viernes, 20 de diciembre de 2013

Superticiones

Tal vez porque somos animales de costumbres leemos el horóscopo cuando lo tenemos a mano, intentamos jugar siempre a la lotería con los mismos números o tenemos una prenda da un plus de seguridad en los momentos cruciales. Es posible, pero, cómo explicar que en pleno siglo XXI sigamos temiendo al año bisiesto, nos inquieten los eclipses, evitemos el número 13 o demos continuidad a las más absurdas cadenas de mensajes vía email, redes sociales, etc. buscando con ello suerte o protección.



Nunca se ha encontrado ninguna evidencia de humanoides acuáticos". Ese era el contunden­te encabezado de un comunicado emitido el 27 de junio de 2012 y que sin temor a equi­vocamos podríamos considerar histórico. No en vano, lo hizo público el National Oceanic and Atmospheric Administration, uno de los más destacados y prestigiosos departamentos del Gobierno de Estados Unidos, crucial por ejemplo para el comercio marítimo o la seguridad costera. ¿El motivo? Pues nada más y na­da menos que la abrumadora presión que miles de ciu­dadanos ejercieron sobre dicha institución para que re­velara la verdad que en teoría ocultaba sobre las sire­nas. Increíble pero cierto.
ENIGMAS ya se ocupó con amplitud de esta rocambolesca historia en el número pasado, por lo que nos ahorraremos los detalles y remitimos a ese número a los lectores interesados. Aunque es cierto que en algunos países todavía se persigue y condena a ciertas mujeres por brujas, es bastante probable que salvo en EEUU no encontremos ningún otro país occidental en el que un mito como el de las sirenas pueda ser dado por válido hoy en día.
No en vano, es precisamente en el país de las barras y estrellas donde una empresa, Maperton Trust, es ca­paz de vender con éxito una "Unidad Repelente de Piojos", consistente en una placa con un unicornio di­bujado o donde diversas universidades y numerosas ins­tituciones académicas, sociales y políticas, defienden con vehemencia los principios religiosos del creacionismo -rebautizado como "diseño inteligente"-frente a las constantes evidencias a favor de la teoría de la evolución de las especies.


Sobre estas líneas, Rhonda Byrne, autora del best-seller mundial El Secreto-en la imagen de al lado-, un libro que ha cautivado a millones de personas basándose en consejos más cercanos a la superstición que desde luego a la experimentación científica. Pero, ¿qué poder tiene realmente nuestra mente?
Estos ejemplos nos permiten arrancar fijando la atención en la arbitrariedad de las etiquetas. ¿Qué es exactamente una superstición? Aunque todos tenemos una idea más o menos clara -tocar madera, evitar derramar sal, fobia al 13..,-, dentro de esa definición podrán entrar un mayor o menor número de asuntos en función de la autoridad que etiquete. ¿La religión es una superstición? Muchos no tiene du­da y otros defienden que no es correcto hablar de la religión como una supersti­ción dado que la religión tiene un sistema estructurado de creencias con un código ético y de conducta detrás, ¿Resulta legí­timo tildar de supersticiosos a quienes creen en fenómenos paranormales o en la vida después de la muerte? Para un ex­tremista del escepticismo es evidente que sí, aunque con esa afirmación ignoren a las innumerables instituciones académi­cas y profesionales de la ciencia que in­dagan sobre estos fenómenos.

 

