Mucho se ha especulado en los últimos años sobre la verdadera vida de Jesús, sobre sus enseñanzas y su divinidad. Si esta le fue atribuida posteriormente por los primeros padres de la Iglesia o si muchos de los hechos que se le atribuyen y que conforman las bases del cristianismo se basaron en religiones paganas anteriores. También sobre su relación con María Magdalena y una posible descendencia de ambos. Pero también existe controversia sobre algo aún más relevante y que podría hacer temblar los pilares de la Iglesia:
¿Existió realmente Cristo?
Imaginemos por unos instantes que el Nuevo Testamento no dice la verdad sobre Jesús y sus autores no son quienes la tradición siempre nos ha transmitido; que los padres de la Iglesia manipularon obras históricas de autores judíos y romanos, interpolaron párrafos durante la traducción de textos sagrados y plagiaron elementos procedentes de las religiones mistéricas; que en los primeros concilios ecuménicos hubo sobornos y traiciones para elaborar la enrevesada teología cristológica bajo unas determinadas directrices; que se luchó hasta la saciedad para ocultar toda prueba sobre el verdadero origen gnóstico del cristianismo; y, lo más grave de todo, que Jesús no tuvo una existencia real sino meramente mítica... Es posible que los hechos fueran así y no como nos los han venido contando desde hace casi dos mil años.
Es muy posible también que esta sea la verdadera conspiración que se ha tejido en torno a la figura de Jesús, y no la descrita por Dan Brown en El Código Da Vinci, cuyo argumento -el matrimonio entre Jesús y María Magdalena, cuya descendencia estaría vinculada con el linaje de los reyes merovingios, secreto este que habría permanecido custodiado por el Priorato de Sión-,fue, por cierto, magistralmente refutado por la periodista Marie-France Etchegoin y el experto en religiones Fréderic Lenoir en The Code Da Vinci: L'Enquéte, y que, como suele ocurrir cuando se pretende desmitificar algo, no tuvo apenas trascendencia en los medios, ni siquiera especializados.
En los últimos años, he buceado en los orígenes del cristianismo, buscando posibles evidencias históricas sobre la existencia de Jesús, consultando textos de historiadores judíos y romanos de su época -para ver qué mencionaban sobre este singular hacedor de milagros que supuestamente resucitó tres días después de su crucifixión-, y comprobando las coincidencias y contradicciones entre los cuatro Evangelios canónicos. A su vez, me ha llamado poderosamente la atención el enorme esfuerzo de los primeros apologistas cristianos para convencer, a través de sus escritos, de la existencia histórica de Jesús. Ese detalle me puso en guardia -si realmente existió, ¿por qué tanto empeño en querer demostrarlo?-. Y no digamos al observar el asombroso paralelismo existente entre Cristo y otros hombres-dioses pertenecientes a las religiones mistéricas. Conforme más profundizaba en el tema, las sorpresas crecían. Poco a poco, veía cómo mis ideas favorables respecto a su existencia histórica -aunque convencido siempre de que su biografía estuvo muy maquillada por quienes pretendieron diviniza ríe-, se tambaleaban, dando paso a un escepticismo cada vez más sólido, hasta el punto de que hoy, quien esto suscribe, está plenamente convencido de que Jesús no es más que un mito reinventado, sin el menor vestigio histórico.
Luchas ideológicas
El "mito" de Cristo se fue estructurando a partir de Pablo deTarso y alcanzó su culminación entre los siglos IV y V, cuando en los Concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451), los obispos se ocuparon de formular el símbolo de fe -o credo- y definir la naturaleza divina de Cristo. Un largo periodo de disensiones teológicas y continuos enfrentamientos entre distintas facciones cristianas que pretendían que sus respectivas ideas prevalecieran sobre las demás. Si Jesús es preexistente o no, si su divinidad es eterna o se manifestó en un momento dado, si está constituido de la misma esencia que el Padre, si realmente se encarnó como hombre o tuvo un cuerpo aparente, etc., fueron asuntos que provocaron agrios debates episcopales. Y es que el cristianismo, como se ha encargado de demostrar brillantemente el profesor de Filología Neotestamentaria Antonio Pinero en su obra Los Cristianismos Derrotados, nunca mantuvo uniformidad a nivel doctrinal, sino que coexistieron distintas tendencias cristológicas. Hubo numerosos grupos cristianos que, basándose en los Evangelios, hacían lecturas distintas -y, en ocasiones, irreconciliables- sobre la naturaleza de Jesús. Los arríanos, por ejemplo, sostenían que Jesús no era un ser divino sino una perfecta criatura; los adopcionistas, por su parte, consideraban que Jesús era un hombre normal hasta que al bautizarse fue adoptado como Hijo de Dios, adquiriendo naturaleza divina; mientras, los docetistas afirmaban que el cuerpo de Jesús no era físico, sino aparente, y portante, no sufrió en la cruz; los ebioni-tas negaban su divinidad y preexistencia, aunque admitían su rango mesiánico; los monofisitas aseguraban que tenía naturaleza divina, pero no humana; los nestorianos defendían la doble naturaleza y la doble persona -divinas y humanas-; y así una larga lista. Finalmente, quedó establecido
en el Concilio de Nicea -tras no pocos sobornos, traiciones y pugnas para desterrar las creencias amanas-, que Jesús es consustancial al Padre, unigénito, eterno, engendrado, no creado, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre.
