¿Y si los dioses y ángeles descritos en la Biblia fuesen las mismas entidades que hoy se presentan como seres extraterrestres? En apariencia parece una teoría descabellada, pera si interpretemos los Textos Sagrados a la luz de los conocimientos tecnológicos y aeronáuticos actuales, la cuestión cambia. Y es que el Antiguo Testamento está plagado de descripciones de objetes voladores, poderosas armas destructoras y enviados de los cielos, cuyas características son clavadas a las que refieren hoy en día aquellos que protagonizan encuentros cercanos con los tripulantes de los OVNIs...
por: MIGUEL PEDRERO - revista AÑO/CERO Nº 12-269
Entonces dijo Elohim: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza'", leemos en un pasaje del Génesis, el primer volumen de los que componen el Antiguo Testamento. Tal operación es descrita en dicho libro sagrado del siguiente modo: «Entonces formó Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente». Si hemos de hacer caso al Génesis, Elohim creó a los seres humanos a semejanza de ellos, pues, aunque no sea un dato muy divulgado, Elohim no quiere decir «Dios», como suele traducirse, sino que es un nombre plural que viene a significar -'fuertes» o "poderosos». De hecho, en la cita del Génesis a la que nos hemos referido anteriormente, queda claro que Elohim son varias entidades, pues utiliza el verbo de la tercera persona del plural «hagamos". Este hecho a traído de cabeza a teólogos y exégetas durante cientos de años, pues no deja de ser contradictorio que el plural Elohim aparezca citado 2.500 veces en el Antiguo Testamento, obra cuyo principal objetivo es mostrar que únicamente existe un sólo Dios. El término más conocido de Yahvé -que podría traducirse por «el que es»- es como se autodenominó Dios ante Moisés, cuando se apareció frente a éste en forma de llama de fuego en medio de una zarza, aunque sospechosamente la planta no se quemaba. ¿Acaso estamos ante la descripción de alguna clase de vehículo que desprendía luz? Luego volveremos sobre este enigmático asunto.
Por otro lado, si somos "a imagen y semejanza" de los Elohim, parece claro que éstos eran seres vivientes, muy alejados del concepto de Dios como algo abstracto, inimaginable y todopoderoso. Ejemplos encontrarnos de sobra en el Génesis. Veamos una muestra: «He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal...». De nuevo un verbo plural: «nosotros». Pero, ¿quiénes eran estos Elohim? Difícil respuesta, aunque como veremos más adelante, los emisarios de los Elohím -y los propios Elohim- solían presentarse en forma humana, ataviados con trajes resplandecientes. Pero no adelantemos acontecimientos. Centrémonos en la primera vez que la divinidad se presenta ante una persona. El afortunado fue Abraham, «padre» del pueblo hebreo. Para nuestra sorpresa, Dios se muestra ante Abraharn en forma de objetos voladores resplandecientes. Si interpretamos el siguiente versículo del Génesis de modo literal, sin apriorismos, es difícil ofrecer otra explicación. Veamos: «Y sucedió que puesto ya el sol, apareció en medio de densas nieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre los animales divididos (sacrificados por Abraham). En aquel día, hizo Yahvé alianza con Abraham diciendo: 'A tu descendencia he dado esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande del Eufrates'». Dios le ordena a Abraham que abandone su tierra y se dirija «a la que yo te buscaré», leemos en el Génesis, que también dice así: «Y yo haré de ti una gran nación y te bendeciré. {...) Porque yo te daré toda esta tierra que estás viendo a ti y a tu descendencia para siempre». El hijo de este profeta, Isaac, engendró a Esaú y Jacob. Este último tuvo doce vastagos, que darían lugar a las doce tribus de Israel.
¿HÍBRIDOS ALIENÍGENAS?
Sin duda, los pasajes más extraños del Génesis son los que narran el cruce entre «los hijos de Dios» y «las hijas de los hombres», lo que dio lugar al nacimiento de seres de gran estatura. En uno de los mismos leernos: «Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre ellas a voluntad...«.Según el libro sagrado, «los gigantes aparecieron en la tierra cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres para tener hijos con ellas. (...) El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre. (...) Dijo: 'Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos. (...) Yo voy a mandar un diluvio que inundará la tierra y destruirá todo'". Lot, primo de Abraham, es uno de los personajes bíblicos que se topó con unos emisarios divinos demasiado parecidos físicamente a nosotros. En el Génesis se cuenta lo siguiente: « Empezaba a anochecer cuando los dos ángeles llegaron a Sodoma. Lot estaba sentado a la entrada de la ciudad, que era el lugar donde se reunía la gente. Cuando los vio, se levantó a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente». Nuestro protagonista invitó a ambos seres celestiales a su casa, donde cenaron como cualquier ser humano. Sin embargo, la paz se vio truncada por la furia de «todos los hombres de la ciudad de Sodoma», que rodearon la casa con la intención de abusar sexualmente de los «bellos» invitados del primo de Abraham. Cuando la turba quiso echar la puerta abajo, los ángeles los dejaron a todos ciegos, y luego recomendaron a Lot y a su familia que abandonasen la ciudad cuanto antes, «porque vamos a destruir este lugar». Cuando los afortunados se hubieron refugiado en la ciudad de Sóar, «Yahvé hizo llover sobre Sodoma y sobre Go-monra azufre y fuego de parte de Yahvé desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades y el fruto de la tierra». Según el relato bíblico, a la mujer de Lot le pudo la curiosidad y, contraviniendo las recomendaciones de los enviados celestes, miró atrás, convirtiéndose de inmediato en estatua de sal. Al día siguiente, Lot se acercó al lugar en el que había contemplado por vez primera a los ángeles, viendo que por todo el valle «subía humo como si fuera un horno».
