Entre las piezas más valiosas
del tesoro de la reina Isabel I de Inglaterra (1533-1603) destacaba el
"Cuerno de Windsor". Este, según se especifiraba en su descripción,
era la verdadera asta de un unicornio, además tenía la facultad de detectar y
neutralizar venenos así como todo tipo de males. Se dice que tan singular
objeto -valuado entonces en unas 10.000 libras, suma que en aquella época
habría bastado para comprar un pueblo completo- fue obsequiado a la soberana
por Martin Frobisher, capitán de la Armada Británica. Tras quedar varado en la
isla de Baffin, en Canadá, durante su travesía en busca de nuevas rutas
marítimas, Frobisher encontró el cadáver de lo que supuso era un unicornio
marino enterrado en el hielo. Para probar su autenticidad, utilizó uno de los
varios métodos que se empleaban en aquel tiempo: puso varias arañas venenosas
en su interior; si era verdadero, los animales ponzoñosos deberían debilitarse
y morir, lo que supuestamente ocurrió. Como recompensa por recuperar tan
admirable artículo -que décadas después seria destruido por los puritanos al
considerarlo pagano- Frobisher fue nombrado caballero.
Tesoro exótico
Isabel no fue la única en tener
un objeto de tan fabulosa naturaleza. Durante toda la Edad Media y hasta bien
entrado el Renacimiento los cuernos de unicornio representaron uno de los
productos más valiosos, solo poseídos por nobles, reyes y miembros del alto
clero. El Papa Clemente VII (1478-1534), por ejemplo, pagó hasta 17.000 ducados
para obtener el que se decía era una de las cornamentas de unicornio más
bellas. Tras engrosar por un tiempo los tesoros del Vaticano, el Papa la mandó
montar en un pedestal de oro macizo y la obsequió como regalo de bodas a la
corte del rey de Francia por el enlace de Enrique II (1519-1559) con Catalina
de Médici (1519-1589). Otro monarca que se dice consiguió un alicorne (nombre
con el que se conoce a los cuernos de unicornio) fue el zar ruso Teodoro I
Ivánovich (1557-1598), quien lo adquirió poco antes de su coronación. También
el reino de Dinamarca fue famoso por tener el llamado "trono del
unicornio", manufacturado casi por completo con la cuerna de este enigmático
ser, y Felipe II de España (1527-1598) recibió como regalo varios de ellos,
cada uno valuado en 10 o 20 veces su peso en oro.
Milagroso jamelgo
La razón de su valor se debía a
su rareza -el unicornio no era un animal fácil de capturar-, así como a las
propiedades curativas que se le imputaban. Se le creía una panacea capaz de
acabar con todo tipo de males e incluso, en ciertos casos, con el poder de
devolver la vida. También era un efectivo nulificador de todo tipo de veneno.
Con tan solo unas virutas del cuerno o con posar su punta en agua contaminada,
esta se transformaba en potable o en su defecto hacía estallar los alimentos corrompidos.
De ahí que muchos gobernantes medievales pagaran fuertes sumas con tal de
conseguir estos objetos (con los que hacían confeccionar copas o platos), pues
durante esa época la muerte por envenenamiento era un método popular para poner
fin a las intrigas por el poder. Dado que muchos médicos lo recetaban, algunas
iglesias que lo tenían entre sus tesoros, como la de San Dionisio, en París,
Francia, ponían la punta del cuerno en una fuente para que los enfermos
pudieran beber la infusión. Sin embargo, conseguir tan anhelado apéndice no
era tarea sencilla.
El primero en hablar sobre
ellos fue el historiador y médico griego Ctesias de Cnido (segunda mitad del
siglo V a. C), quien los describió a partir de los relatos que le contaron
viajeros indios; más tarde Aristóteles (384-322 a. C.), Plinio el Viejo (23-79)
y Claudio Elia-no (175-235) harían eco del fantástico animal y su mágica
cornamenta. Todos concuerdan en que se trata de seres que pocas veces se dejaban
ver y mucho menos atrapar, por lo que se convirtieron en uno de los animales
más codiciados. En todo el mundo se registraban avistamientos. En Oriente,
basta decir, se hablaba del kirin, un tipo de unicornio japonés que perforaba
con su asta los corazones de los bandidos. Aunque jamás se capturó un ser vivo
de este tipo, para los naturalistas su existencia estaba más que comprobada por
la presencia de los cuernos. En la Antigüedad no existió una sola morfología
que describiera a esta criatura. En tanto que para Ctesias era parecido a un
asno salvaje de ojos azules tan grande como un caballo, para Plinio el Viejo
tenía cabeza de ciervo, pies de elefante y cola de jabalí. Otros lo
describirían como un animal blanco con cuerpo de caballo, barba de cabra,
piernas de antílope y cola de león; más recientemente adoptó su actual forma,
un caballo blanco. A pesar de esto los autores concuerdan en que lo que
realmente lo define es su espléndido y alargado cuerno en espiral que sobresale
en medio de su frente.