Supersticiones por doquier
Es cierto que en estos episodios de la si­rena hubo una clara intención de engaño a través de documentales bien estructu­rados que supieron sacar provecho de una tendencia muy humana a la credulidad, o a creer en lo sobrenatural como defiende el psicólogo experimental Bruce Hoop, de la Universidad de Bristol, Para este inves­tigador, autor del influyente libro Supersense: Why We believe in the Unbelievable, la mente humana tiene una predisposición innata "a pensar que hay patrones invisibles, fuerzas y esencias que
habitan el mundo. Esta forma de pensar es inevitable, y puede ser parte de la na­turaleza humana el vernos conectados en­tre sí a este nivel más profundo. Por otra parte, estas creencias pueden actuar co­mo medio de cohesión entre individuos sobre la base de valores profundos com­partidos que trascienden lo mundano al convertirse en sagrado".
Una sublimación de esta forma de con­templar el mundo, de lo que psicólogos y antropólogos han dado en llamar pensa­miento mágico, la vemos hábilmente re­creada en la reciente sene Touch, prota­gonizada por Kiefer Sutherland, y parece justificar parte del arrollador éxito de libros como El Secreto de Rhonda Byrne. En la consolidación individual de esta forma de ver el mundo interviene, según Raymond Nickelson, el llamado Sesgo de Confirmación."La presunción de que exis­te una relación -explica Nickelson- nos predispone a encontrar pruebas de ella in­cluso cuando no las hay, y si las hay a dar­les mayor importancia de la que tienen y a llegar a una conclusión que va más allá de lo que las pruebas justifican".


Curiosamente, nadie está a salvo de caer en las redes de ese prejuicio, inclui­do los escépticos. El tiempo dirá si real­mente asuntos como la llamada Ley de la Atracción y el poder del pensamiento pa­ra modelar nuestra realidad tienen que ver más con la revolución científica de lo cuán­tico y fenómenos como el entrelazamien­to, que con la irracionalidad. De momento, hay comportamientos que inducen a pensar más en lo segundo que en lo pri­mero, como es el caso de las incómodas e inacabables cadenas de mensajes o car­ta de cadena, en las que para atraer la for­tuna o la salud, o bien protegerte de algu­na amenaza, te invitan a reenviar a cierto número de personas una plegaria, oración, reflexión o historia emotiva.
En la era de las nuevas tecnologías, el engorroso proceso de escribir diez cartas y llevarlas a la oficina de correos ha que­dado atrás, y en su lugar las cadenas de mensajes han demostrado su capacidad de adaptación discurriendo en la actuali­dad a través del correo electrónico, las re­des sociales, los SMS o los chats de apli­caciones como el WhatsApp o el Line. Aunque la estadística puede jugar a favor de que a alguna persona que siga la ca­dena le pase algo especialmente bueno e inesperado, o bien que a otro que la rom­pa le caiga encima un piano, el sentido común y la realidad nos dice que este ti­po de cadenas no son más que mero e incómodo spam, que a veces incluso vie­ne acompañado de insufribles montajes en powerpoint. Sin embargo, por la co­modidad e inmediatez que tiene hoy en día dar continuidad a las cartas de cade­na a través de la tecnología, su subsis­tencia sólo parece estar amenazada por la saturación.


La tecnología también parece jugar a favor de la difusión y retroalimentación de creencias surgidas y sustentadas en vi­vencias diarias y personales como las de los sueños. Al margen de las aproxima­ciones psicológicas, psicoanalíticas y de elementos arquetípicos, los sueños ine­xorablemente siempre han sido vistos co­mo un sendero por el que transitan cons­tantemente presagios o información re­solutiva sobre los conflictos que nos atenazan.
Y no sólo no parece que esto vaya a cambiar, sino que por el contrario todo apunta a que se verá reforzado. La International Association for the Study of Dreams con sede en Virginia, Estados Unidos, ofrece la posibilidad de registrar­se y llevar un diario online de los sueños que, además de poder ser interpretados en su base de datos transculturaI, permi­te la elaboración de estadísticas a partir de las cuales se deduce el número, color, sentimiento, etcétera, que ha predomina­do en los sueños de sus usuarios durante un periodo concreto de tiempo. Otras supersticiones también parecen tener ase­gurada por mucho tiempo su continuidad. El caso de los horóscopos de prensa dia­ria es uno de los más gráficos y hasta los astrólogos los intentan combatir por la es­casa seriedad que aportan a su siempre cuestionada disciplina. Aunque nadie hoy en día sería capaz de defender la idea de que esos horóscopos son meros pasa­tiempos, frases genéricas que de forma aleatoria van rotando porcada uno de los signos del zodiaco día tras día, la mayoría de la gente les echa un vistazo y en su fue­ro interno buscan algún tipo de asocia­ción con su situación personal. Eso sin du­da garantiza su perdurabilidad en las pá­ginas de la prensa, y por tanto la retroalimentación con los lectores. Lo mis­mo sucede con la idea de los números de la suerte, terreno en el que también, de­jando a un lado los preceptos de la es­cuela numerológica y la tradición en al­gunos casos sagrada asociada a ciertos
números y cifras, irrumpe con fuerza esa tendencia al pensamiento mágico. Convertimos en números de la suerte las fechas de los nacimientos de nuestros se­res queridos o aquellas en las que han te­nido lugar acontecimientos felices en nuestras vidas, y los usamos para jugar a la lotería estableciendo una relación en­tre ambos elementos, de manera que es­peramos que actúe una suerte de magia simpática que atraiga el premio. Y a pesar de que no toca, persistimos en el intento una y otra vez esperando que algún día suceda.
Un caso reciente que dio mucho que hablar en Estados Unidos fue el de Hermán Cain, antiguo magnate de las piz-zas que se postuló como candidato a la presidencia de EEUU por el Partido Republicano. Cain dedicó un capítulo de su libro This is Hermán Caín! al 45, nú­mero que según reconocía aparecía de forma muy significativa en su vida. Que sea precisamente el capítulo 9 no es tam­poco azaroso. Él nació en 1945 y si lo­graba su objetivo, se convertiría en el pre­sidente N ° 45.Además, este 2013, el año en el que ocuparía ya el cargo, coincidiría con su 45 aniversario de boda. La cosa se truncó de forma brutal con su retirada tras un escándalo sexual.