ARMAS NUCLEARES HACE MILES DE AÑOS
Según ciertos autores que han estudiado el asunto de la destrucción de ambas ciudades, en el emplazamiento en el que se supone que se erigían, se han hallado cristales verdosos -una fusión silícea- bajo tierra, propios de las zonas donde se han desarrollado pruebas con armas nucleares. De hecho, son legión los investigadores que han querido ver en este pasaje bíblico la utilización de armamento atómico hace miles de años por parte de alguna civilización extraterrestre. Por otro lado, ciertos estudios arqueológicos llevados a cabo en la zona, como el dirigido por W. F. Albright y R Harland, muestran que el área quedó despoblada bruscamente en el siglo XXI a. C., no volviendo a ser habitada hasta cientos de años después. Pero, ¿cómo eran estos dioses venidos de los cielos? En Daniel 10:4-6 se describe a uno de estos ángeles que pudo contemplar dicho profeta: «Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud». Que cada cual saque sus propias conclusiones...
YAHVÉ ERA UNA AERONAVE
Pero si existe un libro perteneciente al Antiguo Testamento en el cual la presencia de objetos voladores es constante, ése es el Éxodo, que narra la huida de Egipto del pueblo hebreo y su búsqueda de la Tierra Prometida. El mismísimo Dios (Yahvé) eligió a Moisés para llevar a cabo tal cometido. Éste mantenía permanente contacto con Dios, que avanzaba delante del pueblo elegido, abriendo el camino. Lo verdaderamente sorprendente es que si analizamos lo narrado en el Éxodo con ojos de un habitante del mundo en pleno siglo XXI, no tendremos más remedio que llegar a la conclusión de que Yahvé en realidad era... ¡un objeto volador! El primer encuentro de Moisés con Yahvé ya da que pensar. Según el Éxodo, el profeta se encontraba cuidando su rebaño, cuando ocurrió lo siguiente: «El ángel de Yahvé se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo pues Moisés: Voy para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza'. Cuando vio Yahvé que Moisés se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza, diciendo: 'Moisés, Moisés'. El respondió: 'Aquí me tienes'. Le dijo: 'No te acerques más; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en el que estás es tierra sagrada'. Y añadió: 'Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob'». Luego, Yahvé le encarga la misión de liberar a los hebreos de la esclavitud. Moisés intenta evitar tal cometido, argumentando todo tipo de excusas, pero Dios le asegura que mostrará su poder ante la tribu hebrea y el faraón egipcio, de modo que éste no tendrá más remedio que dejar marchar al pueblo elegido. Pero detengámonos brevemente en el pasaje anterior. Moisés se sorprende porque observa un fuego entre una zarza y ésta no se consume. Obviamente, el profeta nada podía saber sobre la luz artificial, porque parece que de eso se trataba. O al menos así podemos interpretarla, analizada la escena a varios milenios vista. Una vez que Moisés consigue sacar a su gente de Egipto, comienza un largo y penoso peregrinaje a través del desierto en pos de la Tierra Prometida, siempre bajo la protección de Yahvé, que es descrito en el Éxodo de un modo más que sorprendente: «E iba Yahvé al frente de ellos, de día en una columna de nube para guiarles en el camino y durante la noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que pudiesen marchar de día y de noche. La columna de nube no se retiraba del pueblo durante el día ni la columna de fuego de noche». ¿Acaso no es lícito concluir que Yahvé era una aeronave que se mantenía a cierta altura, guiando al pueblo elegido tanto de día como de noche, pues emitía luz para que los caminantes pudiesen ver por dónde pisaban?
EL TRANSMISOR DEL ARCA DE LA ALIANZA
Ahora bien, todavía más explícito al respecto es el Libro de los Números, la cuarta obra contenida en el Antiguo Testamento. En la misma se narra la presencia de Yahvé sobre el Tabernáculo o Tienda del Testimonio cada tarde, «tomando aspecto de fuego hasta la mañana». El Tabernáculo era el santuario móvil construido por los hebreos, siguiendo las precisas instrucciones ofrecidas por Yahvé a Moisés. Dicho espacio sagrado, de forma rectangular, tenía treinta codos de largo (unos 13 metros) y 10 de ancho y de altura (unos 4 metros), y estaba dividido en dos salas. La primera, de veinte codos de largo, era conocida por el nombre de Lugar Santo. Allí se guardaban el candelabro de oro de siete brazos (Menorá), la mesa de los panes de la proposición u ofrenda y el altar en que quemaban los perfumes o inciensos. En la otra estancia, el Sánela Sanctorurn o Lugar Santísimo, se encontraba el Arca de la Alianza, que contenía las reliquias del Éxodo: las Tablas de la Ley y la vara de Aarón. El Arca también constituía una especie de transmisor, mediante el cual Moisés se comunicaba con Yahvé, "que le hablaba desde encima del propiciatorio, puesto sobre el Arca del Testimonio, entre los querubines» (Números, 7:89). Tiempo habrá de volver sobre este «mágico» artilugio, pero regresemos a la presencia de Yahvé sobre la Tienda del Testimonio.
