FUENTE: Revista española AÑO CERO.
Continentes anegados por los océanos. Tempestades eléctricas y vientos huracanados barren el planeta. Tremendos terremotos y erupciones volcánicas despedazan las tierras. La superficie helada polar, al desviarse de la zona fría, se funde con rapidez mientras nuevos casquetes polares se forman. Un elevadísimo número de organismos vivos desaparece mientras la atmósfera, los océanos y la litosfera intentan adaptarse a las nuevas condiciones terrestres.
El término que designa estas grandes catástrofes es el de «inversión polar», «desviación axial» o «movilidad de los polos». Tal acontecimiento provocaría una inversión de los polos Norte y Sur de hasta cerca de 180° y una alteración del equilibrio del planeta en el espacio. Las consecuencias adquieren tintes apocalípticos.
En los albores del siglo XXI se identifica la catástrofe total con el Armagedón nuclear o las visiones de un suicidio ecológico. Sin embargo, apenas guardamos memoria de un movimiento olvidado, un mecanismo que la Tierra encierra en su seno, capaz de destruirnos al tiempo que el planeta se renueva. El fenómeno se inscribe de lleno en lo que Isaac Asimov definió como «catástrofes de tercera clase», en las que la Tierra pasa por algún tipo de convulsión que lleva a la casi extinción de los organismos vivos, aunque el Universo o el mismo Sistema Solar no se vean afectados.
• Los padres de la invención
Las profecías de Nostradamus o el corpus teosófico de madame Blavatsky figuran entre los antecedentes ilustres, pero los padres de las predicciones sobre el vuelco terrestre pasan por ser el astrónomo italiano G.V. Schiaparelli y el escritor norteamericano Marshall Wheeler.
Schiaparelli sostenía que nuestro planeta, en determinadas condiciones, podía llegar a una situación de tensión que provocara una oscilación en su eje. Consideraba que ni la astronomía ni las leyes de la mecánica podían presentar, como hecho incontestable, la permanencia de los polos geográficos.
Wheeler admitía la posibilidad de un tercer movimiento de nuestro planeta, de carácter imprevisible, que podría causar cambios de orientación del globo. La gran cantidad de energía para producirlos proviene de «corrientes magnéticas envolventes» capaces de desplazar 90° al eje terrestre. Sumatra y Ecuador configurarían los nuevos polos y la línea ecuatorial rodearía la Tierra por África Central, Italia y el actual Polo Norte para proseguir por Alaska y el Océano Pacífico hasta la Antártida y Ciudad del Cabo . La tesis no prosperó. El uni-formismo sentenció que ninguna fuerza procedente del interior del planeta sería capaz de desviar su eje y el mundo tranquilo continuó su paseo.
En la década de los 60, van a saltar a la palestra científica una serie de propuestas heterodoxas. De una parte, una serie de investigadores independientes, que aseguran utilizar métodos científicos para fundamentar sus afirmaciones, sustentan que catástrofes globales similares ya han acontecido y volverán a repetirse en breve período de tiempo. De otra, «channelers» que en su calidad de «canales de transmisión de informaciones paranormales», emitieron profecías sobre el desencadenamiento de una inversión polar para finales de siglo pasado.
• El «affair» Velikovsky
Anteriormente sonó el timbre de alarma. Immanuel Velikovsky, un psiquiatra judío ruso alumno de Freud, presentó una teoría radical sobre las transformaciones del Sistema Solar origen de una enconada disputa científica en los años 50. En su obra, Worlds in Colisión («Mundos en Colisión»), sostenía que Júpiter expulsó de su masa un cometa, Venus, vagabundo por el espacio hasta invadir la órbita de la Tierra en el siglo XV a.C. y hacerla oscilar dos veces sobre su eje. Ocho siglos después, Venus desequilibró nuevamente el ámbito solar. Impulsó a Marte que, a punto de colisionar con nuestro planeta, originó otra inversión polar e importantes desplazamientos en la litosfera.
Para fundamentar sus afirmaciones, Velikovsky buceó en los antiguos mitos, leyendas e historias de cataclismos que consideraba irrefutables. Con ello, lanzó un gran desafío a los dogmas uniformistas imperantes. La controversia, aunque muy atenuada, se mantenía en las publicaciones científicas de los años 80. Incluso Cari Sa-gan terció en ella en su celebérrima serie televisiva: Cosmos.
