LOS INCREIBLES CASOS DE ANIMALES QUE FUERON CONDENADOS A MUERTE POR LA JUSTICIA.
Desde la baja Edad Media hasta bien entrado el 1700, era común en los estrados judiciales de Europa juzgar públicamente a los animales que habían cometido algún “delito”. Muchos de ellos fueron condenados a la pena capital, pero también sufrieron espantosas mutilaciones ordenadas por los jueces. Los procesos más detonantes, las sentencias más ominosas.
PERROS Y GATOS BLASFEMOS Fueron mártires por razones políticas, religiosas o puramente morales. Arriba, un gato colgado por los puritanos por haber cazado un ratón en domingo. Abajo, otro gato -simbolizando a los católicos- ahorcado por los protestantes.
Un perro ahorcado por pobladores de Delano, California. Los acusados tenían notarios que eran “abogados de animales”.
LOS JUICIOS INSOLITOS
Aunque no son nuevos, los procesos a los animales se acrecentaron durante la Edad Media. Aquí, los más resonantes de ellos.
1447. UN PEREGRINAJE En Dinamarca, un cerdo mata a un niñito y es juzgado y ejecutado por el homicidio. Los dueños, vecinos conocidos por su mala conducta, son considerados “un mal ejemplo” para el animal y se les ordena hacer un acto de constricción: deben realizar una peregrinación a un santuario en Alemania, para pedir perdón por sus pecados.
1534. UN PERRO HEREJE Un mastín portugués es condenado a la hoguera por ladrarle ferozmente a la imagen de San José en una procesión. El perro desobedece las órdenes de callarse que le da el mismo arzobispo, y es considerado un herético.
1613. UN MONSTRUO En un pozo de Montoiron, Francia, aparecen “restos de un bebé mitad cerdo y mitad humano”. La autoridad local acusa a un campesino de ser el padre de la criatura, junto a su cerda, y los manda a los dos a la hoguera.
1690. ORUGAS ESPANTADAS Una invasión de gusanos está acabando con las cosechas de un valle en Puy-de-dome y el vicario local es llamado desesperadamente para salvar la situación. Su tribunal juzga a las orugas y les ordena retirarse. Como éstas desobedecen, reciben al castigo máximo: son excomulgadas. El efecto es fulminante: transformados en mariposas, los gusanos desaparecen por los aires. En agradecimiento, los pobres campesinos aceptan pagar “los diezmos e impuestos atrasados” que le debían, justamente, al obispo.
1846. RESPONSABILIDAD CIVIL Un curioso caso donde nace la idea de que el dueño es el responsable. Un cerdo alemán le muerde las orejas a una nena y la policía lo sacrifica por peligroso. El dueño del animal es condenado por un tribunal a pagar una dote “para que la niña, desorejada, se pueda casar algún día”.
Hubo una época en que los animales podían ser juzgados, condenados y castigados severamente. Sus jueces, paradójicamente, les aplicaban las mismas reglas que a los hombres y hasta los interrogaban. Esto sucedió en la Edad Media, y aunque parece increíble, sólo cesó a fines del Siglo de las Luces. Ahora se sabe que los animales no tienen raciocinio y que, por lo tanto, no pueden ser considerados culpables de cometer faltas penadas por los hombres. No tienen conciencia, y aunque son capaces de matar, no pueden cometer ningún tipo de asesinato. Lo que les falta, indudablemente, es la distinción moral que permite el crimen y la crueldad. Pero en otras épocas, si un animal mataba a una persona, se lo consideraba un asesino y se lo ejecutaba con todo el ritual de la ley. Por ejemplo, en 1386, poco más de un siglo antes de que Colón llegará a América, una cerda fue condenada por el homicidio de un niño. El hecho ocurrió en un pueblito de Normandía, al norte de Francia, una de esas comunidades rurales aisladas, ignorantes. La cerda era el tesoro más preciado de una humilde familia de campesinos, su única propiedad en un tiempo en que la gente de campo no era dueña de su tierra ni tenía más que su ropa y herramientas. Las actas de la época no cuentan como sucedió el accidente, pero la cerda atacó a uno de los pequeños niños de la familia campesina y lo mató. El señor feudal de la comarca de Falaise reunió al tribunal de notables, nobles y curas, que condenaron a la cerda