ATERRIZAJE OVNI EN EL SINAÍ
En el Libro de los Números, capítulo IX y versículo 15, leemos: «El día en que se erigió el Tabernáculo, la Nube cubrió el Tabernáculo, la Tienda del Testimonio. Por la tarde se quedaba sobre elTabernáculo, tomando aspecto de fuego hasta la mañana. Así sucedía permanentemente: la Nube lo cubría y por la noche tenía aspecto de fuego. Cuando se levantaba la Nube de encima de la tienda, los hijos de Israel levantaban el campamento, y en el lugar en el que se paraba la Nube, acampaban los hijos de Israel. A la orden de Yahvé partían los hijos de Israel y a la orden de Yahvé acampaban. Quedaban acampados todos los días que la Nube estaba posada sobre el Tabernáculo. Si se detenía muchos días la Nube sobre el Tabernáculo, los hijos de Israel cumplían el ritual de culto a Yahvé y no partían...». En el Éxodo-capítulo 19, versículo 9 y siguientes- se narra lo que a todas luces semeja el descenso de una aeronave sobre el monte Si-naf: «Dijo Yahvé a Moisés: 'Mira, voy a presentarme a ti en densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo y asi te dé crédito para siempre. (...) Ve a donde el pueblo y haz que se purifiquen hoy y mañana; que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque el día tercero descenderá Yahvé a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Deslinda el contorno de la montaña y diles: Guardaos de subir al monte y aún de tacar sus laderas, porque todo aquel que toque el monte morirá; pero nadie tocará al culpable, sino que éste será lapidado o asaeteado; sea hombre o bestia no quedará con vida. Cuando resuene el cuerno, entonces subirán ellos al monte'. (...) Al tercer día al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. (...) Todo el monte Sinaí humeaba porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego; subía humo como de un horno y todo el monte temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés le hablaba y Yahvé le respondía con el trueno. Yahvé bajó al Sinaí, a la cumbre del Monte; llamó Yahvé a Moisés a la cumbre de la montaña y Moisés subió; dijo Yahvé a Moisés: 'Baja y conjura al pueblo, que no traspase los lindes para ver a Yahvé, porque morirán muchos de ellos.. .». Como dice el refrán: «A buen entendedor, pocas palabras bastan». La escena del descenso de Yahvé en forma de fuego, al tiempo que ascendía humo del Sinaí, recuerda demasiado al aterrizaje de un objeto volador, cuya fuerza de propulsión o toberas provocarían una nube de polvareda. En cuanto al «sonar de trompeta» que iba aumentando de potencia a medida que Yahvé se posaba sobre la montana, ¿de qué forma sino podrían describir los hombres de hace miles de años el ruido de motores? Mención aparte merece la prohibición por parte de Yahvé para que nadie-excepto Moisés, el elegido, y su ayudante Josué- ascendiera o se acercase al Sinaí, pues perdería la vida. ¿Acaso la nave emitía alguna clase de radiación mortal de necesidad? Esta hipótesis se ve reforzada por la advertencia de que ninguna persona o animal debía acercarse al desdichado que se «contaminara» por aproximarse demasiado al Sinaí, pues también moriría. Dice Yahvé: «Pero nadie tocará al culpable, sino que éste será lapidado o asaeteado (matado mediante el lanzamiento de saetas, un arma arrojadiza compuesta de un asta delgada con una punta afilada en uno de sus extremos)». En otras palabras: que no se debía tocar al «contagiado» bajo ningún concepto, tal y como ocurre con aquellos individuos expuestos a altos niveles de radiación, que deben permanecer aislados para no contaminar a las personas de su alrededor.
DENTRO DE UN NO IDENTIFICADO
Finalmente, Moisés y su fiel ayudante Josué ascendieron al monte, y el primero acabó penetrando dentro de la aeronave posada sobre la cima. El siguiente pasaje, perteneciente al capítulo 24 del Éxodo, no puede ser más descriptivo: «La Nube cubrió el monte. La Gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí y ia Nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día, llamó Yahvé a Moisés de en medio de la Nube. La Gloria de Yahvé aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró dentro de la Nube y subió al monte. Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches». ¿Qué le ocurrió a Moisés dentro de la Nube-Gloria de Yahvé durante esos cuarenta días? El Éxodo no es muy explícito, pero sí deja claro que Moisés y Josué recibieron las Tablas de la Ley, «escritas por el dedo de Dios»; que Yahvé les mostró unos planos de cómo debían erigir la Tienda del Testimonio o Tabernáculo, donde debía guardarse, entre otras reliquias, el Arca de la Alianza; y que también fueron depositarios de todo un conjunto de normas y leyes de obligatorio cumplimiento para el pueblo elegido. Es más, el Éxodo dedica nada menos que quince capítulos a los acontecimientos en torno a la edificación del Tabernáculo y el Arca de la Alianza, ofreciendo detalles tan concretos como la ornamentación de la Tienda, las vestimentas de los sacerdotes, etc. Cuando después de cuarenta días en el interior de la aeronave, Moisés bajó del Sinaí con las Tablas de la Ley en sus manos, su cara se había vuelto radiante «por haber hablado con Yahvé. (...) Los hijos de Israel veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba...». (Éxodo 34:29).
