Grandes Exploradores - Parte I
Días clave
· Días clave: Exploradores en territorio maya.
· La Imaginación es la clave.
· Las primeras migraciones.
· De los primeros mapas al GPS.
· Los primeros navegantes de la historia.
· Viajeras Intrépidas.
· Héroes en los confines del mundo.
· Las grandes expediciones del conocimiento.
· La llamada de África.
· Exploradores del frío.
· El choque de dos culturas.
· Fracasados y olvidados.
· Mundos por revelar.Días clave
Exploradores en territorio maya
Tras
recorrer gran parte de la Península
de Yucatán y conocer la riqueza cultural y natural de lugares como Uxmal,
Sayil, Labná, Xampón, Kiuik y Kabah, el 3 de marzo de 1842 el explorador John
Lloyd Stephens y el arquitecto e ilustrador Frederick Catherwood, junto con el
doctor Samuel Cabot, llegaron a la pirámide de Chichén Itzá. Un año después
Stephens publicó el libro Incidents of Travel in Yucatán, el cual contiene una
detallada descripción de sus descubrimientos acompañada por las magníficas
ilustraciones de Catherwood. La publicación de sus hallazgos dio pie a la
realización de posteriores expediciones científicas por toda la zona.
Por qué necesitamos
explorar
nuevos
mundos
La
Imaginación es la clave
Aunque las motivaciones basadas
en profundizar el conocimiento humano dieron paso a la ambición de poseer territorios, riquezas o fama, el espíritu de la exploración no se agotará jamás mientras la imaginación continúe rigiendo nuestra curiosidad y
conservemos la
capacidad de asombro.
Por Felipe
Fernández-Armesto
El ser humano se
parece mucho a otras criaturas, salvo por el hecho de estar superdotado de una
mentalidad creadora capaz de proyectar visiones de mundos extraños. Los chamanes realizan exploraciones
por los dominios del espíritu, impulsados con los ritmos de sus tambores y las
visiones de drogas alucinógenas. Para una mente liberada de los límites de su
entorno físico, el barril de Diógenes puede adquirir las dimensiones del mundo
entero o incluso del Universo. A Newton le hacía falta que su asistente lo
condujera al comedor de Cambridge por no poder nunca acordarse del camino, pero
era capaz de surcar el Cosmos con su imaginación. Kant no quiso salir de las
calles rutinarias que solía pasear a diario por la ciudad de Kónigsberg, pero
su pensamiento llegó hasta los últimos confines de nuestro mundo moral. Todos
los grandes viajes hacia zonas desconocidas empiezan en los cerebros de los
aventureros.
Por el contrario, las
motivaciones de la gran mayoría
de los pioneros que han abierto y dado a conocer las rutas que conectan y
mezclan las culturas del mundo han sido poco inspiradoras. Su búsqueda hacia
nuevos horizontes y destinos vírgenes respondía a su anhelo de terrenos, riqueza,
poder, penitencia, proselitismo o, a veces, mera supervivencia. Las primeras
exploraciones de la especie Homo sapiens -el hallazgo lento y vacilante de
las rutas que conducían
desde nuestro lugar de origen en África del este hacia el resto del mundo-se
iniciaron a lo mejor hace unos 100.000 años por jóvenes expulsados o refugiados
de sus comunidades a causa de la ferocidad de la competencia y supervivencia.
Motivos diversos
A veces interviene la
curiosidad científica.
El primer explorador a quien conocemos por su nombre era Harkhuf, un oficial
egipcio de finales del tercer milenio antes de Cristo. Su objetivo principal
era investigar en nombre del Faraón Pepi II las zonas que quedaban más allá de las
cataratas del Nilo, donde recogía especímenes de los productos tropicales -entre
ellos, un bailarín pigmeo que fascinaba al joven faraón-. Los grandes viajeros
de la Grecia presocrática, Piteas y Herodoto, aprovechaban para reunir datos
etnográficos y geográficos. Los peregrinos budistas chinos que se dirigían a
India en las épocas de Fiangxan y Xiangzu regresaban a su país cargados de
relaciones topográficas y textos sagrados. Los geógrafos medievales, como Adán
de Bremen en el mundo cristiano e Idrisi en el islámico, interrogaban a los
peregrinos, mercaderes y guerreros llegados de lugares remotos para conocer la
realidad del globo terráqueo. Ibn Battuta, el viajero más pertinaz de la Edad
Media, empezó viajando como peregrino pero terminó vencido, según cuenta él
mismo, por la curiosidad pura y absoluta.
No obstante, en la Antigüedad y la Edad Media el valor de los
viajes se calculaba más por sus efectos transmutativos y numinosos, que
conferían supuestos beneficios espirituales, que por sus aportes a la ciencia.
Los comerciantes se apreciaban por sus objetos de consumo exóticos; los
conquistadores, por su supuesta divinidad; los naufragados, por su procedencia
del horizonte divino y su resistencia a los castigos de la naturaleza; y los
peregrinos, por la santidad que les confería su contacto con las fuentes de
misterios lejanos. Cuando el almirante Zheng He volvió a China después de haber
recorrido el océano índico en sus siete viajes de principios del siglo XV, las criaturas exóticas que traía consigo
-sobre todo las jirafas, que a los sabios de la corte china les recordaban a
los legendarios unicornios- significaron, más que el acceso a nuevos
especímenes científicos, una fuente de buenos augurios y una muestra de
aprobación celestial hacia el emperador.
A los exploradores
europeos de finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna solemos calificarlos
de inauguradores de una nueva época
y precursores de la Revolución científica. Hasta cierto punto, se trata de una
reputación merecida. Alvise Cadamosto, quien se unió a la tripulación en uno de
los viajes por las costas de África del oeste patrocinado por el infante don
Enrique de Portugal en 1455, afirmó que su única motivación era lograr saber
más del mundo. Colón emprendió sus viajes para escapar de su modesto rango
social y ascender a la nobleza inspirándose en romances de caballería, pero
insistió en su "deseo de conocerlos secretos del mundo". Vespucio no
sabía manejar ni el cuadrante ni el astrolabio, pero se
felicitó por intentar conseguirlo, Incluso
Hernán Cortés, centrado estrechamente en someter reinos y conseguir oro, se
detuvo para observar el volcán Popocatepetl. Francisco Hernández se trasladó a
América en 1575 para conocer su botánica. Thomas Harriot fue a Virginia, en
158S, con la esperanza de mejorar su dominio de la astrología y de la alquimia,
consideradas ciencias en aquel entonces.
Los grandes éxitos de aquellos tiempos se debieron
más que nada al valor a veces temerario de algunos individuos. De modo
predominante, sin embargo, el gran reto y la actividad principal de los
exploradores de la época fue la búsqueda de nuevas rutas marítimas. Parece
mentira que tras 50.000 años -o más, si tenemos en cuenta las pruebas de que el
Homo erectus sabía navegar hace unos 800.000 años- todavía no se
conocieran las rutas de ida y vuelta a través de los océanos Atlántico ni
Pacífico, y que las grandes culturas del Nuevo Mundo quedaran desvinculadas de
sus homologas euroasiáticas y africanas. Para cruzar esos mares, hacía falta
aventurarse con viento en popa, lo que hoy día nos parece lógico y sencillo,
pero que en aquel entonces parecía situarse al borde de la locura. Lo normal
para un viaje de exploración hacia destinos desconocidos era navegar con el
viento contrario, por la necesidad absoluta de asegurar el viaje de regreso.