Si alguien no lo aceptaba así era acusado de anatema. Los heterodoxos ya poco podían hacer. Sin embargo, la discusión se mantuvo durante varios concilios más, ya que la idea de la Trinidad -una adaptación de antiguas concepciones trinitarias egipcias, persas, hindúes, etc.- resultaba bastante controvertida y no era fácil llegar a un consenso, al igual que sobre la maternidad divina de María -proclamada en el Concilio de Éfeso-. Pero hasta Calcedonia, el arrianismo, el nestorianis-mo y el monofisismo no serían rechazados totalmente como herejías, tras quedar confirmada la fórmula de fe que ha perdurado hasta nuestros días, y que sostiene que en Jesús hay dos naturalezas -divina y humana-, pero una sola persona -divina-:
"Profesamos que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres.
Así pues, después de que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni si-
quiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás".
Bien es cierto que durante el siglo III, las religiones paganas aún seguían manteniendo su fuerza por todo el Imperio romano -la fe cristiana tardó bastante en expandirse, en contra de lo que suponen sus seguidores, y se hizo mediante el derramamiento de mucha sangre, no mediante la evangelización-. Y si finalmente se impuso el cristianismo fue gracias al apoyo que recibió del despiadado emperador Constantino -a través del Edicto de Milán, en el año 313- y, sobre todo, al ser adoptado como religión de Estado -por el emperador Teodosio, en el año 380-.
A partir de ese momento, el grupo cristiano imperante y mayoritario, de preferencia paulina, se encargó de luchar contra tantas ideas "heréticas" que pululaban por aquel entonces. Nacía asila Iglesia católica con toda su maquinaria dogmática. Lo curioso es que algunas de esas ideas "heréticas"fueron consideradas ortodoxas en un principio, para luego más tarde, pasar al bando de las heterodoxas.Yvicever-sa: ideas heterodoxas que pasaron a ser aceptadas oficialmente. Había intereses en juego, y a veces mucho dinero... En aquellos primeros concilios hubo auténticas trifulcas por defender determinados dogmas, y más de un obispo fue golpeado y hasta asesinado. "En estas controversias están directamente afectados obispos y sedes episcopales que se enzarzan unos contra otros en una catarata de descalificaciones y excomuniones con el fin de alcanzar la preeminencia. Los efectos eran inmediatos: la pérdida de la disputa ideológica conllevaba la pérdida de la sede episcopal y con ello la pérdida del control de los fieles y de los bienes de las comunidades cristianas", subraya Antonio Pinero.
El obispo Gregorio Nacianceno, en un gesto que le honra, abandonó el I Concilio de Constantinopla dejando la siguiente nota: "No me sentaré yo en uno de estos concilios de patos y gansos; volaré lejos de cada reunión de obispos; porque jamás vi que ninguna de ellas acabara bien, antes al contrario, significaron siempre una adic-ción de males". De los numerosos evangelios existentes, unos fueron considerados canónicos, mientras que otros fueron rechazados como apócrifos.Y algunos que fueron desechados al principio, luego fueron aceptados nuevamente. Hasta que llegó Ireneo, obispo de Lyon, y eligió los cuatro que hoy conocemos -los Evangelios Apócrifos se contabilizan en torno a los se-
tenta-. "El Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesia está extendida por todo el mundo, el mundo tiene cuatro regiones, y conviene, por tanto, que haya también cuatro Evangelios", afirma el apologista para acreditar su elección.