Lo más curioso del caso es que Velikovsky no realizó nunca una predicción relativa al desencadenamiento de una futura inversión polar, incluso no atribuía credibilidad alguna a los videntes que la vaticinan. El punto de partida de su teoría, en su origen buscar una explicación al episodio bíblico de Josué al detener el Sol y la Luna, consistía en que la Tierra había sufrido súbitos y frecuentes desequilibrios en su eje debido a cuerpos celestes. Su hipótesis se orientaba exclusivamente a desvelar las inversiones polares anteriores.
La Tierra cabecea como lo haría una peonza al girar, porque sigue dos órbitas simultáneas en el espacio. Una de 300 millones de kilómetros alrededor del Sol y otra «segunda órbita», 20 veces menor, que completa cada 36.000 años. Adam Barber, abogado de patentes en Washington, publicó en 1955 un panfleto donde pronosticaba una nueva inversión dentro de los 50 años siguientes, cuando interfieran el eje terrestre y los planos de ambas órbitas para que las fuerzas giroscópicas fuercen un vuelco de 135°. Ratificó el descubrimiento de ladoble órbita terrestre. Como resultado de este segundo movimiento el eje del planeta sufre alteraciones periódicas que se traducen en giros globales de cerca de 90°. Esos fenómenos se repiten cada 7.500 años y el próximo está presto a ocurrir «aproximadamente dentro de 20 años».
Teóricamente el siguiente giro global tendría que haber sucedido ya.
• La cataclismología
El planeta posee un ciclo natural, que se repite cada 7.000 años, cuyo principio y fin están marcados por un cataclismo originado por el peso de la acumulación de hielo en los casquetes polares que provocan un desplazamiento axial de 80°.
Tras cada cambio de eje, la nieve y el hielo acumulados en las nuevas regiones polares hacen que su crecimiento sea superior al desgaste producido por el desprendimiento de los bloques de hielo. Los casquetes llegan a ser tan inmensos que desestabilizan al globo. El planeta sufre entonces un vuelco súbito, en el transcurso de un día . Los polos ruedan hacia la zona ecuatorial y dos regiones opuestas se transforman en relucientes casquetes polares.
Dos años más tarde, un profesor de historia de Springfield, Charles Hapgood, que en el inicio de sus investigaciones sintetizó las ideas de Brown en un libro, Earth's Shifting Crust («La cambiante corteza de la Tierra»), cuyo prefacio iba firmado por Al-bert Einstein, comprendió gracias a ingentes datos y cálculos efectuados, que el detonante de la inversión no podía estar en los casquetes polares y abandonó la idea de que el planeta, en su conjunto, alteraba su posición en el espacio. Introdujo modificaciones radicales en el sistema de Brown gracias a las aportaciones de un ingeniero matemático, James Hunter, experimentador con giroscopios.
De acuerdo con sus investigaciones, Hapgood desarrolló la posibilidad de que masas desestabilizadoras, en el exterior e interior del planeta, impulsaran a la litosfera a deslizarse sobre su núcleo. Según Hapgood, en el último millón de años los polos habrían modificado su posición la friolera de 16 veces, mientras que la corteza habría sufrido al menos 200 alteraciones desde la era precámbrica, hace unos 600 millones de años.
Por fin, basándose en que desde 1900 los terremotos aumentan tanto en frecuencia como en intensidad y en que las observaciones efectuadas por el SIMP (Servicio Internacional del Movimiento Polar) detectan un progresivo desplazamiento del polo Norte que entre 1903 y 1973 vagó en dirección a Groenlandia algo más de 8 m., Hapgood concluía que debemos esperar una nueva inversión polar antes de finalizar el siglo. Hacia 1971 circulaba porLos Angeles un opúsculo que, bajo el título de The Adam and Eve Story («La Historia de Adán y Eva»), amalgamaba elementos desarrollados por Brown y Hapgood. Aún así, su autor, Crian Thomas, contribuyó de forma original a las teorías de la inversión. Aportaba unadefinición del proceso que bajo el epígrafe de «calataclismología» constituía una introducción interdisciplinar basada en varias ciencias que abarcan desde la antropología a la cosmología, pasando por las ciencias de la Tierra. Por otra parte, Thomas es, sin duda, de todos los investigadores del fenómeno el más pesimista. Entre 300 y500 años después de la fecha de la publicación de su trabajo un panorama desolador acompañará al desplazamiento polar y «cuando todo acontezca, tendremos una nueva historia de Adán y Eva».
