En el mundo de los supuestos "misterios" egipcios, hay historias que no hacen sino repetirse, Poco importa que su andamiaje de sinsentidos haya quedado desmontado. Una de estas leyendas urbanas es la de la "momia" delTitanic, investigada a fondo recientemente por Roger Luckhurst en un libro titulado The mummy's course.
José Miguel Parra
La historia es tan falsa que el objeto en cuestión ¡ni siquiera es una momia! En realidad se trata de tabla de momia. Este tipo de objetos, un largo tablón de madera que presenta en relieve el rostro, la peluca y las manos cruzadas sobre el pecho del difunto, se colocaban a modo de protección sobre la momia antes de cerrar el ataúd. La tabla que nos interesa está fechada en la XXI dinastía (950 a. C.) y conserva unos colores brillantes; si bien el tiempo transcurrido y el barniz empleado han terminado por darle el tono anaranjado propio de los ataúdes del Tercer Período Intermedio. La tabla fue donada al Museo Británico en 1889 por Arthur E. Wheeler. La tabla puede encontrarse en la web del museo buscándola por su número de registro (E22542) o escribiendo unlucky mummy -la momia que trae mala suerte-.
Pero ¿cómo empezó todo? Pues con la historia de un grupo de turistas que visita Egipto y decide traerse un bonito recuerdo en forma de momia o similar. En este caso, el viaje se remonta a la década de 1860, cuando Thomas Douglas Murray realizaba viajes anuales a Egipto. La fecha de la adquisición se desconoce, sin embargo, en un artículo en la revista de viajes Land and Water en 1869, el propio Murray narra un episodio que bien pudo haber sido el de la adquisición del objeto:
"Antes de abandonar la casa del cónsul, se nos informó de que en el edificio había algo a lo que podíamos echarle un vistazo, y en una habitación del piso superior encontramos un ataúd de momia ricamente ornamentado con su momia completa. (...) Al levantar la tapa del ataúd exterior, que era sólida y muy pesada, aparecieron los colores más vividos y el trabajo incluso más cuidado de la segunda caja, dentro de la cual estaba el cuerpo, todavía intacto (...) Las manos y el rostro de este ataúd interno estaban delicadamente talladas y pintadas de brillante rojo con la imagen de una bella egipcia".
Pocas líneas después, Murray recuerda que hay leyes que impiden sacar objetos arqueológicos del país, dejando ver a sus lectores que se limitaron a deleitarse con los objetos. Me da la impresión de que posiblemente se trate de una libertad creativa para no reconocer que los sacaron de contrabando sin problemas; porque, pese al buen trabajo del joven Servicio de Antigüedades Egipcias, la exportación fraudulenta de antigüedades era algo común por esas fechas. En cualquier caso, lo cierto es que en uno de sus viajes Murray y su grupo entraron en posesión de varios objetos faraónicos y que uno de ellos era una tabla de momia a la que no tardó en colgársele el sambenito de "maldita".
El único relato que tenemos sobre la maldición de boca de uno de sus protagonistas, lo hallamos en las actas de una asociación a la que pertenecía Murray, el Ghost Club. Creado en 1882, reunía a sus miembros una vez al mes para una cena, al final de la que los comensales debían relatar una historia de "fantasmas". Los miembros tenían obligación de guardar el secreto y de narrar una historia una vez al año; siempre experiencias propias o de fuentes contrastadas.
Fue en 1900 cuando Murray narró a sus compañeros de cena la trágica historia. Según contó y quedó reflejado en las actas, tras adquirir los objetos, los cuatro amigos los echaron a suertes y la tabla de momia le tocó a Wheeler. Y, claro, a partir de ese momento su vida se fue al traste, perdió su dinero apostando en carreras de caballos, emigrando a Estados Unidos, donde sus inversiones en algodón también le fueron mal. Una mala fortuna que parece haber contagiado a su familia, hasta el punto de que tuvieron que vender sus tierras. Sin embargo, hasta aquí no hay nada "maldito" o misterioso, solo la historia de un ludópata. Quizá por eso, adornó su relato con añadidos de su cosecha, como la peculiar historia de la fotografía.
Según su relato, tras haber ingresado en los fondos del Museo Británico, con vistas a descifrar el nombre visible en un cartucho, se tomó una fotografía de la tabla que, al ser revelada, mostró una forma humana invisible a simple vista. No solo eso, sino que al ser enviada al experto que la iba a descifrar, la devolvió al cabo de quince días tras lo cual se suicidó.Y, por si no fueran suficientes desgracias, el mensajero que llevó la foto falleció de unas fiebres a las pocas semanas y el fotógrafo al cabo de dos años. Si consideramos que en la tabla solo hay dibujos, sin texto, podemos comprender la fiabilidad del relato.
