miércoles, 29 de mayo de 2013

Arturo Prat y Carmela Carvajal, espiritistas



En el Chile decimonónico contactar a los muertos se convirtió en moda. No era sólo charlatanería: el desencanto con lo religioso también ayudaba.

por GONZALO PERALTA
Diario Las Últimas Noticias, domingo 26 de mayo de 2013.


Valparaíso, noche del 21 de Mayo de 1882. Han pasado tres años desde el famoso combate naval y la muerte del capitán Prat. En una casa de calle San Juan de Dios, hoy Condell, una joven viuda se sumerge en el umbral que separa la vida de la muerte. Acompañada de un grupo de íntimos, la mujer se conecta con el espíritu de su esposo, quien le dicta un mensaje de ultratumba a través de la escritura automática.
Ella escribe como en trance 

"estoy contigo, mi dulce compañera de la vida y con mis retoños. No los abandono un solo instante, te sostengo en tu dura prueba... Buenas noches mi Carmela, descansa confiada en que el espíritu amoroso de tu Arturo vela por ti".



Experiencias iltraterrenas
En la segunda mitad del siglo XIX surge y se expande el espiritismo. Esta moda espiritual, copiosa en embustes y desvarios, se desparrama y constituye una vasta red de médiums y acólitos por todo el territorio. Los epicentros de la avalancha ultraterrena son Santiago y Valparaíso, donde se instalan centros de estudio, comunidades de fieles y publicaciones especializadas. En el puerto su más distinguido líder es Jacinto Chacón, profesor, periodista, político liberal y tío de Arturo Prat Chacón. De ahí proviene el interés del joven Arturo por las comunicaciones con el éter.
Esta práctica, que ahora nos parece tan candorosa, era entonces un asunto serio. Muchas personas ilustradas sentían que la religión católica ya no daba cuenta de los avances de la modernidad. Les era difícil conciliar dogmas como la creación del mundo en seis días, la manzana de Eva y las capacidades procreadoras del Espíritu Santo con la experimentación científica y la moderna teoría de la evolución.
Por otro lado, les repugnaba el materialismo a secas, que planteaba un mundo sin trascendencia, a merced de las egoístas ambiciones de los hombres. El espiritismo vino a llenar ese vacío.
Por un lado, aceptaba la existencia de un mundo espiritual, de almas que sobrevivían a la cascara material de los cuerpos. Pero además probaba estos afanes místicos con el más implacable empirismo científico. Las comunicaciones con los muertos se podían ver, escuchar, incluso abundaron las fotografías de tales apariciones. Asi eran los cinco sentidos, no la mera fe, los sostenedores de estas experiencias psíquicas ultraterrenas.
La combinación fue explosiva y ganó adeptos de elevada condición social. Para algunos fue un pasatiempo más o menos tenebroso. Para otros, una nueva forma de misticismo con consecuencias éticas no menores.
Como los espiritistas rechazaban la idea del infierno y su eterno quemadero, reemplazaron el horroroso castigo por una idea similar al karma hindú, donde, según la conducta que los sujetos observaran en vida, reencarnarán en la siguiente en mejores o peores personas. La reencarnación explicaba también por qué algunos nacían enfermos o pobres y otros no. Esta teoría, llevada al extremo, daba cuenta de la desigualdad social como una curiosa expresión política del karma.



La casa fantasma
En Chile no hubo espectáculos públicos de espiritismo, materialización de entes fantasmales y otras estafas de ilusionistas que desprestigiaron a la nueva mística. Todo lo contrario, fue una práctica íntima, que valoraba al individuo y su capacidad de comunicarse con los muertos sin necesidad de sacerdotes ni iglesias. Era una fe de raíz liberal, modernizante, que creía en el inevitable progreso de la civilización. Valoraba también a la mujer, poseedora de especiales dones comunicativos, elevándola a sacerdotisa predilecta en su papel de médium. Todo esto cayó muy mal en la jerarquía de la Iglesia Católica, que acabó por condenar estas prácticas.
Tal conmoción causaron estos fenómenos, que el Presidente de la República pidió a un respetable hombre de ciencia, el doctor Guillermo Mann, que examinara cientí-ficamente la casa de los Moría Lynch, distinguida familia invadida por una legión de espíritus. El doctor Mann tomó todas las precauciones para evitar un fraude. No encontró cables, ganchos ni espejos, pero las mesas siguieron levantándose en su presencia. Atónito ante el fenómeno, agregó como última evidencia de lo inexplicable que "además, las niñas eran flacas".
Por lejos una de las características más atractivas del espiritismo era la oportunidad de comunicarse con los muertos. La mantención del lazo con los familiares fallecidos era un gran consuelo. En el caso de Arturo Prat, éste había perdido recientemente a su pequeña hija Carmela.



Habla Prat
Ganados por el espiritismo, los Prat Carvajal probaron comunicarse con sus deudos, compartiendo las sesiones con sus tíos Jacinto Chacón y Rosario Orrego, que hacían de médiums. En sesión del 1 de abril de 1876, Prat pide hablar con su padre y en sesión del día 4 lo consigue. El difunto progenitor le dice "ten la seguridad de que nos volveremos a ver". Una semana después es Carmelita quien responde al llamado del afligido padre: "Papá querido... es triste despertar en este mundo y ver el sufrimiento que ha causado mi partida. Pero Dios así lo dispone, hágase su voluntad".

El día 14 hay un nuevo contacto con la niña muerta.
Fallecido Prat en Iquique, será su viuda quien busque comunicarse con él. Un mes después del combate naval, la viuda se contacta. Ahí el difunto héroe le pide entereza, como corresponde a "las ideas que tuvimos la suerte de adquirir" y que no se deje abatir, pues ello dificulta la comunicación.
La segunda vez ocurre el 21 de mayo de 1882. No hay registros de otras sesiones entre la pareja, pero Carmela mantiene la fe en el reencuentro con su esposo y en su benéfica presencia espiritual cautelando a sus descendientes.
En julio de 1931, ya en Santiago, su casa es refugio de estudiantes que protestan contra la dictadura de Ibáñez. La policía allana el domicilio y apresa entre ellos a varios nietos.
Carmela, de ochenta años, corre a La Moneda a exigir la liberación de los muchachos. Ibáñez no la recibe; al día siguiente renunciara. Los niños son liberados en medio del júbilo popular. La edad avanzada y la agitación de estos sucesos minan su salud, falleciendo de un ataque cardíaco. Entre sus papeles se encuentra este escrito "Sólo Dios misericordioso podrá devolverme más tarde al elegido de mi corazón, ya que la muerte es una larga y do-lorosa ausencia, pero no una eterna separación".

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