La verdad es que actualmente sigue sin haber consenso ideológico entre los cristianos, pues existen grupos de todo signo, defendiendo cada uno su propia "verdad". "Hoy se cuentan, como mínimo, unas quinientas confesiones cristianas de cierta envergadura -explica el citado Pinero-. Parece empresa titánica e imposible luchar contra esa variedad, pues la diversidad polimór-fica pertenece a la esencia del cristianismo desde su nacimiento mismo". Sin embargo, es posible que todos los cristianismos coincidan en un mismo error: aceptar la historicidad de Jesús...
Consultando las fuentes
Los elementos que configuran la vida de Jesús -nacimiento de una madre virgen, milagros, muerte redentora, resurrección y ascensión a los cielos- están plenamente presentes en los relatos míticos de otros hombres-dioses y héroes que formaron parte del mundo antiguo como Osiris, Mitra, Attis, Apolo, Dioniso, Adonis, etc. El plagio efectuado sobre fuentes paganas para reconstruir el mito de Cristo es evidente. "El personaje de Jesús está en realidad basado en estos mitos y héroes mucho más antiguos", sostiene la arqueóloga Dorothy Murdock. Luego, los apologistas cristianos se encargarían de convertir en historia lo que para algunos autores no era más que una leyenda. Y le dieron carácter de textos sagrados, atribuyéndolos a supuestos discípulos de Jesús. Comienza así la verdadera "confabulación cristiana". De hecho, puede observarse perfectamente cómo se va reconstruyendo su biografía desde las Epístolas de Pablo -que a pesar de estar escritas en un periodo más próximo a la época en que supuestamente vivió Jesús, no aportan absolutamente nada sobre su nacimiento, enseñanzas y pasión, centrándose exclusivamente en el Cristo crucificado y resucitado-, hasta el último Evangelio, el de Juan, que ofrece numerosos elementos biográficos y milagrosos -entre ellos, la sorprendente resurrección de Lázaro-, además de presentar ya toda una elaboradísima teología cristocéntrica, con claras reminiscencias helénicas y qumránicas.
Por tanto, de los textos más antiguos -las Epístolas de Pablo- a los más modernos -incluyendo los Hechos de los Apóstoles-que componen el Nuevo Testamento, vemos claramente el proceso de historización que sufre la figura de Jesús -no olvidemos que los cronistas, astutamente, añadieron y ajustaron determinados datos para hacer cumplir ciertas profecías del Antiguo Testamento sobre su futura venida-.
Así pues, según mis indagaciones, el Jesús histórico se inventó a raíz del Cristo mítico. No al revés, como algunos eruditos han sostenido para poder fundamentar una presunta base real, por mínima que sea -los llamados evemeristas-. "Fue la historia humana la que se añadió alrededor de la divinidad, y no un ser humano al que se convirtió en divino", aseguraba Gerald Masseyen TheHistorícalJesusand the Mythical Chríst. Este autor ya se encargó a finales del siglo XIX de enumerar las similitudes existentes entre la mitología egipcia y los Evangelios, destacando que Horus nació de una virgen (Isis-Meri), en el solsticio de invierno, su alumbramiento fue anunciado por una estrella, recibió adoración de tres hombres sabios, asistió al templo a los 12 años, caminó sobre las aguas, hacía milagros curativos, se le representó crucificado en algunas tradiciones, resucitó al tercer día y fue considerado salvador de la humanidad. No es el único que ha estudiado estos paralelismos. El teólogo catalán Llogari Pujol, que también ha analizado las fuentes mitológicas egipciasysu vínculo con el cristianismo, sostiene que "los Evangelios fueron compuestos por eruditos sacerdotes judeo-egipcios del templo de Serapis en Sakkara (Egipto): tradujeron palabra por palabra textos egipcios" -La Vanguardia, 25/12/2001-.
