La galería
del arte maldito
Desde tiempos pretéritos el
arte ha estado envuelto por un aura de misterio en ocasiones insondable para
sus contemporáneos. El pincel de muchos artistas creaba siniestras figuras que
parecían cobrar vida en el lienzo, cual seres del inframundo que, amenazantes,
acechaban impertérritos al espectador. Arte "maldito", o mejor
artistas malditos que sintieron fascinación por la muerte, la brujería, las
artes oscuras y el mismísimo diablo, que parecía mover su mano al pintar ¿Puede
una obra artística provocar la desgracia? Visitamos el museo de las obras
malditas...
Javier Martín / Óscar Herradón
Revista Enigmas Nº 182
Dorian Gray
descubre el poder de su presencia y ruega por mantenerla eternamente. Dorian
Gray se ve retratado por el magnífico pintor Basil Hallward y suplica que nunca
se deteriore el resplandor del aspecto que muestra. Y su súplica un día se hace
realidad, su belleza deja de ser efímera, de curvarse ante el tiempo. ¿Quién no
quisiera robar al arte su inmutabilidad, qué juvenil vanidad no desea
permanecer majestuosa eternamente, reprimir la voluntad marchitadota de la
vida?
La imaginación
de Oscar Wilde lo hace posible en la obra cumbre de la novela simbolista, de la
ficción decadente. El autor británico permite que su protagonista no envejezca
durante toda su novela. Las arrugas que los años imponen son trasladadas, son
asumidas por el retrato pintado por Basil, mientras Gray se convierte en un
cuadro en vida, en un individuo al que el paso del tiempo no afecta físicamente...
Sin embargo,
esta mudanza de la realidad acabará cobrándose una importante venganza. La vida
del siempre joven Dorian Gray acabará siendo horrible, el cuadro terminará por
cobrarse la misma vida del protagonista.
Cierto. Se
trata tan solo de una obra de ficción, pero la asociación de la historia de
arte tanto con lo reprobo como con lo maldito es una realidad forjada en todas
las épocas. El arte va mucho más allá del lienzo en que está representado, de
la piedra manipulada que lo soporta. El artista ejerce de médium, trata de
desentrañar lo más hermético, lo que permanece oculto en el alma humana, sus
frustraciones, lo desconocido, para después trasladarlo al cuadro. Y es en ese
viaje a las profundidades donde algunos encuentran que, en ocasiones especiales,
ha podido alcanzar unas capacidades singulares, extraordinarias, que pueden
haberse establecido en la obra de arte. Quizá el cuadro, la escultura, guarde
una esencia precognitiva, quizás alcance a anticipar la propia muerte del
artista, del espectador, quizá esté maldita...
Ya en las
consideradas primeras representaciones artísticas, en las pinturas rupestres,
se percibe una dimensión que supera y prácticamente anula la simple dimensión
estética. Bisontes y cazadores no son bisontes y cazadores sin más, son la
anticipación de la caza. Las figuras son un elemento mágico que propiciará la
caza, esas representaciones son la forma de llegar al alimento, guardan en sí
la esencia de la subsistencia de la tribu.
Pero quizá es
difícil atribuir un malditismo determinado a las obras de arte hasta el
Renacimiento. Su capacidad para atemorizar al pueblo es evidente en muchos
momentos de la Edad Media. Las imágenes empujan al espectador medieval a temer
a Dios, esconden una violencia interna que no se muestra en el hieratismo de
las figuras, pero que advierte de los males que acechan a todos aquellos que no
cumplan la voluntad divina, la voluntad de la Iglesia. Y el respeto hacia estas
pinturas, hacia los relieves escultóricos hacen de ellos prácticamente objetos
sagrados que sirven para cambiar la actitud del fiel. En cierto modo, como
hemos dicho anteriormente, existe un componente mediúmnico, el artista es un
simple mediador entre Dios y los hombres, el que da vida en esta vida a lo que
puede ser el más allá, al terror del infierno si no se respeta lo que pide el
archirrepresentado Jesucristo.
Pero es a
partir del Renacimiento, como digo, cuando el artista comienza a ser
considerado como tal, como un ser con talento superior, cuando puede ejercer de
maestro y es cuando, desde el conocimiento de su biografía, se puede hablar con
mayor "seguridad" de un arte maldito, y, sobre todo, de un artista
maldito. Porque son muchos los pintores, escultores, son muchos los artistas
que comienzan a formar parte de sociedades secretas, de grupos de poder en
ocasiones emparentados con el satanismo. Caravaggio, Giorgione, El Bosco,
Leonardo, Miguel Ángel... La nómina de artistas de existencia oscura, en la que
las sombras prevalecen sobre los demás aspectos, es interminable. Y, claro, si
usan el lienzo o el mármol para expresar la intimidad de su espíritu, es normal
que en ocasiones sus obras estén plagadas de las mismas supersticiones,
experiencias satánicas o malditismo que su propia persona. Y, quizás, este
aspecto legendario del individuo, del artista, se extrapola a sus creaciones.
Si, para
algunos, es el mismo Belcebú el que controla la personalidad del creador, ¿no
será el mismo Belcebú el que pinta el cuadro, el que esculpe la piedra y ejerce
desde él su poder maligno? Observen con atención algunas de las obras que
forman parte de este particular museo. Algunas parecen estar vivas. Quizá bajo
esas capas de color está presente el mismo diablo.
Una invocación
al maligno
En la mayor parte de su producción artística, el
pintor holandés Pieter van Laer (1599-1642), también conocido como Il Bamboccio
-El grotesco o El fantoche, a causa de las malformaciones que sufría- plasmó
escenas cotidianas de las clases bajas, con representaciones de fiestas,
mercados, etc. Una de sus pinturas, sin embargo, resulta mucho más extravagante
y misteriosa. El lienzo, que data de finales de 1630 y se conserva hoy en el
Metropolitan Museum of Arts de Nueva York, representa al propio artista en el
papel de mago, justo en el preciso instante de contactar con el demonio. En la
pintura vemos al artista gritando con gran expresividad, y rodeado de libros y
utensilios relacionados con la brujería. Pese al rostro de terror del
protagonista, el diablo es apenas perceptible, pues sólo se aprecian sus garras
entrando en escena por uno de los extremos de la pintura. Como nota curiosa, Il
Bamboccio incluyó en la obra una partitura musical -un canon para tres voces-,
en el que se puede leer la frase: "El diablo no bromea, no juega a
juegos". Otro de los detalles llamativos de la vida de Pieter van Laer es
su pertenencia a una singular hermandad de pintores, los Bentvueghels. Este
grupo estaba compuesto por artistas holandeses y flamencos que trabajaban o
estudiaban en Roma, y estuvo activo entre 1623 y 1720, con el fin de proteger
los derechos de estos artistas emigrados.