¿Y qué decir de caminar por debajo de una escalera? Parece evidente que esa superstición tan popular y con un origen religioso vinculado a la crucifixión, a dife­rencia de las anteriores, pueda tener algo de razón y vigencia si consideramos que podemos tropezamos con ella o que un objeto o alguien que la está usando pue­de caer sobre nosotros. Parece lógico por tanto evitarla. Sin embargo, un estudio publicado en febrero de 1974 en la revista Personality and Social Psichology Bulletín y realizado entre otros por Janet Polo, Deborah Saa y David Blass, de la Universidad de Maryland, Baltimore, reve­ló que las personas tenían una mayorten-dencia a pasar por debajo de una esca­lera si previamente habían visto a otra per­sona hacerlo, pero esa tendencia disminuía de forma considerable si eran ellos los observados. ¿Cómo interpretar este resultado? Es difícil saberlo.
Un experimento muy reseñado de Bruce Hoop, que revela nuestra tendencia al pensamiento supersticioso, tuvo como protagonistas al público de un festival de ciencias, a quienes mostró una chaqueta invitando a que se la probasen a cambio de 10 libras. Muchos levantaron la mano aceptando el reto, pero al instante, la ma­yoría la bajó al decirles que había perte­necido al asesino en serie británico Fred West En el fondo, afloró el temor a que al­gún tipo de esencia negativa quedase im­pregnada en la prenda y fuese capaz de adherirse a ellos. Una versión opuesta de esta reacción o fenómeno que Hoop de­fine como "esencialismo" lo encontramos en iniciativas empresariales como la llevada a cabo por la empresa Teddy Sears Treasured, quienes desde New Jersey fa­brican osos de peluche con la ropa de aquellos seres queridos que el cliente ha perdido, generando una cascada de emo­tivas reacciones entre los compradores al vincularlos con sus familiares. Al respecto e irónicamente, Hoop se preguntaba en su blog: "¿Qué harían con la ropa de Jeffrey Dahmer o la de Fred West? Probablemente hacer un muñeco de Chucky".