En un texto egipcio del año 1.000 a.C, conocido como Oración del ciego, ya se encuentra los precedentes del padrenuestro y de las bienaventuranzas que aparecen en los Evangelios. ¿Casualidad o plagio...? La realidad es que los Evangelios -elaborados en una fecha más tardía de la que se admite oficialmente- carecen de originalidad. El cristiano cree confiado que lo que cuentan esos textos sobre Cristo es algo novedoso y que jamás se ha repetido. Sin embargo, todos sus atributos se conocían desde mucho tiempo atrás. Del hombre-dios Mitra, originario de la religión persa, también se tomaron numerosos elementos para recrear la biografía de Jesús, como la fecha de su nacimiento -el 25 de diciembre-, o el número de sus discípulos, doce. Sorprende la frase pronunciada por Mitra y que tan familiar resulta para los cristianos: "Quien no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre, haciéndose uno conmigo y yo con él, no se salvará". La teofa-gia -comerse a Dios-, era una alegoría muy común en todas esas antiguas doctrinas mistéricas. Recordemos asimismo que en el lugar exacto donde se erigió la Basílica de San Pedro del Vaticano, antes existió un santuario del dios Mitra. El cristianismo absorbía asía un gran competidor que le duró hasta el siglo IV. Y es que el mitraísmo estaba bastante extendido por todo el Imperio romano. Un episodio similar al de las bodas de Cana -la transformación del agua en vino- es descrito en el mito de Dioniso, deidad griega que fue considerado "Salvador" e "Hijo de Dios". Resucitó al tercer día y ascendió a los cielos. Llama la atención que en su culto se realizara un ritual con pan y vino.
Por su parte, Attis, divinidad a la que se rendía culto en Frigia, fue representado como un hombre clavado a un árbol. Su muerte también fue expiatoria y su cadáver no se encontró en la tumba, ya que había resucitado al tercer día. Apolo, Mermes, Adonis y casi todos los hombres-dioses antiguos nacieron en una cueva, elemento de una gran carga mítica, al simbolizar el útero de la Madre Tierra. El héroe griego Asclepio efectuó exorcismos y sorprendentes milagros, entre ellos resucitar muertos. Lo mismo hacía Apolonio deTiana, según cuenta su biógrafo Filóstrato...
No es extraño creer que todos estos detalles fueran posteriormente asimilados a la figura de Cristo. Leyendas de antiguos personajes míticos de las que se tomaron abundantes piezas para componer el puz-le neotestamentario. Con la diferencia de que los adoradores paganos no dieron carácter histórico a sus dioses, y los cristianos sí se lo dieron a su dios. ¿Y cómo se defendieron los primeros apologistas cristianos ante la acusación de plagio formulada por eminentes filósofos paganos? Diciendo que esas coincidencias eran obras del diablo, al anticipar la "verdadera" historia de Cristo en falsas doctrinas para confundirá la gente.
Podrá parecer escandaloso al creyente reconocer estos plagios y falsificaciones que se llevaron a cabo en los primeras siglos del cristianismo para modelar la figura de Cristo, pero cuando se consultan las fuentes y se descubren las similitudes y se admite que los Evangelios son muy posteriores a los cultos mistéricos, no es difícil advertirlo.
De hecho, fue costumbre escribir textos pseudoepigráficos por parte de los padres de la Iglesia, que fueron falsamente atribuidos a ciertos apóstoles y discípulos de Jesús. Eso ha ocurrido con algunas cartas de Pablo -sobre todo, aquellas en las que ataca el gnosticismo-.
El Nuevo Testamento está repleto de incorreccionesy añadidos posteriores, calculándose que una tercera paite son pseu-doepigrafías. ¿Es entonces un libro revelado? Además, no se ha conservado ningún original, sino copias de copias de otras copias, que han pasado por decenas de manos para ser traducidas -y retocadas- a múltiples lenguas. También se insertaban frases en los textos sagrados -interpolaciones-, o bien se eliminaban partes que no interesaban. Está más que comprobado que los pasajes que comprenden desde Me (16,9) hasta el final, concernientes a las apariciones tras la resurrección y la ascensión, están modificados, ya que fueron agregados con posterioridad a la fecha en que se redactó dicho Evangelio.^ serias dudas existen también sobre el pasaje (Mí 16,18): "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", puesto que durante los tres primeros siglos de nuestra era no ejerció la menor influencia.