Lo más curioso es que sus miembros, muy dados a la
buena vida, decidieron articular la curiosa "sociedad secreta" en
torno a rituales de carácter báquico. Los aspirantes a Bentvueghels debían pasar
complejos rituales de iniciación para ingresar en el grupo. Las ceremonias
incluían grandes festines, como la celebrada durante el ingreso de Il
Bamboccio, que se prolongó veinticuatro horas sin que nadie se levantara de la
mesa. Después de la opípara comida, los miembros de la hermandad caminaban
juntos, en procesión y borrachos, hasta la iglesia de Santa Constanza, donde se
encontraba una antigua tumba con decoraciones báquicas sobre la que, en la
antigüedad, se decía que era la tumba de Dionisio. Las prácticas de los
Bentvueghels, además de borracheras y visitas a iglesias, incluían también
"misas" con "sacerdotes", una blasfemia que terminó por
agotar la paciencia de la sociedad romana, hasta que el Papa terminó condenando
y prohibiendo el grupo por decreto en 1720.
Javier García Blanco
Malditos y obsesos
La obsesión
por el trabajo de muchos artistas ha sido en ocasiones proverbial, rayana en la
locura. Esto, unido a su extravagancia, han'a que en tiempos pretéritos muchos
de ellos fuesen considerados poco menos que nigromantes o adoradores del
maligno. Su afán por conocer los secretos de la anatomía humana que sin duda
les serviría para alcanzar un alto grado de perfección en sus obras artísticas,
llevaría a algunos de ellos a mantener un estrecho contacto con la muerte que
hoy resulta cuanto menos grotesco.
Se sabe que el
brillante Leonardo da Vinci disecó al menos treinta cadáveres para sus
investigaciones, de las que se conservan 779 dibujos que iban a formar parte de
un libro de anatomía. El artista BartolomeoTorri, que vivió en la primera mitad
del siglo XVI, fue expulsado de la casa de su maestro en Roma por su alarmante
devoción al estudio del cuerpo humano, al parecer, según Vasari, porque
"guardaba tantos miembros y trozos de cadáveres debajo de su cama y por
todas sus habitaciones que envenenaban toda la casa", descuidando además
su higiene personal hasta límites insoportables.
No fue el
único que en el Renacimiento se obsesionó con los misterios entonces
insondables de la anatomía humana. El pintor y grabador holandés Hendrick
Goltzius (1558-1617), considerado el mejor grabador de los Países Bajos del
Barroco, viajó a Roma en 1591 en tiempos en que la Ciudad Eterna estaba sumida
en una terrible mortandad. Las calles parece ser que estaban atestadas de
cadáveres y no era difícil encontrar a Goltzius dibujando "en lugares
donde el hedor de los cuerpos sin vida le acercaba al desmayo". El artista
holandés era reconocido por su célebre mano lisiada -de la que llegó a realizar
un grabado de gran realismo-; siendo niño, Goltzius sufrió graves quemaduras en
un incendio, quedando varios de sus dedos mutilados. Curiosamente, aquello le
permitía coger con mayor destreza el buril.
Aquelarre, de Francisca de Goya, donde el pintor aragonés plasmó algunas de sus "obsesiones" acerca de la brujería. Debajo, un cuadro de Lucas van Leyden, quen creía que algunos de sus rivales pretendían envenenarle.
También el artífice
de la Capilla Sixtina y niño mimado de la Santa Sede -a pesar de sus
extravagancias-, Miguel Ángel, tenía un acuerdo secreto con el prior del Santo
Spirito mediante el cual el religioso le permitía estudiar cadáveres en una
habitación especial del monasterio. Esta es sin duda la razón que explica,
además de su genialidad, el grado de perfeccionamiento alcanzado por estos
semidioses en sus obras pictóricas y escultóricas en unos tiempos en los que la
anatomía era todavía un misterio y manipular cadáveres se consideraba un hecho
antinatural, prácticamente una herejía, y era fácil que acusaran a uno de
necromancia -adivinación mediante la consulta a los muertos y sus espíritus o
cadáveres-, por ello.
El
renacentista Cavaliere Paolo Guidotti (1560-1629), sentía tal curiosidad por la
anatomía humana que tenía por costumbre acudir de noche a aquellos cementerios
donde sabía que se había enterrado aun hombre recientemente "y del cadáver
exhumado -contaba su discípulo Matteo Boselli- quitaba aquella parte del cuerpo
que necesitaba para su estudio, y llevándola a un lugar solitario, como por
ejemplo la parte más alta del Coliseo, lo disecaba y hacía tantos estudios como
necesitaba".
Si estos
genios estaban obsesionados por la anatomía, otros lo estaban por la muerte,
temiéndola hasta el punto de creer que la Parca les acechaba en cada esquina.
El pintor Federico Barocci (1528-1612) creyó durante años que había sido
envenenado y durante la mayor parte de su vida su obsesión le llevó a sufrir
terribles dolores ocasionados por los continuos vómitos que le sobrevenían nada
más comer; aún así, nunca dejó de trabajar y apenas dejó algunas horas de su
vida para algo parecido al ocio.
También Lucas
van Leyden (1494-1533) estaba atormentado por las sospechas de que algunos rivales
envidiosos le hubiesen administrado veneno, lo que le hizo pasar grandes
temporadas postrado en la cama. Pero a todos ellos ganó en extravagancia el
genovés Giovanni Domenico Cappellino (1580-1651) que mantuvo una obsesión por
la limpieza durante toda su existencia que sorprendió a propios y extraños en
su tiempo; temía al polvo y a la suciedad hasta el punto de que en una ocasión
en que su madre se cayó en el barro, el pintor se abstuvo durante un tiempo de
acercarse a ella, afirmando continuamente que percibía el olor a barro.
Paradójicamente,
Giovanni Domenico Cappellino acabó sus días sucio y desatendido, debido a que
jamás permitía que nadie limpiara sus aposentos o cambiara sus sábanas, algo
que él hizo también escasas veces a lo largo de su vida.
Impresionante
lienzo de Guido Reni que muestra al arcángel Miguel derrotando a Lucifer,
pintado para la Igtesia de los Capuchinos en Roma. El pintor bolones estaba
obsesionado con la maga negra y se sentía amenazado por las mujeres.
Obsesionados
por la alquimia
Los
oscuros e intrincados caminos del llamado "arte" de la alquimia
sirvieron, en no pocas ocasiones, para Inspirar a un buen número de artistas en
los siglos pasados. En unos casos, fruto de aquellas Ideas heterodoxas vieron
la luz hermosísimos -e incomprensibles- manuscritos iluminados o bellos
grabados; en otros, los pintores aprovecharon las escenas de laboratorios y
alambiques para criticar o simplemente reflejar una práctica habitual de la
época en la que vivían. Por último, un reducido grupo de artistas fue un paso
más allá, convirtiéndose ellos mismos en buscadores de la Piedra Filosofal. Uno
de los casos más singulares es el protagonizado por el pintor Italiano
Parmlgianino (1503-1540).