La caza del
unicornio
De acuerdo con la Enciclopedia
de ¡as cosas que nunca existieron, de Michael Page y Ro-bert Ingpen, los
unicornios eran animales de hábitos solitarios -se decía que el macho y la
hembra solo se reunían para aparearse y después se alejaban- y vivían en todo
el mundo, de preferencia en zonas boscosas. Pese a su apariencia grácil y
amable, el unicornio era un ser territorial, feroz, fuerte y rápido al
embestir. Plinio el Viejo relataba que debido precisamente a este temperamento
salvaje y agresivo, resultaba imposible capturarlo vivo.
Además eran seres
extremadamente inteligentes. Ello explicaba por qué muchas de las expediciones
emprendidas para su búsqueda terminaban en fracaso.
En la serie de siete tapices
conocidos como La caza del unicornio, los cuales fueron tejidos entre 1495 y
1505 probablemente en los Países Bajos, se muestra una singular partida de
caza. Varios hombres con sus perros entran en un bosque siguiendo la pista del
preciado animal. Empero sus intentos son infructuosos y ni hombres ni canes
pueden burlar sus defensas. En cambio, una joven virgen logra apaciguarlo, tras
lo cual es sometido y capturado. Estos tapices, que actualmente son exhibidos
en el museo The Cloisters, en Nueva York, narran la creencia popular sobre la
debilidad de estos seres míticos hacia las jóvenes doncellas; se decía que al
verlas en lugar de atacarlas los unicornios quedaban hipnotizados, entonces
sumisos se acurrucaban en el regazo de la dama. Ante tal indefensión era
posible cercenar su cuerno. Si bien esto no los mataba, señalan Page e Ingpen,
al ser despojados de su única arma quedaban indefensos ante sus enemigos
naturales, los elefantes y los leones, siendo esto lo que se creía que los
habría llevado a la extinción.
Embuste medieval
A diferencia de muchas criaturas
míticas de los bestiarios medievales, la creencia en el unicornio se mantuvo
hasta el siglo XVIII; en aquella época todavía era posible encontrar en los
recetarios de las boticas su cuerno triturado como ingrediente de medicamentos.
Sin embargo, desde mediados del siglo XVI Ambroise Paré (1510-1590), padre de
la cirugía moderna, ya había comprobado la ineficacia de este remedio y
publicado sus resultados en su texto de 1582 Discurso del unicornio. Ahí hace
un repaso de los diferentes animales que probablemente contribuyeron a la
leyenda y de los cuales se pudieron haber obtenido las diferentes cornamentas
que circularon por Europa en ese tiempo. En realidad las astas que tanto habían
conmocionado al Viejo Continente eran cuernos de rinocerontes o dientes de
narval (Aíonodon monoceros), cetáceo que habita en el Ártico y que se
caracteriza por su largo y torcido colmillo de hasta dos metros de largo. Con
el tiempo, y con el mayor conocimiento y difusión sobre dicha bestia, el
unicornio por fin quedaría relegado al ámbito de la mitología y sus antaño
invaluables cuernos pasarían a ser una simple curiosidad histórica.
Santa bestia
Durante la Edad Media el mítico
unicornio se convirtió en un elemento frecuente en la iconografía religiosa.
Esto porque se le consideraba símbolo de pureza, de este modo era habitual que
en los retablos y pinturas acompañara a los santos y santas. La creencia de que
soto una virgen era capaz de amansarlo se convirtió en un tema recurrente en el
arte medieval y renacentista cristiano. Al menos hasta el siglo XVI, en muchas
de estas obras María es retratada con la criatura en su regazo -quien
representa a Jesús-, lo que de acuerdo con Udo Becker en su Enciclopedia de los
símbolos aludía al tema de la inmaculada. En otras, la caza del unicornio
representaba la Pasión, por (o que se muestra al animal siendo atravesado por
una lanza. Asimismo se le considera fuerte, sabio y espiritual, y aparece
también como emblema de la espada o la palabra de Dios, explica Juan Eduardo
Cirlot en su Diccionario de símbolos.
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