¿Fueron una interpolación tardía estas extrañas palabras que en absoluto encajan en la predicación de un mesías que anunció el inminente fin de los tiempos y que, además, no aparecen citadas en el primer Evangelio? Es muy probable. Su añadido guardaría una intención obvia: probar que el papado fue instituido por Jesús. Por otro lado, los cuatro Evangelios -cuyos autores en ningún momento fueron testigos de los hechos- caen en profundos errores y contradicciones. No hay verosimilitud alguna. Son incapaces de ponerse de acuerdo en la genealogía de Jesús, en la fecha y lugar de su nacimiento, en el
tiempo que duró su ministerio público, en los testigos de la crucifixión, en el número de personas que le presenciaron resucitado, y en el día y lugar en que ascendió a los cielos.Tampoco existe constancia de la existencia de Nazaret en tiempos de Jesús, sino siglos más tarde.Y mucho menos que Herodes se entretuviera asesinando niños. Por otra parte, hay que reconocer que su anuncio profetice en Me (1,14-15) sobre el inminente fin del mundo y el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra de Israel fue un auténtico fiasco. ¿Podía permitirse, nada menos que el Hijo de Dios, tales fallos profetices? ¿Dónde queda, pues, la infalibilidad de los textos bíblicos? Como irónicamente señaló el teólogo Alfred Loisy: "Lo que Jesús anunció fue el Reino de Dios y lo que llegó fue la Iglesia".
Las interpolaciones también se realizaban sobre obras históricas, con el fin de dar credibilidad a la historicidad de Jesús. Eusebio de Cesárea, Hipólito de Roma, Justino Mártir, Tertuliano y muchos otros apologistas cristianos recurrieron a este tipo de "fraudes piadosos". Eusebio incluso difundió una carta presuntamente escrita por Jesús a Abgaro, rey de Odesa. El falso texto lo publicó en su Historia Ecclesiae, una obra escrita a principios del siglo IV que hoy goza de muy poca fiabilidad, aunque durante mucho tiempo fue consulta obligada para los historiadores -por tratarse de la historia de la Iglesia más antigua que se conoce-. Precisamente, Eusebio es acusado de ser el falsificador que introdujo las dos interpolaciones en la obra Antigüedades judías, del historiador judío del siglo I Flavio Josefo.tan citada por muchos como una de las principales referencias no bíblicas sobre Jesús. El párrafo principal dice así: "Por este tiempo vivió Jesús, un hombre excepcional, ya que fue un hacedor de milagros portentosos y un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo. Atrajo a muchosjudíosy a muchos gentiles además. Este era el Cristo.Y cuando Pilatos, frente a la denuncia de aquellos que son los principales de entre los judíos, lo había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron, ya que se les apareció resucitado al tercer día, viviendo de nuevo, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos profetas. Desde entonces hasta nuestros días, continúa el linaje de los que por su causa reciben el nombre de cristianos".
Dicho texto, conocido como Testimonium flavianum por los especialistas, no tiene la menor consistencia. Es claramente apologético -el escritor judío no hubiese hablado de Jesús en esos términos elogiosos- y no sigue la línea del resto de la obra. "Una indecente falsificación, y muy estúpida, además", en palabras del obispo inglés del siglo XVIII Wllliam Warburton. La verdad es que Josefo, a pesar de recoger en sus escritos los hechos más significativos de la historia del pueblo judío, no hace la menor mención de Jesús ni de sus discípulos. ¿No es un detalle tremendamente escamoso...? Téngase además presente que ningún apologista cristiano anterior a Euseblo citó dichos fragmentos. En caso de que hubiesen sido auténticos y escritos por Josefo -la mencionada obra data del año 93 d.C-, los habrían utilizados para convencer a muchos sobre la historicidad de Jesús.
"Lo cierto es que ninguno de los antiguos padres de la Iglesia hace mención de esta supuesta cita de Josefo que, de haberla conocido, la hubieran citado de mil amores en su lucha contra los judíos", afirma el reputado filólogo y teólogo alemán Karlhelnz Deschner. Sin embargo, comienzan a citarse a partirdel siglo IV, cuando ya se intercalaron en las traducciones.Y esa misma táctica se empleó en la obra Anales deTácito.Valía cualquier argucia contal de difundir a toda costa la doctrina cristiana. Y es que hay un silencio total sobre Jesús en las obras de los historiadores judíos y romanos del primer siglo de nuestra era. Filón, Suetonio.Tácito, Plinto el Viejo, Justo deTiberíades, Plutarco... Nadie se molesta en citarle. "Ninguna persona culta de su época le menciona en ningún escrito", subraya la historiadora Bárbara Walker. Las únicas fuentes son, por tanto, los Evangelios que, indiscutiblemente, no pueden ser considerados libros históricos.sino una colección de textos teológicos destinados a promover la fe.