Según
recuerda el célebre biógrafo y artista Vasar! en su Vida de los mejores
arquitectos, pintores y escultores italianos, Parmigianino quedó tan fascinado
por la práctica de la alquimia que desatendió sus tareas artísticas y dilapidó
todos sus ahorros. En 1531 había sido contratado para decorar las bóvedas de la
cúpula de Steccata. en Parma, pero ofuscado como estaba en su búsqueda de la
Piedra Filosofal, no concluyó el encargo, para enfado de los engargantes.
Finalmente, nos explica Vasari. "Parmigianino, como tantos otros, se
volvió totalmente loco (...) Cayó víctima de una fiebre alta que en unos días
le hizo pasar a mejor vida" El caso del célebre pintor no fue único. Medio
siglo antes, otro artista Italiano. Cosimo Roselll, gastó todos su dinero por
culpa de la misma obsesión, acabando sus días en la mayor de las pobrezas.
Javier
García Blanco
Messerschmidt:
un
escultor contra los demonios
Nacido en 1736, el escultor alemán Franz Xaver
Messerschmidt constituye, con parte de su obra, uno de los ejemplos más
extremos en los que el arte, lo sobrenatural y la locura se entremezclan de
forma inequívoca. Hijo de una familia de artesanos y formado en Munich, el
joven Franz destacó pronto en Viena, siendo requerido para realizar numerosas
obras para la Corte Imperial y la aristocracia. Pese al éxito inicial, su carrera
se truncó cuando, con poco más treinta años, sufrió una enfermedad mental que
prácticamente lo condenó al ostracismo. En sus últimos doce años de vida,
Messerschmidt mostró un comportamiento huraño y excéntrico, se encerró en su
casa para trabajar y apenas recibía visitas. Los pocos visitantes que lograban
entrar a su refugio salían asombrados al escuchar los relatos del escultor
sobre demonios y espíritus que le atacaban, especialmente durante la noche.
Interesado en cuestiones ocultistas -había frecuentado círculos esotéricos en
Viena- había llegado a la convicción de que podía combatir a los demonios que
le atormentaban creando bustos que realizaban muecas grotescas y extravagantes,
cuyos rasgos copiaba de lo que observaba al mirarse en el espejo. Así, creía
él, mantenía a raya a los espíritus.
Fruto de esta obsesión nacida de su enfermedad
mental y tejida con sus conocimientos en ocultismo vieron la luz un total de 69
bustos, cada uno más singular que el anterior. En la actualidad se conservan
tan sólo 49 de ellos, pero su visión es suficiente para hacerse una idea de
cómo la locura y la obsesión por los asuntos esotéricos pueden modelar
auténticas obras de arte.
Javier García Blanco
Bailando con el diablo:
los artistas y la magia negra
Durante siglos
estuvo muy extendida la creencia en la brujería y la magia negra, no sólo entre
las gentes más humildes, sino también entre personajes reputados y muchos
artistas. El célebre pintor Guido Reni (1575-1624) temía sobremanera a las
hechiceras en un tiempo en el que se desarrolló una auténtica caza de brujas
que asoló el Viejo Continente. Influido sin duda por la literatura antibrujeril
que proliferaba gracias a la labor inquisitorial a través de los llamados
"Martillos de Brujas", que vinculaban normalmente la brujen'a con el
sexo femenino, Reni jamás dejaba entrar en su casa o estudio a mujeres y temía
principalmente a las de mayor edad, a las que consideraba siervas del maligno.
Cuando perdía algo sospechaba que se debía a algún acto relacionado con la
hechicería y, según Malvasia, que fue testigo directo de su mundo de terrores
imaginarios, mientras éste le miraba pintar, el artista le preguntó si alguien
podn'a hechizar las manos de una persona de modo que ya no pudiera manejar el
pincel y trabajara mal forzosamente, y afirmó que en Roma, cuna de los grandes
genios y los mayores locos, un francés le había enseñado un sortilegio
"mediante el cual se podría, al tocarle a uno la mano de modo amistoso,
comunicarle en poco tiempo una enfermedad incurable de la cual moriría
infaliblemente". Haciendo honor a su desequilibrio, Reni afirmaba no
obstante que conocía un antídoto para sí mismo.
Giovan
Francesco Rustici (1474-1554), asiduo de los jardines de los Medid y amigo de
Leonardo da Vinci, sintió una gran afición por la nigromancia, por medio de la
cual "dio extraños sustos a sus criados y ayudantes; y así vivía sin
cuidado alguno"; al parecer, sentía verdadera devoción por los animales
salvajes. Había domesticado a un puerco espín y, haciendo uso -según algunos-de
sus artes oscuras, enseñó a un cuervo a decir tantas cosas que, según la pluma
siempre recurrente de Vasari, "era igual que un ser humano".
La brujería y
toda la parafernalia demoníaca asociada a ella fue el tema principal de las
obras del extraño pintor alemán Hans Baldung Grien (1484-1545), cuyo impecable
pincel recogió escenas de aquelarres, vuelos nocturnos de viejas hechiceras a
lomos de animales, preparación de pócimas con los más extraños y repugnantes
ingredientes... un arte macabro que continúa desconcertando a aquel que visiona
sus cuadros, con escenas tan diferentes a las recogidas por sus contemporáneos
-eminentemente religiosas, costumbristas o mitológicas- que sólo se verían más
de dos siglos después de su muerte en las pinturas de uno de los grandes genios
de la pintura, Francisco de Goya. En 1509 Baldung se trasladó a Estrasburgo,
donde al parecer entró en contacto con círculos humanistas entonces muy
interesados en temas como la alquimia y la brujería. En sus obras, además del
gusto por lo grotesco, destaca también un marcado erotismo, y una obsesión por
la muerte que absorbería también a algunos de los propietarios de sus obras,
como el español Felipe II, que tuvo entre su magnánima colección artística Las
edades de la muerte (1539) y Las fres Gracias (1540) del pintor germano; un
monarca, el Rey Prudente, que también sentiría devoción por El Bosco, otro de
los pintores más extraños y "malditos" de todos los tiempos -ver
ENIGMAS 178-
En los
grabados de Baldung Crien, como digo, abundan los trabajos sobre brujería. Una
de sus obras más emblemáticas y extrañas es la titulada Sabbat de las brujas
(1510), en la que aparecen representadas varias adoradoras de Satán,
acompañadas de algunos de sus atributos más representativos: horquillas y palos
-métodos de transporte a las ceremonias satánicas-, la cabra sobre cuya grupa
vuela una de ellas, la ofrenda diabólica que sostiene sobre su cabeza otra de
las brujas o una vasija con una inscripción indescifrable, probablemente alguna
letanía de tipo satánico o extraña fórmula ceremonial. Una obsesión, la
brujeril, que no abandonaría a Grier hasta el final de su vida, al igual que
una velada pasión alquímica que también atraparía a Durero o Parmigianino,
entre otros.