Por otro lado, resulta interesante que el propio Murray se considerara ajeno a la maldición. Según él, solo habría afectado al pobre Wheeler. No le falta razón, Murray tuvo una vida feliz en la alta sociedad y murió a los setenta años. Sin embargo, en su autobiografía, el hermano mayor de Murray narra un suceso que podría contarse entre los éxitos de la maldición de la momia. Según él, tras hacerse con la tabla, Murray estaba cazando cuando la escopeta se le escurrió, disparándose sola y dándole justo bajo el hombro. A duras penas consiguió que su acompañante le hiciera un torniquete, lo que le permitió ser llevado a El Cairo, donde le amputaron el brazo. Extraño que un acontecimiento como este no se haya sumado a la maldición. Sobre todo porque fue a raíz del accidente cuando Murray decidió deshacerse de la tabla y traspasarla a otro de sus compañeros de viaje. Según el hermano de Murray, este moriría de un disparo al poco de aceptar el regalo. Entonces la tabla de momia pasó a manos de un tercer amigo, que moriría arruinado, siendo su viuda la que donaría la tabla al Museo Británico.
Por lo que respecta a la llegada de la tabla al museo, el único relato que se conserva sobre su recepción se lo debemos a Henry Rider Haggar. En su autobiografía, el autor de Las minas del rey Salomón narra esta historia. Un día Wallis Budge aceptó recibir a un caballero quien le ofreció la tabla, cosa que aceptó. Justo en ese momento, su visitante estalló diciendo:
"¡Gracias a Dios que se hace cargo! En su interior hay un espíritu que aparece en sus ojos. Me la trajo a casa un amigo que estuvo viajando con Douglas Murray, y perdió su dinero cuando un banco de China quebró, y su hija murió. Me llevé la tabla a mi casa. Sus ojos asustaron a mi hija que se puso mala. La cambié de habitación, y derribó un armario con porcelanas (...)".
Tras ello salió de la habitación y Budge no volvió a verlo. En sus memorias, el conservador del Museo Británico dice sobre la tabla que llegó al museo con la reputación de llevar "calamidades, enfermedades y desastres" a quien tuviera que ver con ella.
Hasta 1904, aparte de Wallis Budge y los interesados, nadie conocía la historia de la maldición. Fue ese año cuando el conservador del museo le comentó la anécdota al intrépido periodista Bertram Fletcher Robinson, quien envió una nota al egiptólogo solicitando ver la tabla de momia. El resultado de sus pesquisas en el Museo Británico fue un artículo publicado en el Daily Express con el título de Una sacerdotisa de la muerte. La extraña historia de un ataúd egipcio. Fue un artículo de éxito, que llegó a Estados Unidos. La trayectoria de Robinson quedó truncada en 1907 por el tifus. Tiempo después, un periodista, recordando el éxito del artículo sobre la unlucky mummy y la muerte a destiempo de su redactor, no tuvo escrúpulos en mezclar ambos y publicar la historia bajo seudónimo en el Pearsorís Magazine. Poco le importó que se conociera la causa de la muerte de Robinson o que esta se hubiera producido ¡tres años después! de publicado el artículo. El caso es que este artículo de 1909 despertó en William Stead el interés por escribir la historia, que había conocido por el propio Murray, quien lo había invitado al
Ghost Club, pues ambos eran participantes en los círculos espiritistas en boga entonces. Stead encargó la distribución a una agencia y este alcanzó difusión mundial. Las cartas conservadas en los archivos del Museo Británico lo demuestran.
Lógicamente, al ver la dimensión que alcanzó la leyenda urbana tras la publicación del artículo de Stead, Wallis Budge escribió una refutación de toda la historia. En la que dejaba claros los siguientes puntos: -La tabla de momia fue traída al museo por Wheeler y Wallis Budge se encargó de redactar su cartela. -El único responsable de la historia de las desgracias de Wheeler y su familia es Murray.
-La imagen visible en la fotografía es una falsificación.
-El único miembro del museo relacionado con las antigüedades que había fallecido tras la llegada de la tabla tenía setenta y dos años.
-El empleado que transportó la caja no había sufrido ningún accidente.
-La tabla fue fotografiada por Mansell y, dado que Wallis Budge estuvo presente, confirma que la cámara no estalló.
-Resulta imposible saber nada de la difunta, porque en la tabla no hay jeroglífico. -En modo alguno se tenía pensado retirar la tabla de momia de la exposición permanente.