Los precursores de Colón, que intentaron cruzar el Atlántico partiendo de las
Azores a mediados del siglo XV, fracasaron por elegir, de manera muy
comprensible, latitudes donde los vientos soplaban hacia el este. El genio o
locura de Colón consistió precisamente en optar por las latitudes de las
Canarias, donde los vientos alisios conducían hacia el oeste. Los
descubrimientos de Vasco da Gama, que halló la ruta de acceso al Océano índico
desde el Atlántico en 1497, y de Fray Andrés de Urdaneta, piloto de las rutas
de ida y vuelta por el Pacífico en 1565, se realizaron debido al mismo espíritu
arriesgado.
Debido a sus esfuerzos
y a los de varios contemporáneos
suyos, se fueron descifrando poco a poco los vientos y corrientes que recorrían
y conectaban el mundo y cuyo patrón -la traza de sus circulaciones y
oscilaciones en la superficie del planeta- fue desvelándose poco a poco. Hacia
finales del siglo XVI, las
grandes civilizaciones del mundo, aisladas unas de otras hasta ese momento, ya
estaban en contacto. Las rutas de los exploradores permitieron unificar el
rico y densamente poblado arco que se extendía desde China y Japón a través de
las zonas centrales y sureñas de Eura-sia hasta los confines del Atlántico,
prolongándose allende los mares hasta el Caribe y las zonas de las culturas
andinas y mesóamericanas.
En
la segunda década del siglo XVII, los exploradores holandeses abrieron la
última de las grandes < rutas de conexión mundial al seguirlos vientos del
oeste en los Mares del Sur y virar hacia el norte arrastrados por la Gran
Comente de Australia, hasta desembocar en las islas de las Especias. Hacia
finales del siglo, los navegantes europeos habían surcado todas las costas de
todos los continentes menos la Antartica, algunas zonas de Australia y la costa
ártica de Norteamérica. El mapa del mundo que sus sucesores construyeron en el
siglo XVIII no dista mucho en el perfil de las costas de las fotos sacadas por
los modernos satélites de exploración. Las expediciones por el Pacífico de Cook
en los años 60 y 70 de aquel siglo y de Malaspina desde 1789, a pesar de
abarcar motivaciones imperiales, comerciales y estratégicas, resumían los
ideales racionalistas de la Ilustración, recopilando documentos, reuniendo
especímenes y divulgando imágenes y descripciones. La misma forma del planeta
logró conocerse por entonces: las expediciones promovidas por la Academia Real
de París, en 1735, al Ecuador y al Círculo Polar Ártico para medir la
superficie terrestre constataron que -al contrario de las tesis mantenidas por
la geografía tradicional-la Tierra no era una esfera perfecta, sino que
correspondía a la forma que Newton había concebido en su imaginación: como una
naranja, apretujada por sus propios extremos. La exploración, que se había
iniciado por la fuerza de la imaginación humana, seguía proporcionándole
información y terminó transformándola.
Secretos
y preguntas pendientes
En los siglos XIX y XX entran en escena
dos factores nuevos: en primer lugar, el nacionalismo suscitó I un concepto
chauvinista de la exploración, que se convirtió así en una serie de carreras
para descubrir tierras, describir entornos, cruzar desiertos, conquistar
cumbres y plantar banderas en lugares remotos por motivos, sencillamente, de
prestigio nacional, sin preocuparse en exceso por la utilidad de tales logros.
Luego, la financiación creciente de los medios de información y entretenimiento
dio lugar a un recrudecimiento de la vanagloria, el sensacionalismo y la sed de
notoriedad entre los propios exploradores. Una serie de carreras diversas -para
trazar el curso del Nilo, encontrar o "rescatar" a Livingstone y Emin
Pasha, ninguno de los cuales estaba perdido ni necesitaba rescatarse; llegar a
los polos, escalar el Everest, aterrizar en la Luna o batir todo tipo de
récords- deformaron las motivaciones de los modernos exploradores, separándolos
de la tradición predominantemente científica de la época de la Ilustración.
Mientras tanto, la multiplicación de universidades e instituciones, así como de
profesionales científicos, ha contribuido a compensar las desatenciones de
gobiernos y patrocinadores comerciales distraídos en proyectos triviales.
Hoy día, los confines aún no explorados
y cuya cartografía y documentación quedan por completar son las profundidades
oceánicas, las capas interiores de la Tierra y el espacio exterior. Pero el
espíritu de la exploración no se da jamás por terminado, ni siquiera en las
zonas más recorridas ni más habitadas por los hombres, porque las regiones ya
exploradas siguen siendo mutables y dinámicas, y nos revelan siempre nuevas
especies o efectos inadvertidos de los cambios climáticos y geológicos; siguen
invitándonos a explorarlas de nuevo, con un interés siempre renovado.
Las primeras migraciones
Y Eva salió
del
Paraiso
Desde que el ser humano pisó la
tierra, tuvo un rasgo diferencial que solo comparte con algunos animales: la
curiosidad, el motor que le hace cruzar fronteras y traspasar los límites del mundo
conocido. Ese deseo por explorar es una de nuestras cualidades más distintivas.
Por Jacobo
Storch
Es claro que la exploración ha sido una actividad
relacionada con el control de un territorio, y también sabemos que es propia de
los animales que dependen de un entorno para sobrevivir.
Sin embargo, ir más allá del horizonte que ese
extiende a lo lejos, saber qué hay al otro lado de las montañas frente a
nosotros, está impulsado por la curiosidad, y ello solo lo tienen algunos
animales, especialmente los humanos y sus parientes más cercanos. La curiosidad
es el estímulo que lleva al ser humano a emprender todo tipo de complicados
viajes y arrostrar cualquier dificultady peligro con tal de explorar los
límites del mundo conocido. Uno de los peregrinajes más fascinantes comenzó con
las eternas preguntas ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos y adónde vamos? o ¿cuándo
empezó esta aventura?, lo que nos ha llevado al estudio de nuestros orígenes y
la evolución de los homínidos. Esta expedición ha estado llena de sorpresas,
que de manera continua ponen en tela de juicio los conocimientos que poseemos
acerca de cómo hemos llegado a ser la única familia de "seres
humanos" que habita sobre la Tierra -pues todos estamos íntimamente
emparentados- y cómo apenas quedan territorios vírgenes en donde la curiosidad
humana aún no ha penetrado.