Otro de los
artistas que sentiría verdadera obsesión por la brujería -aunque desde un punto
de vista mucho más escépti-co que el de pintores anteriores-, fue el genio
Francisco de Goya, cronista de la herejía de un tiempo, el XVIII, en el que la
era de las luces y la razón todavía pugnaba contra los demonios de las
supersticiones atávicas. En una de sus obras "bruje-riles" más
célebres, Aquelarre (1797-1798), Goya representaba un sabat, un reencuentro
nocturno de brujas y brujos que acudían a la reunión prohibida sobre la grupa
de animales reales -asnos y machos cabríos- o fantásticos -dragones y
basiliscos-, o bien volando en palos de escoba, al igual que reflejó Hans
Baldung en sus grotescas pinturas. Siguiendo la tradición inquisitorial, en la
pintura del genial artista aragonés el aquelarre está presidido por un macho
cabrío negro, oficiante e ídolo del rito satánico, una transfiguración del
demonio. Los participantes llevan máscaras y disfraces para ocultar su
verdadera identidad al resto, y bajo los mantos que cubren sus rostros podían esconderse
representantes de cualquier estrato social.
En otra
célebre escena de aquelarre, Goya muestra a varias ancianas y jóvenes madres
ofreciendo a sus hijos en sacrificio a un gran macho cabrío negro; era común la
creencia de que las brujas sacrificaban infantes en loor del príncipe de las
tinieblas, quien a cambio les otorgaba poderes sobrenaturales que éstas solían
utilizar, una vez más, para causar el mal. En muchos de sus
"caprichos" el artista insiste en el tema de la brujería, los condenados
por herejía, la noche y el crimen que acabarían por convertirse en obsesiones
recurrentes de sus pinturas de madurez.
Presagios de
muerte en pintores del siglo XIX
El genio del artista le permite
hacer realidad cosas que otros humanos no pueden y hasta "ver"
extraños sucesos que afectarán a su futuro. Al pintor inglés prerrafaeltsta sir
John Everett Muíais le sucedió que veía habí-tualmente sobre la tela que estaba
pintando números que pasaban con rapidez y que siempre eran los mismos, pero en
distintas posiciones, en concreto el 13 y el 1,8,9 y 6. Se lo dijo a su amigo
el poeta Robert Brownlng y este le contestó que el futuro le daría la solución
a tan extraña visión.
Efectivamente, la encontró el mismo
día de su muerte en Londres: un 13 de julio de 1896. Tres años más tarde, en
Italia, a uno de los mejores pintores simbolistas, Giovanni Segantini, le
ocurrió otra macabra premonición. Pintaba al natural un paisaje en el que se
advertía un refugio en el monte Schafberg, a 2.700 m de altitud, con algunas
personas reunidas en tomo a un féretro, entre ellos una mujer llorando. Su
título era La muerte. Segantini no pudo terminar la obra ya que una enfermedad
imprevista, un fulminante ataque de peritonitis, acabó con su vida y murió el
28 de septiembre de 1899, a los 41 años, en el mismo refugio de montaña por él
representado en el cuadro. Trece días antes de su fin había confiado a su
esposa, la señora Blce, que fue asaltado de pronto por la intuición de que el
cuadro que estaba pintando era el de su propio velatorio.
Por último, un ejemplo de
premonición trágica que no fue tal, siendo su protagonista el pintor malagueño
Alfonso Ronce de León, máximo exponente del "realismo mágico' español. En
el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid se expone un cuadro de grandes
dimensiones que cuenta con una historia muy curiosa pero falsa. Se trata de una
obra titulada Accidente, un cuadro que muestra un automóvil tras un accidente y
a un hombre ensangrentado -que sería el autorretrato del pintor-, con la cabeza
chocando contra una piedra. Lo extraño de todo esto -dice el rumor- es que el
mismo año en que pintó este cuadro (1936), Alfonso Ronce de León murió en un
accidente automovilístico tirado en una cuneta. Algo que no es del todo cierto
porque, según su biógrafo Rafael Inglada, el pintor fue asesinato cuando tenía
30 años por su militancia falangista, un hecho que ocurrió el 20 de septiembre
de 1936 en la checa de Fomento, hallándose su cadáver en los alrededores de
Vicálvaro. Eso sí, en una cuneta. Son hechos extraños y conexiones invisibles
con la muerte. Pocos meses antes de morir en 1919, Renoir pintó una acuarela
titulada Jarrón de anémonas. Él decía que era su tarjeta de visita para poder
presentarse ante los pintores del cielo.
Jesús Callejo
El último
cuadro de Van Gogh
El 27 de julio de 1890 Van Gogh
terminaba su último cuadro llamado siniestramente Campo de trigo con cuervos.
Una vez firmada la obra, cogió una pistola que previamente había solicitado
para espantar a esos cuervos y, sin mediar palabra, se disparó un tiro en el
abdomen. A los pocos minutos llegó tambaleándose a la posada donde tenía
alquilada una habitación. Los clientes contemplaron con sorpresa los movimientos
de Vicent; éste descansó unos instantes sobre la mesa de billar que se
encontraba en el centro de la sala, y a continuación subió a trompicones los 17
escalones que le separaban de su cama y se desplomó. Algunos hombres lanzaron
de inmediato la voz de alarma; pronto llegó el Doctor Gachet, famoso homeópata
que llevaba tiempo tratándole, para comprobar que la herida era mortal de
necesidad. Le vendaron pero no le extrajeron la bala. El propio doctor envió
una nota urgente a su hermano Theo.
Durante dos días Vicent Van Gogh
estuvo agonizando, y en ese tiempo se limitó a fumar y a sonreír a los que le
visitaban. Finalmente, en la madrugada del 29 de julio de 1890, exhaló su
último suspiro. El doctor Gachet depositó un enorme girasol amarillo sobre su
pecho. Su féretro fue cubierto con flores amarillas como sólo él había pintado.
Tenía 37 años y dejaba un legado artístico impresionante: 841 cuadros y más de
1.600 dibujos.
Jesús Callejo
Sobre estas
lineas, un inpresionante cuadro del pintor flamenco Hugo van der Goes, quien
sufrió una extraña enfermedad que michos de sus contemporáneos consideraron
fruto de una posesión dabófea.
La extraña "posesión" de
Hugo van der Goes
Tampoco los
artistas se libraron de la sospecha de la posesión infernal en unos siglos en
los que era difícil discernir entre el supuesto acecho del maligno y la
enfermedad mental. Esto mismo le sucedió al pintor flamenco Hugo van der Goes
(1440-1482). Fuertemente vinculado a grupos religiosos de Bruselas, desde muy
joven se impregnó de un sentimiento piadoso y un buen día se convirtió en
monje, entrando a formar parte de un famoso monasterio dirigido por Tomás de
Kempis.