La inexistente "maldición" de Tutankamón
No cabe duda de que si hay alguna momia egipcia maldita, esta es la de Tutankamón. El problema es que, en cuanto se empieza a estudiar su supuesto rastro de muertes sobrenaturales todo se queda en una leyenda urbana. Pero, ¿cómo ha demostrado la ciencia que se trata de una impostura? Muy sencillo, igual que cuando se produce una serie de muertes repentinas y se intenta averiguar si se trata de una epidemia, como por ejemplo un brote de legionela en un aparato de aire acondicionado de un hospital. En nuestro caso se parte de que las muertes de algunos egiptólogos se deben a la maldición y se intenta averiguar si el origen de su fallecimiento es el contacto con Tutankamón y su tumba.
M. R. Nelson, el epidemiólogo que ha realizado el estudio, consideró como su grupo clínico a los 44 occidentales que aparecen en los escritos de Cárter y estuvieron involucrados en el descubrimiento, la apertura y el desvendado de la momia. De ellos, 25 son consideramos por algunos víctimas de la venganza de Tutankamón. Por desgracia, nada hay más falso. Los datos demuestran que la "maldición" no puede considerarse un factor de riesgo para la vida de los egiptólogos. Primero, porque las personas expuestas a la "maldición" murieron con una edad media de 70 años, casi la misma de las de causas naturales, cuya edad media era de 73 años. Y, en segundo lugar, porque la muerte de los "malditos" se produjo como media 20,8 años después de haber quedado expuestos a la maldición y la de quienes murieron de causas naturales como media 28,9 años después. Estadísticamente, las diferencias son irrelevantes y demuestran que la maldición no existe: si todos se mueren con semejante edad y transcurridos el mismo número de años desde que trabajaron con Tutankamón y su tumba, resulta imposible diferenciar entre muertes causadas por la "maldición" y muertes naturales. ¡Todas son naturales! El mejor ejemplo de todo ello es que Howard Cárter se murió en 1939 con 65 años mientras que lady Evelyn, la hija de lord Carnarvon, se murió en 1980 con 79 años. Y nadie hubo más involucrado que ellos en los aspectos de la excavación de la tumba.
Quizá estas afirmaciones ayudaran a tranquilizar el ambiente; por poco tiempo; en 1912 se produjo la tragedia del Titanio, entre cuyos pasajeros estaba... ¡Steade! Y se produjo un rebrote. Steade mereció obituarios y comentarios sobre sus últimas horas, que terminaron por mezclarse con la historia de la tabla "maldita". Según este nuevo giro, el Museo Británico había decidido deshacerse de la pieza "maldita" y venderla o a un museo o a un ricachón norteamericano. Las historias no se ponen de acuerdo. Lo cierto es que el espíritu de la tabla -todos la consideran una sacerdotisa de Amón- causó el naufragio. Como debido a su valor se guardó en el puente de mando, la tabla acabó flotando y siendo rescatada. Así es como llegó a Estados Unidos, donde pasó un par de años antes de retornar a Inglaterra en el Empress of Ireland en 1914. Este barco también naufragó, llevándose consigo más de un millar de almas. El embalaje de la tabla de momia era de tal calidad que esta de nuevo pudo flotar y ser rescatada-Es ahora donde se demuestra lo fácil que resulta sumar episodios a una leyenda, porque esta vez lo hizo alguien con nombres y apellidos y la intención de demostrar lo risible de la historia. La autora es Margaret Murray -egitóloga, alumna de W. M. E Petrie, y sin relación alguna con el Murray de nuestro relato- que en su autobiografía de 1949 comenta que, tras ser rescatada de la aguas del río St Lawrence: "(...) la caja de momia fue vendida en subasta y comprada por un alemán, que se la obsequió al kaiser, causando así la Primera Guerra Mundial". Un añadido a la leyenda, esta vez, con punto de origen. Sobre todo cuando ella sabía a la perfección que la tabla de momia nunca había salido del museo. La primera vez que fue prestada para una exposición temporal fue en 1990, cuando viajó a Australia.
El siguiente artículo en cimentar la leyenda se debe a Ada Goodrich-Freer, quien afirma haber utilizado con su permiso documentación privada de Murray. Su artículo se publicó en Occult Review en 1913, cuando Murray llevaba enterrado dos años. El curriculum de Goodrich-Freer no permite tomar en serio su "investigación"; pues se consideraba una "sensitiva" cuya percepción procedía de sus antepasados escoceses. En el escrito inventa varias historias. Cuando le conviene, Goodrich-Freer juegp con la cronología para ajustaría a sus necesidades. Como hace al afirmar que la muerte de Robinson se produjo antes de que pasara un año de su visita a la "momia", cuando tuvo Iug9r pasados tres años.
