El conocimiento
intemporal
Conocer
con exactitud qué ha ocurrido en el pasado o qué nos reserva el futuro son
anhelos que siempre han acompañado al hombre. Ocultistas, teósofos,
científicos... han buscado e imaginado las más vanadas formas de conseguirlo.
La máquina del tiempo ha sido utilizada en novelas de éxito para viajar en
busca de conocimiento, en aras de saber cómo sucedieron las cosas o qué nos
ocurrirá. ¿Puede esto ser factible más allá de la ciencia ficción?
José Rafael
Gómez
Revista Enigmas Nº 182.
Revista Enigmas Nº 182.
El
esoterismo y la teosofía proponen la existencia de un "éter"
universal en el que todo hecho acontecido queda registrado, constituyendo unos
archivos akáshicos al alcance sólo de los espíritus más nobles. El término
akáshico proviene del sánscrito donde la palabra askséa era empleada para
referirse al "éter", considerado como una sustancia impalpable e
inmaterial, un fluido sutil e intangible, que los antiguos hindúes suponían
impregnando todo el universo y que sena el esencial medio donde se
transmitiría el sonido y la vida.
La
primera referencia bibliográfica a estos archivos parece estar en el libro La
sabiduría antigua que la teósofa y ocultista británica Annie Besant escribió
en 1898. Según ella, los únicos que pueden acceder a estos registros serían
personas con dones espirituales, tales como los chamanes u otro tipo de
médiums, por medio del sueño lúcido, la proyección astral u otras formas de
experiencias extracorpóreas. Así, algunos miembros de la teosofía de prin
cipios del siglo XX afirmaron haber entrado en contacto con estos registros,
de donde habrían extraído información no sólo del pasado sino también del
futuro. Y posteriormente este concepto ha sido asumido por diferentes
doctrinas de la Nueva Era. Pero, por otro lado, la Física moderna desechó la
existencia del éter en 1887 tras el experimento de Michelson y Morley. Y ni
teosofistas ni seguidores de la New Age han aportado nunca una argumentación
basada en el conocimiento científico que sostenga la existencia de dichos
registros.
Un
ordenador modelo IBM-5100 que, según el misterioso "crononauta" John
Titor, un soldado estadounidense que decía haber viajado en el tiempo, sería
necesario en el futuro, en el año 2036, para decodificar unos
La visión de la ciencia ficción
En
1956 Isaac Asimov escribió la que, según la encuesta Locus de 1999, es la
duodécima mejor novela corta de todos los tiempos: El pasado ha muerto. En
ella, el genial autor de ciencia ficción plantea un futuro en el que existe una
máquina capaz de visualizar en una especie de televisión acontecimientos
producidos en el pasado. Asimov denomina "cronoscopio" a tal aparato
y basa su funcionamiento en los neutrinos -partículas que en los años 50 del
siglo pasado aún eran poco conocidas-, atribuyéndoles la facultad de viajar a través
del tiempo, y acota a los últimos 100 años el lapso del que sena posible rescatar
imágenes, ya que más allá éstas estañan demasiado distorsionadas. En la novela
este asombroso aparato estaba fuera del alcance de la población por
considerar el gobierno que constituía un peligro para la sociedad.
El misterioso Cronovisor
La
historia del Cronovisor salta a la opinión pública el 2 de mayo de 1972,
cuando el semanario italiano La Domenica del Corriere publica una entrevista
con el sacerdote benedictino Marcello Pellegrino Ernetti en la que éste
afirmaba haber visto imágenes de diferentes eventos históricos del pasado
gracias a un ar-tilugio que él mismo había desarrollado en colaboración con
varios científicos cuyos nombres nunca aportó. Aparentemente, este asunto
comienza en 1952 cuando Ernetti y el también sacerdote Agustino Gemelli se
encontraban realizando una grabación de música sacra en cinta magnetofónica. En
ella los dos religiosos habrían encontrado estupefactos una inclusión psicofónica
en la que se escuchaba una voz que Gemelli identificó como perteneciente a su
padre fallecido. Ambos sacerdotes habrían acudido con la grabación al Papa -por
entonces Pío XII-quien les habría animado a continuar investigando en ese
campo. Sería entonces cuando Ernetti habría contactado con varios reputados
científicos para tratar de desarrollar un dispositivo capaz de grabar imágenes
y sonido del pasado. Según él, en 1956 ya se obtenían imágenes de personajes
históricos entre los que cabe citar a Benito Mussolini, Napoleón Bonaparte o el
mismísimo Jesús de Nazaret. Cuando acudieron a presentar los resultados al
pontífice, éste les habría prohibido divulgar el descubrimiento y después el
Vaticano habría confiscado el artefacto para mantenerlo en secreto e impedir
su uso.
