de 1898 y está ricamente decorado con apliques de cuero negro y una calavera dorada. Un examen de cerca revela la presencia de los poros de la piel de su propietario.


Extrañas aficiones

Durante el siglo XIX se desarrolló un gusto muy particular por lo único, lo extraño y lo inusual. Según varias fuentes, algunos fetichistas poseían libros eróticos encuadernados con piel tomada del pecho de mujeres. Los hermanos Goncourt cuentan en su Mémoires de la vie littéraire (1888) que en 1866 varios médicos internos del hospital de Clamart (París) fueron despedidos tras descubrirse que habían vendido la piel de los pechos de mujeres fallecidas a un encuadernador de Faubourg Saint-Germain. Tal vez se tratara del editor de libros eróticos Isidoro
Liseux (1835-1894), que decía haber visto el primer volumen de la octava edición de
Justine, del Marqués de Sade, encuadernado de esta forma. Iwan Bloch (1872-1922), dermatólogo berlinés y padre de la sexología moderna, que poseía una biblioteca personal de más de 40.000 ejemplares, también dejó constancia del uso de esta piel para encuadernar libros con los pezones formando unas protuberancias características tanto en la tapa anterior como en la posterior. 
René Kieffer (1876-1963) contó al Mercure de France que había encuadernado de esta forma un ejemplar del Elogio de los senos de las mujeres de Mercier de Compiègne por encargo del doctor Cornil, profesor de Anatomía patológica de la Facultad de Medicina de París que, lógicamente, tenía fácil acceso a este material. El doctor también hizo que Kieffer le encuadernara Los tres mosqueteros con un pedazo de piel tatuada con dos caballeros de Luis XII batiéndose en duelo, y un Buba de Montparnasse con otra pieza adornada con un corazón atravesado por una flecha.




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Un libro del siglo XVII subastado recientemente por 5.400 libras.





Libros ¿de amor?

El encuadernador Dard Hunter cuenta en su obra My Life with Paper (1958) que en una ocasión fue contratado por una viuda para que encuadernara con piel de su difunto esposo un volumen de cartas de amor que le había enviado antes de morir. Tiempo después, Hunter se enteró de que la joven se había vuelto a casar y se preguntaba si su nuevo marido se vería como un volumen dos. Concluía su historia con el deseo de que se tratara “estrictamente de una edición limitada”. Si no amor, puede decirse que fue admiración –rayando lo patológico– lo que impulsó en 1831 a André Leroy, un joven estudiante de Derecho, a profanar el cadáver de Jacques Delille, un profesor de poesía latina en Saint Severin, en la Auvernia francesa. En 1769 Delille publicó una traducción de las Geórgicas de Virgilio que alcanzó un gran éxito de ventas. Cuando murió fue llevado al tanatorio para ser embalsamado. Esa noche, un ferviente admirador forzó la puerta y arrancó del cadáver todos los trozos de piel que pudo. Los curtió y con ellos encuadernó su ejemplar. Sin duda, el joven dio otra vuelta de tuerca a la caza de autógrafos.

Y, para acabar, una historia de amor a primera vista, de “sentimientos a flor de piel”, podría decirse. El astrónomo y escritor francés Camille Flammarion (1842-1925) felicitó a una bella condesa durante una recepción en París por la suavidad de la piel de sus hermosos hombros. La joven estaba enferma de tuberculosis, una patología mortal en la época. Años después, en 1882, cuando Flammarion regresaba a su casa de la Rue Cassini después de haber pasado toda la jornada trabajando en el Observatorio de París, su conserje le entregó un paquete que le había traído un mensajero. Ya en su habitación, lo abrió y contempló con horror que contenía un pedazo de piel humana. Pensó que había sido objeto de una broma macabra hasta que leyó la carta que lo acompañaba. Era del prestigioso doctor Ravaud, que le explicaba que, en sus momentos finales, la bella condesa le había pedido que le hiciera llegar la piel de aquellos hombros que le habían cautivado años atrás para que con ella encuadernara uno de sus libros. El astrónomo, emocionado, llevó la piel a un curtidor de la Rue de la Reina Blanche, y luego a Engel, el encuadernador, que la usó para envolver una copia de su Les terres du ciel
(1877). El ejemplar se conserva en el Observatorio Juvisy de la localidad francesa de Juvisy-sur-Orge.

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