miércoles, 30 de septiembre de 2015

Cine maldito

EL CINE DE TERROR YA ES DE POR SÍ UN GÉNERO QUE SE PRESTA A LA SUGESTIÓN, PERO LO CIERTO ES QUE EL CÚMULO DE HECHOS INSÓLITOS Y ACCIDENTES QUE ATESORAN MUCHOS DE ESTOS RODAJES DA QUE PENSAR. TAMBIÉN LOS REMAKES, REBOOTS Y NUEVAS FRANQUICIAS…
¿NOS HALLAMOS REALMENTE ANTE UNA FILMOGRAFÍA MALDITA?

TEXTO: Óscar Herradón
FUENTE: Revista Española ENIGMAS Nº 237, Agosto de 2015.



Luces, cámara, terror…”! Ese  bien podría ser el pistoletazo de salida de los rodajes de los que vamos a hablar, no sólo por su argumento, directa o indirectamente acogidos al género del susto, sino porque los hechos anómalos e incluso luctuosos que tuvieron lugar antes, durante o después del proceso de creación de dichas cintas fueron realmente para ponerle a uno los pelos de punta, episodios que convirtieron dichas películas en malditas por antonomasia. Pero los sucesos aparentemente paranormales que rodean al séptimo
arte, la huella de la tragedia, no son cosa sólo del cine clásico –etiqueta que se ha ganado también parte del cine de terror moderno– sino que parece ser algo más habitual de lo que uno pudiera creer, campañas de marketing al margen que, evidentemente, hacen uso de los fenómenos anómalos a través de falsos episodios para promocionar las películas –célebre fue el reciente caso del remake de Carrie–. Entre el amplio abanico de “rodajes malditos” se encuentran cintas que ya forman parte del imaginario colectivo, de las que ahora hablaremos, pero lo cierto es que precuelas, secuelas y otras películas de alguna manera relacionadas con el más allá, tienen todos los ingredientes para acabar ocupando un lugar de honor en este singular panteón de lo inexplicable. 

EL DEMONIO EN EL PLATÓ
El Exorcista es más que un clásico. No sólo del género de terror, sino también de los rodajes malditos. Y es que esta película dirigida en 1973 por William Friedkin que revolucionó la forma de contar lo sobrenatural en la pantalla grande, estaba basada en una novela de William Peter Blatty que a su vez se había inspirado en una historia que el autor siempre ha insistido en que era estremecedoramente real. En este caso la del chico de 14 años Robert Mannheim –según se hizo eco en 1949 The Washington Post–, cuya identidad fue sustituida por la de la niña Regan MacNeil –interpretada por Linda Blair–. 


Según los investigadores expertos en fenomenología paranormal Brad y Sherry Hansen Steiger, “…Blatty (…) ha experimentado fenómenos paranormales a su alrededor desde su más tierna infancia. Blatty cree que ha demostrado telequinesis en numerosas ocasiones, y está convencido de que posee poderes de precognición”. Sea realmente así o no, lo cierto es que el rodaje estuvo salpicado por lo insólito y cubierto por un velo trágico desde el principio: al poco de llegar a Nueva York para comenzar a rodar, el actor sueco Max Von Sydow, que interpreta al padre Merrin, recibió la noticia del fallecimiento de su hermano; el hijo de Jason Miller, que interpreta al coprotagonista, el padre jesuita Damien Karras, fue atropellado por un motorista que se dio a la fuga, quedando malherido. El actor Jack MacGowran, según apunta Jesús Palacios, “murió apenas una semana después de haber filmado la escena en que su personaje de la película muere asesinado”. El rodaje se mantuvo en el más estricto secreto y tuvo lugar en Georgetown y en los Ceco Studios de Nueva York, comenzando en agosto de 1972. Debía durar 85 días pero se alargó de manera orprendente debido a toda una serie de contratiempos, y su presupuesto inicial de 4 millones de dólares se disparó hasta casi los 13 millones.
Los rumores sobre una supuesta maldición no tardaron en circular como un torrente por los pasillos de Hollywood; constantes sucesos inexplicables parecían confirmar dicho temor: una mañana, a primera hora, un incendio fortuito destruyó por completo el decorado, retrasando el rodaje seis semanas –según Friedkin, una paloma había chocado durante el vuelo con la caja de fusibles…–. 
Durante los 15 meses que duró el rodaje los incidentes se multiplicaron:  un carpintero se amputó el pulgar en un accidente, mientras que un electricista perdió un dedo del pie. Puesto que la filmación se postergó varias veces, las escenas que tienen lugar en Irak se rodaron con un calor asfixiante y en unas condiciones que causaron que más
de diez personas del equipo enfermaran, algunas de disentería. La propia Ellen Burstyn, madre en la ficción de la joven Regan, llegó a declarar: “No sé si había realmente una maldición. Pero hubo algunos sucesos verdaderamente extraños durante el rodaje de aquel film. (…) Hubo muchas muertes durante… el abuelo de Linda (Blair) murió, la esposa del asistente de cámara tuvo un hijo que murió, el hombre que refrigeró el set murió, el conserje que cuidaba del edificio fue asesinado a tiros… Creo que en total hubo nueve muertes durante el curso del film, lo que es un increíble montón… Daba miedo”. Sin duda, mucho más que el giro de cabeza de 180º, los regurgitaciones verdosas y la voz gutural de la pequeña poseída. Y es que parece que el mismo demonio se había apoderado del set y de la batuta de director. Vade Retro Satana. 