Desde las páginas de las más prestigiosas revistas
dedicadas a la publicación de los logros científicos -Naíure o Science, por
citar dos de ellas-, nos asaltan las novedades sobre el largo camino del ser
humano hasta llegar a su aspecto actual y a su presencia en todos los rincones
del planeta. El estudio de los restos fósiles de nuestros antepasados,
protagonizado por paleoantropólogos y biólogos en una unión cada vez más
estrecha, está revolucionando lo que sabíamos sobre nuestros primeros pasos en
la Tierra. Un aspecto que parecía tan claro como que el caminar sobre dos
piernas -el bipedismo- era único y exclusivo de los homínidos, conseguido al
descender de los árboles a tierra firme y que surgió de la necesidad de dominar
mejor el entorno.
Homínidos y
primates
Durante mucho tiempo se tomó al bipedismo como
referencia para diferenciar a los humanos de sus parientes primates; en otras
palabras, era el punto de separación entre ambas líneas evolutivas. Ahora, sin
embargo, algunas teorías proponen que el caminar erguido pudo surgir mientras
nuestros antepasados todavía estaban en las copas de los árboles. Así lo
refieren los paleontólogos ingleses Robin Crompton. Susannah Thorpe y Roger
Holder, quienes analizaron la locomoción de los orangutanes de Sumatra
(Indonesia) durante un año. Estos, pese a que pasan la mayor parte del tiempo
en las alturas, utilizan sus dos piernas para desplazarse sobre las ramas y
emplean sus manos para mantener el equilibrio o transportar comida de un lado a
otro. Según Crompton y su equipo, es posible que el modo de vida de nuestros
antepasados arborícoras fuera semejante al de estos animales. "Si estamos
en lo cierto significa que no es aceptable basarse en el bipedación para
determinar si un fósil es ancestro de un humano o del ancestro de otro primate.
Cada vez está resultando más difícil decidir qué es un humano y qué un
simio", comenta el paleontólogo.
Incluso la famosa Australopithecus afarensis
conocida como Lucy, que vivió hace 3,2 millones de años y cuyo caminar era
erguido, al parecer pasó gran parte de su vida en los árboles. Esto fue
anunciado el año pasado por Zeresenay Alemseged, curador de la Academia de
Ciencias de California, quien en 2000 encontró en Etiopía el esqueleto bien
conservado de Selam, unaniña de tres años de A. afarensis. Tras estudiar y
compararlos omóplatos de Selam con los hombros de otros primates primitivos y
de algunos tipos de chimpancé, gorilas y humanos, se encontró que su anatomía
era más parecida a la de los simios. Esta especie, además de caminar de forma
bípeda en el suelo, estaba adaptada para trepar árboles.
Los científicos creen que la bipedación también
contribuyó un cambio climático que hizo disminuir de modo drástico la
frondosidad de los bosques. Los ancestros humanos se adaptaron a esta situación
abandonando las copas de los árboles e iniciando su desplazamiento por terrenos
despejados; dieron comienzo así ala exploración de territorios cada vez más
alejados. Las investigaciones genéticas han establecido el momento aproximado
en que el linaje humano empezó a diferenciarse del ancestro común con los
simios, en un periodo entre seis y ocho millones de años atrás. Los últimos
hallazgos fósiles fechan la antigüedad de las primeras especies de homínidos en
unos 7 millones de años y han multiplicado por tres la cantidad de especies
conocidas que forman parte de nuestro árbol evolutivo. Desde su descubrimiento
en 1973, se consideró a los A. afarensis como el antepasado directo de los
humanos que residió en el corazón de África. En la década de 1990 hubieron más
hallazgos. En Kenia, Meave G. Leakey descubrió el Australopithecus anamensis,
que vivió hace aproximadamente cuatro millones de años (Ma) y podría haber sido
un precursor de los afarensis. El descubrimiento de otra especie llamada
Kenyanthropus platyops proporcionó la evidencia de su coexistencia durante
largo tiempo con los parientes afarensis de Lucy, lo cual ponía en duda la
opinión mayoritaria de que el árbol familiar tenía más o menos un solo tronco
hasta llegar al Homo sapiens.
Bípedos,
hace seis millones de años
La evolución humana muestra más un aspecto de
arbusto con muchas ramas que el de un árbol con uno o dos troncos. Sin embargo,
en las últimas décadas el hallazgo de más restos óseos ha alimentado esta idea:
en Etiopía, el paleoan-tropólogo estadounidense Tim White ha documentado
homínidos que vivieron hace 4,4 Ma (Middle Awash, Ethiopia) de una especie
conocida como Ardipithecus ramidus. Más
tarde, los restos de otra especie relacionada que vivió hace 5,2 o 5,8 Ma se
clasificaron como Ardipithecus feadabba. Los franceses han encontrado otros
restos más antiguos, los del Orrorin tugenensis de Kenia y del Sahelanthropus
tchadensis de Chad, con los que se ha sobrepasado la barrera de los 6 Ma, y
aunque los fósiles son muy escasos sus descubridores los ven como individuos
bípedos capaces de explorar territorios y abandonar el nicho ecológico estricto
en el que se desenvolvían.
A finales del Plioceno (terminación del Terciario) o
inicios del Pleistoceno (Cuaternario), entre los 2,5 y los 2 Ma, surgieron en
África las primeras ramas del género Homo, que divergían claramente de los
australopitecos.
El control
del fuego
El Homo habilis fue, quizá, el primero que fabricó
herramientas de piedra y probablemente también de huesos de animales, con las
que se iniciaba la conquista del medio, y eso a pesar de su aspecto de hombre
arborícela, lo que complica la percepción de la línea evolutiva hacia los
humanos actuales. En esta, la etapa siguiente -entre 1,9 y 1,6 Ma- la cubren
los restos de fósiles como el Homo rudolfensis de Ke-nia o el Homo georgicus,
hallado en Georgia, fuera del continente africano. Paralelamente, entre los 1,8
y 1,4 Ma, se desarrolló la especie del Homo erectus, que desde hace 1,2 Ma
estaba presente en la isla de Java, Indonesia. En sus primeras etapas se ha
preferido denominar al erectus Homo ergaster, con individuos presentes en
Europa, Asia y en el continente africano. El erectus debe su nombre a ser el
primer humano que caminaba en una posición totalmente erguida y se cree, además,
que ya tenía el control del fuego con el cual cocinar. En su viaje de
exploración por el mundo desde el continente africano, el Homo erectus está
presente en Indonesia 0ava y otras islas), India, China, el Cáucaso y las
regiones orientales de Europa; uno de los más conocidos es el fósil de
Zhoukoudian u "hombre de Pekín".
Los hallazgos de 2008 en el yacimiento de Atapuer-ca
colocan a uno de sus fósiles, el Homo antecessor, entre los 1,7 y 0,5 Ma, la
fecha más antigua registrada hasta el momento de presencia humana en Europa. Se
le considera a medio camino entre el erectus y las especies más arcaicas de los
humanos modernos (sapiens), en una línea evolutiva que siempre se ha
considerado extinguida, si bien dejó su huella en Europa, África y China. Para
otros autores, una línea independiente, separada del tronco del H. antecessor,
es la que llevaría hasta el Homo neanderthalensis, un tipo de sapiens arcaico
que colonizaría buena parte del mundo. La discusión es si el Homo sapiens,
plenamente constituido en sus formas iniciales, procede de África (considerada
"la cuna de la humanidad") o si fue fruto de varias ramas que ya
habían salido del continente africano, a partir de las diferentes familias de
erectus que vivían en otras regiones.