Un teórico aficionado inglés, Peter Warlow, miembro de la Sociedad de Estudios Interdisciplinarios dedicada «a incentivar el estudio racional y objetivo de las teorías de Velikovsky», publicaba en 1978 un artículo en la prestigiosa revista científica Journal ofPhisics, donde reunía una asombrosa cantidad de datos, geológicos, astronómicos, matemáticos e históricos, con los que desafiar el dogma de la estabilidad y la uniformidad siguiendo las ideas heterodoxas de su maestro, I. Velikovsky.
Desarrolló su teoría giroscópica en un libro posterior, Reversing Earth («Invirtiendo la Tierra»), publicado en 1980. Arrancaba de los experimentos realizados con un tipo particular de peonza que, cuando pierde velocidad al girar, se vuelca y queda apoyada, sin suspender el giro, en su extremo opuesto produciendo una inversión en su movimiento rotativo. Warlow comparaba la Tierra con una peonza de esta clase y así, en el transcurso de una posible reversión terrestre, la rotación continuaría sin grandes alteraciones mientras que la Tierra volcaría sobre sí misma. Para alterar la estabilidad giroscópica del planeta, siguiendo los pasos de Velikovsky, acude a un gran cuerpo cósmico que describa una órbita de precolisión. Un planeta con una masa aproximada al nuestro, que pasará a unos 50 mil kilómetros de distancia, ejercería una gravitación sobre el Ecuador lo suficientemente fuerte como para hacerle girar.
De todas las teorías sobre inversiones polares fue ésta la única que gozó de cierta difusión en círculos científicos, pues aparentemente se apoyaba en sólidas bases físicas. Bien es cierto que pronto el físico norteamericano Víctor Slabinsky señaló serios errores de cálculo. Por ejemplo que el empuje necesario para volcar la Tierra debe elevarse 200 veces más de lo calculado por Warlow, lo que comporta que el cuerpo cósmico implicado no podría tener la masa de la Tierra, sino acercarse a la de Júpiter, el planeta gigante. Aún más, si un planeta pasara tan cerca del nuestro como para ponerlo patas arriba afectaría seriamente a su órbita alrededor del Sol, lo que alteraría gravemente su climatología. Sin embargo no es posible verificar cambios climatológicos hondamente significativos en los últimos miles de años, desde que desaparecieron los dinosaurios.
• Los profetas dormidos
Las primeras predicciones sobre inversiones polares en el ámbito parapsicológico vieron la luz en 1959 en un estudio sobre las profecías de Edgar Cayce, uno de los «channelers» pioneros, apodado «el hombre milagroso de Virginia Beach» debido a sus poderes curativos y fundador de la Asociación para la Búsqueda de la Luz.
De sus cerca de nueve mil secciones de interpretación, las más sorprendentes son las relacionadas con la prehistoria de la humanidad que trazan los contornos de antiguas civilizaciones, como la Atlántida, y entran en total contradicción con los conocimientos convencionales sobre la evolución humana y el pasado del planeta. Entre ellas figura la idea de que «el desvío del eje de rotación de la Tierra ya ha provocado inversiones catastróficas en el planeta, lo que volverá a ocurrir al final de esta generación». Mecanismos terrestres reajustarán la posición del globo en el espacio, lo que conduce a una inversión precedida de varias décadas de trastornos sísmicos originadores de una nueva geografía . Masas terrestres surgirán en el Pacífico y el Atlántico; Japón, Nueva York, Los Angeles ySan Francisco desaparecerán bajo el mar y el norte de Europa quedará súbitamente alterado. No obstante, la futura inversión no será cataclísmica, sino relativamente gradual. Culminará alrededor de 1998, «cuando la Atlántida vuelva a aparecer».
En la estela de Cayce caminan las profecías de Paul Salomón, antiguo predicador de la Iglesia Baptista, fundador de una Iglesia de la Nueva Era: La Hermandad de la Luz Interior. Las revelaciones transmitidas por la Fuente Universal a Salomón en estado de trance, se refieren a transformaciones cataclísmicas de la Tierra y los consiguientes efectos sobre las naciones y pueblos. El desplazamiento polar se desencadenará de forma brusca «debido a la proximidad del planeta rojo», que producirá tres inversiones consecutivas. Los polos quedarán en la posición contraria a la actual y los climas sufrirán, asimismo, tres alteraciones continuadas que harán extremadamente difícil la supervivencia de cualquier especie animal o vegetal en la mayor parte de la superficie terrestre.