A partir de aquí, no fueron pocos los que incorporaron sus "experiencias" a la leyenda. Horace Leaf añadió la historia de un amigo suyo que se negó a acercarse a la vitrina donde estaba expuesta del miedo que le daba y que murió al poco. O el qui-romántico Louis Harmon, quien no solo presumía de haber advertido a Murray y luego a lord Carnarvon de que no viajaran a Egipto, sino que añadió otras historias de fantasmas surgidas de su imaginación.
Por si no bastara con esto, la muerte del enfermizo Lord Carnarvon en Egipto en 1922 por una septicemia, relanzó la historia. La "maldición" de Tutankamón se convirtió en 1922 en tema mundial de conversación y las historias no hicieron más que apoyarse mutuamente. En especial cuando alguien como Conan Doyle afirmaba en el Daily Express, el día después de la muerte del aristócrata, que esta se había producido a causa de: "fuerzas elementales-ni almas, ni espíritus-creadas por los sacerdotes de Tutankamón para proteger la tumba". Afirmando sobre el fallecimiento de Robinson que:
"La muerte de Mr. Fletcher Robinson fue causada por'fuerzas elementales' egipcias que guardaban una momia femenina, porque Robinson había comenzado una investigación sobre las historias de la malevolencia de la momia (...). Advertí a Mr. Robinson de que no se ocupara de la momia. Él persistió en ello, y se produjo su muerte. Escribió varios artículos para el Daily Express (...). Le dije que estaba tentando su suerte, pero se encontraba fascinado y no desistió de su propósito. Fue golpeado por la enfermedad. La causa de la muerte fue una fiebre tifoidea, pero ese es el modo en que las 'fuerzas elementales' de la momia pueden actuar".
El hecho de que Robinson y Doyle fueran tan amigos que el primero ayudara al segundo a crear la historia del perro de los Baskerville, ayudó a dar fuerza a las afirmaciones de Doyle. Conviene resaltar que ni siquiera el creador de Sherlock Holmes pudo negar que la muerte de Robinson se produjo por el tifus; lo más que pudo hacer fue achacar el contagio a la maldición. Y es que, como hemos ido viendo, a eso queda reducida la supuesta "maldición" de la "momia", a meros sucesos naturales envueltos en un aura de misterio: un accidente de caza que le costó el brazo a un turista que había comprado una tabla de momia egipcia, la ruina económica de uno de sus compañeros -un ludópata con mala visión para los negocios-y una muerte por causas naturales. El resto lo hicieron un grupo de "psíquicos" y "espiritistas" con ganas de labrarse fama de tales; pero también la credulidad de la gente en una época propicia. Y es que los rumores tienen vida propia y resisten a morir por más pruebas que existan de su falsedad...
El nuevo Titanic
El año pasado se cumplía el 100 aniversario, y cuando parecía que lo ecos de esta tragedia ya se perdían en el horizonte, este barco vuelve a la actualidad porque al empresario australiano Clive Palmer se le ha ocurrido una feliz idea, que de una forma u otra contraviene una regla no escrita de los hombres de mar: poner el nombre de un barco hundido a otro por construir. Y es que ha presentado con gran pompa y boato los planos del Titanio II, lo que vendría a ser una versión actual del transatlántico hundido por el iceberg. Eso sí, el hombre, haciendo alarde de una coherencia infinita, ha asegurado que él, al contrario de lo que se dijo en su momento del primer y hasta ahora único Titanic, no puede garantizar que su embarcación será insumergible.
El anuncio se llevó a cabo a lo largo de una rueda de prensa celebrada en Nueva York el pasado febrero, y sorprende observar que se trata de una recreación casi exacta del viejo Titanio. Este hombre es un magnate de la industria minera, que pese a todo demuestra ser tremendamente clasista ya que ha asegurado que, al igual que el original, este descomunal barco contará con camarotes de primera, segunda y tercera clase separados, de tal forma que las diferentes clases no puedan mezclarse. Su eslora será de 270 metros, la altura de 53 repartidos en nueve plantas, y tendrá 840 estancias. La única diferencia con el anterior es para cumplir con la legislación vigente. Y es que tendrá más botes salvavidas, y además contará con un sofisticado sistema de aire acondicionado, para que el pasaje no pase calor. En su cara externa podremos ver las cuatro chimeneas que hicieron del Titanic un icono de su tiempo, pero al contrario que aquellas, estas no funcionarán ya que será desplazado no por carbón sino por potentes motores diesel.
Para tal fin el pasado año creó la empresa que será dueña del Titanio II. Y se llamará... Bluc Star Line. Su finalización está prevista para 2016.
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