¿UN REACTOR ATÓMICO?
La historia de la ufología está plagada de casos en los que los testigos que se aproximan demasiado a un OVNI, acaban sufriendo quemaduras en su piel. ¿Acaso el líder del pueblo elegido, a pesar de la protección que obligatoriamente recibió para evitar las radiaciones, sufrió alguna clase de quemaduras, aunque no demasiado graves? Yahvé ofrece indicaciones más que precisas para la construcción de la reliquia más misteriosa de toda la cristiandad -cuyo paradero actual se desconoce-, incluidos sus materiales:
«Harás un Arca de madera de acacia que tenga de longitud dos codos y medio, codo y medio de anchura y codo y medio de altura. La revestirás de oro por dentro y por fuera, y encima labrarás una cornisa de oro alrededor. La pondréis cuatro anillos, uno en cada ángulo del Arca. (...) Harás también un propiciatorio de oro puro de dos codos y medio de largo y uno y medio de alto. (...) Tendrán los querubines sus dos alas extendidas hacia arriba, cubriendo con ellas el propiciatorio, estando sus rostros uno frente al otro...» (Éxodo, 25:10). El Antiguo Testamento describe al Arca como el único objeto sagrado dotado de energías sobrenaturales. De hecho, el capítulo 25 del Éxodo contiene no sólo las instrucciones concretas para construir el enigmático receptáculo, sino también para manipularlo. Nadab y Abiú, hijos del sumo sacerdote Aarón, penetraron en el Sancta Sanctorum del Tabernáculo, donde se guardaba el Arca, portando incensarios de metal, algo expresamente prohibido por Yahvé. De inmediato, partió de la reliquia una llamarada que «los devoró, dejándolos muertos».Tras este luctuoso episodio, Yahvé advierte a Moisés: «Di a tu hermano Aarón que no entre nunca en el santuario a la parte inferior del velo, delante del propiciatorio que está sobre el Arca, no sea que muera, pues yo me muestro en la nube del propiciatorio (Levítico, 16:1-2). El Arca desprendía luz en forma de chispazos, hasta el punto de que podía causar ceguera por la «ardiente energía celestial» que emitía. Aquellos que se aproximaban demasiado, la tocaban o la abrían, terminaban falleciendo a causa de una especie de «lepra» (¿por efecto de radiaciones?). Sólo podían permanecer junto a la reliquia los sacerdotes, siempre protegidos por unos ropajes especiales, cuya composición había sido indicada por el mismísimo Yahvé. Estas vestimentas eran una especie de protectores aislantes, pues estaban constituidas por determinados metales.
De hecho, ciertos autores creen que dicho artilugio era una especie de reactor atómico, cuyos escapes en forma de vapor, en realidad eran gases que podían provocar la muerte. Recordemos el pasaje en el que Yahvé advierte de la peligrosidad de acercarse al propiciatorio, pues allí se muestra en forma de nube. Precisamente desde la cima de este propiciatorio hablaba Dios a Moisés, según leemos en Números, 7:89, de modo que mucho se ha especulado respecto a que el Arca contendría, entre otros aparatos, un radiotransmisor. Por tanto, los dos querubines del Arca serían unos sofisticados micrófonos.
ENCUENTRO EN LA TERCERA FASE
Son varios los profetas que no sólo fueron testigos del paso de objetos volantes -descritos habitualmente en el Antiguo Testamento como carros de fuego que se desplazan por los aires-, sino que acabaron siendo «abducidos» por los mismos, penetrando en el interior de estas misteriosas aeronaves. Uno de los casos que más ha dado que hablar es el protagonizado por Ezequiel. En el Libro de Ezequiel leemos una detallada descripción del aparato volador que se presentó ante el profeta: «Y sucedió que en año treinta, en el mes cuarto, a cinco del mes, estando yo en medio de los cautivos, junto al río Kebar, se abrieron los cielos y contemplé visiones de parte de Dios. (...) Miré, y he aquí que venía del septentrión un viento impetuoso, una nube densa, y en torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición». ¿No parece evidente que está describiendo el cuerpo central de un objeto metálico que emite luz? Y continúa el Libro de Ezequiel: «En el centro de la nube había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían semejanza de hombre, pero cada uno tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas. Sus pies eran rectos. (...) Por debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre; todos los cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas...». No hace falta darle demasiadas vueltas para concluir que Ezequiel se está refiriendo a las cuatro patas idénticas de un tren de aterrizaje, que se mueven al unísono, pues forman parte de la nave: «Cuando avanzaban, marchaban hacia los cuatro lados, y no se volvían al caminar». Entonces truenan los motores de la nave, que el profeta explica del siguiente modo: «Oía el ruido de las alas como ruido de río caudaloso, como voz del Omnipotente, cuando marchaban, como estruendo de campamento; cuando se detenían, plegaban las alas». No hay lugar para la imaginación: la aeronave plegaba las alas cuando se detenía. Así de claro y rotundo. «Y una voz hendió el firmamento que estaba sobre sus cabezas -continuamos leyendo en el Libro de Ezequiel-. (...) En el firmamento que estaba sobre sus cabezas había una piedra de apariencia de zafiro a modo de trono, y sobre la semejanza del trono, en lo alto, una figura semejante a un hombre que se erguía sobre él. Y de lo que él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía. Ésta era la apariencia de la imagen de la gloría de Yahvé. A tal vista caí rostro a tierra, pero oí la voz de uno que me hablaba».