 

Del registro bautismal a la bolsa
Algo de pensamiento mágico parece ha­ber también en la ancestral costumbre de vetar ciertos nombres. En muchas cultu­ras nombrar el mal o alguna tragedia era casi una invocación, por lo que o bien se evita hacerlo echando mano de eufemis­mos -en Canarias, por ejemplo, al diablo se le llama Roberto-, o por el contrario se hacía en voz baja desde la contradictoria ingenuidad de que esa "fuerza" que cree­mos opera en un rango sobrenatural no va a poder escucharnos. También se podía acompañar para contrarrestar su "efecto llamada" de una expresión verbal -ante algo maligno decir "cruz perro maldito"- o de algún gesto sagrado como la persig-nación, que en esencia no consiste en otra cosa que en combatir una superstición con otra. Si exceptuamos ei mal gusto, las extravagancias o la provocación pura y du­ra que hemos visto en algunos casos en los que se ha querido bautizar a algunos niños con nombres como Hitler, ese temor atávico de la invocación parece subyacer en las prohibiciones gubernamentales de poner ciertos nombres a los niños. Hace pocos meses era Nueva Zelanda quien se convertía en noticia por haber vetado nue­vamente el nombre Lucifer, que al igual que Diablo, Satán, Azrael y sus equivalen­tes en otras culturas o religiones, o Judas y Caín, no suelen ser admitidos en gran medida por no tentar a la mala suerte.
Es difícil saber si con el tiempo las supersticiones desaparecerán por com­pleto, mutarán o serán sustituidas por nuevos gestos o rituales con los que invo­quemos la buena suerte o nos asegure­mos un plus de protección adicional. Como hemos visto, para psicólogos y an­tropólogos son parte inherente de nues­tra forma de ser y de relacionarnos, y el hecho de que las religiones persistan e in­cluso se vean reforzadas en tiempos de crisis como los actuales, debería darnos una pista diáfana sobre el futuro de las creencias. Y es que los estudios y en­cuestas realizadas no logran determinar con exactitud cuáles son las característi­cas que pueden hacera una persona más o menos supersticiosa.
Aunque la educación es un elemento clave para el triunfo de ciertas ideas ab­surdas y la cultura un factor esencial en la transmisión, la realidad es que cruzar los dedos, portar amuletos o realizar cier­tos gestos antes de tomar alguna decisión o ejecutar una acción peligrosa, es algo que lo encontramos en prestigiosos inte­lectuales, científicos, cirujanos, ingenieros, políticos, arquitectos, pilotos, deportistas e incluso astronautas -ver recuadro-. Algunos estudios apuntan a una mayor in­cidencia en mujeres que en hombres, y otros a una mayor receptividad a las su­persticiones entre los menores de 30 años. Sin embargo, también hay estudios que apuntan a lo contrario. El estrés, que lo llevamos imbricado en nuestra natura­leza, parece un factor esencial. Una in­vestigación realizada por los psicólogos de las universidades de Texas y Northwestern, Jennifer Whitson y Adam Galinsky, publio el yoga, que contribuyen a la perdurabi­lidad de tales efectos. Quizá donde con más claridad se cristaliza esa contradic­ción sea en el mundo del deporte, terre­no en el que los entrenadores y deportis­tas de élite tienen muy claro que visuali­zar los objetivos es tanto o más importante como la acción física que conlleva a los mismos.