Sin
embargo, son varias las cosas que no encajan en esta historia. Por un lado,
Ernetti afirmó que el papa Pío XII le prohibió hablar del supuesto
descubrimiento pero, pese a ello, él lo desveló en varias entrevistas
periodísticas. Asimismo, cuando un periodista de El Heraldo de Aragón le
preguntó en mayo de 1972 sobre las razones por las que el Cronovisor no era dado
a conocer a la opinión pública, el sacerdote le respondió: "Porque ahora
es un secreto particular del equipo de científicos que
desde hace años está trabajando en este asunto. Hasta que no haya sido patentado
ante el Estado no podemos hablar sobre cuál es la estructura del invento."
Y añadió: "Porque la cosa están importante que puede ser considerada
secreto de Estado. Creo que en Italia no será aprobado, tal vez haya que
presentarlo en el extranjero, en Rusia, EEUU o en Japón".
¿Una
máquina que es considerada como "secreto de Estado" pero que no sale
a la luz por no haber sido patentada en Italia, aunque se plantea hacerlo en
otros países...?
Para
empeorar las cosas, la única fotografía que el sacerdote facilitó a la prensa
y que afirmó había sido tomada mediante el cronovisor, resultó ser una
falsificación. Se trataba de una imagen de Jesús de Nazaret durante su
crucifixión que después se comprobó que era realmente de un crucifijo
existente en el Santuario del Amor Misericordioso, de Collevalenza (Perugia).
Con
varias sospechosas coincidencias con la novela de Asimov, no se aportó ningún
fundamento científico válido que explicase el funcionamiento de este supuesto
invento.
Sobre
estas líneas, el científico Roger Penrose, con una curiosa teoría sobre el
origen del universo. Debajo, supuesta imagen que según Ernetti había sido
tomada por el Cronovisor pero que resultó ser un fraude. Se trataba de una
imagen del Salvador que se hallaba en el Santuario del Amor Misericordioso, en
la región italiana de Perugia.
Los crononautas, viajeros en el
tiempo
Durante
los años 2000 y 2001 un enorme revuelo agitó varios foros de Internet ante la
aparición de John Titor, un misterioso personaje que afirmaba provenir del
futuro. Contó que era un soldado estadounidense que provenía del año 2036 y
que tenía como misión viajar al pasado en busca de un ordenador IBM-5100, necesario
en 2036 para poder decodificar unos programas informáticos antiguos. Además fue
respondiendo a las numerosas preguntas que otros internautas le hacían dando
detalles de cómo era la máquina del tiempo que le había trasladado de fecha e
informando de acontecimientos que se iban a producir en el futuro, entre los
que destacaba una próxima guerra civil en EEUU que comenzaría en 2008 y una
Tercera Guerra Mundial que en 2015 acabaña con el resto de potencias
mundiales. Titor también habló de Física Cuántica manifestando que el modelo
de Everett-Wheeler era el acertado, según el cual, los resultados de decisiones
cuánticas ocurren en universos paralelos.
Aunque
quien estuviera detrás de John Titor hizo gala de tener curiosos conocimientos
de informática y Física Cuántica, sus errores en las predicciones de acontecimientos
que no se han producido y el no avisar de otros de singular importancia que sí
han ocurrido y que él, si fuera cierto que venía del futuro, debía conocer-como
no advertir del derribo de las torres gemelas del World Trade Center- han
restado finalmente veracidad a esta historia.
Recientemente
ha saltado a los medios de comunicación el hallazgo del que podría ser un
viajero del tiempo recogido en imágenes de la premier de la película The Circus
de Charlie Chaplin, de 1928. En la escena puede verse a una persona -aparentemente
una mujer- que camina por la calle con la mano sujetando lo que parece un
objeto junto a su oreja como si estuviera hablando por un teléfono móvil. Sin
embargo, parece de sentido común pensar que es más probable que se trate de un
actor figurante que trata de no ser identificado que de un supuesto
crononauta.
El viaje en el tiempo de la luz
Sin
embargo, sin necesidad de desplazarnos físicamente en el tiempo, hay una
manera de presenciar distintos momentos del pasado, del pasado cósmico en este
caso. Para ello no hay más que asomarse a un cielo nocturno despejado. La
bóveda celeste es un extensísimo mosaico de acontecimientos pasados. La luz de
los astros que vemos es antigua, salió de ellos en diferentes momentos del
pasado atendiendo a la distancia que nos separa. Cuando miramos, por ejemplo,
al planeta Neptuno, la luz que vemos fue reflejada desde allí alrededor de 4
horas antes. Y si dirigimos nuestra mirada hacia la estrella Polaris, debemos
saber que lo que vemos sucedió allí hace 431 años. Cuando tengamos telescopios
lo suficientemente potentes seremos capaces de ver imágenes que nos llegan de
planetas que orbitan lejanas estrellas ¡imágenes que se produjeron hace
cientos, miles o decenas de miles de años! Pues bien, debemos saber que a la
inversa ocurre exactamente lo mismo. Desde el espacio pueden observarse
imágenes de la Tierra cuya antigüedad dependerá de la distancia a la que se encuentre
el hipotético observador. Puede afirmarse que todo suceso producido en nuestro
planeta, iluminado por la luz del Sol, genera una imagen que se aleja del
suceso a la velocidad de la luz. De tal manera que, por débiles que sean, en
este preciso instante viajan por el espacio las imágenes de eventos históricos
terrestres pasados. Así, a unos 2.000 años luz de la posición en el espacio que
nuestro planeta ocupaba hace 2.000 años, se encuentran, viajando a una
velocidad de 300.000 Km.