Relación
entre neandertales y sapiens
El análisis genético (secuenciación del ADN
mito-condrial, transmitido únicamente a través de las mujeres) está resultando
definitivo a la hora de plantear si los neandertales formaron una línea sin
salida o si se mezclaron con otras especies de sapiens. Así, diversos estudios
coinciden en que 1,4 por ciento del ADN de los habitantes de Europa y Eurasia
proviene de los neandertales, lo cual demostraría que no se trataba de especies
tan diferentes ya que podían aparearse entre sí. Sin embargo, el debate sobre
si esta herencia de neandertal proviene de la hibridación, es decir, de la
cruza de especies o no, aún no ve su final. De acuerdo con el doctor Andrea
Manica, de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, esta porcentaje de ADN
neandertal puede explicarse mejor si en lugar de suponer que ambas especies
llegaron a procrear planteamos la existencia de un ancestro común. Manica
afirma que tras someter a prueba las dos posibilidades resulta que "los
patrones que actualmente vemos en el genoma neandertal no son excepcionales;
están dentro de lo que esperaríamos ver sin hibridación sise considera la
existencia de un ancestro común que pudo vivir hace cerca de medio millón de
años. Por lo que si tuvo lugar la hibridación, habría sido en una escala mucho
menor de lo que actualmente se afirma".
Única
especie superviviente
Una de las teorías más recientes, basada en estudios
genéticos comparativos, defiende la hipótesis del "Segundo Origen
Africano": un principio único para los Homo sapiens sapiens hace entre
200.000 y 170.000 años, como resultado de un cambio genético que ocurrió en una
población pequeña del noreste africano. Apartir del estudio del ADN de la
mitocondria, un grupo de entre 600 y 1.000 individuos protagonizaron la segunda
dispersión desde África -la primera, hace poco más de 1,7 Ma, es la que llevó
al Homo ergaster a la Península Ibérica-, ocupando diferentes espacios
geográficos y sustituyendo a todos sus contemporáneos.
A través de los restos paleontológicos,
especialistas estiman que los homínidos modernos emigraron a lo largo de la
costa del Mar Rojo hace 125.000 años y que luego siguieron la ruta costera a
través de Arabia, Irak, Irán, Pakistán y, desde allí, hacia el sudoeste
asiático hace unos 67.000 años. Quizá en oleadas sucesivas, miembros de este
grupo llegaron a Nueva Guinea hace 60.000 años y a Australia poco después. Unos
se desviaron hacia Europa, hace 40.000 años, mientras que otros, de origen
asiático, cruzaron el estrecho de Bering-por entonces un puente de hielo y tierra
firme- hasta llegar a Alaska y al resto de América hace unos 30.000 años. La
variedad de subespecies de nuestros antepasados, desperdigados por el Viejo
Mundo desde hace más de un millón de años, desaparece al ser sustituida de
manera progresiva por la de los sapiens hace unos 30.000 años, fecha desde la
que ya los humanos presentan una constitución anatómica similar, por no hablar
de un comportamiento que ya no cabe sino calificar de "moderno" y
exclusivo, pues de todo el género Homo, la especie sapiens sa piens es la única
superviviente. Como se ha visto, la exploración del mundo es una actividad muy
reciente, teniendo en cuenta los millones de años transcurridos en la evolución
humana y sabiendo que la globalización se ha conseguido tan solo con el desarrollo
de los sapiens sapiens. El camino que siguieron para salir de África fue a
través de la vía natural del Valle del Nilo hacia Eurasia, pero recientemente
se han explorado las posibilidades de los diversos valles paralelos que hace
decenas de miles de años cruzaban el desierto del Sahara, permitiendo un acceso
directo al Mediterráneo.
Nativos
americanos
Como afirma el biólogo molecular Spencer Wells,
cuesta creer que los poco más de 7.000 millones de personas que hoy se
encuentran diseminadas por todos los continentes sean descendientes directos de
tan solo unos 10.000 individuos que hace algo más de 60.000 años vivían
recluidos en África, de donde salieron a causa de una intensa sequía siguiendo
a animales y pastos en su retroceso hacia zonas templadas. Igualmente
sorprendente es el hecho de que la población nativa más antigua de América
descienda de un grupo de solo 15 o 20 personas que se animó a cruzar el
estrecho de Bering poco antes del final de la era glacial.
El último capítulo, por el momento, en la larga
travesía hacia el dominio de todos los rincones del planeta, lo protagonizó en
2003 el Homo floresien-sis, que vivió entre hace 100.000 y 12.000 años en la
isla de Flores, en Indonesia. Apodado el "hobbit" por su pequeña
estatura y su cráneo diminuto, el floresiensis comparte un ancestro común con
los humanos modernos, aunque siguió un camino evolutivo distinto. El principal
hallazgo fue un esqueleto que se cree es el de una mujer de unos 30 años de
edad que vivió hace unos 18.000 años, con una estatura de alrededor de un metro
y un volumen cerebral de solo 380 cm3, pequeño incluso para un chimpancé y
menos de un tercio del promedio del sapiens -en torno a 1.400 cm3-. Para
complicar aún más las cosas, se han descubierto restos de otros homínidos en la
misma isla que remontan la presencia humana hasta los 200.000 años, lo cual
deja claro que el ansia exploratoria de los-hombres modernos es tan antigua
como nuestra especie.
A través de
rústicos dibujos sobre piedra o con los más sofisticados mapas topográficos, el
hombre siempre ha llevado el registro de sus itinerarios. Los mapas se han ido
perfeccionando con el paso de los siglos, al igual que los instrumentos para la
navegación.
Suponemos que los primeros mapas los dibujaron
cazadores-recolectores que querían comunicar a otros sus hallazgos o las zonas
peligrosas porla presencia de animales feroces o tribus enemigas. El siguiente
paso fue el intento de conser-var tales indicaciones, como demuestran algunas
pinturas rupestres que representan aldeas y en las que se quieren ver los
primeros censos. Para ello utilizaron materiales cada vez más duraderos, y a
veces transportables, como los mapas de rejillas de fibras vegetales de los indígenas
de las islas Marshall (Micronesia), en que los nudos representaban las islas
del archipiélago. Ese tipo de mapas podrían denominarse
"utilitarios", pero ya los griegos contaban cómo los egipcios
disponían de auténticos mapas cosmogónicos en los que estaban marcados todos
los caminos de la Tierra y los límites de los mares y continentes.
Francois Mariette, el célebre egiptólogo francés del
siglo XIX, descubrió entre las ruinas de Dra Abu El-Naga -la antigua Tebas-,
una serie de inscripciones geográficas del siglo XVII a. C. en las que una
colección de símbolos antropomórficos, animales y seres mitológicos están
colocados en su situación geográfica. Además, llevan sus correspondientes
leyendas aclarando su significado, como los de los mapas turísticos actuales.