Parece algo desproporcionado, pero a esa conclusión han llegado reiterada­mente a partir de la experiencia. Desde esa óptica tal vez los numerosos "rituales supersticiosos" que ejecutan los deportis­tas tengan una razón de ser. Quizá no se trata tanto de conjurar a la suerte como de ir encendiendo interruptores internos que encadenadamente activan los meca­nismos psíquicos y físicos que conducen a un rendimiento más óptimo. Tenistas que necesariamente deben hacer botar la pe­lota un número de veces antes del saque, jugadores de béisbol que desarrollan interminables rituales antes de batear, fut­bolistas que evitan por todos los medios pisar las líneas del campo... o casos tan recientes como el del baloncestista inter­nacional Sergio Rodríguez, "el Chacho", que luce un look casi de rabino que, afir­ma, le trae suerte en la cancha. Estos ca­sos también son un ejemplo de cómo las supersticiones se profesionalizan, es decir, de cómo se desarrollan con especificad es­te tipo de comportamientos en función de los trabajos o profesiones. Actores, toreros, médicos, científicos... todos ellos tienen su vademécum supersticioso particular. Todos buscan la buena suerte, ya se sea en for­ma de éxito o de protección, mediante la ejecución de protocolos concretos o la evi­tación de ciertos elementos.
Un reciente e innovador experimento lle­vado a cabo por Tat Shing Chung intentó clarificar si ciertas ideas tildadas de su­persticiosas podían realmente ser eficaces a la hora de atraer la buena o la mala suer­te. Este joven diseñador y artista de 25 años creó el llamado "Fondo Supersticioso", un fondo de compra y ven­ta de acciones en el índice FTSE100 de la bolsa del Reino Unido.
El experimento duró exactamente un año, arrancando por indicación expresa de los numerólogos consultados a las 16.00 horas del 1 de junio de 2012 y finalizan­do el 1 de junio pasado. Por medio de un programa diseñado por el programador es­pecializado en economía Jim Hunt, en la compra y venta de acciones que de forma
automatizada realizaba el software Robot Superstitious, intervenían factores como no vender en viernes 13, compraren días propicios de acuerdo a los principios de la numerología, o las fases en las que se en­contraba la Luna. Además sus algoritmos, a partir de los resultados obtenidos, per­mitían generar "nuevas supersticiones" en función del éxito o el fracaso de las ope­raciones bursátiles. Para su experimento logró 7.585 dólares procedentes de 144 inversores de 55 ciudades de todo el mun­do, cifrándose las pérdidas del fondo en un 16,18%. Los resultados están dentro de lo esperado por Chung, que ya prepa­ra otro experimento en la misma línea. De mejorar el software, y viendo lo impredecible de los mercados, tal vez debamos plan­tearnos seriamente la conveniencia de in­vertir en su próximo estudio.
Lo cierto es que la superstición forma parte de nuestras vidas y, dependiendo de la situación y el carácter de cada uno, ad­quiere un grado u otro de relevancia, pero está ahí, siempre ha estado ahí, y parece tomar un cariz nuevo cada día...

 



Ideas erróneas:
¿una variante de la superstición?
¿Son las ideas y creencias erró­neas, esas que permanecen fuertemente enraizadas y son repetidas una y otra vez a pesar de ser constantemente des­mentidas, una manifestación de lo que llamamos superstición? Aunque para fa mayoría son tópicos intrascendentes fruto de la desinformación, para algunos expertos en supersticiones su perdurabilidad delata puntos en común con las mismas, aunque a diferencia de ellas, no implican un efecto propiciatorio de la bue­na o la mala suerte. Es el caso por ejemplo de la tan manida afirmación de que "sólo usamos el 10% de nuestros cerebros", con la que generalmente se bus­ca dar a entender que no apro­vechamos todo nuestro poten­cial y al mismo tiempo se busca crear un marco que haga admisible la existencia de ciertos fe­nómenos paranormales. La rea­lidad es que usamos todo nues­tro cerebro, unas zonas más que otras en función del momento. ¿Es la Gran Muralla China la única estructura visible desde el espacio? Definitivamente no, aunque tal vez desde cierta al­tura lo pudo ser en el pasado.
Esta creencia errónea persiste con la misma fuerza que aque­lla que asevera que las uñas y el pelo continúan creciendo tras la muerte, cuando lo que ocurre realmente es que hay una contracción de la piel que crea esa apariencia. Las rubias y pelirrojas no se extinguen, una moneda de un centavo que cae desde el Empire State no puede matarnos, acariciar ranas y sapos no transmite las verrugas, los avestruces no esconden la cabeza bajo la arena ante las amenazas, so­mos capaces de regenerar neuronas... esa es la verdad, pero lo contrarío sigue triunfando.