Un noruego de origen judío, Aron Abrahamsen, corazón y cabeza de la californiana Asociación para la Integración Humana y antiguo empleado de la industria aeroespacial americana, intenta establecer una ligazón entre ciencia y mística. Una alineamiento de planetas exteriores debilitará y alterará el campo de fuerza magnética que rodea a la Tierra, al tiempo que la energía invasora de nuestra atmósfera derretirá los casquetes polares. Se verificarán reacciones en cadena que concluirán con una inversión de 180° que representará el comienzo de una Nueva Era.
En las predicciones de Cayce, Salomón y Abrahamsen, así como en las de sus numerosos seguidores, el estado de conciencia humano es considerado factor clave a la hora de influir en la catástrofe final. Las profecías contienen frases como «este planeta nunca sufriría inversiones polares si el hombre no diese lugar a situaciones que desafían las leyes de Dios» ó «la inversión de los polos será causada por las acciones desafiantes que el hombre arroja a la cara de Dios». Retoman elementos milenaristas y algunos profetas como Salomón y el mejicano Benavides, aluden al restablecimiento de un nuevo orden social tras el año 2000, con el retorno de un Gran Maestro o un Nuevo Mesías que vive ya entre nosotros sin que lo reconozcamos.
Podemos esperar confiados la fortuna de ser elegidos como testigos de esa nueva Edad de Oro, o bien acogernos a la opinión científica dominante de que no ha habido ninguna catástrofe que involucrara a la Tierra en muchos millones de años.
• ¿QUE HACER?
BAJO el lema de que la magnitud de una catástrofe es tanto menor cuanto mayor sea la concretización de planes tendentes a minimizar sus efectos, los investigadores independientes aportan un abanico de soluciones que oscilan entre lo razonable y lo pintoresco.
Charles Hapgood y Emil Sepic coinciden en su opinión de que sólo un gobierno centralizado con capacidad para organizar proyectos mundiales sin precedentes sería la única posibilidad de salvar a la Humanidad del desastre que se avecina. Pero ambos desconfían de la capacidad de visión futura de los líderes políticos y la conclusión de Sepic es enormemente desalentadora: «...no queda más que, cuando la inminencia de la inversión se vuelva evidente, trasladarnos hacia las regiones interiores de los grandes continentes y, cuanto más altas, mejor».
El hecho de que Hugh A. Brown fuera ingeniero le llevó a busar una solución eminentemente técnica. Si para él la espada de Damocles era el casquete polar antartico, pretendía una reducción de las capas de hielo mediante explosiones atómicas. Propuso la creación de una organización científica mundial , dotada con 10 millones de dólares de los de 1968, que recogiera datos precisos sobre la espesura y el crecimiento de las capas polares para dotar de la máxima eficacia a las deflagraciones atómicas. Paradójicamente, el escritor científico F. Warshofsky refiere, en Domesday: The Science of Catastrophe («El Día del Juicio Final: La Ciencia de la Catástrofe»), que durante los años 60 un grupo estratégico del Institudo deDefensa de EE.UU., manejó la hipótesis de que alguna nación o grupo terrorista pudiese utilizar armamento nuclear para liberar los hielos de la Antártida, lo que ocasionaría que el océano se precipitase sobre todas las zonas de la Tierra, Felizmente para el mundo, la comunidad política prestó oídos sordos a la «propuesta salvadora» de Brown.
Adam Barber elaboró un detallado plan global que presentó a las autoridades de defensa civil y al gobierno norteamericano. Proponía, con gran ingenuidad, que durante vanos años se aprestaran en los muelles centenares de «discos fluctuadores», auténticas arcas redondeadas, equipadas con alimentos y equipos que serían ocupadas por algunos afotunados en el momento de la inversión. Diseñadas para resistir el cataclismo, con la calma se irían reagrupando y esperarían las condiciones óptimas para reanudar la vida en el nuevo planeta. Si el proyecto no era aceptado ya tenía previsto construir un Arca.
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