Se cree que los egipcios disponían también de cartas catastrales, similares a
las tablillas de arcilla mesopotá-micas, realizadas con la intención de cobrar
impuestos hacia el 2300 a. C.
El paso a materiales más ligeros y fáciles de
transportar -aunque lo bastante duraderos como para ser funcionales- se dio en
China, en el siglo II a. C., y fue en forma de mapas regionales pintados sobre
seda. Mucho más tarde, en la Edad Media, esta técnica daría probablemente
origen a la palabra mapa, del latín mappa, que significa tela, por ser ese el
material usado para realizarlos.
Fueron los griegos quienes establecieron
lasbasesdela cartografía. En la obra de Ptolomeo (100-170) -astrónomo y
geógrafo- se sugería por primera vez que los mapas podrían dar información
sobre el clima, la población y las características del paisaje. La exactitud de
lo representado era importante y, de hecho, nuestros mapas siguen confiando
para su elaboración en la geografía matemática que se inició en la Grecia
clásica. Hacia el 650 a. C., Tales de Mileto imaginó ya la esfericidad de la
Tierra, pero fue Parménides (514-450 a. C.) quien primero la describió,
basándose en sus conceptos filosóficos de preferencia por la simetría y el
equilibrio, y en la estimación de que, si la esfera era la forma más perfecta
del Universo, este mismo y la propia Tierra habían de ser igualmente perfectos.
Una esfera
que se puede medir
Aunque parecía poco consistente, esta deducción
quedó confirmada algunos siglos después por Aristóteles, quien se apoyó -de
manera más científica- en la observación del fenómeno de la aparición y
desaparición progresiva de los buques en el horizonte: primero se veían los más
tiles y luego el casco de los que llegaban; al revés en el caso de los que se
iban. De la misma manera, el que un astrónomo que se desplazaba de norte a sur
pudiera observar cómo la Estrella Polar se elevaba en el firmamento, sólo podía
explicarse -como en el caso de los barcos- si la superficie de la Tierra era
esférica.
Una vez que finalmente fue reconocida como una
esfera, muchos de los filósofos se afanaron en el cálculo exacto de sus
dimensiones. Eratóstenes de Cirene (275-194 a. C.), director de la Biblioteca
de Alejandría, fue un sabio polifacético que, además de excelente atleta,
destacó como historiador, poe-tay gramático, además de experto en matemáticas, astronomía
y geodesia. Para determinar el radio de la Tierra eligió las ciudades de
Alejandría y Siena, que consideraba en el mismo meridiano, y comprobó la
diferencia de latitudes mediante un gnomon. Este era un instrumento compuesto
de un estilo vertical y un plano circular horizontal, con el cual se
determinaba la altura del Sol, según la dirección y longitud de la sombra
proyectada por el estilo sobre el círculo. Eratóstenes observó con el gnomon el
instante del mediodía, durante el solsticio de verano, y obtuvo un valor
próximo a los 7° 12', equivalentes a 1/50 de la circunferencia. Como la
distancia entre ambas ciudades era de 5.000 estadios, calculó la longitud de la
circunferencia terrestre en 250.000 estadios, aunque redondeó la cifra a
252.000 para que fuera divisible por 360; así, correspondían 700 estadios por
grado. Eratóstenes perfeccionó la cartografía al utilizar un sistema de
paralelos y meridianos que permitía situar con exactitud cualquier punto en el
mapa.
Gracias a los conocimientos que los topógrafos de
Alejandro Magno aportaron tras sus campañas asiáticas, el sabio trazó un nuevo
mapamundi que mejoraba los ya existentes de Anaximandro y Hecateo al completar
el continente asiático, incluyendo India y otras tierras hasta entonces
desconocidas.
Sin embargo, aunque los mapas existentes eran de
utilidad para los filósofos y, tal vez, para los viajeros por tierra, los
marinos necesitaban de algo más práctico que les permitiera orientarse en las
grandes extensiones de agua. Encontraron esta ayuda en los periplos, palabra
griega equivalente a "navegación alrededor" y que se aplicaba a una
suerte de relatos o documentos que contenían las observaciones de otros
navegantes anteriores: distancias entre puntos de referencia en la costa -cabos
por lo general-, corrientes y vientos dominantes, puertos y fondeaderos donde
aprovisionar alimentos y agua, o peligros como bajíos y bancos de arena. Los
periplos fueron muy utilizados por los navegantes clásicos, griegos, fenicios y
romanos, de la misma forma que los actuales derroteros.
Roma, como potencia militar y comercial que era,
requirió de mapas más prácticos, los llamados "itinerarios", que
señalaban las rutas que usaban los ejércitos, los comerciantes, los
funcionarios y administradores del Imperio, los emigrantes y los peregrinos o
viajeros religiosos. Nació, además, en Roma la primera red viaria terrestre
que, complementando a los cursos fluviales navegables, se extendió casi hasta
los confines de la Tierra conocida. Los itinerarios, como el de los cuatro
vasos de Vicarello, con la ruta de Cades (Cádiz) a Roma, cumplían la misma
tarea que nuestros actuales mapas de carreteras.
Despejando la oscuridad
Aquellos itinerarios romanos estaban repletos de
datos acerca de los lugares de descanso y aprovisionamiento, las llamadas
mansiones, las distancias entre ellas y las cabeceras u orígenes de otros
caminos o rutas menores. Durante la Edad Media, en Occidente los mapamundi se
convirtieron en verdaderos "imagomundi" cristianos, es decir, representaciones
icónicas y simbólicas que, como muestra el mapamundi de Ebsdorf (1234), eran a
la vez una imagen de laTierra, una lectura de la historia y de las ciencias y
una visión religiosa del mundo.
Por su parte, en el Islam se retoman los trabajos
griegos y sus mapas representaron de nuevo el mundo en la tradición de
Ptolomeo, aunque su centro era ahora La Meca. En el siglo XII, el geógrafo
hispa-nomusulmán Al-Idrisi -nacido en Ceuta de familia malagueña- elaboró mapas
para el rey normando Rogelio II de Sicilia, la Tabla Rogeriana, en los que se
resumía todo el saber geográfico de su época. Aunque sus mapas tenían forma de
disco y el norte se situaba en la parte inferior, Al-Idrisi sostenía que era
una forma de representar la esfera terrestre.
Los conocimientos astronómicos y la difusión de la
brújula incrementaron en esta época la navegación marítima, y una nueva
representación cartográfica comenzó a abrirse paso a partir del siglo XIII. Los
navegantes mediterráneos, entre los que destacaban mallorquines y catalanes,
elaboraban unos mapas, llamados "portulanos", que detallaban las
costas y los puertos y no contenían meridianos o paralelos. Muchos consideran
estos mapas como las primeras cartas náuticas.