Cinco años
después de tomar los hábitos, Van der Goes emprendió un viaje en compañía de
varios religiosos, entre ellos el hermano Nicolás, que dejó testimonio de lo
sucedido al pintor: "Una noche durante el viaje de regreso el hermano Hugo
fue acometido por una extraña enfermedad de su mente. Gritaba incesantemente
que estaba perdido y sentenciado a la condenación eterna. Incluso se hubiera
lesionado de no haberlo impedido por la fuerza sus compañeros". A pesar de
los intentos de sus hermanos por"curaríe", siguió diciendo
incoherencias y considerándose hijo de la perdición. Algunos, los más cabales,
hablaron de frenesí magna, "el gran frenesí del cerebro"; otros, como
era de esperar, le creyeron poseído por el diablo. Sin duda había influido en
su mentalidad excesivamente religiosa la obra de su mentor, Tomás de Kempis,
Imitación de Cristo (1441), y su Pequeño abecedario de los monjes, en el que se
pueden leer consejos -o sentencias- como las siguientes: "El diablo está
continuamente tentándote a buscar cosas sublimes, de perseguir honores. No
empieces a vagar tras los varios deseos del mundo, cuando te tiente el diablo.
El escuchar las cosas perniciosas es perjudicial para el alma; el contemplar la
hermosura es tentación". Para Van der Goes el arte, por tanto, era, cual
culminación de la hermosura, una tentación, y es muy posible que se sintiera
atormentado por ello.
El arte,
digámoslo así, fue su propio demonio, como lo sería de tantos otros art ;tas de
todas las épocas hasta el día de hoy.
La maldición
de los niños llorones
De sus enormes ojos abrumados por
las lágrimas aflora una pena angustiosa. De los mismos cuadros surge una
leyenda que encamina a la muerte a quienes los contemplan. Son unos de los
cuadros malditos más tétricos y famosos de todos los tiempos, la serie de Los
niños llorones. Su autor, una incógnita: Bruno Amadlo. Porque poco se sabe de
este pintor supuestamente italiano, nacido a principios del siglo XX. Se cree
que fue afín al gobierno de Mussolini y que después de la guerra trasladó su
residencia a Sevilla. Allí, sus cuadros pasaban por los cenáculos artísticos
con más pena que gloria. Desesperado, cuentan que realizó un pacto con el
diablo. Sus cuadros serían reconocidos. Pero el precio sería muy alto.
Su serie de 27 retratos de niños
llorando logró la ansiada celebridad.
Aunque nadie es capaz de confirmar
quiénes fueron sus modelos. La interpretación que asegura que se trata de
imágenes simbólicas del sufrimiento en la guerra posee menos adeptos que la que
asegura que los infantes vivían toda clase de penalidades en un orfanato... Y
ellos también fueron víctimas de la maldición. Un día se originó un incendio y
los niños murieron. Desde entonces, se cree que su espíritu vive en los
cuadros. Por eso. en las casas en cuyas paredes cuelgan algunos de estos
cuadros, la leyenda afirma que son más habituales los incendios, que los
sucesos extraordinarios ocurren con más frecuencia, que el aliento del diablo
permanece entre los trazos de esas pinturas malditas.
El
museo oculto
Ya sea a la vista de todos o
escondidas en salas restringidas al público, grandes museos y bibliotecas de
todo el mundo cuentan entre sus fondos con una nutrida colección de piezas
arqueológicas y obras de arte que sorprenden a curiosos y especialistas por su
vinculación con la magia, el ocultismo o el mundo de lo sobrenatural.
Javier García Blanco
En la
actualidad atraen a millones de turistas cada año, ávidos por contemplar
algunas de las obras de arte de los mayores genios de la Historia. Son
pinacotecas como el Museo del Prado, la National Gallery de Londres y recintos
cargados de tesoros como el Britísh Museum o el célebre Louvre. Aunque hoy
abren sus puertas a todo tipo de visitantes, los precursores de estos modernos
museos, como los llamados Cabinets of curiosities o "Gabinetes de maravillas"
eran espacios repletos de piezas curiosas sólo al alcance de monarcas o
aristócratas. En estos singulares "cuartos" alimentados con piezas
exóticas y extravagantes no era extraño encontrar obras de arte relacionadas,
de un modo u otro, con la magia, la alquimia o la astrología. Hoy los grandes
museos se han despojado de esta vinculación con lo heterodoxo, pero aún es
posible encontrar en todos ellos una buena selección de piezas capaces de
sorprender al visitante más excéntrico.
Talismanes y maldiciones
Para buena
parte de las civilizaciones de la Antigüedad, como Egipto, Grecia o Roma, la
magia era una realidad palpable, capaz de dañar y destruir a sus víctimas o, en
su cara más amable, proteger frente a los peligros cotidianos o incluso servir
de "escudo" contra los maleficios. Uno de los ejemplos más singulares
lo encontramos en Pan's, en el célebre Museo del Louvre. Allí, en una tranquila
sala alejada del bullicio que acompaña a otras galenas, se conserva una
sorprendente pieza que evidencia el importante papel de la magia en algunas
culturas del mundo antiguo.
Se trata de un
kolossoi, o "muñeco vu-dú" realizado en arcilla con la intención de
"activar" un conjuro para el beneficio de su creador. Estos kolossoi
cumplían una función muy similar a las tabullae defíxio-num o "tablillas
de maldición" que, con la ayuda de espíritus de fallecidos o de algunas
divinidades, buscaban perjudicar a algún enemigo o atraerá la persona amada. En
el caso de la pieza conservada en el Louvre, se trata de un muñeco realizado en
arcilla -también podían ser de cera- que data de los siglos II o III d.C., y
procede de la ciudad de Antinoopolis. Parece que la finalidad de este kolossoi
era provocar una atracción amorosa en una mujer llamada Ptolemais, un ejemplo
de lo que se conoce como "magia erótica". La figurilla representa a
una fémina, y tiene los brazos y piernas atados en la espalda. Además, el
cuerpo de la muñeca está atravesado por trece agujas en distintas partes del
cuerpo. Junto a la pequeña escultura se encontró el nombre de la víctima, la ya
citada Ptolemais, de quien el autor de la pieza buscaba obtener su amor.
Sin salir del
museo parisino, descubrimos otras piezas mágicas singulares, en este caso de
carácter protector, conocidas como cippus o "Estelas de Horus". Son obras
de origen egipcio que se hicieron especialmente populares en época tardía
-sobre todo a partir del siglo VI a.C.-. Los cippus suelen representar a Horus
Harpócrates -Horus el niño- triunfando sobre animales peligrosos, y en especial
sobre cocodrilos, serpientes y escorpiones. La razón de esta iconografía reside
en el hecho de que los antiguos egipcios creían que estas estelas tenían el
poder de proteger y curar -llegado el caso- frente a las mordeduras y veneno de
dichos animales.
