Para los celtas,
Lugh era la divinidad de la tierra, las artes y los oficios manuales, así como
patrón de los artesanos. También amparaba a los viajeros y era defensor de los
acuñadores de moneda y de todas las transacciones comerciales. Estaba armado
con una lanza y una honda, con la que mató a Balr, caudillo de los monstruosos
fomorianos, opresores de los irlandeses. Se le representa acompañado por un
fiel lobo y un cuervo sobre su hombro izquierdo. El primero, destacado símbolo
en el hermetismo y distintivo de algunos grados iniciáticos de ciertas
cofradías de constructores del Románico y el Gótico vinculadas al Camino de
Santiago. El cuervo, espíritu benévolo de las fuerzas energéticas de los
bosques, estaba asociado, por su color negro, a la noche y a la tierra
fecundante; por su carácter aéreo, al cielo, al poder creador y a las fuerzas
espirituales, y por su vuelo mensajero poseía una extraordinaria significación
cósmica. Sin embargo, el animal tótem de Lugh era el gallo, símbolo solar, ave
de la mañana, emblema de la vigilancia y de la actividad y símbolo del
despertar.
FIESTAS CELTAS
Fueron
innumerables las festividades que crearon los celtas, basadas en los ciclos
astrales y las actividades agrarias, ganaderas y de explotación de los recursos
naturales. Sin embargo, la mayoría de ellas no tardaron en ser usurpadas por el
cristianismo, que, tras las legiones romanas, fue la peor pesadilla de una
civilización a la que le debemos mucho. No en vano, los celtas contribuyeron a
un destacado desarrollo de la cultura agraria y ganadera, gracias a los
elevados conocimientos culturales y científicos que alcanzaron sus sacerdotes
más célebres, los druidas (MÁS ALLÁ, 130, 166 y 264). Amantes de la Naturaleza
en todas sus formas y dimensiones, solo cazaban el animal que necesitaban para
el consumo cuando no disponían de reses en cabana propia.
Al estar sus
vidas tan vinculadas al medio natural, los ciclos anuales -especialmente los
solsticios y los equinoccios- influían muy notablemente en sus fiestas y
tradiciones. En la Península Ibérica, las fiestas en honor de Lugh se
celebraban entre mediados de ju lio y agosto. Lo sabemos gracias a las
tradiciones recogidas por los vates, que, ataviados con una túnica roja,
cumplían las funciones de astrónomos, músicos y transmisores de la cultura
celta. La mayoría de estas festividades se dedicaban a la cosecha y eran
conocidas con el nombre de Lughnasadh (1 de agosto), que significa
"encendido" o "brillando", corroborando así la relación
entre el dios Lugh y el Astro Rey.
El animal tótem de Lugh
era el gallo, símbolo solar, ave de la mañana, emblema de la vigilancia y de la
actividad y símbolo del despertar. También se le representa acompañado de un
lobo y un cuervo, símbolos, respectivamente, del hermetismo y el poder creador.
Imbolf, Beltane,
Lughnasadh (o Laminas) y Samhain fueron las cuatro grandes celebraciones del
ciclo festivo celta. La primera se corresponde con la actual Candelaria
(comienzos de febrero), cuando la noche inicia un lento retroceso respecto a la
claridad del día. La segunda, Beltane (primera semana de mayo), estaba asociada
a la fertilidad y bajo el control y señorío de Beleños, el dios del fuego. La
tercera, de la que nos ocuparemos a continuación, se dedicaba al dios Lúgh. Y
por último Samhain, Todos los Santos, coincidía con la celebración del cambio
de ciclo anual y el inicio de la grandeza del Astro Rey, o lo que es lo mismo,
la celebración del fin del mundo y el nacimiento del año nuevo. En esta última,
los jóvenes amdaurs, ataviados con túnicas amarillas, debían superar unas
pruebas nada fáciles para consagrarse como sacerdotes druidas. Era una jornada
para la comunicación entre lo tangible y lo invisible, entre los vivos y los
muertos, que tenía lugar en las espesuras de los bosques.
MADRE TIERRA
En el transcurso
de la festividad de Lughnasadh se pedía a las fuerzas de la madre Naturaleza,
representadas por Lugh, por la obtención de buenas cosechas. La estación celta
de Lughnasadh, por lo tanto, coincidía con el final del verano, cuando las
noches comienzan a alargarse y los frutos y el grano que nos proporciona la
tierra están a punto para su recolección.
Lammas era la
primera de las tres celebraciones dedicadas a la cosecha en el mundo céltico.
Un momento de júbilo generalizado en todo el castro y vinculado a la elaboración
del pan, alimento primordial, al que los celtas dedicaron una de las fiestas
más importantes de su calendario sagrado. Como la festividad coincidía en el
tiempo con la maduración del grano, ese día se compartía el primer pan de la
cosecha, en agradecimiento a la Diosa Madre, a la que en ese mismo momento se
invocaba para pedir que la siguiente cosecha fuese igual de generosa.