Los marinos, para la navegación de cabotaje
precisaban solo de dos instrumentos: la sonda -un cordel con lastre que
permitía determinar la profundidad- y el escandallo -que recogía pequeñas
muestras del fondo-. Para el cálculo de la velocidad bastaba la corredera, un
simple rollo de cuerda con nudos espaciados a distancia regular con un flotador
o barquilla en el extremo al que la resistencia del agua hacía desenrollar. El
marino que la lanzaba gritaba "¡marca!" cuando el primer nudo se
sumergía. En aquel momento, el patrón daba la vuelta a la ampolleta -dos
botellas de vidrio con arena en su inte-rior-y la caída de su contenido daba
una estimación regular del tiempo. De ahí que todavía la velocidad de los
buques se mida en "nudos".
Dimensiones reales
Para reconocer la dirección del viento se idearon
las rosas náuticas, círculos divididos en rumbos -cuatro puntos cardinales,
cuatro laterales, ocho vientos principales y otros ocho colaterales-, cuyo
empleo está documentado desde el siglo XVI.
Para la navegación de altura se usaban los
astrolabios o buscadores de estrellas, viejos instrumentos griegos para la
astronomía que fueron olvidados hasta que los árabes los rescataron. Permitían
calcular la latitud y la hora -un dato importante para el rezo- y medir distancias
por triangulación. A finales del siglo XV y principios del XVI, los grandes
navegantes españoles y portugueses aumentaron considerablemente los
conocimientos geográficos.
En 1507, el mapa de Martin Waldseemüller, un
geógrafo alemán, fue el primero en designar con el nombre de América a las
tierras recién descubiertas, en reconocimiento ala labor del comerciante y
navegante florentino Américo Vespucio, instalado en Sevilla, que había
acompañado a Colón en sus viajes. El de Waldseemüller fue también el primer
mapa en el que se separaba con claridad América de Asia. Vespucio había sido el
primero en percibir que las nuevas tierras eran un continente, y tanto él como
Solís, Pinzón y Juan de la Cosa contribuyeron con sus expediciones al trazado
de los primeros mapas del continente americano.
El mundo comenzaba ya a representarse en su forma y
proporciones verdaderas, y el primer atlas moderno, el Orbis Terrarum, apareció
en 1570 debido al flamenco Abraham Ortelius. Sin embargo, el cartógrafo más
influyente de su época fue Gerardus Mercator, debido a que su sistema de
proyección -la forma geométrica por la que se representa una esfera sobre una
superficie plana-resultó muy adecuado para los mapas de navegación. La razón es
que permitió trazar rutas de rumbo constante como simples líneas rectas. Un año
después de su muerte se publicó su gran libro de mapas del mundo, al que él
denominó "Atlas" en honor al gigante de la mitología griega que
sostenía la bóveda celeste.
La precisión de las cartas posteriores aumentó gracias
a las determinaciones más exactas de la latitud y longitud y a los cálculos
sobre el tamaño y forma de la Tierra. Los primeros mapas en los que aparecían
ángulos de declinación magnética y aquellos en los que se mostraban las
corrientes oceánicas se realizaron en la primera mitad del siglo XVII, época en
la que se establecieron ya los principios científicos de la cartografía y en la
que las mayores inexactitudes quedaron limitadas a zonas sin explorar.
Durante los siglos XVIII y XIX se mejoró de modo
considerable el conocimiento de las zonas inexploradas, mientras los
instrumentos astronómicos y el avance científico permitieron una mayor
precisión en la cartografía. Se desarrollaron también las llamadas "ayudas
a la navegación" con la proliferación de estaciones luminosas, los faros,
situadas de manera que facultaran una localización concisa a larga distancia,
durante la noche o con mal tiempo, mediante destellos de luz intermitentes y
cifrados. La señalización de los estuarios, canales y zonas peligrosas mejoró
constantemente utilizando boyas luminosas o acústicas. En tierra, las redes
ferroviarias y las de carreteras aumentaron de forma progresiva y se hizo
necesaria la confección de planos y mapas.
Buscando caminos en el cielo
Por otro lado, los grandes conflictos estimularon la
producción de cartas de Europa y América en escalas grandes, que se extendieron
luego a África y Oceanía durante la expansión colonial.
Finalmente, en el siglo XX, la aparición del
aeroplano hizo necesario un nuevo tipo de cartas, las de navegación aérea, y de
novedosos itinerarios: las cartas de aproximación y salida. Eran célebres las
Jeppesen, que inicialmente fueron cuadernos en los que el piloto americano El rey
B. Jeppesen anotaba las particularidades de cada aeropuerto que visitaba. Hasta
los años 30, la navegación aérea continuó realizándose prácticamente con los
mistaos instrumentos que la marítima: visual, siguiendo las referencias en
tierra, a estima, y mediante la observación astronómica con sextantes. Sin embargo,
la mayor innovación fue la incorporación de la radio y de los radiofaros,
radiobalizas y radioayu-das, estas últimas basadas en la detección a bordo del
rumbo y distancia a las emisoras. Algunas de estas llegaron a extenderse casi
por todo el globo, como las cadenas de estaciones LORAN y TACAN.
La aviación introdujo además en la cartografía la
fotografía y la fotogrametría aéreas, que permitieron -al mejorar de modo
gradual los métodos y la resolución de las cámaras- grandes avances. Sin
embargo, fue la aparición de los satélites artificiales, en la segunda mitad
del siglo XX, lo que por fin posibilitó describir en detalle bs zonas
terrestres más inaccesibles.
En la actualidad, los sistemas de posicionamiento
por satélite como el estadounidense GPS y el ruso GLONASS -a los que se unirá
en 2015 el europeo Galileo- ayudan a realizar una navegación muy precisa en
cualquier lugar de la Tierra. Esto se logra mediante los receptores adecuados,
cada vez más fiables y baratos. En cartografía, además, la informática y el
rayo láser han permitido poner en marcha los sistemas inerciales y las
mediciones del SPS (Sistema de Posicionamiento Espacial), que los combina con
la inmensurable información captada por las imágenes digitales.
Exploradores tartésicos,
fenicios y griegos
Los primeros
navegantes de la historia
Los primeros viajeros que osaron
desafiar mitos y supersticiones, asumieron riesgos de todo tipo y vencieron la
tentación de quedarse al abrigo de lo conocido. Gracias a su arrojo adquirieron
nuevos saberes, hallaron tesoros y descubrieron que existían seres humanos muy
diferentes.
Por Bernardo Souvirón
Vivimos en un planeta que no deja de moverse; que
transita a través de una ruta fijada por fuerzas extrañas que, solo
recientemente, nos ha sido dado comprender. Vivimos en un planeta viajero que
va dejando su rastro en el cielo, un lugar aparentemente desordenado, caótico,
observado noche tras noche por los ojos de muchos hombres deseosos de
comprender el mundo en que vivían.
Buena parte de esos hombres curiosos advirtieron muy
pronto que en el viaje, en la contemplación de tierras y mares desconocidos, se
encerraba buena parte de las incógnitas que habrían de hacer nuestro mundo
comprensible. Esos primeros viajeros, asumiendo todo riesgo imaginable y
desafiando cuentos y leyendas que invitaban a permanecer en los viejos y
estrechos límites de lo conocido, hicieron los primeros mapas; descubrieron que
había formas distintas de seres humanos; se plantearon por primera vez la
necesidad de convivir con hombres que creían en otros dioses y tenían otros
sueños, y nos mostraron las nuevas rutas del conocimiento, embarcándonos en una
aventura que va más allá del espacio y del tiempo.