LA SEMILLA DEL DIABLO
No vamos a hablar de la trágica muerte de la esposa de Roman Polanski, Sharon Tate, a manos de algunos miembros de la secta la Familia, comandada por Charles Manson, que tuvo lugar apenas seis meses después del estreno de La Semilla del Diablo, pues ya nos hemos ocupado de este trágico suceso. Al margen, pues, de la carnicería que tuvo lugar en Beverly Hills, un fatídico 9 de agosto de 1969, el debut del realizador polaco en Hollywood fue una auténtica pesadilla para todos los que estuvieron involucrados: uno en el que l hijo del diablo tomaba forma en el vientre de una ingenua y angelical Mia Farrow, que hubo de sufrir lo suyo entonces con un machista y violento Frank Sinatra y años después con un excéntrico Woody Allen. Cotilleos aparte, el maligno parece que gustó de hacer de las suyas durante el rodaje del “Bebé de Rosemary”, la que debía ser traducción fidedigna del título original. Basado en el best seller de Ira Levin, su adaptación a la pantalla grande fue ofrecida en primer lugar a Alfred Hitchcock, pero los derechos finalmente los adquiriría William Castle, que pasaría a Robert Evans, de la Paramount, quien pensó en Polanski, quien se había construido una leyenda de realizador neurótico y morboso por cintas como El cuchillo en el agua o Repulsión, aunque era un judío agnóstico que no se veía, de primeras, en semejante proyecto.



El rodaje tuvo lugar casi de forma íntegra en decorados de los estudios de la Paramount en Hollywood, salvo algunos exteriores, que se rodaron en el Edificio Dakota de Manhattan –llamado Bramford en la película–, edificio maldito por antonomasia de la ciudad de los rascacielos: se decía que entre sus paredes se habían suicidado una decena de personas y doce años después se convertiría en la residencia del ex Beatle John Lennon, que sería asesinado precisamente a sus puertas el 8 de diciembre de 1980. Como el resto de cintas citadas, la producción de La semilla del diablo implicó un infortunado conjunto de circunstancias que hicieron que Castle, quizá como hábil estrategia publicitaria, la calificase de “maldita”. Más tarde le pesaría haberlo hecho: cuando la película fue estrenada, el compositor responsable de la banda sonora, habitual del cine de Polanski, Krysztof Komeda, entró en coma, y el propio Castle estuvo a punto de morir en quirófano por una infección de vejiga que se complicó. La leyenda cuenta que, al despertar de su operación, gritó: “¡Rosemary, por el amor de Dios, tira ese cuchillo!”. Dado de alta, llegaría a decir que “la historia de la película está sucediendo en la vida real. Las brujas están lanzando sus maldiciones. Y yo soy uno de los intérpretes principales”. La cinta fue ampliamente condenada por censores y activistas cristianos de todo el mundo, mientras que, por el contrario, los satanistas la tomaron como estandarte, entre ellos Anton LaVey, pope de la Iglesia de Satán que, a pesar de los rumores, no participó ni produjo la misma, y ni siquiera conocía a Polanski.
El realizador, por el contrario, para alejar el rumor del malditismo y fiel a su falta de fe, afirmó que las declaraciones de Castle eran “ridículas” y que “fui atacado por grupos católicos. Nunca por brujas, como dice mucha gente.
Las brujas me dijeron que les gustaba la película… Si algo causó la enfermedad de Bill Castle, fue tener demasiado éxito”. Menos de un año después, su hermosa mujer, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, era víctima, junto a varias personas, de los delirios megalómanos y apocalípticos de un gurú venido a menos de nombre Charles Manson. La maldición se blindaba para siempre.