Los apologistas cristianos estaban más obcecados por defender la existencia de Jesús que portransmitirsus presuntas enseñanzas. Ignacio, obispo de Antioquia.es-cribió: "...Y Dios el Verbo nació como un hombre, con un cuerpo, de la Virgen, sin cópula con ningún hombre. Él nació verdaderamente, en verdad creció, en verdad comió y bebió, en verdad fue crucificado, y murió y resucitó de nuevo. Quien crea estas cosas, como realmente fueron y como en verdad tuvieron lugar, será bendecido.
Quienes no las crean serán tan malditos como quienes crucificaron al Señor". Si hubiese garantía de que Jesús existió, ¿por qué esa insistencia en convencer al pueblo? ¿Acaso se actúa igual con otros personajes de la historia? Resultaría absurdo. Lo irónico es que esos padres de la Iglesia jamás aportaron pruebas, sino afirmaciones insostenibles como la anterior, acompañadas de amenazas de condena eterna si se dudaba de la historicidad de Jesús. Tanta terquedad lo único que consiguió fue despertar más recelo entre sus adversarios paganos, que ya les respondían con sarcasmos e improperios.
Un papiro del siglo IV "revela" que Jesús estuvo casado.
El descubrimiento de un pequeño papiro en copto del siglo IV ha suscitado un enorme revuelo, ya que en él puede leerse lo siguiente: "Mi madre me ha dado la vida... los discípulos preguntaron a Jesús... negó. María es digna de eso... Jesús les dijo: mi mujer... podrá ser mi discípula. Que los malvados se inflen... en lo que me concierne, viviré con ella por... una imagen". El documento, de 3,8 x 7,6 cm -semejan-
te a una tarjeta de crédito- y hallado en Egipto, fue presentado por Karen King, doctora en teología de la Universidad de Harvard, en un congreso internacional de coptología celebrado recientemente en Roma. Nuevamente, sale a relucir el nombre de María Magdalena como supuesta esposa de Jesús. No obstante, la relación que tuvieron, según se deduce del Evangelio de María y del Evangelio de Felipe, fue puramente espiritual, no carnal. Según señala el profesor Antonio Pinero, catedrático de filología neotestamentaria, "al escuchar al Salvador/Revelador, María se hace espiritualmente de la 'familia espiritual' del Salvador, al igual que su madre al pie de la cruz. Por ello a la Magdalena se le puede denominar con toda propiedad -espiritual- 'su hermana y su madre, y su compañera' (...) Todas estas expresiones -sobre todo si se formulan conjuntamente-deben entenderse de un modo simbólico y en el ámbito de lo espiritual". Además, ese fragmento tiene que pertenecer necesariamente a un texto más amplio, quizá a un evangelio perdido, pues no aparece reflejado en ninguno de los 82 evangelios compilados por Pinero en su obra Todos los Evangelios. Provisionalmente, la doctora King ha bautizado el supuesto evangelio perdido como el Evangelio de la mujer de Jesús (?).
Demasiadas conjeturas y especulaciones, pero pocas evidencias respecto a un asunto -el presunto vínculo conyugal entre Jesús y la Magdalena-que por enésima vez los medios de comunicación no especializados sacan a la palestra para provocar más polémica que debate académico, como ya pasó en su día con El Código da Vinci. Ni siquiera está claro que el texto que aparece en el papiro sea auténtico, como señalan algunos expertos. "Yo diría que es una falsificación. La escritura no luce auténtica", afirma Alin Suciu, experto en papiros de la Universidad de Hamburgo. La polémica está servida.
Del mito a la historia
Pablo, el verdadero fundador del cristianismo, convirtió la resurrección de Cristo en el núcleo de la fe cristiana. En símbolo de salvación universal, tras el sacrificio expiatorio. Ahí tenemos ya, en palabras de Gonzalo Puente-0jea,"la ficción teológica que abrió el camino para una nova religio, el cristianismo". Sorprende que Pablo no transmita nada acerca de las enseñanzas de Jesús, lo cual resulta bastante sospechoso. Por tanto, no podemos hablar de una religión de Jesús, basada en lo que predicó -el amor al prójimo-, sino más bien de una religión sobre Jesús, centrada en su resurrección como eje salvífico.
La Iglesia ha dado, pues, más importancia al mensajero que al mensaje -por eso se olvidó tan pronto de seguir los preceptos del Evangelio-. "Si el cristianismo pudiera haberse establecido sin un conocimiento de las enseñanzas de Jesús, ¿por qué, entonces, vino Jesusa enseñar? (...) El hecho de que no haya un solo sermón del Jesús de los Evangelios que sea citado por Pablo en sus muchas epístolas, es inexpugnable, y ciertamente fatal para la historicidad del Jesús del Evangelio", afi r-man'a Magurditch Mangasarian, que abandonó su cargo como ministro presbiteriano al descubrirtantíslmas inconsistencias bíblicas.