La llamada Edad del Bronce (desde 3500 a. C. hasta
el año 1000 a. C., aproximadamente) fue posible gracias a la aparición de una
tecnología que permitió la aleación del cobre y el estaño. El cobre abunda en
el Mediterráneo, pero el estaño es un producto difícil de encontrar en esa zona
geográfica, por lo que era necesario traerlo de los lugares en que se
encontraba. Según las fuentes antiguas, sobre todo griegas, el estaño se
hallaba en las "islas del estaño" o Casitérides (del griego
kassíteros "estaño").
La historiografía moderna identifica las islas
Casitérides con las Británicas o, en general, con lugares situados en el golfo
de Vizcaya, entre Finisterre y la Pointe du Raz, el punto más occidental de
Francia, en la actual Bretaña. De allí provenía el estaño que entraba en el
Mediterráneo para, aleado con el cobre, alimentar la floreciente industria del
bronce.
Tras las columnas de
Hércules Sabemos que los fenicios, los más eficientes navegantes, introducían
el estaño en el Mediterráneo utilizando sus eficaces naves mercantes para
distribuirlo por los lugares en los que la tecnología hacía posible su aleación
con el cobre. Esta actividad debió ser muy rentable para los experimentados comerciantes
fenicios, hasta el punto de que pusieron en circulación toda una serie de
leyendas que hacían del estrecho de Gibraltar, las famosas columnas de Melkart-(la
divinidad fenicia proveniente de la ciudad de Tiro, metrópoli de Cádiz), más tarde conocidas
como de Heracles o Hércules-, poco menos que el último lugar de la tierra, la
puerta hacia mundos imposibles en los que el océano se desplomaba en un abismo
insondable.
Sin embargo, difícilmente naves fenicias hubieran podido hacer la
travesía desde el promontorio sagrado (actual cabo San Vicente) hasta las islas
Ca-sitérides. La razón es que estaban dotadas de una sola vela cuadrada, con la
que resulta casi imposible remontar la costa de Portugal, librar Finisterre y
adentrarse por las peligrosísimas aguas del golfo de Bretaña, que se
convierten en una auténtica ratonera cuando el viento sopla del noroeste. Las
velas cuadradas resultan en esas condiciones casi inútiles, pues no son capaces
de hacer que un barco ciña, es decir, que navegue contra el viento.
Pues bien, si los barcos fenicios solo introducían el estaño en el Mediterráneo desde
la zona de Cádiz (ciudad fundada por Tiro en el año 1100 a. C.), ¿qué naves
podían enfrentarse con las peligrosísimas costas de Portugal, librar Finisterre
y adentrarse con éxito en las duras y traicioneras aguas del golfo de Bretaña?
La respuesta es fundamental para entender esta época decisiva de la historia
antigua y el marco, a su vez, de una asombrosa (e ignorada) historia de
viajeros y descubridores. Es la historia de un pueblo que hizo de sus naves su
razón de ser y del mar su patria.
En este punto entra de lleno el relato homérico de la Odisea. Buena parte de la
obra se desarrolla en la isla de Esquena, lugar donde habita un pueblo misterioso: los feacios. Allí llega Ulises procedente de la isla de Ogigia, la
paradisiaca morada de la ninfa Calipso, después de veinte días de navegación
con rumbo este.
Ogigia, Esquena, feacios...
El
tiempo que dura la travesía
de Ulises y el rumbo que sigue son dos datos de gran importancia, que Hornero
repite en varios pasajes de los cantos V, VI y VIL Durante su estancia en el país de
los feacios, invitado por el rey Alcínoo, escucha por primera vez el relato de
los sucesos de Troya, especialmente el episodio del caballo, de labios del
aedo Demódoco, y no puede contener la emoción: sus ojos se llenan de lágrimas a
pesar de su esfuerzo por evitarlas. Alcínoo, que está cerca de él, se da
cuenta, ordena al aedo que cese de cantary pide a su huésped que revele por fin
su identidad.
Ogigia, Esqueria, feacios... son nombres
que la mayor parte de los estudiosos han tomado como simple producto de la
fantasía del autor de la Odisea. Honestamente, Hornero nos ha revelado
demasiadas cosas, nos ha guiado con demasiada precisión como para creer que sus
relatos son producto de la fantasía. Personalmente dudo mucho que ni Hornero ni
sus contemporáneos tuvieran la posibilidad de fantasear, es decir, de inventar
sin más esos nombres que realmente estaban situados muy lejos de su mundo, en
el extremo occidente. La fantasía es un lujo al alcance de quienes tienen ya un
sistema, del tipo que sea, tan sólidamente constituido que les permite
precisamente fantasear en relación con él. Y este no parece ser el caso de
Hornero.
Por el contrario, Hornero utiliza
nombres aparentemente inventados para describir pueblos y lugares que están al
otro lado de su mundo, quizá porque sigue tradiciones que, desdichadamente,
nosotros hemos perdido. Para que el lector se haga una idea, es como si alguien
dijera que ha viajado a Taprobane. ¿Sería justificado decir que es un nombre
inventado solo porque no sabemos que ese topónimo pertenece a una tradición
diferente de la nuestra, que ha utilizado el término Ceilán y, actualmente, Sri
Lanka, para designar el mismo lugar? Y, si estoy en lo cierto al suponer que
Esqueria o feacios son topónimos homéricos que la tradición posterior ha
sustituido por otros, ¿cuáles son esos nombres?
Para intentar averiguarlo debemos
empezar por saber qué dice Hornero de la situación de Esqueria, la isla de los
feacios. Poco antes de que Nausícaa, la hija del rey Alcínoo, encuentre a
Ulises medio muerto en la playa, les dice a sus siervas:" No existe mortal
[...] ni llegará a nacer (...) quien llegue con ánimo hostil al país de los
feacios, pues somos amados por los inmortales y vivimos lejos, dentro del mar
de agitadas olas, muy apartados, y ningún otro de los mortales tiene relación
con nosotros".
Subrayo cómo la propia Nausícaa enfatiza
la lejanía de Esqueria.'Mas, poco después, cuando ya ha encontrado a Ulises,
vuelve a insistir sobre este hecho al pedirle que camine apartado de ella, no
vaya a ser que alguien, al verlos juntos, murmure diciendo: "¿Quién es ese
fuerte y hermoso extranjero que sigue a Nausícaa? ¿Dónde lo encontró? (...)
Acaso lo recogió, extraviado, de alguna nave de hombres lejanos, pues nadie
vive cerca de nosotros". La característica más señalada es la lejanía.
Lejanía, obviamente, del mundo de Hornero, es decir, del mundo egeo. Si
admitimos las indicaciones del autor de la Odisea, Ulises se encuentra en el
extremo occidental del Mediterráneo, y no dando vueltas, perdido, por el mar
Egeo o por las costas de Sicilia.