A su vez, la
base de esta creencia se encuentra en un antiguo mito egipcio, en el que Horus
y su madre Isis son atacados por una alimaña mientras se ocultan de Seth en el
delta del Nilo. Thot, el dios de la medicina, sanó las heridas de Horus y le
concedió el poder de dominar a estas criaturas. De ahí que se le represente
pisando los cocodrilos y sosteniendo en sus manos serpientes y escorpiones. En
ocasiones, Horus aparece acompañado por el dios enano Bes, una divinidad
también relacionada con la protección a las madres y sus niños, así como con
amuletos mágicos, también usados para protegerse de picaduras de animales
venenosos.
Bajo estas
líneas, un típico cippus o "Estela de Horas" que se encuentra en el
Museo del Louvre. Los cippus suelen representar aHorus Harpocrates -Horas el
niño-triunfando sobre animales peligrosos, y en especial sobre cocodrilos,
serpientes y escorpiones.
Arte y cultos mistéricos
Tanto en el
mundo griego como en la época del Imperio Romano, el mundo de las creencias
experimentó un singular fenómeno religioso a través de los llamados
"cultos mistéricos", prácticas sagradas que destacaban por el
sincretismo religioso surgido por los constantes contactos entre distintas
culturas que se produjo a finales de la Antigüedad. Dichos cultos se caracterizaban
por incluir ritos de carácter esotérico, con enseñanzas que sólo se revelaban a
los iniciados, y en las que coincidían divinidades que ofrecían a sus
seguidores la salvación en el más allá o beneficios en la vida material.
Entre estos
enigmáticos cultos destacaron algunos como los Misterios de Eleusis, que se
celebraban en la localidad griega del mismo nombre, o los dedicados al dios
Mitra, especialmente exitosos entre los legionarios romanos. A los anteriores
habría que sumar otros como los Misterios de Isis, de Cibeles o de otras
divinidades menos conocidas.
Aunque a día
de hoy los historiadores han avanzado mucho en el estudio de dichos cultos,
buena parte de las prácticas que los conformaban siguen siendo un auténtico
misterio, especialmente debido a la ley de secreto a la que se sometía los
iniciados y a la escasez de textos sobre ellos. Afortunadamente, en la
actualidad se conservan numerosas piezas artísticas que permiten vislumbrar
parte de aquellos ritos misteriosos.
El siempre
fascinante Museo Arqueológico de Atenas, repleto de obras procedentes de las
distintas civilizaciones que poblaron el bello país mediterráneo y sus
dominios, cuenta con una nutrida colección de piezas relacionadas con los
Misterios de Eleusis. Dichos "misterios" se celebraban en dos
ocasiones anuales: los Misterios Menores, que tenían lugar en torno al mes de
marzo -antiiesterion- y los Misterios Mayores, que se celebraban en septiembre
-boedromion-. En ambos casos el culto se iniciaba con una peregrinación que
partía desde el Kerameikos -el cementerio de Atenas- hasta el santuario de
Eleusis. Los ritos más importantes eran los que se celebraban durante los Misterios
Mayores. Éstos comenzaban el día 14 de septiembre con la peregrinación desde
Atenas. Dos días después los participantes se bañaban en la bahía de Eleusis.
Al día siguiente se realizaban los sacrificios y se ayunaba, al tiempo que
tenían lugar juegos en honor de las divinidades.
Después, el
día 20, y en una ceremonia con menor afluencia -solo asistían aquellos que iban
a ser iniciados- tenían lugar unas reuniones secretas, celebradas en el
Telesterion, el gran templo de Eleusis. En ellas se cree que se suministraba
ciertas sustancias psicotrópicas a los participantes, lo que les provocaba un
estado alterado de conciencia, experimentando así vivencias místicas.
Algunos
historiadores han sugerido recientemente que el kykeon, la sustancia que
ingerían los iniciados, podía ser el hongo del cornezuelo, que puede estar
presente en los cereales, y que tiene efectos psicoactivos. Fuera de esta
forma, o mediante revelaciones de los epóptai -los hombres que han
visto"-, sacerdotes de mayor rango en los Misterios, lo cierto es que
aquellos que se iniciaban vivían una experiencia impactante.
Una de las
piezas más importantes relacionadas con este fascinante culto se encuentra,
precisamente, en el museo ateniense. Se trata de un relieve del siglo V a.C.
Sobre la piedra tallada aparecen tres figuras. Las dos femeninas se identifican
con Démeter -diosa de la agricultura- y su hija Perséfone, mientras que la que
se encuentra en el medio corresponde a un joven llamado Triptolemo.
Aparentemente la escena no tiene nada de excepcional. Sin embargo, el relieve
está mostrando, ni más ni menos, la primera iniciación a los Misterios.
Precisamente, Démeter y su hija son los personajes principales en dicho culto,
vinculándose con la idea de fecundidad y regeneración anual, mientras que el
joven fue, según el mito, uno de los primeros iniciados, a quien las diosas
transmitieron los secretos de la agricultura.
Pieza expuesta
en el Museo Arqueológico de Atenas que muestra uno de los llamados
"Misterios de Deusis", ricos en contenido hermético.
Otro de los
cultos mistéricos más señalados fue el vinculado al dios Mitra. Este culto
"despegó" en torno al siglo I a.C., y tuvo su mayor apogeo a finales
del siglo II d.C. y comienzos del III. Si en lo que respecta al resto de cultos
mistéricos las certezas son escasas, en el caso del mitraismo las dudas son
aún más acusadas, en parte debido al carácter secreto y esotérico de las
mismas, y también por la ausencia casi total de textos con detalles sobre las
celebraciones. Por esta razón, los estudiosos han tenido que reconstruir el
contenido de la doctrina mitráica como si de un puzzle se tratara, en función de
las representaciones iconográficas. En este caso, la mayor parte de ellas han
aparecido en el interior o las proximidades de los mitreos -los lugares
secretos donde se reunían los adeptos- y están repartidas por museos de todo el
mundo.
Entre estas
obras destaca una hermosa escultura de mármol hoy expuesta en el British
Museum. Se trata de una representación del dios Mitra matando al toro -una
escena conocida como tauroctonía, parte fundamental del mito de este culto- que
data del siglo II d.C. y que fue hallada en Roma. Como es habitual, el dios
aparece tocado con un gorro frigio y ataviado con túnica y capa, mientras
apuñala al toro; la sangre que mana de la herida atrae a varios animales, como
un perro y una serpiente, mientras un escorpión pellizca los testículos del
bóvido. Aunque desconocemos con exactitud el desarrollo y significado de estos
ritos y mitos, parecen estar relacionados, de nuevo, con la idea de fecundidad
y regeneración, como sucedía en el caso de los Misterios de Eleusis.