NUEVAS PELÍCULAS,
VIEJOS TEMORES 
Parece cosa manida eso de que los rodajes de películas con temática paranormal están rodeados de extraños sucesos, pero lo cierto es que aquellos directamente relacionados con los mismos, afirman que han sido testigos de ruidos extraños, sensaciones inexplicables, objetos que se mueven solos, voces guturales, llantos infantiles… vamos, lo mismo que sucede en el argumento de dichas películas, pero parece que estremecedoramente real. Una saga que está rompiendo todos los índices de audiencia es aquella que tiene como protagonista a la muñeca Annabelle, más terrorífica si cabe cuando uno descubre que se basa en una historia real. Los sucesos extraños tuvieron lugar principalmente durante el rodaje de la secuela, titulada precisamente con el nombre de la muñequita de marras. Fue el director, John R. Leonetti, quien confesó a la prensa que habían experimentado una serie de experiencias cuanto menos extrañas: la muñeca –diseñada ex profeso para el film–, cambiaba de ubicación sola, o al menos esa era la sensación de quienes estaban en el set –la sugestión debe ser grande si uno conoce su verdadera historia–, y una de las lámparas se movió durante varios segundos hasta caer sobre la mesa en la que estaba situada. También aparecieron diversos papeles escritos con lo que parecía ser la letra de un niño, algunos de ellos en el despacho del propio Leonetti… ¿Cosa de Annabelle o de algún bromista? El primer incidente que Leonetti confesó a la prensa “sucedió en un salón donde rodábamos”. Al parecer, el realizador se fijó en una ventana llena de polvo cuando, de repente, “vi la marca de tres dedos entre la suciedad. Era tan increíble que lo fotografié”, curiosamente, los mismos que tiene el demonio de la cinta. Pero lo peor estaba por llegar. El productor, Peter Safran, declaró: “Rodábamos una escena en la que el demonio de la  cinta perseguía a un conserje. Cuando este último se colocó cerca de una lámpara, ésta se rompió y le cayó en la cabeza”. Curiosamente, según Safran, “el conserje de la película es asesinado en ese mismo pasillo”.

PROFETIZANDO LA DESGRACIA
De nuevo el maligno y una vez más los hechos anómalos, las situaciones  in extremis y los accidentes… En este caso fueron los implicados en el rodaje de otra cinta emblemática, La Profecía, estrenada en 1976 y dirigida por Richard Donner –el de Superman, otra saga marcada por lo trágico–, los que hubieron de sufrir las iras de lo inexplicable.
El título original iba a ser La marca de nacimiento –en alusión a la que muestra el pequeño e inquietante Damian–, pero cuando se procedió a rodar en un hospital de Londres la escena en que Kathy cae al vacío, tras colocarse un cartel en recepción que indicaba dónde se hallaba el plató, las mujeres de la sección de maternidad se quejaron a los productores, que finalmente se decidieron por La Profecía. Anécdotas aparte, el rodaje estuvo rodeado de numerosos incidentes de mayor calado. Poco antes de que comenzara, el hijo de Gregory Peck, la gran estrella de la película, Jonathan Peck, se suicidaba descerrajándose un tiro en la cabeza. La profecía se filmó en el punto álgido de los
ataques del grupo terrorista IRA en Inglaterra. Durante el mismo, una bomba colocada por un comando estalló cerca del Hotel Hilton, donde se alojaban Donner y el productor ejecutivo, Mace Neufeld. Otro explosivo destrozó un restaurante en el que ambos tenían una reserva para comer una hora después –en este caso habría que hablar de “bendición”–.