a ser ejecutada, como si fuera una persona. Se labraron actas, se escucharon testigos –uno declaró a favor de la chanchay se dictó sentencia.El 9 de Enero de 1386, en la plaza del pueblo, frente a la iglesia local, que todavía existe y guarda los documentos del juicio, se ajustició a la chanchita. El verdugo, con su capucha, subió al animal al cadalso. Primero ejecutó la venganza dispuesta por el juez: se le cortó a la cerda parte de la cara y una pata, ya que ella había mordido al chico en la cara y un brazo. Luego, se llevó a cabo la pena. La cerda fue ahorcada y su cadáver quemado y después arrastrado por las calles. Para mostrar que la condenada, pese a se un animal era plenamente responsable, antes de colgarla se la vistió como a una persona: se le pusieron pantalones, una chaqueta y guantes. Para que el caso sirviera de escarmiento, se reunió a todos los cerdos del pueblo para que presenciaran la ejecución. “Así tendrán un ejemplo del castigo que les espera por sus malas acciones”, escribió un anónimo cronista presente.Los buenos aldeanos de Normandía no estaban locos ni tenían un perverso sentido del humor. Hacían lo que, en la época, resultaba perfectamente normal. Por ejemplo, la Edad Media es una época en que la brujería es considerada un hecho de la vida y se la castiga severamente. Toda anomalía es sospechosa. Se conoce un caso de 1394 en que un horrorizado tribunal condenó a la hoguera a un gallo que puso un huevo. El gallo y su huevo fueron quemados públicamente en unauto de fe al que asistió toda la ciudad, entre rezos y misas. Poco después, una gallina cantarina también era quemada por bruja y “animal demoníaco”: sólo los gallos deben cantar en la madrugada, y si la gallina lo imita es porque hay algo sospechoso, sobrenatural.Con el tiempo, hasta se desarrolló una cierta jurisprudencia donde el culpable era un animal y, por lo tanto, no podía hablar. Básicamente se seguía la división jurídica de entonces, donde los tribunales eclesiásticos, compuesto obviamente por curas, cuidaban de los hechos de brujería y los de calamidades públicas. Los casos privados, de crímenes comunes, pasaban a un tribunalcivil, compuesto por notarios, los abogados de la época. Como los animales no hablan, se usaba el mismo sistema que cuando el acusado o la víctima eran niños, y los hombres se expresaban por ellos. Este sistema dejó historiasmuy extrañas, como el de los obispos que condenaron especies enteras de animales como “heréticas y desobedientes” y el de los notarios que eran “abogados de animales”
Un obispo que no se llevaba bien con los animales excomulgó a las lagartijas de Suiza, por negarse a comparecer ante un tribunal. Resulta que en un verano del siglo XV, la zona de Laussana esta ba invadida por una verdadera plaga de estos pequeños reptiles. Los monjes de la ciudad abrieron las iglesias y ordenaron a las lagartijas que se presentaran para ser juzgadas ante Dios. Como los animalitos no aparecieron se les dio tres días para abandonar el país “antes de incurrir en la maldición de Dios y la corte celestial”. Pero los reptiles se negaron a retirarse, y entonces, en misa de gran solemnidad, fueron excomulgados en masa.
La crónica del caso se detiene allí, y no sabemos qué ocurrió después, pero es lícito suponer que las lagartijas siguieron desobedeciendo al tribunal. Mucho mejor le fue a un obispo italiano que probó el mismo método un siglo después, pero contra los delfines. Los pescadores de la zona se quejaban de los delfines que, jugando y saltando, molestaban a la hora de recoger las redes. Eran tantos, que a veces resultaba imposible trabajar, y los inteligentes delfines no se retiraban ni cuando mataban a algunos. El obispo local siguió el mismo procedimiento que su antecesor suizo. Pero esta vez, los reos obedecieron y “se retiraron avergonzados por sus faltas”. Nunca más molestaron a los pescadores de la región.
Perros y gatos eran los animales más perseguidos, aunque en el siglo XIV un bosque entero fue condenado a muerte. A muchos también se los usaba de guía.
Un perro es condenado por morder a una persona.