CONSTRUYEN EL OVNI DE EZEQUIEL
Parece evidente que Ezequiel describe la escotilla superior de la aeronave, donde asoma la figura del piloto o un pasajero, ataviado con una especie de traje refulgente, curiosamente tal como suelen ser descritos los tripulantes de los OVNIs por miles y miles de testigos que se han topado con ellos.
Joseph F. Blumrich, antiguo ingeniero jefe de la Oficina Técnica de Proyectos de la NASA, quedó tan impactado tras leer el Libro de Ezequiel, que se impuso el reto de construir un diseño de la aeronave avistada por el profeta, basándose en las descripciones ofrecidas en dicha obra sagrada. Blumrich tuvo un papel destacado en la construcción del cohete espacial Saturno V y en la creación de numerosos artilugios empleados en diferentes naves de la agencia espacial estadounidense. De hecho, en 1972 fue condecorado por la NASA, en agradecimiento a los servicios prestados. Su obra, Las naves del espacio de Ezequiel, se convirtió en un éxito de ventas, pues en la misma muestra las características y forma del objeto volador observado por el profeta bíblico. Otro texto que no necesita de interpretaciones es el ascenso del profeta Elias a una aeronave. En el Antiguo Testamento (2 Reyes, 2:11) leemos: «Y aconteció que, cuando quiso Jehová alzar a Elias en un torbellino al cielo, Elias venía con Elíseo de Gilgal. (...) Y aconteció que iban caminando y conversando cuando, de pronto, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elias subió al cielo en medio de un torbellino». Mucho más sorprendente es lo que semeja el viaje de Enoc -padre de Matusalén y bisabuelo de Noé- al espacio. En el Génesis 5:24 se dice: «Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó».
EL VIAJE ESPACIAL DE UN PROFETA
Sin embargo, es en el Libro de Enoc, que no es aceptado como canónico -inspirado por Dios-por la Iglesia Católica, pero que nada tiene que envidiar a otros sí admitidos, donde se ofrece una descripción bastante precisa de la referida «excursión espacial». En el mismo se puede leer: «Condujéronme a los cielos. Entré, hasta detenerme, frente a un muro, que parecía hecho de sillares de cristal y estaba rodeado por lenguas de fuego -¿la nave espacial?- (...) Atravesé las lenguas de fuego y me vi ante un gran palacio hecho de cristal labrado. (...) Un océano de fuego rodeaba las paredes y las puertas también ardían de resplandor. El suelo era de fuego (...) y el techo de vivas llamaradas -¿está describiendo la luz que desprendían paredes, techos y suelos de la nave espacial? -. Allí divisé un trono muy alto. Parecía como constelado de rocío y relucía todo alrededor como el sol del mediodía. (...) En el trono estaba sentada la gran Majestad; sus ropas relucían más que el Sol y eran más blancas que la nieve pura -¿se está refiriendo a uno de los tripulantes del artilugio volador, sentado en su cabina de mando?-». Luego, la nave asciende y Enoc observa lo que sigue: «Vi el nacimiento de todas las aguas de la Tierra y el nacimiento de los abismos. (...) Vi los vientos que arrastran las nubes sobre la Tierra. (...) Vi un lugar donde no existía la fortaleza del firmamento, ni la tierra firme abajo, ni el océano; era un lugar desierto y temeroso -¿no es ésta una gráfica descripción del espacio?-. Allí vi siete estrellas como siete montañas terribles -¿los planetas?-. Cuando pregunté qué era aquel lugar, el ángel me dijo: 'Éste es el confín donde terminan el cielo y la tierra'. Y pasé adelante hasta llegar a un lugar donde no había nada. Y había en él un fuego que llameaba, inextinguible -¿el Sol?-, y aparecía cortado por abismos sin fondo, en donde se precipitaban grandes columnas de llamas».
Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel, le dijo: '¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo'». (Lucas 1:26-28). El ángel informa a María de que concebirá al «elegido» por obra del Espíritu Santo, hecho que turba a su esposo, quien se plantea la posibilidad de repudiar a su prometida en secreto, para no ponerla en evidencia delante de sus vecinos. Pero Dios le hace conocer sus designios mediante un sueño: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mateo 1:20-21).