El siguiente
ejemplo corresponde a otro de estos cultos mistéricos, aunque en este caso
mucho menos conocido. Nos referimos a los Misterios de Sabazios.undiosde origen
frigio y tracio que terminó haciéndose popular en el Imperio Romano gracias a
los miembros de las legiones que regresaron de luchar en aquellas lejanas
tierras. Este dios, que los romanos terminaron asimilando con Baco/Dionisio y
con Júpiter, fue centro de uno de estos cultos de origen oriental de carácter
esotérico e iniciático.
Entre los
ritos que el aspirante debía superar había uno sumamente singular, con un
innegable contenido sexual. Durante el mismo, se introducía una serpiente de
metal bajo las ropas del iniciando -postulante-, lo cual, en opinión de los
expertos, suponía una forma de unión sexual con el dios. Por este motivo,
Sabazios era a menudo denominado 7?7eos día kolpou, "Dios entre los
pliegues de la túnicaMeniendo en cuenta las condiciones en las que solían
celebrarse las ceremonias de iniciación a los cultos mistéricos, este rito en
concreto debía ser, como poco, atemorizante para el iniciando, que no sabía a
ciencia cierta qué iba a encontrar en un espacio a media luz, apenas iluminado
por antorchas.
Por norma
general, las piezas de arte relacionadas con esta divinidad mistérica se
encuadran dentro de dos categon'as distintas: por un lado, relieves con la
imagen y el nombre del dios -menos habituales-y, por otra parte, pequeñas
esculturas con forma de mano en actitud de bendecir, en las que se incluyen
diversos elementos iconográficos. De esta segunda tipología contamos con un
hermoso ejemplo en España, gracias a la pieza conservada en el Museo Nacional
de Arqueología Subacuática de
Cartagena: una mano con la representación de Sabazios -la figura está bastante
desfigurada-, y otros elementos habituales en este tipo de piezas: un carnero,
un cuchillo, un lagarto o serpiente, etc.
Este tipo de
piezas son relativamente frecuentes, y distintos museos conservan ejemplares
similares. En el Brítish Museum, por ejemplo, se conserva otra de estas manos,
descubierta en Tournai (Bélgica) y que ha sido datada por los investigadores en
torno a los siglos II o III d.C. En opinión de los expertos, estas curiosas
manos de Sabazios eran colocadas en santuarios durante las ceremonias, o bien
dispuestas en lo alto de palos o postes que se llevaban en las procesiones.
La Biblia del
Diablo
Damos ahora un
salto de varios siglos en el tiempo, concretamente hasta la Edad Media, para
conocer uno de los libros más místenosos y sorprendentes que se conocen. Se
trata del Codex Gigas, un impresionante manuscrito medieval que está
considerado como el más grande dentro de su tipología -pesa 75 kilos y posee
624 páginas- y que es conocido como "la Biblia del Diablo".
Según la
tradición, un monje que había sido condenado a ser enterrado vivo tras cometer
un horrible crimen prometió escribir una hermosa Biblia en una sola noche, a
cambio de que le fuera perdonada la vida. Una vez manos a la obra, y viendo que
le era imposible cumplir lo prometido, decidió pedir ayuda al mismísimo
demonio. Éste le ayudó a cumplir el reto, pero a cambio obligó al monje a
incluir una imagen suya en el libro.
El valioso
manuscrito se encuentra en Suecia -custodiado en la Biblioteca Real-desde que
en 1648, al concluir la Guerra de los Treinta Años, las tropas suecas saquearan
el Castillo de Praga, llevándose consigo el Codex. Los expertos creen que
"la Biblia del Diablo" fue escrita a comienzos del siglo XIII por un
monje benedictino del monasterio de Podlazica, a unos 100 kilómetros de Praga,
y su elaboración se prolongó durante unos 10 o 12 años. En sus 624 páginas
-originalmente eran algunas más, 640- recoge buena parte del saber que tenía la
orden benedictina de la época. Además del Antiguo y el Nuevo Testamento, el
libro recoge también La guerra de los judíos, de Flavio Josefo, la Chronica
Beomorum -Crónica de los checos-, una lista de santos y un método para
determinar con exactitud la fecha de la Semana Santa.
Hasta que las
tropas suecas se llevaron la preciada pieza, la "demoníaca" Biblia
había pertenecido al emperador Rodolfo II, un monarca interesado en el
ocultismo, la astrología, la alquimia y otras ramas "oscuras" del
conocimiento. El Codex Gigas era una de sus piezas más preciadas, que formaban
parte de la colección de objetos extraños que reunía en su "Gabinete de
Maravillas".
Los objetos
mágicos de John Dee
John Dee (1527-1609) fue una de las mentes más
brillantes de su tiempo. Consumado astrónomo, matemático y geógrafo, mostró
también un gran interés por disciplinas como la astrología, la magia o la
alquimia. Además, formó parte durante algún tiempo de la Corte de Isabel I de
Inglaterra, convirtiéndose en su astrólogo personal. A partir de cierto momento
de su vida -especialmente tras conocer a un oscuro personaje, Edward Kelly-,
Dee se mostró especialmente interesado en hallar una forma de contactar con los
ángeles. Los escritos de Dee dan a entender que estaba convencido de haber
logrado dicho contacto, dejando constancia del llamado 'lenguaje
enoquiano" -de los ángeles-, que decía le había sido revelado.
Aunque pueda parecer sorprendente, el Museo
Británico conserva en su colección varias piezas que pertenecieron al mago
renacentista, y que habría utilizado para contactar con ese mundo espiritual.
En total son seis piezas "mágicas", en su mayoría rescatadas por el
anticuario británico Sir Robert Cotton (1571-1631), cuya colección fue una de
las que dieron forma al primitivo Museo Británico. El peculiar legado de Dee
está compuesto por tres "sellos" en forma de disco grabados con
extraños símbolos mágicos -dos pequeños y uno más grande-, un espejo de obsidiana
de origen azteca, un disco dorado y una bola de cristal.
Los tres sellos o discos recubiertos de signos
ocultistas habrían sido utilizados por Dee durante sus contactos con ángeles.
En concreto, sobre el más grande habría apoyado la bola de cristal -o una
similar- que se conserva en el citado museo. En el centro de este sello destaca
claramente la figura de un pentagrama "atravesado" por una
circunferencia, y rodeado por otros símbolos geométricos y signos mágicos. En
cuanto al disco de oro, posee un grabado en el que se representa la llamada
"visión de los cuatro castillos", que según algunos escritos, Dee
experimentó mientras se encontraba en Cracovia en 1584. Este es el objeto más
reciente de la curiosa colección, pues fue adquirido por el museo en 1942.