Los gatos y los perros fueron los animales más perseguidos y más condenados en estos juicios, tal vez porque eran los más domésticos y los más asociados con la conducta de sus amos. Cuando se desencadenó en serio la persecución de las brujas, los gatos comenzaron a pasarla mal. Nunca habían contado con la simpatía de las autoridades, por sus costumbres nocturnas y su resistencia a obedecer. Tenían una vaga asociación con la ilegalidad, y era fácil convencer a un tribunal de que eran culpables. Muchas acusadas de brujas se salvaron de la hoguera arrepintiéndose y señalando a sus gatos especialmente a los negros como la encarnación de Satanás que las había llevado por el mal camino. Los gatos eran interrogados y, en muchos casos, torturados para que confesaran. Se esperaba que hablaran -después de todo, estaban poseídos por el diablo y si no lo hacían, era una muestra de rebelión contra la autoridad. La comunidad de Leyden, en Holanda, llegó más lejos que ninguna. No sólo quemaba en la hoguera a cuanto felino se involucrara en un caso criminal, sino que llegó a prohibirlos, acusándolos de esparcir enfermedades y hacerlo a propósito. La ciudad sufría en esa época un principio de peste, y se culpó de ella a los gatos, “animales demoníacos y pestilentes, amigos de Lucifer”. Las hogueras trabajaron día y noche matando gatos, hasta dejarla ciudad limpia de felinos. Claro que al verano siguiente volvió la peste y con más fuerza que nunca: la transmitían, en realidad, las ratas, que se multiplicaron como nunca cuando no hubo más gatos. Los colonos ingleses en Estados Unidos, en el siglo XVII, dieron otro ejemplo de acusaciones gatunas. Como eran puritanos, se fijaban a sí mismos reglas dificilísimas de cumplir en lo moral y en la vida cotidiana. Los gatos estaban prácticamente prohibidos en Salem y otras aldeas de la naciente colonia, y lo que más les molestaba a los puritanos eran sus pasiones nocturnas “acto inmoral e insultante al pueblo de Dios “. Muchos gatos fueron a la hoguera con las famosas brujas de Salem, en 1645, y en esos años muchos otros pagaron con prisión su naturaleza ardiente. Un gato de Maine, al norte del país, fue encarcelado en una jaula por un mes, por cortejar “sin autorización” a una linda gatita cuya dueña era muy moralista.
DIOS Y LOS ANIMALES
En la tradición judeocristiana algunos animales son considerados “puros” y otros “impuros”. Muchos santos tuvieron una relación especial con algunas fieras.
Las más antiguas tradiciones cristianas hablan de animales y de su relación con Dios. La Biblia está repleta de historias con buenos y malos animales, y era considerado un hecho que Dios podía “iluminar” y razón y entendimiento a sus criaturas más bajas. Profetas y campeones de Israel premiaron y castigaron a los animales. Varios santos hablaron con animales y se entendieron con ellos. San Francisco de Asís fue el más conocido amigo de los animales, y también ejerció justicia con ellos. Una vez condenó a un lobo que había matado al buey de un campesino. El castigo fue que tomara el lugar del buey y tirara del arado. La tradición no cuenta qué dijo el campesino cuando vio que tenía que trabajar con un feroz lobo como compañero de labranza. Ya antes se había registrado casos similares San Eloy y San Medardo, santos del siglo Vll cuyas vidas son poco conocidas, también condenaron a osos a reemplazar a bueyes que habían matado. El problema debía ser común en la época, porque la tradición cuenta que San Jacques el Asirio, en el año 641, tuvo que repetir la condena con otro oso. Estos animales obedecían sus penas sin problema y sin discutir, algo que los tribunales posteriores nunca lograron con los hombres.