En Pablo se aprecia la huella de la gno-sis, presente en algunas de sus epístolas -en las que no aparece el Jesús histórico por ningún lado-, y también el pensamiento platónico, con su idea del alma inmortal, mezclado todo ello con escritos en
los que se condena la gnosis. ¿Cómo es posible esta paradoja?... Solo hay una respuesta: admitir que entre esas epístolas algunas no son de su autoría, sino elaboradas posteriormente por ciertos apologistas. Y si decidieron mantener en vigor las epístolas que siguen un pensamiento abiertamente gnóstico, es porque ya estaban bastante extendidas y hubiese llamado mucho la atención su prohibición. En dichos textos, Pablo se refiere a un Cristo místico, perteneciente a una realidad espiritual que se encuentra dentro de nosotros mismos: "Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mf (Gal. 2,19-20). El historiador John GloverJackson.autordeGifjsfJam'fy Befare Chríst, señala: "Debe advertirse que, en general, las primeras epístolas muestran signos de influencia gnóstica, mientras que las últimas muestran señales de prejuicios antignósticos".
Lo mítico fue transformado gradualmente, por arte de la falacia teológica, en histórico. Así, la interpretación literalista se impuso de forma drástica cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio y luchó de manera implacable contra aquellos que se oponían a la ortodoxia cristiana. Los perseguidos se convirtieron enseguida en perseguidores.Y arrasaron con toda forma de culto pagano. La filosofía y la ciencia también sufrieron las consecuencias. "Después de Jesucristo es ya ociosa toda investigación. Si creemos, ya no exigimos nada que vaya más allá de nuestra fe", declaró Tertuliano. Se iniciaba de esta forma un periodo oscuro de superstición e incultura.
El gnosticismo -del griego gnosis, que significa "conocimiento"-, sistema filosófi-co-místico sobre el que se fundamentaron las doctrinas mistéricas y según el cual el contacto con la divinidad puede alcanzarse a través de la vía interior, era una herejía -"un crimen contra el Estado", según Teodosio- y se hacía necesario erradicarlo para que no quedara huella alguna de las fuentes en las que los apologistas cristianos habían bebido para fraguar la nueva religión.
Grandes bibliotecas repletas de textos gnósticos y numerosos templos paganos fueron saqueados y quemados. "Así, por el mar y por la tierra, fueron destruidos los templos de los demonios", anunciaría Teodoreto, obispo de Ciro. La eminente filósofa pagana y científica Hipatia de Alejandría sería cruelmente asesinada por un grupo de fanáticos cristianos, obedeciendo órdenes del obispo Cirilo. Se implantó el terror como método coactivo de adoctrinamiento. La Iglesia comenzaba a cosechar poder y riquezas, distanciándose cada vez más de aquel espíritu humilde de las primeras comunidades cristianas, que pretendían seguir las enseñanzas del Jesús de los Evangelios. El "bienaventurados los pobres" se convirtió en "bienaventurados los pobres de espíritu". De esta forma, el cada vez más opulento clero no se podía sentir aludido.
"El cristianismo, que fue la religión de una comunidad de hermanos iguales, sin jerarquía y burocracia, se convierte en Iglesia, en reflejo de la monarquía absolutista del Imperio Romano", afirma Erlch Fromm. La Iglesia, en su afán por perpetuar su dominio, solo quería ignorantes entre sus feligreses -para persuadirles fácilmente- y grandes eruditos en su jerarquía apostólica -para velar por la tradición eclesiástica-. Una jerarquía, por cierto, que se creía sucesora directa de los discípulos de Jesús. Y que no soportaba a sabios ni a filósofos que tendían a cuestionar los fundamentos de la fe o que tenían una visión metafísica muy alejada de la teología cristiana. "La predicación de la Iglesia es verdadera y firme y en ella se propone al mundo entero un único e idéntico camino de salvación (...) Los que abandonan la predicación de la Iglesia acusan de ignorancia a los santos presbíteros, sin observar que vale mucho más un hombre religioso aunque Ignorante, que un sofista blasfemo e insolente. Esto es lo que son todos los herejes y los que creen haber encontrado algo más allá", escribe Ireneo en su calumniosa obra Contra las herejías. Esa Iglesia que ya se jactaba de censurar y condenar, ni siquiera permitía que las Sagradas Escrituras -cuyo primer canon o lista se establece a finales del siglo II- fuesen leídas por los creyentes -para que nadie se atreviera a Interpretarlas a su manera-.