El manuscrito
Ripley
George Ripley (1415-1490), un monje
agustino de Yorkshire (Inglaterra), alcanzó la fama por sus profundos
conocimientos en el oscuro arte de la alquimia. Al parecer, sus ansias de
conocimiento eran tan grandes que decidió abandonar la tranquilidad de su
monasterio para viajar por Europa y alimentar su espíritu y su inquieto
intelecto. Fue así como vivió en Francia, Alemania y finalmente Italia, donde
se estableció en la Ciudad Santa, bajo la protección del pontífice, durante
unos veinte años. Según la tradición, fue allí donde se convirtió en un erudito
de la alquimia, descubriendo y dominando todos los secretos de la Gran Obra.
Más tarde, ya de regreso en su Inglaterra natal, habría iniciado sus escritos
sobre el arte alquímico, con obras como su Compendio de Alquimia o, más
especialmente, el Ripley Scrowle -Rollo o manuscrito Ripley-. Este último
texto, del que existen nada menos que veintiuna versiones repartidas por
distintas bibliotecas y museos de todo el mundo, consiste en un manuscrito de
carácter alquímico en el que se detalla, con habitual iconografía de estas
obras, el proceso de producción de la Piedra Filosofal. Si las dimensiones del
Codex Gigas resultan espectaculares, las del Manuscrito Ripley no le van a la
zaga: la mayoría de las copias conocidas tienen una longitud de unos siete
metros y medio y una anchura aproximada de unos cincuenta centímetros.
Uno de los ejemplares más bellos es
el conservado en la biblioteca de la universidad estadounidense de Vale. Al
igual que sus "hermanas", esta copia fue realizada entre los siglos
XVI y XVII -posiblemente hacia 1570- y, por lo tanto, ninguna surgió de la
pluma de George Ripley, pues éste murió mucho antes.
Aunque el significado exacto del
manuscrito de desconoce, se identifican algunas figuras: destaca la presencia
de un alquimista -quizá Mermes Trismegisto- así como varios símbolos
herméticos.
Horóscopos y astrología
El museo y la
biblioteca de la Hispanic Society, que se encuentra en Broadway, Nueva York,
reciben cada año a miles de interesados en la cultura española y
latinoamericana. Sin embargo, pocos visitantes imaginan que en una de sus salas
se expone una pintura repleta de misterio, una obra de un pintor español del
siglo XVII: Luis de Morales, apodado El Divino.
A primera
vista el lienzo, una Sagrada Familia, parece convencional. En primer término
aparece la Virgen María con el niño Jesús dormido entre sus brazos. A su
izquierda se encuentra san José y, a la derecha, una muchacha que sostiene una
cesta con huevos. Hay, además, un rebaño de ganado. La escena completa parece
estar representando, por lo tanto, el nacimiento de Jesús. Sin embargo, un
último elemento, en la esquina superior derecha, sobresale por sus extrañas
características: se trata de una figura cua-drangular repleta de símbolos y
líneas aparentemente incomprensibles, acompañadas por una larga frase en latín.
Esta curiosa figura es, ni más ni menos, que una carta astrológica. ¿Qué hace
plasmada en una pintura religiosa? En 1554, apenas nueve años antes de la fecha
de creación que se adjudica a la pintura, el matemático italiano Gerolamo
Cardano había publicado un comentario sobre el Quadrípartitus de Ptolomeo, y en
él aparece, precisamente, un horóscopo idéntico al representado en la pintura
de Luis de Morales. Dicho horóscopo es, por insólito que parezca, la carta
astral del nacimiento de Cristo.
Desvelada la
procedencia de la poco habitual representación, sobre todo teniendo en cuenta
el carácter sacro de la pintura, queda por resolver la cuestión de cuál fue la
intención del artista a la hora de incluir el horóscopo. El propio Cardano ofrece la
respuesta en su libro pues, al referir la posición exacta de los astros en el
momento del nacimiento de Cristo, hace hincapié en los efectos e influencias
que éstos tuvieron sobre su figura. En otras palabras: tanto en el libro de
Cardano como en la pintura de Morales, la intención era destacar la naturaleza
humana de Cristo, quien es a la vez divino y mortal, y como tal, "está
sometido a los influjos de los seres sublunares".
En una línea
similar a la obra anterior, encontramos otra pintura astrológica, esta vez en
el madrileño Museo Thyssen. Se trata de una creación del pintor Christoph
Amberger, titulada Retrato de Mattháus Schwarz. Este personaje -un adinerado
contable que trabajó para la poderosa familia Fugger-, aparece pintado en un
lujoso interior, apoyado junto a una ventana. Allí, en el alféizar, se observa
una copa de vino, pero destaca una hoja de papel en la que el artista anotó la
fecha y hora de nacimiento del retratado -18.30 horas del 19 de febrero de
1497-, la de la realización de la pintura -16.45 horas del 22 de marzo de
1542-y la edad de Schwarz en el momento de ser pintado: 45 años y 30 días. Se
trata, sin duda, de una tabla astrológica.
El detalle más
importante, sin embargo, aparece representado en el firmamento visible a través
de la ventana. Allí, siguiendo las órdenes de Schwarz, Amberger pintó el
horóscopo de su cliente. Originalmente la pintura iba acompañada de una segunda
tabla a juego -hoy en una colección privada-, en la que el artista representó a
Barbara Mangold Schwarz, esposa del contable, y que también cuenta con su
propio horóscopo.
Rembrandt, el
mago
Las obras de
arte envueltas en el misterio no se limitan a piezas de la Antigüedad clásica o
pinturas de artistas poco conocidos por el gran público, sino que en muchas
ocasiones alcanzan también a las grandes figuras de la historia del arte. Ese
es el caso, por ejemplo, de uno de los grabados del célebre artista holandés
Rembrandt, del que existen copias en importantes museos europeos como el
Rijksmuseum de Ámsterdam o la Biblioteca Nacional de Pan's. El grabado en
cuestión se conoce con el título de Fausto o El Alquimista, aunque en realidad
los historiadores del arte todavía no se han puesto de acuerdo sobre su
auténtico significado. Y no es para menos, pues la escena representada está
cargada de un complejo simbolismo. En primertérmino destaca la figura de una
anciano sabio en su biblioteca, que observa con atención la aparición
sobrenatural de un extraño símbolo con caracteres indescifrables, junto al que
aparece una mano que señala una elipse -quizá un espejo-.
Algunos
estudiosos han sugerido que el grabado podn'a representar a Faustus Socimus,
fundador de una secta de la época conocida como "Los sicilianos".
Otros, por el contrario, se decantan por la hipótesis de que el anciano es un
cabalista judío que realiza una ceremonia secreta. Los más atrevidos,
finalmente, llegan a proponer que el viejo que preside la escena no es otro que
el propio Rembrandt, representado como mago y cabalista.
Como vemos,
son numerosos los misterios que todavía quedan por desvelar, ocultos entre los
trazos de un lienzo o entre los pliegos de una escultura.