La tradición
recogida de los vates recuerda que el Rey Sol otorgaba su energía a las
cosechas para asegurar la vida, mientras que la Diosa Madre -a la que se rendía
homenaje en el interior de las grutas abiertas en las laderas de las montañas-
se preparaba para transformarse en divinidad coronada. No es una casualidad
que, al igual que sucede en otros países europeos con raíces celtas, en las
zonas hispanas que acogieron a este pueblo se sigan colocando pequeños soles en
la fachada o en la puerta de entrada a las casas, símbolo del culto al Sol
característico de aquella civilización.
EN EL CORAZÓN DEL BOSQUE
Uno de los
espacios más sagrados para los druidas eran los bosques (Drunemeton), bajo cuya
capa protectora situaban el centro cósmico del mundo (Mediolanum). Y del centro
de ese espacio abierto en el corazón del bosque hacían emerger el Omphalon,
deñnido por una construcción de piedra que podía ser un dolmen, un menhir, un
cromlech, un túmulo, etc. En cualquier caso, era el lugar sobre el que el
druida patriarca del clan elevaba sus rezos al dios solar, pidiendo por la
fertilidad de los animales, la abundancia de los alimentos y todo cuanto Lugh
había provisto generosamente en los meses de estío. Paralelamente, se realizaba
un examen del rendimiento laboral de la comunidad (recordemos que para los
celtas la pereza era un pecado condenado con la humillación pública). Tras la celebración
de estos ritos, las gentes de todos los clanes y tribus se congregaban en torno
al Omphalon, en el corazón del bosque, y depositaban flores y guijarros traídos
de sus lugares de origen sobre el túmulo del gran druida. Después, se
preparaban los calderos para asar los manjares, así como los brebajes y
pócimas, y el druida y sus ayudantes procedían al reparto de los panes
elaborados con la primera harina de es-pelta cosechada. Finalmente, el
sacerdote, con los brazos alzados hacia el firmamento, dirigía una oración para
rogar a Lugh que no dejara de apoyar a su pueblo. Entretanto, ataviados con
túnicas azules, los bardos (poetas y trovadores) y los vates recitaban versos y
entonaban canciones. El pan representaba la continuidad de la vida. Lughnasadh o
Lammas, la fiesta dedicada al dios Lugh, se correspondía también con uno de los
cuatro Sabbats, o Sabbats Mayores, ritos propios de las civilizaciones
matriarcales. El Lughnasadh fue la fiesta principal de Irlanda y de toda la
Galia céltica. Algunas leyendas indican que los druidas de estos enclaves de
Occidente procedían de España. No sería una casualidad, por tanto, que en las
excavaciones de Numancia (Soria) hayan aparecido algunos grabados relacionados
con los druidas arévacos. Y en el yacimiento de Uxama (Soria), también en
territorio arévaco, se han descubierto interesantes figurillas alusivas al dios
Lugh.
En Irlanda, Lugh
era "el ingenioso, el constructor, el mago, el activo". Se le
representa con un caldero griálico con pócimas que curan todos los males y se
le atribuye el poder de resucitar a los muertos.
OTRAS FIESTAS DEDICADAS A LUGH
La ñesta de
Lughnasadh es, sin duda, la más emblemática de la Galicia céltica. Pero en el
resto de la geografía hispana se siguen celebrando diferentes ritos atávicos de
raíces celtas y que, con el transcurso del tiempo, se han convertido en
manifestaciones culturales de gran tradición. La mayoría de ellos tienen el
bosque como marco natural. Es el caso del "Mayo", cuyo principal
protagonista es el árbol más majestuoso del bosque. Antes de talarlo, es
bendecido, como implorando perdón a la Madre Naturaleza por el daño que se le
va a causar. Después, se traslada hasta la plaza mayor del pueblo, donde es
despojado de sus ramas. Cuando adquiere la forma de poste, los jóvenes trepan
por él para alcanzar un ramo de cintas y de flores, con el que obsequian a su
amada. En la fiesta de los cucurrumachos, en Credos, los mozos, ataviados con
crines y cuernos, bailan alrededor de un poste clavado en el suelo. Y en las
"Mayas" (Sierra de Guadarrama), se efectúan ofrendas florales a una
niña pequeña ataviada con un traje típico, adornado también con flores. En
algunas poblaciones de la provincia de Soria, donde los celtas conmemoraban la
victoria que obtuvieron sobre los cartagineses, también se celebra el
"Toro de Júbilo".
Los celtas situaban en
el corazón del bosque el centro cósmico del mundo u Omphalon, definido por una
construcción de piedra que podía ser un dolmen, un menhir, un cromlech, un
túmulo, etc.
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