Pero aparte de la acción del IRA, el rodaje de La Profecía estuvo  rodeado desde el primer momento de una serie de acontecimientos misteriosos que se lo pusieron fácil a la prensa para etiquetar la producción de “maldita”. Antes de comenzar a rodar, el avión que trasladaba al protagonista, Gregory Peck, de los Ángeles a Londres, fue alcanzado
por un rayo mientras sobrevolaba el Atlántico, quedando un motor inutilizado, aunque pudieron aterrizar sin problema. Unas semanas después, el avión en el que viajaba el guionista David Seltzer, que hacía la misma ruta, fue alcanzado por otro rayo, cual si el cielo protestara por lo que tenían entre manos. Curiosamente,
como también le sucedió a Donner, Peck pareció estar protegido por una mano invisible, ya que canceló a última hora un vuelo a Israel y el aparato se estrelló posteriormente, sin ningún superviviente. Nunca se pronunció sobre si algún tipo de presentimiento le alertó del peligro. Otro avión, en este caso un jet privado que a punto estuvo de ser alquilado por el equipo de producción, se estrelló matando a todos sus ocupantes: un hombre de negocios y su familia –su mujer y sus dos hijos–.
Sin embargo, los percances no terminaron aquí: el mismo día que una escena con leones fue rodada en el Safari Park de Windsor –que finalmente sería descartada del montaje final–, un guarda de seguridad del recinto era despedazado por dos de estas fieras. Uno de los sucesos más graves tuvo lugar en Holanda, cuando, tras completar la posproducción de La Profecía, el supervisor de efectos especiales, John Richardson, marchó a los Países Bajos a trabajar en Un puente lejano. Un viernes 13, fecha de connotaciones fatídicas, de agosto de 1976, éste y su asistente Liz Moore regresaban a su hotel cuando sufrieron un trágico accidente en el que el segundo perdió la vida –los rumores afirman que Moore murió decapitada, como el personaje de David Warner en la cinta– y, según la leyenda, cuando Richardson volvió en sí tras quedar inconsciente, vio una señal que indicaba la distancia a un pequeño pueblo holandés: “Ommen, 66,6 km”… Esto último es difícil de creer. Sin embargo, tiempo antes el propio director, Donner, había sufrido un aparatoso accidente de coche.
Muchos eran los que pensaban que el mismo diablo no permitiría que  la producción terminase. A ello se sumarían las críticas de numerosos sectores tras su estreno: la Liga Católica dijo que la película era “blasfema”. Y fue lo más light que dijeron de ella. La película, según el fallecido periodista Miguel Ángel Prieto, “bebía de la fascinación de los años 70 por lo oculto, los niños  diabólicos y los presagios pre-milenaristas sobre el fin del mundo”. Donner sufrió presiones para que no comenzara el rodaje, pero hizo caso omiso. Con terribles resultados…

La muñeca que vemos en las películas, una suerte figura de ventriloquía, fue creada ex profeso para las mismas y, a pesar de su aterrador aspecto –esa es la idea, “vender miedo”–, lo cierto es que no tiene nada que ver con la original, que descansa –sólo cuando está tranquila–, en un museo de lo paranormal en un apartado rincón de Connecticut (EEUU). La original es una muñeca de trapo de pelo rojo y coletas –de la marca Raggedy Ann, muy célebre al otro lado del Atlántico en la década de los 30–, cuya historia es lógico que haya inspirado el guión de una cinta de horror. Los dueños de Annabelle eran una pareja de célebres investigadores de lo paranormal estadounidenses, Ed y Lorraine Warren, cuyo museo con objetos sobrenaturales se halla en el sótano de su propia casa, donde la pieza más preciada y por ende peligrosa, es, como podrás imaginar mientras lees, la susodicha muñequita. Ed murió en 2006, pero Lorraine, con 88 años, se ha convertido en toda una estrella mediática tras el estreno de la franquicia. Según contaba a los medios de comunicación la octogenaria investigadora paranormal, Annabelle fue la protagonista de un impactante caso que el matrimonio investigó en los años 70. No desvelamos más para no caer en el spoiler.

Tienen su propia página web: www.warrens.net, donde podrás conocer toda la historia e incluso, si uno da el salto al otro lado del Atlántico, realizar un tour por el inquietante museo sobrenatural. Otro clásico del cine de terror es Poltergeist, cuya primera entrega y sus secuelas están rodeadas de un aura de malditismo difícil de olvidar. Pero ahora nos centraremos en el reboot de esta cinta que en 1982 dirigiera Tobe Hooper con el apoyo en la producción del mismísimo Steven Spielberg, que ha despertado viejos miedos. Y es que, según reveló el director de la película, Gil Kenan, éste experimentó en carne propia la supuesta “maldición” de la saga, apuntando a la prensa, ávida de carnaza sensacionalista, que “no te niego que se dieron extraños sucesos durante el rodaje, pero –matiza– en parte nos ocurrió por nuestra predisposición”. No obstante, señaló que “Hubo momentos en los que no funcionaron ni los radio-micrófonos, ni las cámaras dron, ni los GPS (…)”; situaciones inexplicables que según el realizador siempre ocurren pero que, al suceder durante el rodaje de Poltergeist, “todos nos asustamos”. Por el momento, los sucesos extraños se limitan a eso, a fenomenología poltergeist y no a hechos luctuosos como en la saga original. Esperemos que continúe siendo así.


> PARA
SABER MÁS
El libro
Hollywood
Maldito, del
periodista y
escritor Jesús
Palacios,
publicado
recientemente
por Valdemar,
un completo
recorrido por
los rodajes
malditos.

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