LA AERONAVE DE CRISTO
Mucho se ha escrito sobre la milagrosa concepción de Jesús, sobre todo a partir de los años 70 del pasado siglo, cuando un buen puñado de autores, como J. J. Benítez, Salvador Freixedo o el desaparecido Andreas Faber-Kaiser-todos ellos estudiosos del fenómeno OVNI-, plantearon la «fantástica» posibilidad de que los genes del Mesías fueran implantados en el seno de María mediante un proceso de inseminación artificial. De hecho, según informan ciertos Evangelios apócrifos -que la Iglesia Católica considera no inspirados por Dios, en base a razones más relacionadas con la fe que con la razón-, María también había sido concebida de un modo milagroso (ver recuadro). Ahora bien, no caben dudas de que las «nubes» y objetos voladores resplandecientes, tan recurrentes en el Antiguo Testamento, también hicieron acto de presencia en torno a la vida de Jesús de Nazaret. Es conocido que, cuando nace, una estrella guía a una serie de magos -se cree que eran unos sabios procedentes de Babilonia- hasta el lugar de su venida al mundo. Si interpretamos los Evangelios textualmente, no hay lugar para demasiadas especulaciones.
En el Evangelio de san Mateo leemos: «En tiempos del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: '¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle'. (...) Entonces, Herodes llamó aparte a los magos y, por sus datos, precisó el tiempo de la aparición de la estrella. (...) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría».
EL OVNI DE LA TRANSFIGURACIÓN
Muchas hipótesis se han planteado a lo largo de la historia para ofrecer una respuesta al enigma de la «estrella de Belén»: desde un meteorito a una supernova, pasando por una conjunción planetaria. Pero los Evangelios son tozudos: la citada «estrella» guiaba el camino de los magos, «hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño». Otro pasaje del Nuevo Testamento, incluso más enigmático, es el de la Transfiguración de Jesús. El citado J. J. Benítez llega a relacionar dicha escena con un encuentro cercano con OVNIs. En el Evangelio de san Lucas leemos que tomó Jesús a Pedro, Juan y Santiago, y ascendieron a un monte a rezar. Entonces, sucedió lo que sigue: «Mientras oraba (Jesús), el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elias. (...) Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: 'Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias', sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas, cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube que decía: 'Éste es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle'». De nuevo, un ingenio volador que «los cubrió con su sombra» y «emitió» un mensaje. Lo que no queda claro es si escucharon a la «nube» desde tierra o bien accedieron al interior de la misma, aunque parece más acertada la segunda opción, pues Lucas apunta que «al entrar en la nube, se llenaron de temor». Mención aparte merecen la radiante blancura de las vestimentas y el rostro del Mesías -¿quizá a causa de la luz que emitía la aeronave?- y la aparición de los profetas Moisés y Elias. Este último, según el Antiguo Testamento, desapareció de la Tierra cuando fue llevado a los cielos por un «carro de fuego»...
«ASTRONAUTAS» JUNTO AL SEPULCRO
En el Evangelio de san Mateo nos topamos con otro desconcertante pasaje, relacionado con uno de los dogmas más importantes del cristianismo: la Resurrección de Jesús. «Pasado el sábado, al alborear del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto, se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era como un rayo y su vestido blanco como la nieve. (...) El emisario dijo a las mujeres: 'No tengáis miedo vosotras; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado'» (Mateo 28:2-6). San Lucas directamente se refiere a hombres, no a ángeles: «Entraron (las dos Marías), pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban perplejas por esto, cuando se les presentaron
dos hombres con vestiduras resplandecientes» (Lucas 24:1-6). En las anteriores citas, extraídas de dos Evangelios aceptados por la Iglesia, se narra la intervención de «hombres» ataviados con ropajes resplandecientes. Seguro que muchos ufólogos de nuestros días no dudarían en identificar a estos seres con los humanoides que suelen presentarse junto a los OVNIs, y que han sido contemplados por miles de testigos en todos los rincones del planeta. En el apócrifo Evangelio de Pedro leemos una interesante versión de la Resurrección de Jesús, que «humaniza» todavía más a los dos ángeles que aparecieron junto al sepulcro del Mesías.Todo indica que no eran seres evanescentes, sino tan materiales como cualquiera de nosotros. Veamos lo que nos dice el Evangelio de Pedro: «Empero, en la noche tras la cual se abre el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas. Y vieron los cielos abiertos, y dos hombres resplandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enorme piedra que se había colocado en la puerta, se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieran visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían guardia. Y apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la
tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno...». Extraña resurrección ésta. Más bien semeja que los «enviados» se llevaron a cuestas el cuerpo sin vida de Jesús.