El f lósofo pagano Celso, refiriéndose a los cristianos, afirma: "Siempre están repitiendo: no examines. Solo cree, y tu fe te hará bendito. La sabiduría es una cosa mala en la vida; es preferible la necedad". Fueron tales las arremetidas de Celso hacia los cristianos, a través de su obra Discurso Verdadero, que On'genes -respetado padre de la Iglesia a quien Benedicto XVI califica de "gran maestro en la fe"- intentó, como buenamente pudo, refutarle en Contra Celso, texto que incluye numerosos párrafos de la citada obra del filósofo -que no se conserva directamente-.
Celso demuestra un gran conocimiento de la religión cristiana, siendo sus críticas muy fundamentadas, citando numerosas fuentes, examinando las contradicciones bíblicas y mencionando las sospechosas coincidencias con las doctrinas mistéricas, así como el plagio y deformación que hacen los apologistas de las enseñanzas grie-gasy del judaismo. Su opinión sobre el episodio de la resurrección de Cristo no puede ser más tajante: "Pero lo que se debe examinar es si alguno, verdaderamente muerto, ha resucitado con su propio cuerpo. ¿O piensan que lo de los demás es un mito -y así parece-, pero que ustedes han encontrado un desenlace más noble y verosímil al drama: aquel grito que lanzó desde el madero en el momento de expirar, el terremoto y las tinieblas? ¡ Estando vivo no pudo socorrerse a sí mismo, pero después de muerto resucita y muestra las señales de su suplicio, cómo habían sido taladradas las manos! ¿Y quién vio todo esto? Una mujer exaltada, como ustedes dicen, y algún otro del mismo grupo de hechiceros. Ya sea que lo soñara por alguna disposición especial de su espíritu, o bien, se lo imaginara con mente extraviada según su propio deseo, cosa, por cierto, que ha sucedido a muchos otros, o, en fin, lo que es más probable, quisiera Impresionar a otros con este prodigio y, con tal engaño, dar ocasión a otros charlatanes".
Celso considera Indigno que el Hijo de Dios muriese de esa manera y que al resucitar se apareciera de forma extraña a unos cuantos discípulos suyos, tan poco fiables en sus testimonios. "SI Jesús quena mostrar su poder divino, debiera haberse mostrado a los que lo insultaron, al juez que lo condenó y a todo el mundo en absoluto", opina razonablemente el filósofo, quien niega la existencia de Cristo igual que la de los dioses paganos, restringiéndolos al panteón mitológico.
Porfirio, filósofo neoplatónlco, también es rotundo en su obra Contra los Cristianos, de la que solo se conservan unos pocos fragmentos: "Los evangelistas son inventores, no historiadores de los acontecimientos realizados en torno a Jesús. Cada uno de ellos escribió no en armonía, sino en desacuerdo, especialmente en lo que se refiere al relato de la Pasión". Cuando a lo mítico le damos carácter histórico, le estamos arrancando su verdadero valor simbólico. Y eso ha ocurrido con la figura de Cristo, tan manipulada a lo largo de la historia eclesiástica. Su naturaleza arquetípica e imperecedera está fielmente reflejada en los manuscritos gnósticos de Nag-Hammadi -descubiertos en 1945-, que nos han llegado Intactos y que relatan el auténtico significado oculto del cristianismo primitivo, muy alejado de la ortodoxia religiosa impuesta con posterioridad por la Iglesia.
Estudiando esos manuscritos, y comparándolos con los textos sagrados oficiales, vemos lo lejos que se llegó para urdir lo que a mi parecer es el gran fraude de la historicidad de Cristo. La infamia de los conspiradores eclesiásticos -actuando como depositarios de una presunta verdad revelada y como guardianes de una determinada dogmática doctrinal-, hizo que la perseguida tradición gnóstica -cuyo pilar era la búsqueda Interior para acceder al conocimiento de lo suprate-rrenal- degenerase en una falsa fe, administrada siempre bajo un férreo control teocrático, y que hoy siguen compartiendo millones de personas.
¿No es ya momento de tomar conciencia de que todo pudo haber sido un elaborado engaño?
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Enigmas & Casos Paranormales.
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