Los perros, en general, tuvieron mejor trato porque tenían mejor imagen. Se conocen casos como el del perro de la Avila española, en el 1200, que fue condenado como cómplice de un salteador que lo había entrenado para robar bolsas y comida. El salteador perdió, por ladrón, la mano derecha, pero el perro recibió más clemencia “por su buena naturaleza” y porque se consideraba que sólo obedecía las órdenes de su amo: lo dejaron ir con apenas veinte azotes. Peor le fue al perro del aristocrático conde de Prix, que se vio envuelto en la violencia de la revolución francesa. El señor de Prix fue capturado por los revolucionarios y guillotinado por aristócrata y conspirador. Su perro también fue ejecutado: lo ahorcaron el 19 de noviembre de 1793. El tribunal revolucionario lo hallo culpable de “mantener relaciones con la aristocracia”.Como prueba, los testigos contaron que el perro movía la cola cuando veía un noble, ladraba ferozmente cuando veía un pobre y mordía a los guardias de la revolución. El pobre animal, cuyo nombre no se conservó, fue el primer preso político canino.Acusar a animales por los actos de seres humanos no era novedad. En el siglo XIV, hasta un bosque entero en Alemania fue declarado cómplice de robo, talado y quemado por orden judicial. Un ladrón se había escapado del sheriff local huyendo de árbol en árbol. En su furia, el sheriff acusó al bosque de ser testigo de un crimen, de no haberlo evitado y de haber ayudado a un criminal a escapar de la ley. El tribunal le dio la razón, y condenó a muerte al bosque infractor. En otros casos, el animal era juzgado como cómplice, cuando en realidad era una víctima. En abril de 1550 un hombre fue en la hoguera en la ciudad de Poitiers por zoofilia. En la hoguera de al lado ardía su “amante”, una vaca lechera. Exactamente dos siglos después, y también en Francia, Jacques Ferron fue visto en situación dudosa con su simpática burrita. De inmediato fue a parar a la cárcel, donde pasaría largos años -ya no se usaba la hogueray el problema pasó a ser la defensa de la burrita. Sucede que ésta era la mascota de Vanves, la pequeña aldea donde vivía Ferron; y los vecinos le tenían simpatía. Se conserva una petición popular al tribunal para que perdonara a la burrita, “que siempre se mostró virtuosa tanto en la casa como fuera de ella, y que nunca dio motivos para el escándalo”. Los vecinos lograron que la perdonaran, ya que se consideró que la pobre burra “fue víctima de un acto violento y no participó en el crimen por su propia voluntad”. Mucho pesó, además, la opinión del párroco local, que recordó a los jueces que la Biblia dice que burros y caballos fueron los primeros animales en ascender al arca de Noé, señal de favor divino. El argumento bíblico tenía gran peso en los tribunales eclesiásticos, generalmente en contra de los acusados de cuatro patas. Un cerdo fue quemado vivo en 1394, en la ciudad francesa de Mortain, por comerse una hostia consagrada. Además de su delito sacrílego, el cerdo fue tratado más duramente por ser un animal “impuro” en el Antiguo Testamento. Los pájaros eran también maltratados, sobre todo por comerse las cosechas. Uno de los casos más famosos tuvo lugar en Inglaterra en el año 1300. Una bandada de cuervos fue acusada en los tribunales locales de comerse un campo cultivado. Los pájaros fueron laboriosamente capturados vivos y entregados a un magistrado, que los interrogó. Como los jueces no pudieron distinguir los gritos de los culpables “de aquellos que defendían su inocencia”, condenó a todo el grupo, por las dudas.
Los juicios masivos no eran extraños. Una bandada entera de cuervos fue condenada porque el juez no distinguía los gritos de los cuervos culpables de los inocentes.
Estas condenas masivas eran comunes. Un joven abogado del siglo catorce, Bartolomeo Chassanée, dejó un relato de uno de sus primeros casos, cuando le tocó defender a un grupo de ratas ante el arzobispo de Autun, en Francia. Chassanée cuenta cómo logró anular la primera sesión del juicio porque “no había citado a las acusa das en tiempo y forma”. El obispo acepta el argumento y da tres días para que se presenten las ratas, acusadas de “ser demasiado abundantes en la región”. Llegado el día, el enfurecido prelado ve que ninguna rata se presentó. La elocuencia del abogado Chassanée salva el día, recordándole que la abundancia de roedores “bien puede ser una advertencia del Señor a los hombres, y no culpa de las mismas ratas”. Ante la duda, el cauto prelado suspende el juicio.Hoy, ya ninguna corte juzga a los animales, que sólo entran a un tribunal como prueba material de algún delito cometido por los hombres. Sin embargo, en febrero del año pasado, un lorito condenó a prisión a un señor inglés, que juraba ante el juez que el ave era suya. Cuando el verdadero dueño entró al juzgado, el lorito voló hacia él, lo saludó cariñosamente por su nombre, y le hizo arrumacos. Convencido por el elocuente testimonio, el juez condenó al ladrón.
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