ASCENSIÓN A UN «SOL VOLADOR»
Uno de los hechos más trascendentes del dogma cristiano -junto al de la Resurrección- es el de la Ascensión a los cielos de Jesús, al igual que les había sucedido miles de años atrás a los profetas Elias y Enoc, según narra el Antiguo Testamento. Los Evangelios reconocidos por la Iglesia no son muy explícitos al respecto: «Mientras los bendecía (a los Apóstoles), se separó de ellos, y fue llevado al cielo» (Lucas); o «así pues, el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue llevado al cielo» (Marcos). Son, como de costumbre, los Evangelios apócrifos los que aportan mayor exactitud: «Y mientras hablaban así, Jesús estaba sentado un poco aparte. (...) El Sol, alzándose en su carrera ordinaria, emitió una luz incomparable. (...) Y vino sobre Jesús y lo rodeó completamente. Y estaba algo alejado de sus discípulos y brillaban de un modo sin igual. Y los discípulos no veían a Jesús, porque los cegaba la luz que los envolvía. Y no sólo veían los haces de luz. Y éstos no eran iguales entre sí, y la luz no era igual, y se dirigía en varios sentidos de abajo hacia arriba, y el resplandor de esta luz alcanzaba de la tierra a los cielos. Y los discípulos, viendo aquella luz, sintieron gran turbación y gran espanto. Y ocurrió que un gran resplandor luminoso llegó sobre Jesús y lo envolvió lentamente. Y Jesús se elevó en el espacio, y los discípulos miraron hasta que subió al cielo, y todos quedaron silenciosos». (Evangelio de Valentino 1:14-28). Un «sol» que lanzaba luces hacía Jesús y sus discípulos, «alzándose en su carrera ordinaria» -es decir, deslizándose sobre los cielos-, y que finalmente envolvió con un resplandor al Maestro, «que se elevó al espacio» -hacia el «sol volador»-, y desapareció en lo alto... Da qué pensar. Quizá, como apunta mi admirado J. J. Benítez en su libro El Enviado (Planeta, 1979), «Jesús de Nazaret fue 'ayudado', o 'acompañado' o 'asistido' de alguna manera por todo un 'equipo' de seres que hoy podríamos etiquetar como 'astronautas'. (...) Seres en un avanzadísimo estado evolutivo -tanto espiritual como tecnológico- y que pueden poblar muchos de los miles de millones de galaxias que forman los distintos universos, pudieron 'colaborar' en ese formidable 'plan' de la redención de la humanidad».
Si en el Antiguo Testamento la presencia de objetos voladores es más que evidente, la vida de Jesús de Nazaret, sin duda el personaje más influyente de todos los tiempos, tampoco está exenta de ésta y otras enigmáticas circunstancias. Son legión los autores que en los últimos tiempos, a tenor de las evidencias aportadas por los Evangelios canónicos y apócrifos, defienden que el Mesías era en realidad el «enviado» de una civilización extraterrestre, cuyo cometido era cambiar el destino de una humanidad sumida en la violencia y la maldad...
Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel, le dijo: '¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo'». (Lucas 1:26-28). El ángel informa a María de que concebirá al «elegido» por obra del Espíritu Santo, hecho que turba a su esposo, quien se plantea la posibilidad de repudiar a su prometida en secreto, para no ponerla en evidencia delante de sus vecinos. Pero Dios le hace conocer sus designios mediante un sueño: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mateo 1:20-21).
LA AERONAVE DE CRISTO
Mucho se ha escrito sobre la milagrosa concepción de Jesús, sobre todo a partir de los años 70 del pasado siglo, cuando un buen puñado de autores, como J. J. Benítez, Salvador Freixedo o el desaparecido Andreas Faber-Kaiser-todos ellos estudiosos del fenómeno OVNI-, plantearon la «fantástica» posibilidad de que los genes del Mesías fueran implantados en el seno de María mediante un proceso de inseminación artificial. De hecho, según informan ciertos Evangelios apócrifos -que la Iglesia Católica considera no inspirados por Dios, en base a razones más relacionadas con la fe que con la razón-, María también había sido concebida de un modo milagroso (ver recuadro). Ahora bien, no caben dudas de que las «nubes» y objetos voladores resplandecientes, tan recurrentes en el Antiguo Testamento, también hicieron acto de presencia en torno a la vida de Jesús de Nazaret. Es conocido que, cuando nace, una estrella guía a una serie de magos -se cree que eran unos sabios procedentes de Babilonia- hasta el lugar de su venida al mundo. Si interpretamos los Evangelios textualmente, no hay lugar para demasiadas especulaciones.
En el Evangelio de san Mateo leemos: «En tiempos del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: '¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle'. (...) Entonces, Herodes llamó aparte a los magos y, por sus datos, precisó el tiempo de la aparición de la estrella. (...) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría».