Aunque
esas imágenes sean extraordinariamente débiles y se encuentren enormemente
distorsionadas, no puede negarse que, en teoría, usando un hipotético receptor
idóneo situándolo a la distancia adecuada, podrían conocerse acontecimientos
tales como qué sucedió en la Palestina de hace 2.000 años o cómo fueron
construidas las pirámides de Egipto. Ahora puede parecer disparatado, pero
nuestros científicos ya empiezan a vislumbrar características de nuestro
universo que en el futuro podrían hacer posible lo que hoy parece imposible.
En un
interesantísimo artículo publicado en Scientific American, los profesores de
la Universidad de Columbia, David Z AIbert y Rivka Galchen, reflexionan sobre
que, al poder influir únicamente sobre aquellos objetos del universo que
tenemos a nuestro alcance, tenemos la sensación de que el mundo es local, es
decir, que lo que ocurre en un determinado lugar está causado y afectado por
sucesos ocurridos en sus proximidades -aunque sean proximidades cósmicas-.
Sin embargo, estos autores nos recuerdan que según la mecánica cuántica pueden
producirse reacciones a distancia de sucesos locales. En otras palabras, a
nivel cuántico, nuestro universo no es local y puede influirse en cualquier
partícula entrelazada cuánticamente sin importar la distancia a la que ésta se
encuentre. Y lo que aún es más asombroso, esta influencia a distancia se
ejerce de forma inmediata, instantánea. La no localidad del universo no sólo
va contra nuestra intuición sino que además no concuerda con la teoría
especial de la relatividad de Einstein sacudiendo así fundamentos de la Física
hasta ahora casi incuestionables. Portante, no es del todo disparatado pensar
que quizás, en el futuro, podamos idear la manera de acceder a esta información
que en forma de luz viaja por el espacio.
Una noticia
afirmaba que
un "crononauta"
aparecía en una
película de Chaplín
de
1928
¿Podremos conocer el futuro?
Pero,
¿qué ocurre con el futuro? Recientemente el prestigioso físico Roger Penrose de
la universidad de Oxford, ha informado de que, analizando los datos del
satélite WMAP, ha detectado unos patrones circulares que se encuentran en el
fondo cósmico de microondas y que sugieren que el espacio y el tiempo no
empezaron a existir tras el Big Bang, sino que nuestro universo existe en un
ciclo continuo de "rebotes" que él llama "eones". Para
Penrose, lo que actualmente percibimos como nuestro universo no es más que
uno de esos eones. Hubo otros antes del Big Bang y habrá otros después. Pues
bien, si nos encontramos en un universo que rebota infinitamente, es seguro
que se producirá algún rebote cuya historia sea idéntica a la de la actual, por
lo que debería existir un rastro de los acontecimientos que se han producido
en nuestro pasado, pero también de los que han de ocurrir en nuestro futuro.
Si hubiera una manera de percibir primero e interpretar después ese rastro,
tendría que admitirse que el conocimiento del pasado y del futuro -desde un
punto de vista físico serían la misma cosa-, es posible.
Para
finalizar, cabe recordar aquí al científico francés Laplace quien, a
principios del siglo XIX, sugirió que debía existir un conjunto de leyes
científicas que nos permitirían predecir todo lo que sucediera en el universo,
conociendo su estado completo en un instante de tiempo.
El
Éter
En las creencias griegas el éter era
una sustancia brillante que respiraban los dioses, en contraste con el pesado
aire que respiran los mortales. En la India se conoce el éter con el nombre de
akasha. En la cosmología sankhia es considerado uno de los 5 principales
elementos.
Durante la Edad Media, tras la
recuperación de la filosofía aristotélica, el término aetner, justamente por
ser el quinto elemento material reconocido por Aristóteles, comenzó a ser
llamado así -quinto elemento- o también quinta essentia, de donde viene la
expresión quintaesencia -usada en la alquimia y en la cosmología actual para
referirse a la energía oscura-.
Hacia finales del siglo XIX, James
Clerk Maxwell (1831-1879) había propuesto que la luz era una onda transversal.
Como parecía difícilmente concebible que una onda se propagase en el vacío
sin ningún medio material que hiciera de soporte, se postuló que la luz podría
estar propagándose realmente sobre una hipotética sustancia material, para la
que se usó el nombre de éter.
El experimento de Michelson y Morley
de 1887 constató que la velocidad de la luz no cambiaba fuera cual fuese su
dirección de propagación, lo que hizo desechar la idea de la existencia del
éter. Sin embargo, en la actualidad hay opiniones que sostienen que la forma
en la que se lleva a cabo ese experimento no es prueba de la inexistencia del
éter.
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