El lector se preguntará qué isla, a la
que Hornero llama Esqueria, puede haber cerca del extremo occidental del
Mediterráneo. Según el mapa del cartógrafo Abraham Cresques, el Guadalquivir
sale al mar por dos bocas, formando una isla justo en la desembocaduray otra
más abajo. No puedo explicar aquí la influencia de los ríos en los cambios de
las líneas de costa; solo pretendo dejar constancia de que un mapa realizado
tres mil años después de que ocurrieran los sucesos descritos por Hornero,
cartografía dos islas justo en la desembocadura del río Tartesos, es decir, el
Guadalquivir. Y no es el único que lo hace. Pero creo que el propio Hornero nos
precisa todavía más.
Ulises ha arribado al país de los
feacios procedente de la isla de Ogigia, hogar de Calipso. Hornero nos informa
que tardó 20 días en llegar, navegando siempre hacia el este,"pues le
había ordenado Calipso [...] que navegase teniendo siempre la osa a mano
izquierda". Evidentemente, navegar con la estrella polar a la izquierda supone
mantener un rumbo este o, lo que es lo mismo, venir desde occidente.
El
fuerte viento del norte
La pregunta es clara: el país de los
feacios está en el extremo occidente del Mediterráneo y Ulises llega a él
partiendo desde Ogigia, un lugar que está todavía más al oeste. Pero ¿dónde
está ese lugar? La respuesta es evidente, aunque perturbadora: Ogigia está en
el Atlántico.
El topónimo Esqueria y el gentilicio
feacios solo pueden encubrir, respectivamente, los nombres de Tartesos y sus
habitantes, los tartesios. Solo ese lugar cuadra con todos los datos (de los
que, en un artículo como este, solo es posible mencionar algunos) que nos
proporciona Hornero. Ahora bien, si el país de los feacios es Tartesos, ¿qué se
esconde bajo el nombre de Ogigia? Miren un mapa y verán que solo hay una
respuesta posible: Azores. Y es una respuesta cargada de sentido.
Cualquier nave que después de librar el
cabo S. Vicente intentara remontar la costa de Portugal con la intención de
dirigirse a las Casitérides en busca de estaño, podía encontrarse con viento
del norte. En tales condiciones, la navegación hacia el norte, en busca de
Finisterre, obligaría a las naves a desviarse hacia el oeste para encontrar un
ángulo de viento más favorable, pues la costa de Portugal impide maniobrar
hacia el este. Es muy posible que, con el viento del norte entablado, las naves
llegaran a las islas Azores por casualidad (como tantas otras naves de todas
las épocas), encontrando así una base fundamental de cara a la navegación hacia
las islas Casitérides. No una base logística, sino más que eso, pues la
posición de las Azores podía permitir a las naves que viajaban en busca del
estaño establecer un triángulo de navegación (S. Vicente-Azores-Finisterre) que
posibilitara a esos esforzados navegantes evitar el obstáculo insalvable de un
viento del norte persistente y remontarla costa de Portugal para poder llegar
al lugar donde se encontraba el estaño. Pocos especialistas dudan hoy de que
los fenicios llegaron a las islas Azores, pues cada vez hay más evidencias de
su presencia.
Ahora bien, llegados a este punto es
importante hacer las preguntas decisivas. En efecto, antes de que los fenicios
se establecieran en el sur de la península Ibérica, ¿quiénes se atrevían a
internarse en el Atlántico? ¿Qué naves eran capaces de hacer tales singladuras?
¿Quiénes traían el estaño desde las islas Casitérides para que los fenicios
pudieran introducirlo en el Mediterráneo desde Cádiz? La respuesta, de nuevo,
parece clara: los tartesios, y de nuevo Hornero puede orientarnos.
El
vértice de dos mundos
De las naves feacias se dice que
"son tan veloces como las alas o el pensamiento", o que están
ti-tysfeómenai/resí, es decir, "dotadas de inteligencia". Alcínoo se
ve en la obligación de explicárselo a Ulises, y añade: "No hay pilotos
entre los feacios ni ninguna clase de timón [...] Nuestras naves conocen las
reflexiones y los pensamientos de los hombres. [...] Recorren rápidamente los
abismos del mar incluso cuando están cubiertas por nubes o por niebla, y no
tienen miedo ni de sufrir daño ni de perderse. Yo he oído decir a mi padre
[...] que Poseidón estaba celoso de nosotros porque acompañamos a todos
indemnes. Decía que algún día destruiría en el nebuloso mar una (...) nave de
los feacios [...] y nos bloquearía la ciudad con un gran monte." El pasaje
es verdaderamente perturbador pues, a pesar de que Alcínoo puede exagerar al
resaltar las virtudes de sus naves, ningún otro texto de la literatura antigua
habla en estos términos. Así pues, estas debieron ser las naves que navegaron
hacia las lejanas islas Casitérides en busca de un producto que marcó buena
parte de la historia antigua: el estaño. Los marinos deTartesos enseñaron, a
bordo de sus impresionantes naves (las "naves de Tarsis" de los
textos bíblicos), el camino y la técnica de navegación en las aguas atlánticas
a los fenicios, especialmente a los habitantes de Tiro que, decididos a seguir
lucrando gracias al tráfico del estaño, se establecieron en Cádiz y
"cerraron" las columnas de Melkart a toda nave que no fuera suya.
Tartesos se convirtió así en el vértice
de dos mundos: uno atlántico, cuyos protagonistas vivían en una isla lejana a
la que Hornero llama Esqueria; otro mediterráneo, protagonizado por los
fenicios. Ambos mundos estaban fijados a través de una ruta, la del estaño,
establecida desde los albores de la Edad del Bronce, a través de la cual
Ulises, presionado por los acontecimientos que se desarrollaron después de la
caída de Troya (la destructiva irrupción de los llamados "pueblos del
mar"), se vio obligado a navegar lejos de su patria. Ulises el astuto, el
prototipo del hombre inteligente, nunca se perdió. Más bien se han perdido
quienes, en un alarde de falta de respeto con el señor de ítaca, han
considerado que los feacios habitaban en la isla de Corcira, la actual Corfú.
En efecto, muchos estudiosos modernos,
basándose quizá en un texto de Tucídides, han situado el país de los feacios en
la isla de Corcira. Mas ¿cómo es posible que Ulises, el navegante más perspicaz
e inteligente, desconociera la existencia de un pueblo que se encontraba a un
solo día de navegación desde su patria? Decir que la isla de Corcira es el país
de los feacios es el mejor ejemplo de geografía fantástica. La Odisea es el
reflejo literario de todo un hito en la historia de los viajes de
descubrimiento. Y no solo porque nos ayuda a comprender lo que pasó, sino
porque es una auténtica guía, un mapa que nos orienta a través de un mundo sin
el que la Edad del Bronce solo podría entenderse de una manera incompleta. La
etapa principal del viaje de Ulises tuvo lugar en el lejano oeste, en unas
tierras que nosotros conocemos con el nombre de Tartesos.
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