Supersticiones de altura:
astronautas y cosmonautas
La idea de que las supersticiones surgen como fruto indefecti­ble de la incultura está desterrada desde hace mucho tiempo, aunque sea un tópico muy enraizado. Donde menos esperaría­mos encontrar este tipo de conductas resulta que las encon­tramos a borbotones, y encima, sin intención alguna de ocul­tarlas. Es el caso de la astronáutica, terreno en el que nadie cuestiona el predominio absoluto de la mentalidad científica. Todos los cosmonautas rusos, antes de partir al espacio, se ba­jan del vehículo de transferencia que les lleva a la zona de lan­zamiento, para orinar en la rueda derecha trasera del mismo, vehículo que por cierto lleva herraduras. El ritual, al parecer, les trae suerte e imita según dicen lo que hizo Yurí Gagarin. y aun­que las cosmonautas están exentas por razones obvias, alguna se ha llevado su botecito para remedar el gesto... ¿Rocambolesco? Puede, pero no es lo único que hacen. La no­che anterior al lanzamiento y sin saber muy bien el motivo, de­ben ver la comedia rusa del año 1969 Sol blanco del desierto. El personal va colocando monedas sobre los raíles por donde se traslada el coñete Soyuz al cosmodromo de Baikonur, piezas que ya aplastadas se consideran talismanes, mientras que el comandante selecciona para cada misión un objeto que actúa como talismán, se coloca en la cápsula y se espera que sea lo primero que flote al alcanzar la ingravidez. Además, durante la carga de combustible en el cohete, se debe escribir con el mis­mo un nombre de mujer, mientras que los estadounidenses gra­ban sus iniciales en los depósitos de oxígeno líquido de la lan­zadera espacial.
Estas y otras supersticiones han sido recopiladas por el ingeniero de la NASA Tony Rice y divulgadas en me­dios oficiales. No hay nada que esconder. Una de ellas es muy conocida por su eco cinematográfi­co, la del director de vuelo Gene Kranz. que lle­vaba un chaleco nuevo tejido por su esposa Marta en cada misión. De los casi 60. el chale­co que llevó durante la misión Apolo 13 -Inter­pretado en el cine por Ed Harris- se ex­hibe en el Museo Nacional del Aire y del Espacio. Durantes los "siete minutos de terror" que dura la entrada en la atmósfera y el periodo de desaceleración antes de tomar tierra de las misiones a Marte, in­genieros y científicos se ponen a comer ritual-mente cacahuetes. Antes del lanzamiento, el comandante de las misiones estadouni­denses debe jugar a las cartas con los controla-dores, juego que no se detiene hasta que se al­za como ganador, dejan­do atrás la mala suerte.

 



De gravedad diversa
Al igual que una buena historia de fantasmas o un crimen pueden dificultar la venta o alquiler de una vivienda desplomando su precio, tener el número 13 sobre el dintel la devalúa en Reino Unido una media de 7.500 libras. En ciudades como Las Vegas, sustentadas en la realidad del juego y en la ilusoria percepción de la suerte, la ma­yoría de los hoteles se han salto el número 13 en la numeración de sus plantas y ha­bitaciones. Curiosamente, sólo un 13% de los encuestados en 2007 por la consulto-ría Gallup reconocieron que les inquietaría alojarse en la planta decimotercera de un hotel, contratiempo éste que al parecer molestaría el doble a las mujeres que a los hombres. Ya en 1996, el 25% de los estadounidenses se reconocieron supersticiosos, de los que el 9% temía al 13. Por el contrario, el 27% tocaba madera, el 13% se inquietaba con cruzarse con un gato negro y un 12% sorteaba las esca­leras. En 2005 se estimó que uno de cada cuatro estadounidenses, ca­nadienses y británicos, creían en la astrología, mientras que un 21% creía en la existencia de brujas en tierras del Tío Sam, frente al 13% que compartieron Canadá y Reino Unido.
Hacia 2007 la mitad de los argentinos reconocieron a Gallup tener un amuleto, pero sólo uno de cada diez se declaró su­persticioso. Reconociéndolo o no, parece ser que el 30% pe­día deseos antes de apagar las velas de su cumpleaños, un 19% tocaba madera por precaución y un 17% pedía deseos al ver pasar una estrella fugaz.
Una encuesta similar realizada en el verano de 2012 en Panamá arrojaba un resultado algo parecido, aunque con me­nos complejos a la hora de reconocerse como supersticiosos, si vemos que la mitad lo confesó abiertamente. Un 47% de encuestados creía que colocando una escoba al revés detrás de la puerta las visitas indeseables se irían antes, mientras que un 44% no abriría un paraguas dentro de la casa por pen­sar que atraería desgracias, acción que en algunas zonas de España se piensa que atrae a las brujas.

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