EL OVNI DE LA TRANSFIGURACIÓN
Muchas hipótesis se han planteado a lo largo de la historia para ofrecer una respuesta al enigma de la «estrella de Belén»: desde un meteorito a una supernova, pasando por una conjunción planetaria. Pero los Evangelios son tozudos: la citada «estrella» guiaba el camino de los magos, «hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño». Otro pasaje del Nuevo Testamento, incluso más enigmático, es el de la Transfiguración de Jesús. El citado J. J. Benítez llega a relacionar dicha escena con un encuentro cercano con OVNIs. En el Evangelio de san Lucas leemos que tomó Jesús a Pedro, Juan y Santiago, y ascendieron a un monte a rezar. Entonces, sucedió lo que sigue: «Mientras oraba (Jesús), el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elias. (...) Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: 'Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias', sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas, cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube que decía: 'Éste es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle'». De nuevo, un ingenio volador que «los cubrió con su sombra» y «emitió» un mensaje. Lo que no queda claro es si escucharon a la «nube» desde tierra o bien accedieron al interior de la misma, aunque parece más acertada la segunda opción, pues Lucas apunta que «al entrar en la nube, se llenaron de temor». Mención aparte merecen la radiante blancura de las vestimentas y el rostro del Mesías -¿quizá a causa de la luz que emitía la aeronave?- y la aparición de los profetas Moisés y Elias. Este último, según el Antiguo Testamento, desapareció de la Tierra cuando fue llevado a los cielos por un «carro de fuego»...
«ASTRONAUTAS» JUNTO AL SEPULCRO
En el Evangelio de san Mateo nos topamos con otro desconcertante pasaje, relacionado con uno de los dogmas más importantes del cristianismo: la Resurrección de Jesús. «Pasado el sábado, al alborear del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto, se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era como un rayo y su vestido blanco como la nieve. (...) El emisario dijo a las mujeres: 'No tengáis miedo vosotras; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado'» (Mateo 28:2-6). San Lucas directamente se refiere a hombres, no a ángeles: «Entraron (las dos Marías), pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban perplejas por esto, cuando se les presentaron
dos hombres con vestiduras resplandecientes» (Lucas 24:1-6). En las anteriores citas, extraídas de dos Evangelios aceptados por la Iglesia, se narra la intervención de «hombres» ataviados con ropajes resplandecientes. Seguro que muchos ufólogos de nuestros días no dudarían en identificar a estos seres con los humanoides que suelen presentarse junto a los OVNIs, y que han sido contemplados por miles de testigos en todos los rincones del planeta. En el apócrifo Evangelio de Pedro leemos una interesante versión de la Resurrección de Jesús, que «humaniza» todavía más a los dos ángeles que aparecieron junto al sepulcro del Mesías.Todo indica que no eran seres evanescentes, sino tan materiales como cualquiera de nosotros. Veamos lo que nos dice el Evangelio de Pedro: «Empero, en la noche tras la cual se abre el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas. Y vieron los cielos abiertos, y dos hombres resplandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enorme piedra que se había colocado en la puerta, se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieran visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían guardia. Y apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la
tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno...». Extraña resurrección ésta. Más bien semeja que los «enviados» se llevaron a cuestas el cuerpo sin vida de Jesús.
ASCENSIÓN A UN «SOL VOLADOR»
Uno de los hechos más trascendentes del dogma cristiano -junto al de la Resurrección- es el de la Ascensión a los cielos de Jesús, al igual que les había sucedido miles de años atrás a los profetas Elias y Enoc, según narra el Antiguo Testamento. Los Evangelios reconocidos por la Iglesia no son muy explícitos al respecto: «Mientras los bendecía (a los Apóstoles), se separó de ellos, y fue llevado al cielo» (Lucas); o «así pues, el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue llevado al cielo» (Marcos). Son, como de costumbre, los Evangelios apócrifos los que aportan mayor exactitud: «Y mientras hablaban así, Jesús estaba sentado un poco aparte. (...) El Sol, alzándose en su carrera ordinaria, emitió una luz incomparable. (...) Y vino sobre Jesús y lo rodeó completamente. Y estaba algo alejado de sus discípulos y brillaban de un modo sin igual. Y los discípulos no veían a Jesús, porque los cegaba la luz que los envolvía. Y no sólo veían los haces de luz. Y éstos no eran iguales entre sí, y la luz no era igual, y se dirigía en varios sentidos de abajo hacia arriba, y el resplandor de esta luz alcanzaba de la tierra a los cielos. Y los discípulos, viendo aquella luz, sintieron gran turbación y gran espanto. Y ocurrió que un gran resplandor luminoso llegó sobre Jesús y lo envolvió lentamente. Y Jesús se elevó en el espacio, y los discípulos miraron hasta que subió al cielo, y todos quedaron silenciosos». (Evangelio de Valentino 1:14-28). Un «sol» que lanzaba luces hacía Jesús y sus discípulos, «alzándose en su carrera ordinaria» -es decir, deslizándose sobre los cielos-, y que finalmente envolvió con un resplandor al Maestro, «que se elevó al espacio» -hacia el «sol volador»-, y desapareció en lo alto... Da qué pensar. Quizá, como apunta mi admirado J. J. Benítez en su libro El Enviado (Planeta, 1979), «Jesús de Nazaret fue 'ayudado', o 'acompañado' o 'asistido' de alguna manera por todo un 'equipo' de seres que hoy podríamos etiquetar como 'astronautas'. (...) Seres en un avanzadísimo estado evolutivo -tanto espiritual como tecnológico- y que pueden poblar muchos de los miles de millones de galaxias que forman los distintos universos, pudieron 'colaborar' en ese formidable 'plan' de la redención de la humanidad».
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